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15. El torneo

Los dos días que faltaban para el torneo estuvieron tan ocupados que casi no tuvieron tiempo de volver a pensar en el misterio de Dónegan y Mirena. La dama Porwena no paraba de asignar tareas a todos los grupos: colocar banderines, preparar el templete, levantar carpas en los jardines... Rodrigo nunca se había imaginado que una fiesta pudiera suponer tanto trabajo. Y por si esto fuera poco, los pocos ratos libres que les quedaban los tenían que pasar entrenando para las pruebas del torneo.

—Muy bien, compañeros —dijo Corentín al terminar el último entrenamiento—. Lo habéis hecho todos estupendamente. Tú también Noa. Has mejorado muchísimo.

Era cierto que Noa había mejorado mucho. Desde que sabía que los del equipo verde iban a hacer el mayor de los ridículos gracias a la poción de Mirena, estaba mucho más tranquila y confiada.

Cuando por fin amaneció el día de la fiesta, los brillantes rayos de sol que entraban por las rendijas de los portalones parecían querer avisar a todos de que por fin había llegado la primavera. Todos los escuderos se levantaron de la cama exaltados y llegaron a desayunar más deprisa que de costumbre. El comedor estaba lleno de banderines de colores y las mesas estaban todas cubiertas con brillantes manteles. Los caballeros iban todos vestidos con su uniforme: una túnica roja con un dragón dorado representado en el pecho. Esta vez parecía que iban a desayunar en el comedor con todos los chicos, porque tenían su propia mesa preparada en el extremo de la sala. Rodrigo y sus amigos se acercaron a la cocina para empezar a servir el desayuno y nada más entrar se les hizo la boca agua. Aquel no era un desayuno corriente. Había melocotones en almíbar, fresas con nata, pastel de crema y muchas cosas más.

—¿Dónde está Noa? —preguntó Rodrigo, extrañado de no verla entre ellos. Noa no era precisamente de las que trataban de escabullirse de las tareas.

—No tengo ni idea —respondió Vega. Esta mañana cuando nos despertamos su cama ya estaba vacía.

—Pues espero que aparezca pronto, porque hoy tenemos más trabajo que nunca —dijo Darion— ¡Este desayuno tiene por lo menos cinco platos!

Cuando cogieron los carros de comida y aparecieron con ellos en el comedor, muchos rompieron en aplausos al ver el suculento banquete que les esperaba. Rodrigo tenía ganas de terminar pronto para poder disfrutar también del desayuno, pero todo el mundo quería probar de todo y la tarea de servir se estaba volviendo más lenta que nunca.

—¡Eh, vosotros! —gritó Kail—. ¿Queréis daros más prisa? Los demás también queremos probar la tarta antes de que se estropee.

Rodrigo iba a contestarle algo, pero no hizo falta. La dama Porwena se acercó y le echó una buena reprimenda. En cualquier caso no debió de servir de mucho, porque en cuanto Vega pasó por su mesa para colocar los vasos, todos los de su mesa se pusieron a increparla de forma muy grosera.

—Eh, sirvienta, ya puedes traerme otro vaso —dijo uno—. Y haz el favor de no pringarlo con tus mugrientos dedos.

—Y date prisa —dijo otro—, que no tenemos todo el día.

—Déjalo, Vega —dijo la dama Porwena—. Tú y tus compañeros podéis ir a sentaros. Esta panda de groseros maleducados os van a sustituir, a ver si se les bajan un poco los humos.

Kail y sus amigos se pusieron a refunfuñar y protestar, pero en cuanto cogieron los carros de cubiertos y de comida, Rodrigo pudo distinguir en sus caras una ligera sonrisa de triunfo.

—Lo han hecho a propósito —dijo, cuando todos sus amigos se sentaron en torno a la mesa—. Esto es exactamente lo que querían. Ahora que son ellos los que sirven el desayuno aprovecharán para echar la rumularia a los demás miembros del equipo verde.

—Hay que reconocer que es un buen plan —rió Darion—. Casi me da pena. Para una vez que se les ocurre algo inteligente, y les va a salir tan mal...

Los cinco trataron de disimular su risa y empezaron a desayunar. Todo estaba tan bueno como aparentaba, o incluso mejor. Estaba resultado un día perfecto, o casi. Lo único que les inquietaba era la ausencia de Noa.

—Seguramente se está escondiendo para no tener que participar en el torneo —dijo Óliver.

—Pues eso sería una pena —dijo Aixa—. Últimamente ya lo estaba haciendo bastante bien en los entrenamientos. Estaba empezando a confiar en sí misma.

—Sí, pero seguramente le habrá entrado el pánico en el último momento —dijo Rodrigo—. Creo que será mejor que vayamos a buscarla en cuanto terminemos de desayunar.

—¿Buscarla a dónde? —preguntó Óliver.

—¿Tú dónde crees que puede estar? —respondió Aixa—. ¿Dónde crees que iría Noa en un momento de angustia?

—Ah, claro —respondió Óliver—. A la enfermería.

—Exacto.

Media hora más tarde, cuando ya pocos eran capaces de seguir comiendo, Balkar se levantó y se dirigió al centro de la sala. En breves instantes el silencio se adueñó del comedor.

—Buen día y feliz llegada de la primavera, amigos míos. En primer lugar me gustaría pedir un aplauso para los cocineros, que nos han preparado este delicioso desayuno y seguro que también nos deleitarán con una comida y una cena digna de reyes. Sin duda se merecen nuestro reconocimiento y agradecimiento.

Todos los escuderos y caballeros presentes en el comedor rompieron a aplaudir. También se oyeron algunos gritos de "hurra" y "bravo". Luego el maestre levantó la mano y todos se callaron otra vez.

—Dentro de media hora dará comienzo el torneo en los jardines de la muralla sur. Os recuerdo que habrá distintas pruebas para cada una de las edades, con las que iréis consiguiendo puntos para la clasificación final. El equipo que tenga más puntos al final de todas las pruebas será el ganador. También quiero recordaros que cualquier intento de hacer trampas o jugar sucio supondrá cinco puntos menos para vuestro equipo, y eso incluye usar alguno de vuestros poderes en las pruebas.

»Según vayáis saliendo del comedor, el caballero Aldair os irá entregando una capa del color de vuestro equipo. Es obligatorio llevarla hasta el final del torneo. Eso es todo. Suerte, y que gane el mejor.

Los jardines de la muralla sur ya estaban completamente equipados cuando los muchachos comenzaron a salir del castillo. Por todas partes se veían los preparativos de las pruebas: dianas, vallas, sacos colgados de árboles, troncos, aros, cuerdas... Todos miraban a su alrededor y trataban de imaginar lo que tendrían que hacer, especialmente los más jóvenes.

—Vamos —los apremió Darion, al ver que sus amigos se quedaban mirando como pasmarotes—. Hay que encontrar a Noa. El torneo comienza en menos de media hora.

Apartando la vista con dificultad de todos los preparativos de la fiesta, los cinco siguieron su camino hasta la torre de enfermería. Cuando subieron las escaleras se encontraron la puerta abierta. El pelo rojizo de Noa asomaba detrás de una pila de libros amontonados sobre la mesa. Estaba tan absorta en la lectura que ni siquiera los vio llegar.

—Hola Noa —dijo Aixa—. ¿Qué estás haciendo?

La chica dio un respingo y alzó la vista, recuperándose enseguida del susto.

—Tengo que hacer una poción, pero ni siquiera recuerdo cómo se llama —respondió—. Espero que si la veo en alguno de estos libros la consiga recordar.

—¿Y para qué es esa poción? —preguntó Vega.

—Es para Adara —explicó Noa—. Creo que está a punto de despertarse. Está empezando a moverse y a balbucear en sueños. Mirena dijo que en cuanto despertara lo primero que tenía que hacer era beberse esa poción, pero ni siquiera recuerdo el nombre.

—¿Pero todavía sigues fiándote de lo que decía esa vieja loca? —se escandalizó Óliver.

—¿Acaso Adara no está viva y a punto de despertarse? —preguntó Noa—. Pues yo lo único que he hecho ha sido seguir con el tratamiento que empezó Mirena.

—Aún así yo me lo pensaría mucho antes de seguir las instrucciones de una traidora que disfruta envenenando a la gente —insistió Óliver.

—Tal vez no sea una traidora —apuntó Rodrigo—. Recuerda lo que hablamos el otro día.

—De todas formas creo que da igual —se lamentó Noa—. No creo que consiga recordar la poción.

—¿Entonces no vienes al torneo? —preguntó Darion.

—No, no. Tengo que quedarme aquí. Además, seguro que sin mí tenéis más posibilidades.

—¡No digas eso! —protestó Aixa—. Últimamente lo estabas haciendo muy bien.

—¿Muy bien? Querrás decir que no lo estaba haciendo tan mal como al principio, pero nada más. Lo mío es esto, la medicina. Cuando hagan un torneo de curar a la gente, participaré encantada.

Y dicho esto, Noa cerró el libro que tenía entre manos y cogió otro del montón que había sobre la mesa.

—Que tengáis mucha suerte, chicos —dijo, abriendo el libro por la primera página.

Todos menos Óliver la desearon suerte a ella también y luego salieron de la enfermería y comenzaron a descender las empinadas escaleras de la torre.

—¿De verdad creéis que hace bien buscando la poción que le dijo Mirena? —preguntó Óliver mientras bajaban.

—Creo que sí —dijo Aixa—, pero aún así lamento que se pierda esta oportunidad de demostrarse a sí misma lo que vale. Creo que realmente estaba preparada para hacer un buen papel en el torneo.

Cuando por fin llegaron a los jardines, todos los escuderos y los caballeros estaban allí, con sus flamantes túnicas rojas y doradas. Balkar estaba a punto de anunciar el comienzo del torneo cuando se acercaron para informarle de la ausencia de Noa y lo que estaba buscando.

—¿Una poción que mencionó Mirena? —repitió el maestre, con cara de preocupación—. Bueno, supongo que si Mirena hubiera querido matar a Adara, lo habría hecho hace mucho tiempo. Lo único que podemos hacer es confiar en la intuición de Noa. Ella es la única que puede ayudar a la dama Adara.

—¿Y nosotros qué hacemos? —preguntó Darion.

—Tenéis un jugador menos —respondió Balkar—. Tendréis que esforzaros mucho para ganar.

Dando por concluida la conversación, Balkar anunció el comienzo del torneo y explicó la primera prueba: el duelo con espadas, entre los escuderos más veteranos. Entonces sacó dos bolas de una bolsa para ver qué equipos se enfrentarían primero, y salieron el verde y el amarillo. Balkar ordenó a los participantes de cada uno de los equipos colocarse en fila unos frente a otros de tal manera que cada uno se encontrara frente a su contrincante. A continuación el caballero Aldair y la dama Porwena les entregaron una serie de protecciones acolchadas y unas espadas de madera.

—Cuando oigáis el cuerno comenzará el duelo —dijo Balkar— y durará hasta que uno de los dos consiga desarmar al otro o hasta que pasen cinco minutos. Cada pareja de contrincantes será vigilada por un caballero que hará de juez y contará los tantos. Os advierto que en ningún caso se puede dirigir la espada hacia la cabeza del contrincante. Si alguien lo hace, todo su equipo será inmediatamente desclasificado de esta prueba.

A continuación el maestre hizo sonar su cuerno y los escuderos más mayores del equipo verde y del equipo amarillo comenzaron a luchar, pero los del equipo verde se movían con enorme torpeza y casi no eran capaces de levantar la espada.

—¿Pero qué os pasa? —gritó Kail—. ¡Sois mucho más fuertes que ellos!

Pero los gritos de Kail no sirvieron de nada. En menos de un minuto todos los contrincantes del equipo verde habían sido desarmados y derrotados por los del equipo amarillo.

—Vaya, parece que los jugadores del equipo verde se han llenado demasiado con el desayuno —dijo Balkar—. ¡Seis puntos para el equipo amarillo!

El caballero Aldair se acercó a una especie de marcador gigante y colocó un número seis en la columna amarilla. Todos los demás colores seguían a cero.

—Veamos quienes serán los siguientes equipos —dijo Balkar, sacando otras dos bolas de la bolsa—. ¡Equipo rojo y equipo naranja!

—Vamos, campeones —dijo Óliver, animando a sus compañeros más mayores—. Demostradles cómo se maneja una espada.

El combate entre estos dos equipos estuvo bastante más reñido que el anterior. Corentín tardó poco más de dos minutos en desarmar a su adversario, que terminó tirado en el suelo mientras su espada salía volando hacia los espectadores. Un poco después fue Nayara, otra chica de su propio equipo, la que fue desarmada por su contrincante, una chica morena y bajita que se movía más rápido que las alas de un colibrí. El resto de contrincantes consiguieron resistir hasta que pasaron los cinco minutos, así que tuvieron que esperar al recuento de puntos para saber quién había vencido: cuatro puntos para el equipo rojo y dos para el naranja. Óliver y Darion se pusieron a saltar como si ya hubieran ganado el torneo.

—Habéis estado geniales —dijo Óliver, cuando volvieron a reunirse con sus compañeros—. Ha sido una pasada cómo aprovechaste su propio ataque para hacerle caer —añadió dirigiéndose a Corentín. Luego se volvió hacia Nayara, que parecía desilusionada por su derrota —. Y esa morena bajita seguro que hizo trampas, lo que pasa es que cómo casi ni se la ve...

Aldair colocó su puntuación en el marcador y Balkar anunció el tercer combate: equipo azul contra equipo blanco. Una vez más los más mayores de ambos equipos se dispusieron unos frente a otros y comenzaron a batirse con sus espadas de madera. Ninguno consiguió desarmar a su oponente y el recuento final de puntos resultó en un empate: tres a tres. Tras colocar las puntuaciones en el marcador, Balkar anunció la siguiente prueba: la carrera de obstáculos.

—¿Veis esa hilera de sacos llenos de arena que cuelgan de los árboles? —preguntó el maestre—. Los jugadores de un equipo intentarán llegar hasta el otro lado esquivándolos, mientras que los del otro equipo se ocuparán de balancearlos con el propósito de alcanzarles. En esta prueba participaréis todos. Conseguiréis un punto por cada participante que consiga llegar al otro lado sin ser tocado por ningún saco. Vamos a ver qué equipos se enfrentarán primero: ¡Equipo rojo y equipo verde!

Los jugadores de los dos equipos se colocaron, de tal manera que primero serían los del equipo rojo los que tratarían de esquivar los sacos y los del verde los que tratarían de alcanzarles. Balkar hizo sonar su cuerno y Rodrigo y sus compañeros fueron superando la prueba uno a uno, haciendo mínimos esfuerzos para esquivar unos sacos que apenas se movían.

—¿Os ocurre algo? —preguntó Balkar a los del equipo verde—. ¿Os encontráis bien?

—Creo que algo del desayuno nos ha sentado mal —respondió uno de ellos—. Casi no tenemos fuerzas ni para mantenernos en pie.

—En ese caso deberíais retiraros del torneo e ir a descansar —respondió Balkar—. Creo que ninguno de vosotros está en condiciones de continuar.

Los miembros del grupo verde comenzaron a retirarse, con la cabeza agachada. Al pasar por delante de Rodrigo y sus amigos, Kail les dirigió una mirada que era una mezcla de odio e incomprensión. Todavía no era capaz de entender qué era lo que había fallado de su fabuloso plan. Entonces Óliver se puso a canturrear "Rumularia, que poción más alucinante, que me pone fuerte como un elefante..." Kail no aguantó más y se puso a gritar:

—¡Son unos tramposos! Han tomado una poción que les da una fuerza extraordinaria. Se llama rumularia. Yo los oí cuando lo planeaban.

—Creo que ya lo entiendo —dijo Balkar, acariciándose la barba—. Los oíste y se te ocurrió que podías quitarles la idea ¿Verdad? Robaste la rumularia de la enfermería y se la diste a todos los de tu equipo ¿No es así, Kail?

—¡En absoluto! Ya nos ha visto. Estamos más débiles que nunca.

—Ya lo veo, Kail, y eso me hace pensar que estoy en lo cierto, pues estos son los auténticos efectos de la rumularia: malestar y pérdida de fuerzas. Si los del equipo rojo la hubieran tomado, serían ellos los que estarían débiles, no vosotros.

Uno de los mayores del equipo verde se volvió y agarró a Kail por el cuello del chaleco. Parecía tremendamente furioso.

—¿Así que este era tu plan infalible para ganar el torneo, eh? ¡Eres un tramposo y un cobarde! Nosotros no necesitamos una poción para vencer, no somos tan ruines como tú.

—¡Esta nos la vas a pagar, Kail! —dijo otra chica de su equipo.

Uno a uno, todos los miembros del equipo verde fueron mostrando su desprecio a Kail y dándole la espalda, hasta que se quedó solo con los de su panda. Luego ante el abucheo general ellos también se fueron, con la cara roja de rabia.

—Será mejor que repitamos la prueba de los sacos —dijo Balkar, cuando todos los del equipo verde se hubieron retirado—. Ahora el equipo rojo se enfrentará al... ¡Amarillo!

Esta vez la prueba resultó enormemente difícil. Los sacos no paraban de ondear con fuerza y en cuanto esquivabas uno ya tenías otro a punto de alcanzarte. Al final solamente Aixa, Corentín y Nayara fueron capaces de superar la prueba, con lo que consiguieron seis puntos. Los del equipo amarillo consiguieron siete, y luego se enfrentaron el equipo blanco contra el equipo azul, que consiguieron diez y seis puntos respectivamente. Como el equipo naranja se había quedado solo, Balkar sacó otra bola para ver quiénes serían los que moverían los sacos contra ellos, y salió otra vez el equipo rojo. Como ya tenían los brazos cansados de la vez anterior, no pudieron evitar que el equipo naranja consiguiera nada menos que doce puntos.

La siguiente prueba fue la de tiro con arco, que es lo que más habían practicado con Corentín y el resto de su equipo. Esta prueba estaba reservada para los más jóvenes de cada grupo. Aixa, Darion y otros tres más consiguieron acertar en el centro de la diana, que valía cinco puntos. Gracias a ellos consiguieron volver a ponerse en primera posición.

La prueba que vino a continuación resultó de lo más espectacular. Los mayores tenían que realizar un recorrido a caballo en el que además de esquivar numerosos obstáculos tenían que coger un arco y una flecha de lo alto de un árbol, poniéndose de pie sobre los lomos del animal. Luego tenían que disparar a una diana sin que el caballo dejara de galopar. Era tan difícil que muchos se cayeron al intentar coger el arco y la flecha, y sólo tres consiguieron acertar en el centro de la diana. Uno de ellos fue Nayara, con lo que consiguieron otros cinco puntos.

La prueba siguiente fue sólo para los más jóvenes, y consistía en un combate encima de un tronco de un árbol. Cada jugador iba armado con un escudo y una pequeña lanza con una gran bola de trapo en su extremo, con la que tenían que hacer que su oponente se cayera del tronco. En esta prueba sólo consiguieron dos puntos, pero todavía se mantenían en cabeza.

La siguiente prueba fue de nuevo para los mayores, que tuvieron que trepar por un tronco muy liso de quince metros de altura y coger una pluma del extremo más alto. Esta vez sólo lo consiguieron Corentín y otra chica llamada Aroa, por lo que el equipo rojo pasó a estar en segundo puesto de la clasificación.

—Sólo queda una prueba —dijo Corentín—. ¡Tenemos que recuperar el primer puesto!

Todo el mundo escuchó atentamente y con nerviosismo las explicaciones del maestre sobre la última prueba del torneo. Esta vez tenía que participar todo el equipo de forma conjunta. Los más jóvenes tenían que atravesar un recorrido de obstáculos para coger flechas (una de cada vez) y pasárselas a los de quince y dieciséis años, que a su vez tenían que cruzar un tronco giratorio para pasárselas a los más mayores, que eran los encargados de disparar a diana.

Rodrigo empleó todas las energías que le quedaban para conseguir el mayor número de flechas posible, y por la cara de extenuación de sus compañeros estaba claro que ellos también se habían esforzado al máximo. En cuanto el cuerno de Balkar indicó el final de la prueba, todos corrieron hacia las dianas para ver sus resultados. En total, once flechas del equipo rojo habían alcanzado el centro de la diana. Estaban muy contentos con sus resultados hasta que vieron las dianas del equipo blanco. Aunque ellos sólo habían conseguido diez puntos les bastaba para mantenerse en el primer puesto, con lo que habían ganado el torneo.

—Muy bien, amigos míos —dijo Balkar—. Todos vosotros habéis demostrado gran habilidad y capacidad de superación. El equipo blanco va en cabeza por un punto, seguido del equipo rojo, pero el torneo aún no ha terminado. Este año tenemos una sorpresa: los caballeros también queremos participar, y lo haremos con uno de nuestros entretenimientos favoritos: las justas. Para no favorecer a nadie, sortearemos con qué equipo participaremos cada uno de nosotros. Aldair, por favor, coge una bola de la bolsa.

El caballero de pelo castaño sacó una bola de color amarillo, y todos los de ese equipo se pusieron a aplaudir. A continuación le tocó el turno a Toravik, que cogió una bola roja. Rodrigo y sus amigos aplaudieron y hasta dieron saltos de alegría. Nadie podía ser más fuerte que el herrero de la larga barba.

Después de que el resto de caballeros hubieron sacado su bola, Balkar les explicó en qué consistían las justas. Dos caballeros se enfrentarían montados a caballo, cabalgando frente a frente e intentando tirar a su contrincante con una larga lanza de madera. Los perdedores de cada encuentro serían eliminados hasta que sólo quedara el ganador, que conseguiría cinco puntos para su grupo.

—Vamos a ver quién se enfrentará primero —dijo Balkar, sacando dos bolas—. Equipo rojo contra equipo naranja. Es decir, Toravik contra mí.

—¡Vamos Toravik! —dijo Óliver—. Esto para ti es pan comido.

—Ya, pero no quisiera abollarle la armadura a Balkar —respondió el herrero—. Me he pasado casi un mes para dejarla así de reluciente.

Óliver puso la misma cara que si le hubieran echado un jarro de agua fría.

—¡Y un cuerno! —dijo—. Imagínate que es un hurgo el que está dentro de la armadura. ¿Te daría pena abollarla?

—Si fuera un hurgo no la abollaría, la aplastaría. La dejaría como un caldero de cobre después de despeñarse por un precipicio. Parecería que la hubiera pisoteado una manada de búfalos. Pero no es...

—¡No hay peros que valgan, Toravik! Piensa que es un hurgo. Imagínate que es el hurgo que disparó la flecha a Adara.

El comentario de Óliver pareció haber dado en el blanco, porque los ojos de Toravik se pusieron rojos de rabia.

—¡Maldita sanguijuela de charca inmunda! —dijo Toravik, subiéndose al caballo precipitadamente—. ¡Le voy a hacer tragar tantas lanzas como días lleva Adara inconsciente! ¡Esa alimaña va a lamentar profundamente haberse cruzado en mi camino!

Un momento después sonó el cuerno y Toravik y Balkar cabalgaron uno contra otro apuntando con sus lanzas al pecho del contrincante. Se oyó un fuerte chasquido, al mismo tiempo que un montón de astillas salían volando por los aires. Balkar estaba en el suelo, haciendo grandes esfuerzos por levantarse.

—Oye —le dijo Rodrigo a Óliver—. ¿No le habrás animado demasiado?

—No te preocupes. Para eso llevan las armaduras.

Cuando el maestre por fin consiguió levantarse del suelo, dio la mano a Toravik y anunció el siguiente contrincante: el caballero Garek.

—¡Muy bien Toravik! —dijo Óliver, en cuanto el herrero regresó con su caballo—. Le has dado una buena lección. A Adara le habría gustado estar aquí para verlo. Lástima que esté inconsciente. Esos hurgos que la atacaron...

—¡Ni menciones a esos miserables gusanos nacidos del estiércol! —bramó Toravik—. Juro que como no consiga...

—No hace falta que jures nada, Toravik —dijo Óliver—. Lo tienes ahí delante. ¡Dale su merecido!

Una vez más, el herrero se abalanzó contra su contrincante como un bisonte enfurecido, haciéndole salir por los aires antes de golpear el suelo con un estruendo metálico. Después del caballero Garek le tocó al caballero Aldair, que corrió la misma suerte.

—¡Sólo uno más! —gritó Corentin—. ¡Sólo queda el caballero Arnau! Si Toravik consigue vencerlo, nos dará cinco puntos y ganaremos el torneo.

—¡Vamos, Toravik! —dijo Óliver—. ¡Ya es tuyo! ¡Hazlo por Adara! ¡Demuéstrale lo que vales!

—¿Lo que valgo? —respondió Toravik, mientras el brillo de sus ojos se apagaba repentinamente—. ¡Yo no valgo más que una vieja espada mellada! ¿Dónde estaba yo cuando mil hurgos atacaron a los padres de Adara y la dejaron huérfana? ¿Dónde estaba yo cuando a ella le clavaron una flecha y la dejaron al borde de la muerte? Si valiera algo no estaría aquí rompiendo lanzas contra mis amigos. Estaría ahí fuera machacándoles los cráneos a esos malditos hurgos y luego me haría una sopa con sus minúsculos sesos.

—Pero Toravik...

Óliver no pudo decir nada más para animar al herrero. El cuerno volvió a sonar y Toravik cabalgó sin ganas hacia el caballero Arnau, quien le hundió la lanza en el pecho sin encontrar apenas resistencia. Cuando la nube de polvo se levantó Rodrigo pudo ver que Toravik estaba tirado en el suelo. Habían perdido.

—Bueno —dijo Corentín— hemos estado a punto de ser los campeones, pero al menos hemos quedado los segundos. Lo más importante es que el equipo verde ha sido eliminado. Hemos ganado la apuesta.

—¡Un aplauso para Arnáu, nuestro caballero ganador! —gritó Balkar—. Y ahora es el momento de actualizar los marcadores. El equipo blanco consigue cinco puntos más, alcanzando la notable suma de treinta puntos y convirtiéndose en los ganadores del torneo. ¡Un aplauso para ellos!

Todos aplaudieron a los jugadores del equipo blanco, que no paraban de abrazarse y chocar las manos.

—En segundo lugar tenemos al equipo rojo con veinticuatro puntos; luego viene el equipo naranja, con veinte puntos, el equipo amarillo con diecinueve y el equipo azul con dieciséis —anunció el maestre—. En último lugar tenemos al equipo verde con cero puntos. Esperemos que para el año que viene se les hayan quitado las ganas de probar pociones.

»Bueno amigos, dejemos que la fiesta continúe hasta que el sol se esconda por el horizonte. ¡Es la hora de la música, los trovadores, los malabares y los bailarines! Hoy comienza la primavera y con ella nos despedimos del oscuro y frío invierno. A partir de hoy los días empezarán a ser más largos que las noches. Celebrémoslo y divirtámonos. ¡Queda terminantemente prohibido aburrirse!

Un grupo de chicos comenzó a tocar una alegre melodía con las gaitas y los tambores, mientras que otros se pusieron a hacer malabares con unas antorchas. Rodrigo y sus amigos miraban asombrados cómo se las acercaban a la boca y escupían enormes llamaradas.

—¡Erold! ¿Te encuentras bien? —exclamó una voz.

Rodrigo se dio la vuelta y vio a la dama Porwena sujetando al viejo profesor de historia, que parecía a punto de desplomarse.

—No... no pasa nada —respondió él—. Es el fuego, que me trae muy malos recuerdos. Nunca he llegado a acostumbrarme.

—Es por aquella batalla, ¿verdad? —le preguntó Porwena, y él asintió con la cabeza.

—¡Claro! —exclamó Vega, que también observaba la escena—. ¡El fuego que nunca se apaga!

—¿Cómo dices? —se extrañó Porwena, que todavía sujetaba a Erold por el brazo.

—No... nada —murmuró ella—. Estaba pensando en otra cosa.

Porwena la miró fijamente durante unos segundos y luego ayudó al anciano a buscar un lugar donde sentarse.

—¡Chicos! —dijo Vega—. ¡Ya sé lo que significa Irdunequi!


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