8. Llámalo problema de actitud
Y aquí estaba yo, con un micrófono de doce mil dólares mirando la profundidad de la cabina de sonido en la que tenía a un técnico de sonido increíble, contratado únicamente para escuchar mis desvaríos y desafines mientras intentaba ponerle algo de alma a la música que estaba cantando.
Estaba nerviosa.
Me ponía ridículamente nerviosa no ser la inversión que Midas creía que yo era. Y esto era tan ajeno a mí.
Es decir, tenía demasiado tiempo de mi vida que no deseaba ser lo que otros creían que yo era, y aquí estaba con un cuaderno abierto de par en par, pensando una y otra vez que esto no era un hit, no iba a valer millones de dólares, y no iba a poder cumplir con la única asignación que Midas me dio al firmar el contrato hace semana y media exacta: «escribe una canción, porque vas a cantarla en la gala de las estrellas de Adam's Enterprises».
Respiré profundo una vez más y arrugué las hojas que tenía al frente. Ningún hit empezaría con un lara, lara, lara... Ya no estábamos en época de High School Musical.
—Descansa, Alonso —le pedí al ingeniero de sonido mientras pateaba con frustración uno de mis zapatos, porque patear cualquier otra cosa en ese estudio sería muy pero muy costoso.
Para ponerte en contexto, Midas y yo firmamos el dichoso contrato, y cuando iba a tomar mi dinero para pagarle a mi disquera, me informó que sus abogados cancelaron el contrato y sus ingenieros, arquitectos y diseñadores construyeron un nuevo estudio de grabación para mí.
El estudio, por cierto, queda en el último piso de Adam's Enterprises, al final del pasillo de oro de Midas, justo a la derecha de la sala de juntas en la que me presenté la primera vez. Y sí, justo al otro lado queda la oficina de Midas, que, si me preguntan, estoy segura de que quiere mantenerme vigilada.
Y la verdad es que su vigilancia me hacía sentir insegura. Llámenlo problema de actitud, pero nunca me he llevado bien con demasiado control de parte de cualquier persona.
Me senté en el piano y miré detenidamente las teclas una y otra vez. Entonces toqué la melodía que me había traído a este lugar y sonreí al recordar perfectamente qué es lo que me mantenía trabajando, tratando de ser la princesa del rock, y no de la mafia.
—Uno por los sueños que intento alcanzar. Dos por las estrellas que comienzan a caer. Tres, este va por mí, que estoy trabajando tan duro... Tomaré un respiro seguiré adelante —entonces respiré profundo y el alma me entró por los pulmones hasta inundarme el cuerpo. Entonces recordé a mis dos estrellas que habían comenzado a caer en este momento en específico. Era una técnica que había empleado por inteligencia emocional, el identificar dos situaciones positivas en ese momento, dos cosas buenas que estuvieran por pasar y que me dieran fuerzas para continuar cuando me sentía atascada.
Inesperadamente, sonreí al ver a Midas entre ellas.
Esos ojos claros, con esa sonrisa brillante que me hacía saber que pensaba que estaba haciendo el negocio de su vida. Me detuve al pensar en ello y suspiré. ¿Cómo un solo gesto podía proporcionar tanta calma e inquietud al mismo tiempo?
Levanté las manos del teclado y negué con la cabeza. «Eso sí que no, Clay», me ordené a mí misma con voz de mando. No iba a pensar en la sonrisa de Midas como una de mis estrellas. El tipo era muy lindo, tenía una sonrisa hermosa, y no podía darme el lujo de mirar de forma linda a quien era mi "dueño" por los siguientes doce meses.
El sonido del móvil me desconcentró por completo y casi gruñí al ver que la pantalla indicaba Número Desconocido. Atendí la llamada mientras desactivaba la cámara para evitar que Derrick tuviese acceso visual a mi nueva oficina.
—¿Qué quieres? —fingí voz tranquila, aunque evidentemente no me interesaba hablar con él.
—Si no querías hablarme, ¿por qué atendiste la llamada? —soltó con esa voz ronca tan "Derrick" de su parte.
—Pensé que podría ser... —pero mi padre nunca me llamaba, así que era evidente que estaba mintiendo también.
—Casi —dijo en código. Suspiré, entonces mi padre quería hablar conmigo.
—Te extraño tanto que no se me ocurre qué decirte —le dije en esos breves minutos de vulnerabilidad en los que sabía que podía ser vulnerable—. Necesito inspiración para escribir, estoy muy bloqueada porque realmente te extraño demasiado y me molesta en cantidades que no tengas interés en verme.
—Nunca dije que no tuviera interés en verte —chisté.
—Tus acciones te delatan —pero después de que dije eso me arrepentí. No podía reclamarle a mi padre por no poder tener una salida, o siquiera una conversación telefónica normal conmigo, él era una de las 5 personas más buscadas de los Estados Unidos.
—Perdóname, princesita hermosa. Perdóname —suplicó y por un momento deseé matar a Derrick por poner esa voz suplicante muy "de mi padre".
—No importa.
—Te compensaré —volvió a prometer y yo negué con la cabeza.
—No puedes.
—Puedo intentarlo —aseguró.
—No quiero, me vas a hacer perder mi trabajo —traté de ser todo lo enfática que podía, pero Midas había sido claro, no quería que tuviese nada que ver con la mafia.
—Escribe sobre mí —susurró con la voz más baja todavía, y entonces supe que ya mi padre no estaba en la sala. Chisté y tuve deseos de lanzar el teléfono por la ventana, como si eso le fuera a hacer algún daño.
—Sé que has sido tú quien ha dicho eso —le acusé cambiando súbitamente mi humor por uno más beligerante.
—No me avergüenza, puedes inspirarte en mí.
—Y tú puedes besarme el trasero —repliqué antes de colgar el teléfono y mirar el piano con cierto odio en mi alma. Sabía bien que Derrick habría dicho cualquier respuesta elocuente sobre que estaría encantado de besarme cualquier cosa, y eso me generó más odio, porque yo solamente quería que dejara de estar en medio de mí y mi padre.
La verdad odiaba todo lo que estaba en medio, no solo él, y esto me traía un grandísimo problema de actitud con el que tendría que limpiar tarde o temprano. Pero entonces un sonido de guitarra eléctrica se dibujó en mi mente con tanta claridad que no tuve ni siquiera qué mirar el acorde para saber de qué se trataba.
Toqué la guitarra un par de veces y tracé una secuencia de acordes mientras tomaba mi libreta y comenzaba a escribir algo que iba perfecto con esa guitarra fiera, iracunda e histérica que acababa de tocar.
—Tú—uh eres el idiota más grande del planeta —canté enfatizando cada palabra y sonreí al ver lo bien que sonaba—. Cre—es qué mi vida gira en torno a ti —continué escribiendo una línea más y entonces cambié el ritmo de la guitarra aligerando un poco el acorde y dando entrada a un puente. Lo repetí y canté lo siguiente—. Pero solo estás en el medio, en medio de todo mi caos. En medio de todo lo que está mal... Y allí te quedarás —finalicé volviendo a tocar los mismos acordes que al principio. Me detuve mirando la letra de arriba abajo y solté una media carcajada bajando la guitarra cuando escuché otra risa un poco más allá y me sobresalté.
Y ahí estaba Midas, vigilándome. Su sonrisa Colgate y su pose de super modelo podían llegar a confundirte, pero realmente él estaba mirándome y escuchando mis desvaríos idiotas. Si oyó esa pedazo de composición tan mala seguramente cancelaría el contrato al salir de la habitación.
—Perdona —me aseguró—. ¿Interrumpí?
—Por Dios, no —le dije negando con la cabeza y arrugando la hoja con una mano.
—Pero si eso es un hit —aseguró acercándose un poco más al estudio con gesto divertido. Yo negué con la cabeza—. Claro que sí, todos quieren llamar idiotas a sus ex novios. Además, que el ritmo está muy pegajoso y... —yo solté una risa nerviosa.
—¿Ex novio? —pregunté.
—Bueno, eso parecía en tu canción —reveló con una media sonrisa mientras se paraba frente a mí.
—La verdad es sobre una situación —dije con cierto tono de verdad, ciertamente no podía llamar a Derrick mi ex novio, y tampoco admitiría que me inspiré en él para escribir una canción. Ninguna canción.
—Creo que es buen material, podemos hacer algo con ello —me aseguró cuando yo negué con la cabeza y presioné más la hoja arrugada en mis manos.
—No, por favor. Esto solo fue recreativo, la verdad es que puedo hacerlo mucho mejor.
—¿Dejar un posible hit por otra canción? Es una actitud temeraria —me dijo con esa media sonrisa suya que... Vaya que era bonita.
—Llámalo problema de actitud —le dije encogiéndome de hombros. Entonces una nueva melodía se dibujó en mi mente y fruncí el ceño. La reproduje con mi guitarra y él se quedó en silencio como si entendiera que yo estaba viviendo una epifanía. Entonces continué con el sonido e hice a penas un suspiro con mi voz que me ubicaba exactamente en la tonalidad de la canción, y lo sentí fluir desde mi diafragma, abriendo las paredes directas de mi corazón con sencillez.
—Tengo que ser honesta, no pienso ocultarlo, ya puedo decirlo, ya quiero soltarlo...—. Suspiré en un silencio suave y entonces seguí la melodía—. Pero y qué si no me entienden, y qué si no me escuchan... Y qué si se burlan, y qué si nada cambia...—. Entonces volví a repetir—. Tengo que ser honesta, no pienso ocultarlo, ya puedo decirlo, ya quiero soltarlo... Soy la voz que nadie ve, la voz que nadie quiere oír, las palabras que se deben decir y que nadie quiere pronunciar. Soy quien te recuerda hoy, que no es correcto ni estará bien. Deja de engañarte, ya deja de luchar, deja de resistirte, empieza a escuchar... —me detuve sabiendo que era perfecto, toda la frase, el cifrado, todo... Y no lo había grabado para reproducirlo más adelante.
Por todos los cielos, cuántas veces más me iba a pasar lo mismo. Me golpeé con la mano abierta antes de recordar que estaba acompañada.
—Eso fue mágico —comentó Midas, teniendo la bondad de obviar que me había golpeado frente a él—. Me encantan tus problemas de actitud.
—Pues espero que también tengas buena memoria, porque no hay manera de que recuerde todo lo que acabo de cantar —el miró a los lados y me mostró una luz roja que estaba en una de las esquinas de la sala de grabación.
—Siempre que eso esté encendido, se está grabando todo. Puedes encontrar los archivos en el ordenador del estudio—me aseguró y yo fruncí el ceño para notar que nunca había notado esa lucesita. A Dios gracias que nunca había o dicho ninguna imprudencia en esa sala.
—¿De verdad? —inquirí más aliviada que nada.
—Ojalá y los problemas de actitud de las otras personas sonaran así —me aseguró. Yo sonreí.
—No te has topado con mis reales problemas de actitud.
—Ya tendremos tiempo para hacerlo posible —se ofreció asintiendo lentamente—. ¿Quieres ir a almorzar? —negué automáticamente.
No podía darle lugar a tener una relación fuera de estas cuatro paredes con Midas. No importa si eso era una simple amistad, simplemente no podía.
—No almuerzo cuando trabajo.
—Eso es muy irresponsable de tu parte. ¿No sabes que tu cerebro no funcionará bien si no te alimentas adecuadamente? —yo le sonreí.
—Como muy bien, solo no lo hago en horas de trabajo.
—Qué responsable, pero soy un jefe permisivo y te dejaré comer e ir al baño si lo necesitas.
—Todos lo necesitamos.
—Es lo que digo, Clay. Vayamos a almorzar—. Yo solté otra carcajada pequeña ante la elocuencia de este chico que para nada parecía el tiburón desalmado que era.
—¿No tendrás problemas por llevar a tus inversiones a almorzar? —inquirí aunque no fuera a aceptarle la invitación. Él hizo una pose encantadora muy apropósito y se reclinó sobre su mano para dirigirme lo que juraría que era una frase irresistible.
—Soy un niño grande, puedo salir con quien quiera —y entonces yo me levanté negando.
—Bueno, seguramente, como niño grande entenderás que debo trabajar e irás a almorzar con quien quieras sin hacerme pataletas —bromeé levantándome de mi silla y él se extrañó por mi rechazo categórico. Pero al parecer lo entendió.
—¿Quizás otro día? —inquirió, y yo lo miré nada más.
—Quizás —no prometí, pero tampoco negué. Más que nada porque me gustaba la personalidad de Midas cuando no era un empresario y visitaba de lejos la posibilidad de que fuéramos amigos. Pero fuera de eso, yo podía reconocer que era una pésima idea.
Y justo ahora no tenía tiempo para ideas pésimas, debía sacar este hit y ser digna de la inversión que cargaba sobre mis hombros sin pensar en mi padre, ni en Derrick, ni siquiera en el drama personal que representaba toda esta situación y cómo debía dejarlo atrás para conseguir esa letra en la que seguía pidiendo a gritos lo mismo: no estaba dispuesta a aceptar que mi papá siguiera siendo un mercenario al que veía una vez por año.
Pero era más que evidente que esa súplica mía no serviría de nada para cambiar su estilo de vida, así que no tenía de otra que convertir mi corazón roto en un hit que me ayudara a salir de todas mis deudas lo antes posible.
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