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Prefacio

Prefacio

Pequeña, pero valiente

—¡Corre linda, corre! —gritó el hombre, agitado y preocupado, sintiendo el temor de perder lo único que le quedaba en la vida. Aquel anciano de barba blanca, tez morena, ojos azules y escaso cabello, ya no podía más. Ya no tenía fuerzas para seguirla y escapar de la gran batalla que acababa de desatarse.

—¡Abuelo! —exclamó ella, con preocupación y su corazón estrujado, mientras regresaba por él.

—¡No vengas! —ordenó firmemente—, ¡Corre, vamos, sigue tú! —estaba desesperado. Ella optó por obedecer su mandato y seguir adelante.

La lluvia había empezado a caer, causando que ella resbalara un par de veces, durante el trayecto que debía tener para llegar al portón que se había convertido en su única salvación: su única salida.

Las lágrimas caían sobre sus mejillas, había sangre por todas partes, bárbaros amenazando con matar y secuestrar, mujeres golpeadas y adoloridas, hombres muertos y otros luchando por defender lo suyo, niños sofocados y asustados, en medio de aquella batalla que, al igual que a los demás, le causaba temor; tanto que ni siquiera recordó a su fiel compañera y amiga: Sony.

—¡Sony! —gritó Cass, al verle a su lado.

Andrómeda, habitada por todas las clases sociales, como decía el gobernador, era un lugar sagrado, el lugar de la vida pacífica, de la vida después de la muerte, el rincón más preciado de todas las estrellas. Pero también, el lugar más propenso y vulnerable para recibir un ataque; un ataque que lo bajaría de esa cumbre y lo convertiría en el limbo de almas perdidas.

Poseía grandes riquezas, o eso era lo que los pueblos vecinos decían. Sin embargo, los rumores de un posible fuerte lleno de piedras preciosas, dinero y poder, causaron más que asombroso a los forasteros, y promulgó que aquello llegara a oídos de los mártires: un pueblo lejano que estaba desatando una guerra indescriptible.

Mártires creía mucho en el estatus social y el poder que eso brindaba. Su avaricia permitió que sigilosamente fuera escalando niveles, destruyendo pueblo tras pueblo, matando líder tras líder. Nunca se cansaba, jamás se había detenido, jamás lo haría.

Su líder, despiadado y egocéntrico, como todos describían, quería arrasar con todos, ser la máxima potencia, apoderarse de todo y todos quienes se atravesaban en su camino. Quería dominar a los «salvajes» y hacerlos unos fieles esclavos, como en la antigüedad hicieron sus ancestros. Tanto fue el tiempo que Andrómeda vivió en armonía, que ningún habitante vio venir la ambición del contrincante, llevándolos a lamentables condiciones, como la guerra, una guerra no anunciada.

—¡No mires atrás! —volvió a gritar su abuelo.

Un estruendo escuchó a su lado, muchos gritos y llantos. Sintió sus piernas fallecer al ver a su izquierda un hogar más, derrumbado, ardiendo en llamas y rodeado de cuerpos. A su lado, Sony ladró repetitivamente para que se levantara y siguiera su curso, pero estaba tan asustada y cansada que sentía que no llegaría al portón.

—¡No puedo, no lo lograré, Sony!

Había olvidado la situación por un momento, y no se esmeró en levantarse. Su entorno era traumático, fuego, destrucción y muerte en todas partes. Ignoraba que su abuelo ya no resistía más, que sus piernas estaban débiles de tanto haber corrido, como los de ella. Sus pequeños pies dolían demasiado y no podía mantenerse resistente por mucho más tiempo. Por un segundo, vio la salida tan lejos, tan inalcanzable que prefirió morir como los demás.

Sin embargo, Sony le arrebató esa idea y comenzó a halarla de la ropa, para que siguiera. Así que, rogándole a esa maravillosa deidad en el cielo que su pesadilla acabara, siguió corriendo sin girar la mirada a ninguna otra parte, y estando a pocos pasos de salir, fue golpeada por un enorme caballo que detuvo su andar y le echó al suelo, causándole mucho dolor.

La lluvia aumentó y todo el suelo se volvió lodo, charcos de sangre y alojó una profunda tristeza en su corazón. Abrió sus ojos y buscó a su abuelo, mientras sentía un dolor inmenso en su cabeza. Él no estaba, y sabía que se encontraba desprotegida, a merced de los malos.

Se talló los ojos y su cara se tornó de espanto al ver como un hombre robusto, de piel blanca, de cabello y barba rojiza bajaba del caballo que la había golpeado y obstaculizaba su camino. El individuo curvó sus labios en una pequeña sonrisa llena de malicia, y con esmero se acercó para intimidarla.

—¡Vaya, vaya! ¡Miren que tenemos aquí: una zorrita queriendo salvarse! ¿Dónde está tu mami? —se burló. Cass trató de alejarse, pero él se acercó aún más para tratar de tomarla de sus mejillas; cosa que no pudo ser porque antes de que lo lograra, ella tomó el valor que necesitaba y mordió su mano sin ningún tipo de delicadeza.

El hombre gritó debido al dolor y con la furia apoderándose de él, la golpeó. Su dura y gran mano se había estampado en su mejilla, dejándola muy roja.

—¡Niña malcriada! —se quedó.

Y otra vez, la golpeó aún más fuerte, siendo el responsable de que varías lágrimas abandonaran las cuencas de sus ojos. A pesar del miedo y la crueldad, Cass carecía de fuerza, más no de valentía, aunque quizá esta no pudiera salvarla de las garras de aquella bestia.

La tomó del cuello, gozando la vista que tenía: el rostro de la niña, hinchado, y en una de las esquinas en donde sus labios terminan, bajando un hilillo de sangre. Él sonrió, demostrándole lo que sentía al haberla agredido, pero no supo cuánta puede ser la rabia de un abuelo ni el amor a su nieta antes de tener al anciano encima de él, golpeándolo con sus fuerzas.

Al caer al suelo otra vez, Cass, adolorida y temiendo de lo que pudiese ocurrirle, se echó a correr para esconderse detrás de un par de arbustos. Temblaba mientras veía la pelea, y no dejando de repetir la frase que un día su familia adoptó como dicho, cerró sus ojos y dijo:

—«El miedo se pierde y se va, Cass, el miedo se pierde y se va».

Enfocó a ambos batallar en medio de la lluvia y el lodo. Su abuelo golpeaba al hombre con todas sus fuerzas, pero su oponente era más alto, más robusto, más joven; y este lo arremetía, dejando en la pelea cada suspiro, cada aliento.

El líder de los mártires, muy eufórico y en un momento lleno de agilidad, tomó una gran piedra y la estrelló contra la cabeza del cansado viejo, haciendo que éste cayera inmediatamente al suelo, quedando totalmente fuera de sus sentidos, bajo la mirada horrorizada de su nieta. Y al no dar con ella, después de haberla buscado con su mirada por todos los alrededores, se giró hacia su caballo, echando al suelo el arma homicida como si aquella vida no importara.

—¡Sé que estás allí, escondida en alguna parte, mocosa! —gritó, subiéndose a su caballo—. Esto apenas comienza —habiendo finalizado su aviso, salió de la escena, dándole oportunidad de reunirse con su ser querido.

Parecía que todo se había tornado oscuro, solitario y temerario, pero aun así no tuvo miedo, tan sólo quería verlo. Necesitaba regresar con él, saber que a pesar de tan vil golpe él estaba bien, esperando por ella para huir juntos entre las sombras y la maldad. Pero sabía que no debía soñar ni pedir tanto, pues con quejidos, en un charco de sangre, lo encontró tratando de respirar con normalidad.

Cass sintió su corazón destrozarse, se acuclilló en el suelo, tomó su mano y abrió su boca para articular tres palabra que a él le desgarraron el corazón:

—No te vayas.

Los sollozos comenzaron a adueñarse de su sufrimiento, pero tratando de no preocuparlo, tomó el valor y la fuerza necesaria para hablarle con esperanza, aun con el alma hecha trizas.

—Abuelo, levántate —dijo, apretando con fuerza su mano—, Vamos, tenemos que irnos. 

Él apretaba su mano para reconfortarla.

—Tienes que ser fuerte, ya casi... —comenzó a entrar en pánico y a llorar—, ya casi salimos. ¡Ya casi lo logramos! —estaba esperanzada a que él se levantara y dejara de mirarla de una manera muy vaga.

—¡Huye! —susurró con mucho esfuerzo—. Es peligroso, ¡Debes salir de aquí!

—¡No te dejaré! —negó con tristeza.

Sus grandes y anchas manos se soltaron de aquellas tan pequeñas, y con la poca fuerza que tenían, subieron hasta su cuello para arrancar un valioso amuleto que alguna vez perteneció a su primera adoración. Pero que fue arrebatado al dejar de existir en el mundo de la agonía, yéndose al cielo tendido de promesas y deseos.

Ambos derramaban lágrimas por ver al otro así, con el corazón hecho pedazos.

—Tu madre... ella quería que tuvieras esto siempre contigo —murmuró, dejando a su poder el amuleto, con una mirada enternecedora.

—¡Pero...! —se limitó a cuestionar, asimilando todo. Era una niña, pero sabía que no era momento de agotarlo más refutando y haciéndole hablar, por lo que, prefirió no poner objeción alguna—. Me quedaré con él.

—Mi valiente niña, debes irte ahora —sonrió y le acarició una mejilla, mientras ella pudo asentir con resignación.

Jamás pensó en cómo sería su despedida, pero sabía que algún día lo haría. Conocía perfectamente que pasaba con aquellos que cerraban sus ojos, para caer en un profundo e infinito sueño; un sueño del cual nadie los podría despertar jamás. Más no pensaba que era el momento para él, ¡No ahora!

Cass dejó fluir su llanto, se preguntó qué sería de ella ahora, a dónde debía ir, con quién pasaría el resto de su vida. No lo sabía, pero lo que sí, es que una parte de ella estaba muriendo otra vez.

—¡Te quiero mucho, abuelo! —chilló, abrazándolo sin aviso.

Esta era su despedida.

—No más que yo mi niña, no más que yo —correspondió el abrazo—. A ti también, Sony —dijo, viendo a la amiga canina de su pequeña valiente. No supo en qué momento llegó, pero eso ahora no era lo importante.

De un momento a otro sus grandes brazos se debilitaron y dejaron de rodearla; Cass sabía lo que significaba: él se había ido. Pensaba que se había convertido en una de esas inalcanzables y hermosas estrellas estampadas en el oscuro y tenebroso cielo. Físicamente ya no estaba con ella y eso le dolía, pero sabía que espiritualmente siempre estarían conectados. Tenía presente que sin importar que, ellos estarían juntos.

La lluvia abundó más, mezclándose con sus imparables lágrimas. Cass dejó un beso en su frente, tras divisar que sus ojos ya se habían cerrado. Su postura se había tornado calmada, como la de alguien que tuvo una buena muerte, tranquila y necesitada. En su rostro no había tristeza, ni dolor. Al contrario, reflejaba serenidad.

Él no había criado a una débil, Cass no pasaría el resto de su vida lamentando su muerte, él no hubiera querido eso para ella jamás. Pero aun así, resignada se levantó del suelo húmedo. Colocó en su cuello el amuleto, tal y como él lo llevaba puesto, suspiró y miró hacia el cielo. Ahora tendría una parte de él consigo, una parte de ambos.

—Gracias por todo —habló con dolor—. Tú niña será valiente, pequeña, pero valiente.

Sin poder hacer más, acogió la capa del cadáver y divisó una cuchilla a un costado de su cintura. Se preguntó la razón de ignorarla durante el enfrentamiento, pero sabiendo que no tendría una respuesta, lo dejó a un lado.

Miró a Sony y sonrió.

Emprendió paso a la salida de manera tranquila, como si no hubiera ninguna batalla a su alrededor. No tenía la menor idea de a donde ir, de a quien acudir. Aun así, se adentró al bosque, no lo conocía completamente, pero si lo suficiente para saber en qué partes tenía suerte de no ser presa fácil para los bárbaros y animales.

Su corta melena, oscura y rizada, caía por todas partes, y en sus bellos y profundos ojos color cielo, ya no había ningún rastro de dolor. Una misteriosa tiniebla se posó a su alrededor, cegando a todos, y permitiéndole perderse en las penumbras de los majestuosos y gigantes árboles que la protegieron desde su nacimiento.

La pequeña Carecía de fuerza, más no de valentía.

¡Buenas, querido/a! 💌
¡Espero que estés muy bien! Dejo aquí el breve comienzo de REMDLO.  Esta es una de mis historias favoritas, y deseo que para ustedes también sea así. 

¿Qué les pareció este comienzo? ¿La disfrutaron?

¡Nos leeremos luego!

Melany V. Muñoz. 

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