Capítulo Final
La oficina europea quedaba en el país ibérico. Pasé seis meses acostumbrándome a la gente. No tenía problemas con el idioma porque mi mamá era latinoamericana y me había enseñado a hablarlo desde muy pequeña. En mi soledad aprendí a valorarme mejor y me di tiempo para sanar.
La ciudad de Barcelona tenía muchas cosas interesantes, su arquitectura simbólica era bellísima, lo hospitalario de sus habitantes, pero entre todos el mayor tesoro nacional que había en España, fue a visitarme en las vacaciones.
No habíamos dejado de hablar ni un solo día después de nuestro altercado en el bar. Planeaba ir a Estados Unidos, pero antes de si quiera comprar el boleto, se apareció en mi puerta con una camisa azul, desabrochada, gafas de sol y pantalones ajustados.
―Estoy practicando eso de llegar sin ser invitado ―dijo después de apagar el cigarro.
―Pues es bastante incómodo la verdad ―admití―, por cierto, odio el cigarro.
―Y por eso, este señorito es el último que probaré ―dijo antes de lanzármelo a la cabeza.
―Oye ―protesté.
―Me lo debías de la última vez ―mencionó entrando por la puerta de mi apartamento.
Se detuvo en el medio del recibidor, abrió la maleta ahí mismo, y sacó un zapato.
― ¿De dónde lo sacaste? ―cuestioné― creí que lo había perdido, si hasta boté el otro.
― ¿No lo recuerdas?
Negué con la cabeza.
―Tu puntería se incrementa cuando estás borracha, como siempre, eres contraria al resto del mundo.
―Te aprovechas de una mujer borracha para robarle, eres lo peor ―me burlé revirando los ojos.
Él se encogió de hombros desinteresadamente y guardó otra vez su trofeo.
Pasó el mes entero de mis vacaciones viviendo conmigo, y nunca pasó nada sexoso. Rico será un odioso, pero no es un aprovechado. Todos los días venía con un plan diferente, al fin y al cabo había nacido allí. Viajamos por el país en su motocicleta y conocí lugares maravillosos.
Después de explorar Barcelona, fuimos a Madrid, que tiene la mejor vida nocturna del mundo. Allí asistimos a un concierto de Sabina, un viejo trovador español de voz ronca que cuenta historias en sus canciones. Visitamos Puerto Barnús en Marbella, el mar era muy placentero y nos dimos buenos baños de sol y agua salada.
A pesar de lo bien que lo pasamos, la hora de despedirse llegó apresurada. Quería que se quedara, no, en realidad quería quedarme con él, no importaba el lugar.
En mi interior un nudo crecía a medida que me guardaba los sentimientos. Habían pasado meses desde que le pedí que me diera tiempo, no sabía si aún quería estar conmigo. Bueno, había ido hasta España solo para pasar tiempo a solas, ni siquiera había querido visitar a sus abuelos, eso debía significar algo.
Al otro día tenía planeado volver a E.E. U.U. Para despedirnos, me había preparado una cena sencilla en mi departamento. Decidí esmerarme, tenía que llamar su atención. Me puse un vestido dorado cortito y ceñido que hacía notar mis atributos, me solté y me planché los cabellos azabache, y me enganché unos tacones de aguja.
Cuando estuve lista salí del cuarto. El comedor estaba alumbrado únicamente con unas velas. A contraluz todo se veía más apetecible, incluyendo a mi sexy amigo.
―Vaya, yo me pongo me mejor vestido y tú apenas llevas jeans gastados y camiseta ―le dije para molestarlo, sabía que había quedado encandilado conmigo.
―Me daba flojera sacar todo de la maleta.
― ¿Algún día dejarás de ser tan flojo?
―Nunca ―dijo dramáticamente―, ya vencí a muchísimos espermatozoides para poder nacer, eso me dejó agotado.
Me reí de su tontería y me senté a la mesa.
―La verdad, te ves preciosa ―reconoció― me siento como Tarzán al lado tuyo, debería cambiarme.
―Por mí como si te quedas sin ropa ―murmuré.
― ¿Qué? ―reaccionó levantando una de sus cejas.
― ¿Qué?
― ¿Dijiste algo? ―preguntó lanzándome una de sus miradas escudriñadoras.
―No, para nada, ideas tuyas ―respondí con cara de póker.
―Eres una enana muy provocadora ―dijo sonriendo― bastante bien te habías portado hasta ahora.
―Yo me porto bien, a menos que tú no lo quieras.
Posó sus ojos profundos en mí, sus pupilas brillaban y apretaba los puños, era un cazador y estaba esperando una señal. Quise continuar con el juego y lo tenté:
―Si me pinto los labios, ¿me robarías un beso?
―Pensé que nunca me lo pedirías.
Se abalanzó contra mí y estrelló su boca con la mía. Puse mi brazo en su espalda y podía sentir las altas temperaturas de su cuerpo. Su mano se introdujo por debajo del vestido y me lo quitó lentamente para torturarme, me besó el cuello y bajó la lengua hasta en medio de mis pechos. Se separó un poco para quitarse la camiseta y me levantó de la silla, yo rodeé mis piernas alrededor de su torso. Mis pantis estaban absolutamente mojadas, abrió la puerta de mi cuarto y dijo antes de entrar:
―Me tuviste a dieta durante un mes entero, ahora te voy a hacer pagar por toda esa abstinencia.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro