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#14

Estoy de regreso en el trabajo en Cúcuta, la mayoría sigue trabajando en los mismo grupos que estaban. Hay nuevos integrantes, incluidas dos mujeres lo cual ya es demasiado aquí en un pueblo desgraciadamente conservador. En mi mente aparece la imagen de Luis y su horrible voz, me pregunto si él les habrá hecho la vida miserable como a mí.

Los secuestros se han alejado de aquí, sin embargo, los anteriores casos ya se han dado por cerrados sin que sus familiares reciban justicia. Reviso esos papeles que anteriormente siempre andaba ojeando con la misma fuerza de voluntad que tuve cuando mi madre estuvo secuestrada.

El día transcurre sin ninguna novedad, ningún accidente, ni secuestro, ni asesinato. Todo está tranquilo como antes de que llegara una pieza a hacer la vida miserable a toda la población.

Paso por la guardería que he encontrado para la pequeña, desde que murió su madre siempre la escucho llorar en su habitación que queda a lado de la mía, susurra varias cosas que apenas logro escuchar. La niña está sufriendo, no es feliz conmigo.

He llegado a la guardería, las luces están apagadas como si no hubiera nadie, curiosamente la puerta está abierta. Mi piel se ha puesto como la de una gallina apenas he salido del coche para encaminarme a la casa.

Siento que esto lo he visto ya varias veces, como en la mayoría de las escenas de algunos crímenes siempre se suele encontrar todo en el suelo esparcido, luces apagadas dando un aspecto como el de una película de suspenso o terror.

Con la linterna de mi celular alumbró el suelo, me impacta ver lo que encuentro en él, sin embargo, no grito.

— ¡Carla! Necesito que envies una patrulla y que traigan el equipo para obtener pruebas. Se cometió algunos asesinatos en una guardería —lo digo por teléfono ni bien escuchó el sonido que me indica que la otra persona me contestó.

— Dame la dirección

— Calle 10 y avenida 8 a dos cuadras del parque Stander —los pequeños vellos que tengo en el cuello se me paran, un escalofrío me recorre por toda la espalda haciéndome estremecer.

No escucho lo que me dijo al último Carla, el celular sigue en mi mano derecha junto con mi oreja. No me muevo, creo que me he quedado en shock, ya que, mi cuerpo no hace caso a las indicaciones que me da mi cerebro.

Mi respiración se ha vuelto pesada, mi cuerpo no responde y sólo espero que sólo sea mi imaginación y realmente nadie se encuentre atrás mío.

La linterna de mi celular apunta hacia mi lado derecho por lo tanto no se ve muy claro al frente, pero sí alcanzó a observar una mano que va directo a mi boca. No lucho, sigo estática como antes.

Poco a poco ese olor del pañuelo va llenando mis fosas nasales hasta el punto en el que mis ojos se cierran y por fin mis brazos se mueven hacia el frente buscando un punto de apoyo antes de que mis piernas fallen.

》》》

— Despierta Sofía —no reconozco la voz, tampoco logro ver bien de quien se trata. Su voz es suave y tranquila a pesar de ser un poco grave.

— Déjala descansar —otra voz suena, pero esta se escucha más lejana.

Escucho como algo rechina contra el suelo provocando un sonido irritante, mis ojos se cierran duro a pesar de que no estaban tan abiertos, al hacerlo un recuerdo de mi infancia llega a mi mente.

《No hagas eso, te salen arrugas a los costados de los ojos》 la voz de mi madre se escucha tan nítida en mi mente dando la apariencia como si se escuchara de verdad.

Siento como una pequeña lágrima se desliza por mi mejilla derecha, llega a mi oreja para luego saltar y mojar en dónde sea que estoy acostada.

》》》

Pequeños susurros inaudibles escucho que llenan el espacio en el que me encuentro todavía. Poco a poco mis ojos se van abriendo lo más despacio que pueden hasta que recuerdo lo que pasó.

— ¿Dónde está Karen? —la primera palabra suena débil, pero decir su nombre sonó casi como un grito. Me incorporo deprisa ni bien terminó de formular mi pregunta.

Las personas que se encuentran en la habitación son tres oficiales del nuevo grupo D, ellos me miran analizando no sólo mis palabras, sino supongo que mis expresiones también. Uno moreno se aclara la garganta, pero luego no dice nada. La única mujer que está ahí, le quita algo de las manos al otro oficial, se acerca a la camilla en dónde estoy.

Hago una mueca al sentir un pequeño dolor cuando apoyo mi espalda en la cabecilla de la camilla.

— Buenas tardes, soy la policía Hernández, tenemos ciertas dudas sobre el asesinato en la Guardería Coloreando hace dos días —comienza hablando la mujer con voz firme.

— ¿Hace dos días? —pregunto incrédula del tiempo que supuestamente transcurrió.

— Hace dos días —lo afirma el hombre moreno— usted se ha encontrado inconsciente debido al golpe que recibió en la parte de atrás de la cabeza.

— Esperamos que usted pueda recordar cualquier detalle mientras usted estuvo ahí en la escena. Por ese motivo procederemos a realizarle el interrogatorio. Le pedimos de favor que no oculte ninguna información —habla la mujer.

— Tenemos entendido que usted se encontraba en ese lugar, puesto que, es tutora de la niña Karen Fernández. Al ser policía necesita que alguien la cuide y al no poseer ningún familiar en esta ciudad le toca recurrir a una guardería. Sin embargo lo que no puedo llegar a entender es que usted había salido a las 5:30 de la tarde, el recorrido hacia la guardería es de 15 minutos, pero usted realizó la llamada al cuerpo policial a las 6:02 —dice el hombre más alto.

A.C.

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