Capítulo 02
La ciudad de Trinidad, situada en el condado de Las Animas, es un sitio tranquilo y antiguo. Varias edificaciones de estilo colonial la adornan, y es punto de referencia para amantes de la naturaleza y el senderismo. Pero ustedes no están aquí para apreciar la localidad, y yo tampoco, así que basta de descripciones.
Cuando llegué a mi antiguo hogar, una calurosa bienvenida me estaba esperando, y no lo digo solo en sentido figurado, olvidé que en verano el clima era tan exasperante.
La señora que más amo, Rosa García de Johnson, alias mi pulquérrima* madre, había reunido algunos de mis parientes. Me entró nostalgia por los viejos días de mi niñez. Faltaba la familia Alcalá, no recuerdo una sola vez en la que no hubieran asistido a una reunión, pero así lo prefería, era muy pronto para enfrentarme al dementor.
Saludé a todos con entusiasmo y presenté a Julia. Después de compartir algunas palabras y endulzarme el paladar con las exquisiteces que mi mamá había preparado, me fui a descansar.
Al día siguiente, mi prima Ruth, a quien yo adoraba como si fuésemos hermanas, fue a darme el de pie (me despertó la desgraciada, se salva que la amo). Luego de chismear un poco (bastante), la acompañé al pediatra para una consulta de rutina con su hija. Julia aún dormía (obvio, eran las 7 de la mañana), así que no la quise despertar.
Llegamos a la clínica y una amable enfermera de sonrisa blanca y piel olivácea nos saludó cordialmente, le regaló un caramelo a la niña quien le contó un cuento que había aprendido en la escuela. Se notaba que se llevaban muy bien; cosa que me extrañaba demasiado, yo odiaba todo lo que tuviera que ver con medicina u hospitales.
Cuando la pequeña Ruth terminó, la Ruth grande (mi prima es genial, pero no es muy creativa) me presentó a la señorita. La muchacha me regaló otra de sus sonrisas y se le notó entusiasmada al expresar:
―Oh, eres la amiga de la infancia de la que tanto habla Rico. Él me ha contado las travesuras que hacían cuando eran niños ―me dio la mano con cariño para continuar―. Es un placer conocerte. Soy Alice, la prometida de Rico.
― ¿Ah sí? ―dije contrariada―, bueno eso fue hace mucho tiempo.
En realidad quería responder: « ¿Cuáles, las que hacíamos vestidos o en las que nos sobraba la ropa?». Pero me caía la mar de bien la muchacha, ni odio se le podía coger; era simpática, hermosa y enfermera pediátrica. Hasta a mí me entraban deseos de proponerle matrimonio ahí mismo.
Al menos Rico no estaba con la puta Brave. Me hacía feliz saber que el odioso había encontrado alguien tan especial.
«Ojalá y no le haga lo mismo que a mí», pensé mientras ella terminaba de ponerle una inyección a Ruth.
Ya nos íbamos cuando la agradable Alice, fue a llamar al doctor para que viera a la chiquilla.
Cuenta la leyenda que medusa tenía la habilidad de convertir en piedra a quienes se atrevieran a mirar sus hermosos ojos; yo sufrí de una maldición similar, pero al escuchar una voz.
Me petrifiqué totalmente al oír al sensual meduso que conversaba en la habitación contigua. El tonto, para agrandar mi odio, se había convertido en médico. Por suerte mis instintos de supervivencia aun funcionaban, unos segundos antes de que saliera, realicé mi famoso acto de tropelosa desaparición.
Esperé en el auto a la desgraciada que me había puesto la trampa. Dejó a la niña en el asiento trasero, se sentó a mi lado e insinuó:
―Estabas loca por verlo, no me puedes decir que no.
―Cállate y conduce, antes de que te acuse por conspiración. Y te decías mi hermana.
―Debiste verlo, está mejor que antes ―mencionó Ruth con cara de pervertida―. Vamos Robi no seas así, deberían arreglar las cosas.
―Ahora estoy con Julia, no insistas más ―señalé molesta.
― ¿Me vas a decir que no te da ni un tilín de curiosidad? ―cuestionó la embustera acercando su cara a la mía lentamente.
― ¿Si te digo que sí, dejarás de joderme?
La maquiavélica que tenía por mi persona de máxima confianza, rio a carcajadas y se le ocurrió de repente:
―Búscalo en instagram.
―Ay, no empieces ―protesté.
Yo, obviamente, no tenía ningún deseo de verlo, pero esa miserable es muy insistente, así que es mejor darle lo que quiere.
―Está bien, pero no se habla más del tema en lo que me queda de vida, ¿ok? ―advertí con seriedad.
―No hablaré de él si tú no lo haces.
¿Alguna vez se han arrepentido de ver las fotos de alguien que está más bueno que la nutella? Seguro que no, esas cosas solo le suceden a desgraciadas como yo.
El tipo tenía fotos en el gimnasio, se veía como el sudor el corría por su amplio pecho, era un espectáculo digno de ver, pero sus profundos ojos café se robaban toda mi atención, incluso a través de una pantalla podían reflejar su alma apasionada. Tener un ex tan rico es una maldición.
Yo era un espíritu libre, y por él renuncié a mí misma, todo para que me engañara con la primera que aparece. Nunca más. Por muy sexy que sea ese neandertal no podrá doblegarme. Por suerte no lo volvería a ver, o eso creía la ilusa yo de ese entonces.
Llegué a casa después de una placentera sesión de masajes que Ruth había reservado para mí. La muy descarada sabía cómo jeringar, pero también como hacer que la perdonara. Ya había dejado atrás el asunto con Mister Delicious, y la tarde se ponía aún mejor.
Mi bella madre (de verdad que es la mejor de todas), me esperaba con un pastel de chocolate que había horneado ella misma.
_la narradora suspira de emoción solo de recordarlo_
No existía nada en este universo, ni en el siguiente, que me hiciera perder los deseos de comerme un pastel preparado por Doña Rosa. Me expreso en pasado porque al servirme mi segunda rebanada, hizo un anuncio que me agrió hasta el agua.
*superlativo de pulcro (suena a sucio pero es todo lo contrario)
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