perduras en mi mente
Estaba observando el bello paisaje silvestre, todo envuelto en verde y su viento fresco de mañana. Le daba tranquilidad, pero el peso en su pecho lo atormentaba, eso sería lo único que lo acompañaría, como un peso doloroso en el alma.
Dazai miraba todo a su alrededor en aire de nostalgia, se tendría que ir de ahí.
Del lugar que fue su hogar, donde compartió su niñez con su querida madre, solo con ella.
Dió un largo suspiro, se levantó de su lugar en el cómodo piso, cerró la ventana, y con ello el acontecimiento.
— ¡Dazai-san, vámonos!
Escuchó que le llamaban, tomó su maleta, y antes de irse vió por última vez su habitación, su refugio de los monstruos cuando era pequeño, de la maldad y el sufriento del mundo.
Un día, simplemente ambos tocaron a su puerta.
Pero los recuerdos de su niñez están marcados en las paredes.
Sonrió, y se fue, pero se detuvo en la habitación de su madre. Aquel lugar completo de amor y cariño. Caminó directamente al espejo y tomó una foto que había en el costado de ahí, y se apresuró en desaparecer, pues le estaban tocando la bocina.
A bajo le esperaba Atsushi, su hermano menor y el más pequeño.
—¿Listo, Dazai-san?
Dazai le observó fijo, a pesar de todo, él aún se mantenía positivo.
También se mantendrá positivo.
Le sonrió.
— Vámonos, Atsushi-kun.
En el fondo de su mente se escuchaba su dulce risa envuelta en alegría.
Ella aún vivía en su mente.
(…)
Las calles eran emplinadas y habían muchas bajadas, y el aroma marino se sentía fresco.
— Llegamos —dijo emocionado Atsushi, observando su alrededor.
Dazai no le gusta el lugar, pero encuentra bonito las casas de aquí, de colores que se ven antigüos pero se ven bellos a la luz del sol.
La playa no es para él.
La detesta.
— ¡Un gato! — exclamó Atsushi al ver en su ventana a un felino posado en un balcón demasiado alto.
A Atsushi le fascinan los gatos.
Dazai miró por su ventana y lo que vió un perro.
Hizo una mueca de disgusto.
No le gustan los perros.
— Vamos llegando, chiuau chiuau — Canta Atsushi todo animado.
Los viajes largos le distraían, y si que fue largo, del sur del país llegaron a la playa, un viaje de nueve horas. Con paradas y descansos.
— Vamos llegando, chiuau chiuau — Se le sumó al canto la conductora, quien era su tía.
Yosano Akiko, tía de ambos.
— Atsushi entra la cabeza.
Y su segunda mamá.
— Había un gato. — dijo de excusa Atsushi.
Y Atsushi se entretuvo comiendo galletas, y mirando la ventana.
El tiempo pasaba, mientras transcurrían las calles que de a poco encendían sus luces en los negocios y hogares.
Se alejaron un poco del centro del pueblo, entraron por una calle completa de casas grandes pero humildes, donde transitaban poca gente, y luego doblaron otra calle, y el motor del auto se detuvo.
— Llegamos.
— ¡Abueloo! — Gritó con llanto de alegría, y en segundos ya estaba abajo del auto y abrazando a un señor alto con cabello albino largo.
— Fukuzawa — Saludo Dazai, dándole la mano al hombre.
Fukuzawa Dono, era su abuelo.
Atsushi lo tenía sujetado de las piernas, sin intención de soltarlo.
— Tanto tiempo, Dazai, Atsushi.
Y Dazai no retuvo su acción, es que esa forma cálida le recordaba a alguien, y lo abrazó.
Yosano de lejos observaba la vista conmovedora, y sonrió con nostalgia.
(…)
— Esta será tu habitación — abrió la puerta, dejando ver una habitación con un ventanal, un mueble con algunos libros, un escritorio y una cama.
El lugar era estético y cómodo.
— Gracias, Fukuzawa.
Él asintió y cerró la puerta.
Dazai era un flojo, así que de inmediato se tiró en la cama, sin importar si no la habían movido por mucho tiempo y que salga un bicho.
Solo quería descansar.
Quería paz mental.
Lo anhela.
Unos toques leves en su puerta, hizo que abriera los ojos.
Y entró Atsushi.
— Dazai, vamos a ver el jardín — Dijo feliz Atsushi, pero de manera calmada.
— Estoy cansado, Atsushi — Dijo cerrando los ojos nuevamente.
— Por favor, vamos a verlo.
— Quiero dormir.
Atsushi se acercó a la cama y sacudió el hombro del castaño.
— Atsushi — Dijo con molestia.
— Era el jardín que cuidó mamá de pequeña.
Algo en su mente lo hizo despertarse y levantarse.
Atsushi le miró, y sonrió.
Dazai adora a su madre.
Y en poco tiempo ya estaban en el jardín.
El jardín era pequeño comparando al que tenían en casa, pero se veía hermoso y hogareño.
— El abuelo a cuidado muy el jardín, a seguido cada paso de mamá y a funcionado.
— Mamá era una genia.
Lo dijo con nostalgia.
— Me gustaba como hacía el Chazuke, nadie lo hacía mejor que ella.
Dazai observó a su hermano, lo atrajo a él y dijo:
— Yo aprendí a hacerlo igualito.
Atsushi se rió.
— La primera vez que lo hiciste se te quemó, y el Chazuke ni siquiera se calienta.
— Error de cualquier ser humano — Miró a otro lado.
Atsushi de nuevo río.
— Vamos a comer algo, tengo hambre, es como si no hubiera comido por dos semanas.
— Vamos, Atsushi.
(…)
Por la noche, Dazai se encontraba en su cuarto, tirado en la cama, con un diario en la mano.
El diario se lo entregó su madre.
Las páginas estaban desgastadas pero aún firmes, la letra que parecía de un doctor estaban talladas allí, pero él las entendía a la perfección. Su madre le enseñó todo tipo de cosas, y la primera fue que se aprendiera su letra, y ella siempre le decía cuando Dazai no entendía una palabra:
"Si entiendes la peor de las letras, entenderás cualquier escritura"
Él de pequeño no lo entendía, pero ahora entiende, y su madre tenía razón.
Su madre le enseñó el lenguaje de las flores, que significaba cada color y cada tipo, y cada tarde iban al jardín al ver al ocaso y enseñarle a como cuidar un jardín, y a una flor. A ella le encantaba la literatura, y sobretodo la poesía, daba muchas metáforas, que aún Dazai no entiende, y por aquello, le enseñó la literatura de muy pequeño, todos los tipos de géneros, para que él eligiera, ella le enseñó a leer y escribir. Y cada noche, Dazai le contaba un cuento a su madre antes de dormir.
Los tiempos con ella no volverán, y ningúna fotografía la hará juego con la verdadera belleza que tenía su madre.
Cerro lentamente el diario y lo dejo en la mesita, suspiró, se levantó y abrió un poco la ventana, y se quedó remarcado en el marco para que le llegue aire en la cara.
Que enfríe su mente, y con la brisa aleje su dolor.
El sonido de una suave voz interrumpió sus pensamientos.
— Dazai. — habló tímidamente.
— ¿Qué pasa, Atsushi? — respondió mirándolo.
Atsushi bajó la mirada, y jugó con sus dedos.
— ¿Me puedes contar un cuento, por favor? — dijo casi en susurro.
Dazai sonrió leve.
— Ven, Atsushi-kun.
Ambos se sentaron en la cama, los ojitos de Atsushi brillaban con emoción.
Y Dazai comenzó contando la historia, de un acontecimiento verdadero, pero con final feliz.
Mientras afuera, entre la neblina del mar, entre la melodía de las olas, alguien moja los pies en la playa, sintiendo el frío calar su cuerpo y su alma.
El color de su mirada hace deslumbrar su tristeza.
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