6. Toda una desadaptada
Me detuve frente a la puerta de la casa de mi madre donde se suponía que mi hermana debía estarme esperando. Pero no era ninguna sorpresa que ella no estaba ahí. Nunca estaba a tiempo donde tenía que estar.
Esta bendita calle me alteraba los nervios y ella tenía esa súper espectacular manía de dejarme esperando por algo que seguramente era perfectamente lógico, pero a mí no me daría la gana de entender.
Traté de concentrarme en la música de mis audífonos mientras la señora Montés pasaba por la otra calle saludándome con una sonrisa. Le devolví el saludo con la misma amabilidad. Esa señora y este barrio de Queens me habían visto crecer, y ahora yo ni siquiera soportaba la idea de permanecer más de diez minutos en él.
Lo peor es que los diez minutos se estaban volviendo quince y sentía mi suerte desvanecerse con cada segundo del reloj.
De un momento a otro decidí que no iba a seguir esperando a Sophie y me aproximé para tocar la puerta de la vecindad en la cual vivía mi madre. Pero un brazo enroscado en mi cintura me detuvo de llegar a mi posición.
Sin pensar demasiado lo alejé con ambos brazos y alcé mi rodilla hasta aplastar un poco su entrepierna.
—Mierda, Emm, soy yo —dijo alejándose de mi pierna aniquiladora de descendencia.
—Oh, créeme que lo sé —le repliqué con tono mordaz.
—Por qué tan agresiva —expresó con su sonrisa encantadora sin soltarse la entrepierna como si le doliera. Y la verdad es que no sentía pena alguna por él. Seguro que se había lastimado al chocar contra mi bendita actitud.
—Creí haberte dejado claro que no quería que me hablaras nunca más —aclaré, pero estaba segura de que él lo sabía.
—Pues pensé que ya que habrían enfriado las cosas y podríamos hablar —explicó bajando la mirada en un gesto muy dulce, de esos que te generaban acidez, o diabetes o algún tipo de indigestión.
Eric era un chico lindo de cabellos dorados y ojos oscuros. Me enamore de él cuando tenía dieciséis y cuatro años después todo se fue al mismísimo demonio. Y no solo eso, sino que, en los dos años siguientes, de incontables formas me fue hundiendo en una versión bastante descarada de los niveles del infierno de Dante Alighieri con su bendita forma de jugar con mi inteligencia y mi amor por él hasta llegar al centro de la tierra.
Definitivamente ya no estaba para sus porquerías
—Puedo verte la pistola a través de tu franela, Eric, ¿podrías ser más descarado? —inquirí. Había terminado con él hacía veintiocho meses ya, y a sabiendas de que era un mafioso de primera, entre más lejos estuviera de mí, mejor.
—Dejaré todo por ti —me juró otra vez. Con esta ya serían un trillón.
—Si eso fuese cierto, ya lo habrías hecho —le aseguré.
—Bueno, renunciaré ahora mismo contigo presente —dijo sacándose el teléfono del bolsillo.
Yo puse los ojos en blanco e hice un ruido con los labios antes de intentar aproximarme nuevamente a la puerta. Pero él sujetó mis audífonos y los tiró hacia la parte trasera de mi cabeza. El fuego comenzó a subirse desde mis pies cuando sentí los cascos caerme en el cuello.
—¿Qué? —solté con molestia.
—¿No me crees? Estoy llamando a tu padre para renunciar. Volví a chistar.
—Si no lo hiciste cuando nos acostábamos, no lo harás ahora que te quiero a kilómetros de mi—le dije sin remordimiento.
—¿Eso es todo lo que fuimos para ti? ¿Acostones? ¿Así de simple? —yo solté una sonrisa con el único propósito de hacerlo enojar. Pero la verdad es que para mí no tenía nada de simple. Él lo redujo a eso y ahora yo era bastante tajante con respecto a nuestra antigua relación.
—Déjame en paz, Eric. Supéralo —le aconsejé concentrando mi mirada en otra cosa—. Y por el bien de ambos, deja de acosar a mi familia —le pedí amablemente.
—No voy a dejar nada, es obvio que todavía me amas —me dijo acercándose demasiado otra vez, mientras yo buscaba una posición cómoda para darle una patada si se pasaba de listo. Lo provoqué, me volví a reír y lo miré a los ojos.
—Mi papá no contrata empleados drogadictos, deberías dejar esos malos hábitos —le dije mientras me alejaba, pero él se aproximó y me sujetó del brazo con demasiada fuerza logrando cortarme la risa.
—Vas a escucharme quieras o no —me retó cuando yo tiré de mi brazo para soltarme y otro tipo se puso entre nosotros dos.
—¿O qué? —inquirió Jensen poniéndose frente a él y dándole un fuerte empujón que casi lo tumba al suelo.
—Este no es tu asunto, Jensen —le dijo Eric tratando de incorporarse.
—Tienes una orden de alejamiento interpuesta ante la fiscalía. Una llamada y te apresarán —exclamó Jensen, mi musculoso cuñado, levantando su teléfono.
—Se me va a acabar la simpatía un día, Emma —me amenazó cuando observé que mi hábil cuñado levantaba el móvil porque lo estaba grabando en video.
—¿Y? ¿Qué harás entonces? —me burlé.
—Voy a venir por lo que es mío y no podrás negarte —yo solté otra carcajada. Las drogas, o juntarse demasiado con matones seguramente lo habían vuelto estúpido.
—¿Y qué es lo tuyo? —él se frustró ante mi burla y se acercó para sostenerme cuando Jensen volvió a ponerse en medio haciéndolo retroceder.
—Dos segundos para desaparecer —lo amenazó Jen mirándolo intensamente.
—Tú eres mía, y no podrás esconderte para siempre —finalizó completando el video que Jensen seguramente llevaría a la corte para extender su orden de alejamiento. Acto seguido, y como si estuviese cumpliendo mis órdenes no pronunciadas, Eric se dio vuelta y se fue.
—Desadaptado —se quejó Jensen mientras se paraba frente a mí y me inspeccionaba.
—No interpongas una denuncia —le pedí. Jen me miró con gesto incrédulo.
—¿Y para qué le sacaste una confesión? —preguntó terminando de evaluar si Eric no me había hecho nada.
—En caso de que lo necesites luego —le dije cuando él sacó sus llaves para entrar a la vecindad.
—Necesito más información —solicitó al dejarme pasar por el pequeño pasillo hacia el interior de la vecindad.
—Esta sería su tercera advertencia, impondrían orden de captura —expliqué, Jensen chistó negando.
—Estamos de acuerdo en que se merece pasar unos meses en prisión —yo asentí al pasar por la entrada de las residencias de primer piso y seguí tras él hacia el tercer piso, donde nuestras familias vivían.
—Sus hermanos irían a un hogar temporal y su abuela enloquecería —le expliqué y Jensen suspiró.
—Supongo que por eso debemos dejar que te mate y te meta a su maletero —dijo con media molestia cuando yo suspiré ante la vena justiciera de mi cuñado. Él no podía concebir la idea de que alguien no recibiera lo que merecía. Por eso se había convertido en fiscal, y por eso requeriría a mi hermana y toda su manipulación evitar que Jensen presentara cargos contra Eric.
Yo no iba a discutir con él, porque no tenía caso y porque él tenía razón. Pero eso no quitaba que me sintiera como un gusarapo dejando a la familia de Eric prácticamente en la calle.
—¡Mi niña hermosa! —exclamó mi mamá corriendo desde la cocina y abriéndome los brazos de par en par.
Instintivamente caminé a pasos largos hacia ellos y la abracé como tenía un buen rato sin hacer. Habían sido dos semanas realmente complicadas y ya me estaba hartando de vivir. Sin duda un abrazo de mi mamá me recargaba un poco las baterías.
Mamá me puso al día rápidamente con todo lo que había sucedido en casa en las últimas semanas. Me entregó las llaves de mi moto, ya que el abuelo finalmente había terminado de arreglarla y me dio unas galletas de avena que me hicieron sentir mimada por un rato.
Para cuando Sophie llegó ya yo estaba más tranquila con respecto a mi encuentro con Eric, así que la dejé abrazarme y alborotarme el cabello, porque me hacía falta también.
Le tomó un par de minutos darse cuenta de que su novio estaba detrás de mi tomando un vaso con agua y entonces soltó una brillante sonrisa de las que te dan envidia.
—¿Qué hace mi guapo novio tan temprano en mi casa? —le preguntó cuando Jensen se dio media vuelta dejando ver sus ojos enamorados al ver a mi hermana sonreirle. Se acercó a darle un beso breve y ella lo abrazó un poco. Fue entonces cuando él le señaló el bolsillo interno de su chaqueta y ella como siempre se aproximó a inspeccionarlo por si misma.
Entonces sacó de él un pequeño bombón de chocolate envuelto en papel brillante.
—Gracias, amor —susurró ella con una sonrisa alegre. Las dos grandes pasiones de mi hermana reunidas en un solo espacio: Jensen y el chocolate.
Le dio un beso breve y luego se quedó buscando más chocolate en el otro bolsillo de su chaqueta como tenían acostumbrado a jugar.
Yo enterré la cabeza en la taza de café para darles algo de privacidad.
Se preguntaron unas cuantas cosas antes de darse cuenta de nuevo que estaban en el mundo real con otras personas.
—He venido a rescatar a tu hermana, parece —retomó Jensen caminando hacia la mesa cuando Sophia haló mi taza de café y le dio un sorbo. Puse los ojos en blanco.
—¿Salvarla? ¿De qué? —inquirió mirándome. Abrí la boca para hablar, pero Jensen me. Interrumpió.
—De su novio desadaptado —replicó y yo puse los ojos en blanco—. Y he tenido que hacerlo porque siempre la dejas esperando —la regañó, ella ni siquiera le refutó.
—¿Quién? —inquirió con esa expresión protectora suya.
—Eric no es mi novio —me quejé.
—Debe serlo, la arrinconó contra la puerta y no quiere que interponga la evidencia para que lo procesen —expresó como si no lo pudiera entender.
—¿Qué hizo qué? —soltó Sophia sin seguirnos demasiado en la conversación.
—Lo que oíste —respondió Jensen mientras se metía algo a la boca, una botana o alguna cosa. Yo me aburrí de su juego.
—¿Vamos a hablar de trabajo? —pedí. Ya quería irme de Queens.
—¿Estás bien? —preguntó mirándome a los ojos. Yo asentí.
—No te preocupes tanto y dime por qué tardaste tanto.
—Estaba en una reunión con Midas —aclaró y yo me figuré a perdonarle su demora.
—¿Y bien? —inquirí mirándola a los ojos cuando ella se dio media vuelta y se dirigió a su novio.
—Lindo, mamá quería que hicieras algo por ella —él asintió.
—Si no quieres que esté presente en su reunión de trabajo, está bien, linda —dijo tomando su taza de café. Le dio un beso en el cabello y yo esperé pacientemente a que Sophia se incorporara.
—Parece que Jensen ya logró exasperarte hoy. No quiero que se ponga a opinar sobre esto —musitó cuando yo sonreí de medio lado.
—Jensen no me exasperó —admití—. De hecho salió en mi defensa, pero todavía no soporto a Eric cerca —me quejé. Sophia puso una mano sobre la mía y trazó un círculo tranquilizador.
—Lo siento —repitió y yo me sentí asqueada por el breve momento de lástima.
—Entonces, Midas —introduje y ella automáticamente entró en modo mánager.
—No te voy a mentir, Emm, el contrato de Midas es una auténtica porquería —yo fruncí el ceño.
—¿En serio?
—Te lo juro —me aseguró con los papeles en la mano—. Como venderle tu alma al diablo.
—¿Nuestra alma? —inquirí insinuando que no se le ocurriría dejarme sola.
—Tu alma, es tu imagen lo que estás vendiendo.
—¿Y entonces qué hacías reunida con él? —pregunté mirando los tres contratos que ella comenzó a esparcir en la mesa.
—Estaba tratando de convencerme de que era la mejor opción.
—¿Y? —quise saber. Sophie bajó los papeles y me miró.
—No lo sé —replicó.
—Tenemos que firmar esta semana o perderé el contrato con Avril Lavigne —presioné. Ella suspiró con frustración.
—Yo redacté los términos de ese contrato, Emma. No me presiones.
—¿Qué debo hacer? —Sophie suspiró y negó con la cabeza.
—No hagas nada —dijo—. Sé mi asistente por un año y luego volveremos a intentarlo —yo solté una carcajada amarga.
—¿Desertar? ¿En serio? —ella sonrió al mirarme y me mostró su artículo.
—Creo que la mejor opción es venderle tu alma a Midas —yo me sorprendí considerablemente.
—¿Es en serio? —ella negó contrariada.
—Emma, por favor. No me pidas que te asegure nada, que preferiría que no tuviésemos qué hacer nada de esto —yo me sentí insegura por su propia inseguridad.
—¿Qué sucede? —ella me puso al frente del contrato de Midas.
—Firmas esto y le vendes a Midas tu imagen, tus entrevistas, tus publicidades, tu agenda, y tu tiempo —explicó señalando todas las secciones subrayadas en las que especificaba todo lo que estaba diciendo.
—¿Por qué Midas creería que yo iba a hacer tal cosa? —inquirí.
—Porque la música es tuya —reveló—. El estilo de música, las letras, los arreglos, la producción, el tema, el género, los músicos, la calidad sonora de los conciertos. Todo es tuyo —añadió. Yo me sentí súbitamente tentada.
—O sea que puedo cantar lo que quiera, ¿pero no puedo decir lo que quiera en una entrevista? —solté como si fuese ilógico.
—Exactamente eso es lo que te ofrece este contrato.
—¿Por qué? —le pregunté sabiendo que ella tenía la respuesta.
—Porque los medios consideran que eres una desadaptada, y la crítica te destruye todos los días —dijo como si fuese algo obvio.
—Toda una desadaptada —me quejé.
—Midas quiere cambiar tu imagen para alejarla de los problemas, y que más personas te escuchen —explicó finalmente.
—Y si todo eso suena tan maravilloso, ¿por qué no crees que debo tomarlo? —Sophia suspiró y se sonó el cuello.
—Porque es un contrato muy restrictivo, y no puedes romperlo —aseguró.
—Todos los contratos pueden romperse —explicó.
—Este es un contrato multimillonario —dijo—. Si lo rompes, no tendrás con qué pagarlo.
—Entonces no puedo arrepentirme, eso es lo que te asusta —Sophia me miró a los ojos.
—Lo que me asusta es tu actitud —aseguró—. No estoy segura de que puedas sostener los términos de este contrato —yo chisté.
—Gracias por tu confianza —me quejé.
—Esto es en serio, Emma. No es que mañana ellos pueden mandarte a usar un corpiño y puedes decirles que no —yo levanté una mano.
—¿Crees que las cosas tomen esa dirección? —le pregunté con temor.
—No, hay una cláusula de cero sexualización explícita —aclaró.
—¿Entonces? —ella suspiró.
—Que no puedes echarte atrás si haces esto, debes hacer todo lo que te digan —yo presioné los dientes ante esta idea y la miré a los ojos.
—¿Tu también crees que soy una desadaptada? —inquirí retándola.
—No es eso —respondió—. No te ofendas, Emm.
—Ya me ofendiste, pero no importa. ¿Qué otra opción tengo? —le pregunté.
—Aceptar el préstamo de alguno de los otros inversionistas —me recordó. Yo suspiré.
—¿Y por qué no consideramos eso? —ella ladeó la cabeza.
—Los intereses del préstamo son altos, y no tenemos garantía de éxito —yo fruncí el ceño.
—¿No tenemos? —Sophia metió la cabeza entre las manos.
—Tu imagen está echa un desastre, Emma, ¿quién crees que va a trabajar con nosotros aun si puedes grabar el disco? —yo me frustré y comencé a recoger los documentos uno a uno.
—Vale, no pasa nada. Yo resolveré esto —dije con molestia cuando ella puso su mano sobre la mía.
—Entiéndeme —me pidió.
—Te entiendo, Soph, soy toda una desadaptada, y no hay forma de que pueda tener éxito a menos que le venda mi imagen a un completo extraño —le dije recogiendo todas mis cosas.
—No es eso, es que esta no es una decisión sencilla para... —yo negué con la cabeza mirándola.
—No te preocupes, ya lo resolveré.
—Emm, por favor, no seas malcriada —me volvió a pedir tratando de detenerme, pero yo simplemente la miré.
—¿Malcriada? ¿Te parece? —le pregunté—. Ya me aconsejaste legalmente, ya me dijiste cuáles son las implicaciones, deja que yo me haga cargo.
—No creo que seas toda una desadaptada, solo no quiero que tomes una mala decisión —yo suspiré y negué.
—Tal parece que solo tengo para escoger la mejor entre las peores decisiones —me quejé y ella negó con la cabeza.
—Aun puedes ser mi asistente —me ofreció y yo negué.
—Voy a resolver esto —le prometí.
—No te equivoques —dijo añadiéndole presión al momento.
—Si lo hago, lo vas a resolver, como siempre —finalicé antes de darle un abrazo y tomar las llaves de mi moto para irme de ese lugar.
***
Por aquí estamos otra vez! ¿Qué les pareció?
¿Cómo les cayó Eric?
¿Qué tal les parece Jensen?
¿Ustedes firmarían el contrato de Midas?
¡Quiero saber de ustedes jeje cuéntenme! Déjenme su estrellita y háblenme!
ATTE:
E.C Álvarez
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