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CAPÍTULO 11

Esa extraña sensación de desesperación y emoción que sentía en su interior, era algo muy difícil de explicar. Mientras caminaba de su casa hacia la casa de la Familia Jones, solo podía pensar en el hombre mayor y su penetrante mirada.

Esa profunda voz que lo hacía marear, esos gestos tan pecaminosos que le hacía jadear de manera desprevenida, simplemente era la potente presencia del hombre que le hacía sentir intimidado. Y justo en ese momento lo estaba, mientras su madre le acomodaba la corbata de su traje hecho a medida, estaban frente a la puerta de aquella grande y misteriosa casa, que albergaba una familia perfecta ante el pequeño ojo público del pueblo.

—Ya saben cómo deben de comportarse —sus hermanos asintieron y él solo realizó una pequeña sonrisa, tratando de contar hasta diez, sintiendo como si sus manos estuvieran ardiendo en las llamas del mismo infierno, así se sentía pensar en Ian Jones.

Se sentía estar en el inframundo, rodeado de almas en pena que siguen lamentando cada uno de sus errores cometidos en vida.

Mientras su mente estaba siendo inundada por pensamientos absurdos y abstractos sobre la existencia de un infierno y la sensación desfavorable del mismo, la puerta había sido abierta, mostrando a la hija menor de la Familia Jones. Una joven tan delicada como un tulipán, bastante carismática, pero algo ingenua, lastimosamente hablando. Tal vez, si su personalidad no fuera tan empalagosa, a Jaime le hubiera gustado poder tener una bonita relación de amistad con la menor Jones.

Pero no lo culpen, simplemente él era una persona muy selectiva con las personas a su alrededor, alguien muy callado, pero su madre estaba desesperada porque la próxima noticia del pueblo sea la boda de Jaime Stevens y Aria Jones.

Jaime podía escuchar la mente de su madre diciendo "Por favor, cásate con mi hijo y dale un heredero a la dinastía Jones".

Sí, su madre estaba tan entusiasmada, la Familia Jones era una de las más ricas del pueblo y se sabe que fue una dinastía que gobernó hace años, con el pasar del tiempo las tradiciones se fueron perdiendo, pero todos sueñan con pertenecer a la extraña Familia Jones o más bien, colarse de su riqueza.

Y Jaime sabía que su madre no iba a ser la excepción en pensar igual.

Sus manos temblaban levemente, pero bastante fuerte como para que los demás pudieran darse cuenta de aquel movimiento. Observó su traje, una perfecta combinación de estilos elegantes que encajaban sin duda alguna, las mangas tenían pequeñas flores bordadas, una manera muy delicada y sutil y al igual que su cuello, su piel acanelada lograba deleitar y darles profundidad a los bordados florales.

Por si fuera poco, una corbata gris era la cereza del helado.

Un deleite para los ojos de cualquiera y sobre todo para aquel cazador de almas que se encontraba al lado de su hermana menor en la puerta de aquella vivienda.

—Sean bienvenidos, es un placer tenerlos con nosotros esta noche —la sonrisa de Jones era tentadora, tan tentadora como lo era aquella manzana que mordió Adán y Eva para luego ser expulsados del paraíso y condenados a sufrir.

Sin querer Jaime se dio cuenta de la mirada tan apetitosa de Ian, quien podía analizar cada rasgo del menor, sin que se le escapara ni el más mínimo detalle.

—Pasen, por favor —habló esta vez Aria, quien no podía quitar su sonrisa y el color de sus mejillas, tras ver la belleza de aquella familia, sobre todo el aura que transmitía Jaime Stevens.

La familia Stevens paseó por toda la sala, dándose cuenta de los lujosos detalles de aquel hogar, todo lleno de una combinación, completamente extraña pero llamativa ante el ojo humano. Los adornos, los candelabros, eran la mezcla de un color rojizo y dorado, los cuales le daban una pinta más oscura a la casa, de igual forma, las paredes eran de un color piel bastante acanelado. En el medio de la sala se encontraba la mesa de comedor, una grande y transparente, se podía ver que era un cristal bastante grueso. La comida perfectamente servida y el increíble aroma de los ingredientes mezclados unos con otros.

—Oh, no puedo creer que por fin estamos todos reunidos —todos los presentes se dieron la vuelta para toparse con nada más ni nada menos que el pilar de aquel hogar, la madre de los Jones. Quien vestía un traje negro con joyería que parecía ser bastante costosa, cabello largo y negro, completamente lacio.

 —Es un placer para nosotros haber recibido la invitación para esta cena —habló el padre de Jaime, sin poder quitar la mirada de la madre de los Jones.

—No es nada, querido. ¿Ari, les puedes mostrar a los niños el patio de juegos? Ya saben, para que no estén aburridos mientras llega la hora de la cena.

En aquel pueblo era común cenar a una hora en específico, todos tenían el mismo horario, cosa que parecía absurda para Jaime. Mientras los menores corrían al patio de juegos junto con Aria, Jaime había ido a la cocina por un vaso de agua, dejando a los adultos hablando pacíficamente. Dejaba que el agua recorriera su garganta, su corazón comenzó a latir de una forma irritante para su ser. Podía sentir la presencia de Ian detrás suyo y no sabía cómo es que podía determinar aquello, sólo lo presentía.

De un momento para otro sintió como una fuerte mano agarró su muñeca, dándole la vuelta de manera brusca, logrando con esto, que el agua que Jaime estaba tomando cayera sobre su traje blanco y cuello, mojando todo su cuerpo. 

—Jamás imaginé que podrías verte tan bien de esta manera —susurró el mayor, pegándose al pecho de Jaime —. Con esa agua encima parece que hubieras hecho todo menos tomar agua.

Ian Jones sabía cómo corromper a Jaime Stevens, el problema era que Jaime ya estaba más que enviciado.

Esa necesidad de pasear sus manos por la piel pálida del mayor, deseando besar cada parte de su cuerpo, todo bajo la tenue luz de la luna llena, siendo observados por la intensa mirada de los ángeles gobernantes del bosque; quienes buscaban con desespero a la reencarnación de aquel ángel caído, quien fue sacado de los cielos por esa misma necesidad de querer tocar al ente más prohibido en la historia de la vida.

Jaime se sonrojó y no pudo evitar mirar los ojos oscuros de Ian, los cuales le transmitían confianza, por muy loco que sonara, Jaime no sabía a dónde estaba yendo toda la relación que tenía, pero esa sensación en su pecho, le gustaba.

Era como si hubiera estado excavando por años, tratando de buscar un tesoro y por primera vez lo consiguió.

O tal vez, esta es la segunda vez que consigue el tesoro.


En el otro extremo del pueblo, tanto Hans como Seth, eran amenazados por aquel ángel, quien no paraba de susurrar, preguntando una y otra vez sobre cualquier cosa que ambos demonios estuvieran planeando.

Temiendo ser escuchado por los ángeles guardianes del bosque.

—¡Ya te hemos dicho que no tenemos nada planeado! —tanto Hans como Seth estaban temblando ante la mirada llena de furia del ángel.

—Son demonios y plebeyos del infierno, no les creo en nada —murmuró con molestia.

—Henry, buen amigo, sé que llevamos siglos en esta pelea, pero de verdad tienes que dejarnos actuar esta vez, sino tanto tu mundo como el nuestro se verá en peligro.

Henry dejó de lado su daga, con la cual estaba amenazando a sus dos enemigos. Los miró una última vez con desconfianza, antes de asentir.

—Se trata de Lucifer y Shiriam Morte, están de regreso.

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