#4
Estaba junto a la ventana de mi habitación rosa, esperando a que llegara mi papá para que, como todas las noches, me contara un cuento, pero se estaba tardando en llegar, siempre regresaba a la misma hora, a las 20:00 ya sabía estar comiendo con nosotras, pero hoy ha sido la excepción.
Mi frente estaba apoyada contra el vidrio cuando escucho que suenan los teléfonos, el de la habitación de mis padres que queda a lado de la mía y el de la sala que está debajo de mi cuarto.
Había despegado mi frente del ventanal para ir a contestar, mi mano estaba en la manija de la puerta rosada con pequeñas mariposas pintadas, el sonido de los teléfonos se había detenido, al parecer mi madre ya había contestado.
Después de saber que mi madre también estaba despierta, había abierto la puerta para ir a la suya a esperar el regreso de mi padre, llevaba conmigo mi peluche favorito que mi padre me había obsequiado en mi tercer cumpleaños, era una leona.
La puerta de la habitación de mis padres estaba cerrada, cuando estaba por abrirla, unos gritos que provenían de adentro me habían detenido. Con cuidado abrí la puerta, ahí estaba mi madre con el teléfono en sus manos, estaba acostada en la silla junto a la pequeña mesa en dónde siempre se encontraba el teléfono y unos libros, estaba llorando, haberla visto así me dolió mucho.
— NO, NO, NO —era lo único que decía a gritos, haberla escuchado llorar así provocó en mí una extraña sensación en mi pecho, sin haberme dado cuenta lágrimas habían empezado a descender por mis mejillas.
Quería que mi padre estuviera aquí para que consolara a mi madre, pero todavía no había vuelto, sólo estábamos las dos solas en esta pequeña casa de dos pisos.
— Él no puede estar muerto —sollozó, su espalda se sacudía frenéticamente, alguien había muerto, eso me hizo pensar en mi padre en que muy pronto iba a llegar, pero al hacerlo mi pecho dolió más que antes.
Volví a mi habitación a seguir esperando a que mi padre llegara, estaba cansada, mis ojos ya no podían seguir abiertos, fui a traer mi pequeño banquito que estaba junto a mi cama, ahí se solía sentar mi padre cuando me contaba uno de sus cuentos. Ahí me senté para esperar a que llegara, tardó mucho más de lo que pensé, me quedé dormida junto a la ventana.
— Hija —la voz se escuchaba lejana.
Abro mis ojos poco a poco, sigo sentada en esa silla que me trajo una enfermera, mis brazos y cabeza están apoyados en la camilla. Recuerdo perfectamente dónde estoy, me levanto para ver a mi madre que increíblemente sigue viva, aun cuando todos decían que estaba muerta, cuando todos dejaron de buscarla, cuando me decían que dejara de buscar, nunca perdí la esperanza.
— Ya no llores, estoy bien —me lo dice tan tranquila como si no le hubiera pasado nada, como si no hubiera vivido un tormento porque esa es la realidad de todas las víctimas que han pasado por un secuestro.
Sé lo que se siente vivir en una pesadilla como esa, me da demasiada tristeza y rabia a la vez porque mi madre haya tenido que pasar algo así.
No hubiera soportado perderla, a ella no, es una de mis anclas, aunque no se lo diga es lo que me motiva a seguir en mi trabajo, aún cuando ella quiere todo lo contrario.
Hemos pasado por mucho, cada problema nos ha unido más y esta no será la excepción.
》》》
Desconocido
Estoy en el hospital dónde está la agente policía Ramírez, la he venido a visitar.
Me encuentro parado al otro lado de la puerta de la habitación en dónde está su madre y ella, ambas se encuentran juntas hablando en pequeños susurros que no consigo distinguir ni una sola palabra.
Las observo atentamente, analizando todos los movimientos de ellas, en especial lo que realiza la agente Ramírez, ambas lucen contentas de estar otra vez juntas, espero que disfruten cada segundo que tienen para estar juntas porque nada dura para siempre, su felicidad será arrebatada, muy pronto ella deseará morir.
Mi celular que se encuentra en uno de los bolsillos de mi casaca negra se le ocurre hacer ruido al recibir una llamada, me voy inmediatamente de ahí para que nadie me vea, pero primero bajo el volumen del dichoso celular.
Cuando ya estoy escondido decido atender la llamada.
— ¿Están juntas? —su voz es algo seca con un acento muy definido, imposible de confundir, uno venezolano.
— Si —le afirmo mientras inspecciono la sala en la que me metí, es una pequeña capilla más o menos en dónde hay unas cuatro bancas y un pequeño altar con la imagen de Jesús junto con unas velas blancas que están prendidas.
— Vigílalas, síguele los pasos a la señora, no te olvides de dejar la carta junto a ellas —lo dice antes de colgarme, sin dejar que le conteste.
Suspiro y salgo de esa habitación que supuestamente te debe dar fuerzas para continuar y mantener la esperanza, me río al ver a un niño pequeño entrando junto con una señora que parece su madre; pobre iluso, la vida no se trata de milagros, ojalá no pierda mucho tiempo aquí.
》》》
Sofía
Estaba hablando junto a mi madre de lo que le ha pasado cuando hemos escuchado el sonido de un celular. Me despego de mi madre para ir a ver quien es, ya que, al parecer no había sido imaginación mía de que alguien nos observaba.
Quien sea que haya estado aquí, ya se ha ido obviamente. Nos siguen observando, seguimos vivas, pero la vida que llevaremos después de esto no se llamará vida, sino, más bien, infierno.
Camino un poco para ver si por ahí sigue, pero no, no hay nadie con un celular a la mano, tampoco siento que alguien me observa, ya se ha ido del hospital.
Lo que sí veo es a dos policías del grupo A que vienen a hacer preguntas de lo ocurrido.
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