4. Los sueños que intento alcanzar
Trevor Adams
Ajusté mi traje nuevamente y suspiré al darme cuenta de que ya estaba arriba. De hecho, estaba en la cima de los edificios que acababa de ver desde la terraza. La ciudad de New York se veía tan pequeña y yo estaba sobre ella.
Siempre estaba sobre ella y era tan inútil.
La simple apreciación de que era cientos de veces más pequeño que los rascacielos me había dado una nueva perspectiva. Y ahora estaba aquí arriba, respirando pausadamente, volviendo a alinear mi traje mientras esa cancioncita taladraba mi cabeza.
—Uno por los sueños que intento alcanzar –susurró con esa voz suave. Esa mujer hermosa, tan distinta de lo que acostumbraba a ver en mi empresa—. Dos por las estrellas que comienzan a caer –siguió mientras yo me concentraba en ese sonido angelical que salía con suavidad de sus labios. Dejé de mirar los edificios para verla, era evidente que no tenía ni idea de la magia que emanaba de ella mientras sus ojos se concentraban en el cielo—. Tres, este va por mí, que estoy trabajando tan duro –siguió y yo sentí que estaba componiendo ese lullaby para mí en ese momento—, tomaré un respiro seguiré adelante.
Ahora estaba por encima de toda la ciudad, en la parte más alta del rascacielos donde podía ver otros edificios pequeños y darme cuenta de que estaba muy por encima de todo esto. Yo había entendido su canción, y ahora me sentía extrañamente tranquilo.
—¿Estás bien, Trevor? –dijo Kristen interrumpiendo mis cavilaciones sobre la chica de la voz mágica que estaba en mi terraza.
—Bien, si –le repliqué—. ¿Sucedió algo más?
—Después de que te fuiste corriendo, no –explicó ella haciéndome entender que había notado mi necesidad de huir.
—¿Ninguna llamada ha llegado? –le pregunté.
—No –respondió.
—¿Sigues enojada conmigo? –hice mi última pregunta y ella negó.
—Estoy preocupada por ti –fue sincera.
—No deberías, estoy bien –le aseguré con algo de convencimiento.
—Se trata de tu hermano, Trevor. Es normal que no estés bien –yo chisté al verla mirarme con lástima. Esa era Kristen, mi secretaria, y mi única amiga real. Tendía a tratarme con condescendencia cuando sabía que algo me afectaba, y yo lo odiaba.
—Te equivocas, estoy perfecto —le aseguré cerrando mi traje.
—Tienes una reunión en dos minutos —me explicó y yo salí de mi escritorio para ir directamente hacia la sala de juntas.
—Gracias, Kris, no sé qué haría sin ti —le aseguré con amabilidad para tratar de compensar mi pataleta de hacía un rato.
—Deberías valorarme, Trev —replicó ella entregándome una carpeta con la propuesta de negocio que traía una chica. Ya la había observado, y francamente era bastante interesante ver cómo ofrecía la idea de una rockstar como si fuese un negocio rentable para mí.
No me interesaba demasiado el arte, este fluctuaba mucho, era inseguro e impredecible. Los artistas se cansan, se enferman, dejan de estar inspirados, se vuelven drogadictos con su dinero. Esto no era mi idea de inversión, porque me sonaba a pérdidas por donde fuera.
Aun así, decidí salir a la sala de juntas, que quedaba en el mismo piso que mi oficina.
—¿Qué piensas de la propuesta? —preguntaba Ernest a una de las chicas cuyo nombre no recordaba ahora. Yo abrí la carpeta y miré los números en ascenso de la cantante. Pero también había oído noticias sobre ella hacía un par de horas, y su fama no parecía ser de lo más impecable como para retener la simpatía del público.
—Creo que es una pérdida de tiempo que hayamos aceptado esta reunión —respondió Alfred sin que nadie le preguntara. Entonces yo me senté en uno de los últimos asientos de la sala y miré como Bree se sentaba cerca de mí.
Maldije por lo bajo al verla subirse un poco la falda para insinuárseme otra vez. ¿Qué tenía que hacer para que dejara de ofrecerme sexo por un aumento en las acciones?
No me interesaba el sexo, al menos no de ella que era una mujer madura, no muy agraciada y para nada divertida.
—Hola, Trev —me saludó casi poniéndome sus senos enfrente de la cara.
—Bree, buenas tardes —dije mirando la carpeta fijamente.
—Oí lo de tu hermano, lo siento mucho —yo levanté la mirada. ¿Cómo había podido enterarse de ello?—. No te asustes, quedará entre tu y yo —dijo con un tono que no sonó ni coqueto, ni solidario ni mucho más—. ¿Estás bien? —añadió.
Yo abrí la boca para responderle, pero algo en el fondo, tras las puertas de cristal se robó toda mi atención. Entorné la vista y pude verla. A la chica de la voz mágica caminar por el pasillo negro y mirar con fascinación mis murales de estrellas. Sonrió y el brillo del oro en las paredes hizo brillar también su sonrisa para luego pasar a esta sala oscura que no reflejaba en nada mi personalidad, ni la suya.
Entonces lo noté: esa chica, la de la voz mágica, era Clay, la cantante que iba a hacernos la oferta de inversión.
—Te estoy hablando, Trev —añadió Bree sosteniéndome el rostro mientras su cabello pelirrojo ensortijado se movía al compás de sus palabras.
—La quiero —dije con voz firme cuando Bree se me quedó mirando.
—¿Qué? —yo miré a Alfred, que estaba sentado al frente de la mesa de negociaciones y fui total y completamente claro.
—Quiero firmar con Clay —le dije con seriedad.
—¿Te volviste loco, Adams? —soltó Ernest casi con asco—. No sabemos nada de su mercado, la historia de la chica es un desastre.
—¿Cómo se llama esta empresa, Ernest? —inquirí con suficiencia y él tragó grueso.
—Sé que es tu empresa, pero no tenemos experiencia con la música —replicó.
—No la teníamos en alimentos, ni en juguetes, ni en medicinas, y aquí estamos distribuyendo para toda América —repliqué con seguridad.
Yo podía ser un rotundo desastre en algunos aspectos, pero mis negocios eran lo único que sabía hacer en la vida, y sabía que esa chica era una maldita mina de oro.
—¿Estás seguro de lo que dices, Adams? —inquirió Robert, el más viejo de los socios.
—Quiero que le pongan un cheque en blanco a Clay si es necesario —ordené.
—Parece que te enamoraste —soltó Alfred con ironía. Ernest se les quedó mirando a las chicas y soltó una sonrisa amplia e inquietante.
—No es para menos, son preciosas —replicó y yo puse los ojos en blanco.
—No seas baboso, Ernest, vamos a perderlas si te pones en tu actitud extraña —le soltó Bree antes de sentarse en su asiento.
—Solamente voy a hacerlas pasar —dijo Ernest levantándose para ir a abrir la puerta y recibir a las chicas.
Primero pasó una chica un poco mayor que Clay. Tenía los ojos más oscuros, la piel morena y el cabello oscuro liso y ensortijado en las puntas. Su mirada era firme y su atuendo era impecable. Sin duda alguna era su manager o alguna especie de abogada.
Detrás de ella entró Clay, con el mismo aspecto llamativo y único que tenía en la terraza. Era una mujer alta y delgada, con el cabello liso y oscuro que caía en capas y tenía algunos reflejos en tonos grisáceos. Sus ojos grises miraban con atención a todos los socios al momento, y su expresión de asco me demostraba que ya Ernest había comenzado con sus babosadas.
—No necesitamos conversar nada –comenzó Alfred nada más de iniciar la conversación—, ya con ver a la mismísima Clay, estamos de acuerdo en que debemos comprarla –casi vi el asco en la cara de la chica, hizo sus manos puños, como sus comisuras se tensaron. Alfred no hizo lo correcto, ese infeliz había arruinado mi negocio con dos palabras necias.
—Buenas tardes, hemos venido a hacerles una propuesta de negocios –introdujo su manager con una fuerza increíble. Si el negocio la incluía a ella también, esto sería una ganga total. Pero ella seguía contrariada por la mirada inquisidora de Ernest sobre su cuello.
—No, linda, las propuestas aquí las hace Midas –explicó Ernest—, queremos comprarte.
En un breve instante la mirada furtiva de Clay se cruzó con la mía mientras la veía con la barbilla alzada y los hombros bien atrás, como quien no tiene miedo de nada. Su pose era de guerrera, no venía aquí a rogarnos por dinero, y no lo haría, aunque lo necesitara.
—No estoy en venta –finalizó después de retirar su mirada de mí. Su respuesta no me sorprendía, solo me hacía quererla más en mi empresa.
—¿Y entonces qué haces aquí? –soltó Bree entre dientes con un tono sumamente desagradable. Yo respiré profundo y aguardé para observarla desenvolverse un poco más ante la presión.
—Chicos, no hay por qué ponernos desagradables. Escuchemos su propuesta –propuso Hannah, la más nueva del equipo de inversionistas. Pero Ernest se adelantó negando y vi a Clay observarlos a todos, lo que despertó en mí todavía más interés.
—Ya sabemos quién es Clay y lo que queremos de ella... —oí a Ernest balbucear y supe que esta chica no duraría aquí mucho más tiempo. Me levanté al mirarla centrar su atención en Ernest y desafiarlo con una pregunta que no pude entender. Caminé hacia la puerta trasera y seguí andando por mi oficina hasta el otro lado para salir al pasillo que daba hacia el ascensor y escuché una pequeña discusión antes de salir por la puerta lateral y ver como Clay se tropezaba con los tacones y un trozo de la maldita alfombra levantada que había mandado a arreglar hacía 2 días ya.
La sostuve desde la cintura, porque se estaba cayendo de una forma muy aparatosa, la levanté y la sostuve hasta que vi que se le había roto el tacón.
Abrí la boca para decirle algo, pero su mirada fiera me detuvo. No la solté inmediatamente porque pensé que podría caer de nuevo, pero ella puso sus manos sobre mis antebrazos y las empujó para que se las quitara de encima.
—Gracias por tu conveniente invasión a mi espacio personal —fue lo primero que dijo con un tono algo mordaz. Yo alejé mi cuerpo del suyo y la miré.
—Lo lamento mucho, por todo —fui honesto. Odiaba que Ernest hubiese arruinado este negocio.
—No tienes que disculparte, yo fui la grosera —replicó bajando la mirada cuando su manager se acercó para ayudarla a mantenerse de pies con su tacón roto—. Discúlpame con los inversionistas y con el señor Adams —pidió logrando sorprenderme.
—¿Por qué te disculpas? —inquirí. Si Ernest me hubiese tratado a mi como lo hizo con ellas, probablemente le habría dado un puñetazo. En mi opinión, Clay sabía lo que valía y el hecho de vendernos su alma por unos dólares no era algo que ella iba a hacer ni en un millón de años.
—Que ellos no sepan tratar con humanos no quiere decir que yo sea igual —replicó mirándome de frente—. Lamento hacerte perder tu tiempo —añadió antes de bajar la mirada y comenzar a caminar. Entonces supe que no estaba equivocado. Caminaron por el pasillo hasta el ascensor y yo me aproximé al verlo llegar.
—Mantengo mi oferta, Clay —le dije. Ella frunció el ceño.
—¿Qué oferta? —dijo volteando. Le hizo una señal a su manager para que bajara en el ascensor y se quedó mirándome de frente.
—Un cheque en blanco, tú pones el precio —pero en lugar de sorprenderla, ella sonrió con ironía.
—¿Para eso te mandaron? Una pena, lucías distinto.
—Hablo en serio. Puedo abrir una productora entera solo para que grabes tu disco. Financiar tus videos, poner tu rostro en cada póster de esta ciudad, portada de revista y caja de cereal —volví a ofrecer cuando ella volvió a sonreír.
—Dile a Midas que no quiero su dinero ni su fama —me pidió—, y discúlpame si mi respuesta te causa problemas, pero el dinero no puede comprarlo todo.
—Es solo una transacción —le expliqué—. Tú tienes algo que yo quiero, y yo tengo algo que tu necesitas.
—No te voy a vender mi talento —fue clara, como si fuese lo único que tenía en la vida.
—Tampoco quiero comprarlo —fui honesto, y entonces logré captar su atención por primera vez.
—¿Qué es lo que quieres? —me preguntó con gesto cansino.
—Quiero producirte, Clay —ella frunció el ceño.
—¿Eres productor musical? —soltó mirándome de arriba abajo—. El dinero no va a hacerte crecer un título de productor musical —se burló.
Uh, golpe bajo. Pensé al ver su gesto cansino. Pero yo sabía que algo la mantenía en ese pasillo y necesitaba saber qué era.
—Y entonces tu si eres productora —traté de burlarme igual que ella, pero lejos de retraerse se cruzó de brazos y me miró con esa suficiencia con la que hacía tiempo nadie me lanzaba.
¿Era raro que hasta cierto punto me emocionara que esta mujer no me estuviera lamiendo las suelas por dinero? Cada palabra la hacía aun más interesante.
—Lo soy, estoy titulada como técnico en audio y sonido. Además de producción musical.
—¿Qué hace un productor sin dinero? —le solté y ella puso los ojos en blanco.
—Qué maduro —se quejó antes de recargar su peso sobre el otro pie.
—La música para ti es un sueño, ¿no es así? —le pregunté. Ella sonrió y negó logrando sorprenderme una vez más.
—La música es mi estilo de vida —explicó—. Podríamos hablar de esto tomando un café cuando yo haya tenido oportunidad de cambiar mis zapatos y quitarme el olor a buitre que me dejaron tus empresarios —bromeó de una forma tan natural que estaba casi seguro de que ella misma se sorprendió de su coqueteo sutil.
—Acepto el café, si me dices qué necesito hacer para que firmes nuestro contrato —ella soltó una carcajada fresca y negó.
—¿Por qué el tal Midas querría firmar conmigo? Ve y dile que ni siquiera me parezco a su empresa —me dijo como si lo supiera con certeza—. Sería estúpido tratar de comprarme. No le daré más que problemas.
—Porque quiero que cada persona en este mundo de mierda escuche tu voz cuando sienta que no puede más —le repliqué—. Porque quiero poner tu música, tu melodía y tu actitud endemoniada donde todos puedan verla, para ver si así entienden que hemos hecho todo mal y que ya viene siendo hora de callarnos y escuchar —finalicé y la vi mirar el pasillo oscuro detrás de mí.
—Tú eres Midas —asumió y yo asentí con orgullo.
—Trevor Adams, para servirte —le dije adelantándome para darle la mano. Ella extendió la suya y me dio un apretón firme.
—Emma Clayton —se presentó—. Envíale el contrato a mi manager y veré que ella te dé una respuesta —dijo con la mayor de las seriedades cuando yo asentí.
—¿Y sobre ese café? —le pregunté yendo un poco más allá cuando ella negó con la cabeza.
—No es lo más conveniente —expresó.
—¿Es porque seré tu jefe? Porque en esta compañía no tenemos politicas de... —comencé a bromear cuando ella negó sin pizca de humor.
—Nunca dije que firmaría el contrato —replicó con seriedad cuando yo me quedé en el sitio. Pensé que nos habíamos entendido, pero algo había cambiado.
—¿Por qué no? —solté con incredulidad.
—Mi manager es muy exigente —dijo tocando el botón del ascensor.
—Deberías decirle que suba a hablar conmigo, así puedo hacer un contrato a la medida de ambos —pero ella negó y el ascensor se abrió.
—Quiero ver qué me ofreces sin que yo te pida nada —explicó al entrar—. Así sabré si todo lo que me has dicho no es más que charla barata de tiburón —entonces levantó la mano para despedirse y me sonrió—. Buenas tardes, señor Adams, muchas gracias por su tiempo —finalizó antes de tocar el botón y desaparecer detrás de la puerta del ascensor.
***
Con este capítulo empiezo el año y de antemano me disculpo por la tardanza. Es que las navidades han sido una locura. Pero bien! Aquí sigo para avanzar en esta historia mágica jeje... Se los dejo!
Un abrazo grandote! Y feliz año 2022
Atte: E.C Álvarez
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