Capítulo 6
Capítulo 6
Título: Una mujer
Cyan Orión Dankworth
—Hay mucha oscuridad, tanta que me siento ciego —murmuro, siguiendo los ruidos que provocaron a mi curiosidad.
El bosque parece dejarse llevar con el viento, las aves ya descansan en él y la luna refleja mi sombra, haciéndome sentir en una persecución. Pero no me quejo, prefiero estar así... aquí. Quiero dejar que mis pies me guíen por un sendero inexistente y desconocido, pero el ruido de hace un rato regresa y me detengo a mirar los alrededores.
—Risas —distingo.
Cuando no encuentro nada, decido volver a casa de mis amigos, pero las risas vuelven tras de mí y oigo unos pasos muy apresurados que me arrojan al cuestionamiento de una posible compañía.
—¿Quién anda por ahí? —indago y percibo la rapidez de aquellos pasos, me acerco hacia al frente, en unos arbustos, y pregunto nuevamente, pero nadie me responde, por lo que decido mirar sin decir una palabra. No obstante, me sorprendo cuando un par de niños aparecen de frente.
—¡Oye, espérame! —le grita uno al otro.
—¡Eres muy lento! —ríe y descansa.
Ellos notan mi presencia y callan. Yo me acerco, pero retroceden temerosos.
—Tranquilos... no les haré daño —digo—. No deberían estar jugando a estas horas y menos en el bosque.
El primer niño asiente y me dice:
—Sí, señor.
«¿Señor? ¿Tengo cara de viejo? ¡Aún no cumplo cuarenta!
—Vayan a casa.
El otro niño asintió y pronto se marcharon. Suspiro decepcionado por haber creído que era algo más y me regreso. Me devuelvo al camino y pienso que quizá debería ir a pasar la noche en los rincones más divertidos, pero peligroso de Antares.
—Incluso podría tener información sobre el posible paradero de mamá.
Decidido salgo del monte, encontrándome con el patio de los Lesath y me escabullo en casa, específicamente en el cuarto de Thalía, para verificar que Ross estuviese dormida y bien.
—Efectivamente lo está —dice Thalía, tras de mí.
No me volteo, pero asiento.
—Henry me contó —anuncia—. Lo siento mucho.
Esta vez si la observo y noto cierta lastima en su mirada.
—La traeré de vuelta —aclaro seguro—. Sin importar qué.
Thalía se acerca y me abraza por el hombro, dándome consuelo.
—Se ve tan tierna —musita, viendo a Ross.
—Saldré por un par de horas. Cierra la puerta con seguro —aviso y ella arruga sus cejas, notablemente molesta.
—¿A dónde vas? Debes descansar, mírate. Necesitas darte un respiro. Mañana podrás...
—Necesito encontrar a alguien que pueda darme información sobre Mártires, Thalía —observo a Ross—. Ross necesita a mamá.
Pasan los segundos y ella parece rendirse. Sin embargo, me engaña y antes de verme salir de su habitación me exige:
—A las doce aquí.
Sonrío y asiento.
...
Siento la fresca brisa recorrer todo mi cuerpo y la soledad a mi alrededor me pone alerta. Las luces comienzan a apagarse, pero la bulla empieza a aparecer en otros rincones.
—El noches de unos, es el día de otros.
Observo la esquina de mi izquierdo y veo una figura alta, blanca, hermosa. Me escanea sigilosa, me llama, me llora, se va.
—¡Espera! —grito, pero no me hace caso.
Conmovido ante su presencia, su rostro de ángel y sus ojos pidiéndome auxilio, corro hacia ella.
—¡No te vayas! —suplico—. ¡No te vayas otra vez!
Su ausencia me lastima y culpa me carcome. Pero respiro mejor cuando ella se detiene, justo para girar y perderse en la oscuridad de los callejones en los que... en los que la encontraron desecha.
Por estar distraído de mi realidad y concentrando en ella, no me prevengo de otro cuerpo que se direcciona hacia mí, desesperado y aturdido, justo en la misma dirección en la que mi sombra de ángel desaparece. Dicha persona tropieza conmigo y cae al suelo.
—Lo siento, no me fijé...
Me acerco para ayudarla a levantarse, pero su voz me detiene.
—¡No se acerque, no me toque! —me detengo al reconocer dicha voz—. Discúlpeme, no lo vi —la aprecio temblando y totalmente despavorida. Atisbo mi frente y veo a la pequeña rebelde—. ¿Sony?
—¿Cass? —cuestiono y ella me divisa muy sorprendida.
«Sus ojos... sus ojos tienen lágrimas»
—¿Por qué lloras? ¿Qué haces aquí? —necesito que despeje mis dudas.
Ella se limpia el rostro, se levanta y retrocede cuando Sony llega agotada a su lado, pero se separa para venir a mi y buscar mimos. Cass se tensa y la llama en un tono muy serio.
—Sony, debemos irnos.
La pequeña rebelde no obedece y eso la enfurece.
—¿Qué sucede? ¿Por qué estás en ese estado? —señalo su apariencia. La escaneo, noto su rostro, su cabello, su... ropa—. ¿Qué le pasó a tu blusa?
Cass desvía la mirada sin responder, como si le costara la vida.
Me acerco y vuelve a retroceder.
—No te haré daño... Soy yo, Cass —tranquilizo, pero ella dice algo que me confunde.
—No quiero que te me acerques, por favor.
Analizo sus palabras concretando que teme ser lastimada, pero ¿Por qué?
—No pretendo lastimarte... solo dime por qué —me hallo con marcas en su cuerpo—... ¿Quién te hizo eso? —señalo las partes lastimadas.
—Nada. No te interesa —responde y me desespera—. Sony, ya te dije que debemos irnos.
—¿Por qué no respondes a mis preguntas? —reclamo acercándome sin su permiso, irritado y exasperado.
Suspira.
—¡No te incumbe, no te confundas! El hecho de que nos hayas ayudado no cambia nada, no significa nada. Tú eres un extraño más.
Sus palabras lastiman mi orgullo.
—¡Bien! —admito—. ¡Soy un extraño más, pero uno que se preocupa por ti! Te dejaré en paz, pero quiero que me conteste una sola pregunta, ¿Qué te ocurrió?
Cass retrocede dispuesta a irse, pero la detengo al tomar su mano. Y creo que haber irrumpido en su privacidad, porque al segundo ella se safa y me plantea una cachetada en la mejilla derecha.
«Tiene mano fuerte»
—¡Déjame en paz! —rompe en llanto—. ¡No me preguntes, vete, lárgate, olvídate de mí! —cae al suelo otra vez destruida frente a mí—. Déjame sola... no te me acerques más, ya no quiero que nadie se acerque a mí, solo quiero que me dejen en paz. Yo... yo no les hice nada, jamás les hice mal —llora.
Permanezco en silencio, sintiendo lastima y dolor por su estado. Me acuclillo a una distancia prudente mientras Sony lame su rostro.
—¿Tienes a dónde ir? —es lo único que se me ocurre—. No puedes quedarte aquí afuera, serás una mujer vulnerable de ser así —ella lo sabe—. Conozco a alguien que podría darte un lugar...
Cass me mira furiosa como si hubiese dicho la peor de las sandeces.
—¿Pará qué? ¿Pará qué le digas a todos que confío y paso la noche con extraños? —su reclamo me sorprende—. Te detesto, te odio.
Pienso en el dolor que provoqué y me siento el peor ser humano. En mi garganta se forma un gran nudo y mis ojos comienzan a albergar lágrimas que no quiero dejar salir frente a ella.
—¿Él te tocó? —aprieto los puños—. Dime, Cass. ¿Él te hizo todo esto? ¿Se atrevió a... —no puedo decirlo—... lastimarte?
—¡Vete! —me odia realmente, lo veo en su mirada.
No me importa su orden, no pienso irme y se lo hago saber cuándo la abrazo de improviso. Ella forcejea para zafarse mientras sigue llorando, está furiosa y quiere matarme. Pero aun así, quiero quedarme a su lado para ofrecerle lo poco que tengo y puedo darle.
—Tranquila, él no volverá a lastimarte —susurro—. Perdón por meterte en problemas, no quise perjudicarte.
Ella prefiere el silencio y no comenta nada. Pronto se limpia las lágrimas y se levanta sola. Yo me separo y espero alguna palabra de su boca, pero lo único que obtengo es una mirada que dice muerte.
...
Cass Enif Wayne
Otra vez logran lastimarme, soy vulnerable y me dejo llevar ante las promesas de un hombre que causa alborotos en mi vida.
Pierdo mi fortaleza cuando atisbo a mi cuerpo y a su daño. Siento rabia, dolor y coraje con mi agresor, pero también con el responsable. Quiero gritar, destruir, llorar. Mi cuerpo duele, cada raspón, cada arañazo, cada parte de él se siente profanada y pide auxilio.
El camino hacia quién sabe dónde, en la oscuridad silenciosa, me llevaba, me hace dudar de mi decisión.
«¿Por qué volver a confiar, Cass? ¿Por qué en él?» me pregunto y pronto me respondo «Porque eres tan tonta»
La luna me permite ver sombra y me entran ganas de ser así, visible solo a veces, quisiera poder tener la habilidad de desparecer cuando los problemas me atosigan. Hay mucho viento y he comido en horas, mi estómago duele, pero el dolor de mi corazón es más grande aún.
Odio, odio tener miedo y no puedo negar que el que Félix aparezca con su pandilla y lastimara a Sony, me preocupa.
Observo tras de mí cada segundo, sintiéndome perseguida, acorralada y abrumada. Cyan se da cuenta de mi comportamiento, pero agradezco que no hable. Prefiero que no diga nada ahora.
—¿A dónde vamos? —pregunto desconfiada. No obstante, parecía ser la única, porque Sony yace contenta a su lado, y yendo a ciegas al que podría ser su matadero.
A las malas aprendí a serlo. Necesito olvidarme de todo para continuar, quiero evadir mi realidad, ignorar la maldad, el acoso, la violencia, el abuso. Deseo la presencia de mi abuelo. Solo él sabe cómo controlar mi mente, como consolar y sanar mi corazón.
Él me observa con una mirada llena de melancolía y nostalgia, pero también como si quisiera decirme algo.
—Casi llegamos... no te preocupes.
Suspiro y asiento en tanto seguimos caminando y alejándonos del sitio en el que me halló. Minutos más tarde, llegamos a una pequeña casa, sencilla y modesta pero llena de vida y color, o al menos así se ve.
—Es aquí —afirma de pronto.
Hay un tapete en el suelo que dice bienvenida y me genera nostalgia al recordar el hogar de Janeth. La puerta es de madera, pero bien hecha, mientras que las ventanas tienen rejas en donde cuelgan macetas de plantas.
—¿Vives aquí?
Sony ladra.
Cyan sonríe de lado apenas y niega.
—Mis mejores amigos, pero aquí estaré por un tiempo —dice—. También está mi hermana.
—¿Cómo se llama? —intento despejar la leve incomodidad en ambos.
—Su nombre es Ro... —fue interrumpido al abrirse la puerta.
Una mujer de cabellos cobrizos le observa con una mirada asesina.
—Cyan, Henry fue a buscarte —avisa.
—No es necesario que sigan haciendo eso, ya no soy un niño.
Sus ojos azules de un tono más claro que los míos, lo reprenden y pasan de él a mí, mi cara, mi cuerpo, mi todo.
—¡Oh, tenemos invitadas! —parece feliz—. Pasen —saluda y Cyan nos guía hacia adentro.
Luce muy... diferente a mí.
Una vez que estuvimos dentro, pude sentir un calor hogareño que dejé de percibir hace mucho tiempo. El olor a chocolate caliente, a pan recién horneado, a amor, ... a familia.
«Tranquila, Cass. Solo será una noche»
—Thalía, ella es Cass —me presenta— y ella es Sony.
—¡Un gusto, soy Thalía! —acerca su mano, con una sonrisa.
Me quedo viendo sus ojos y veo en ellos sinceridad e inocencia. Dudo en confiar, en creer, en extender mi mano. Pero finalmente lo hago.
—Cass —tomo su mano.
Sony ladra para llamar su atención y cuando ella se haga y también le extiende su mano, mi rebelde la toma, haciéndola reír. Y eso le bastó a mi amiga, para que pueda husmear los alrededores sin permiso.
—¡Sony, no! —reprendo, sintiendo vergüenza. Observo a la mujer y me veo en la necesidad de disculparme por su atrevimiento—. Te pido una disculpa, ha estado muy rebelde últimamente.
Thalía niega y vuelve a sonreír.
—Están en su casa. Toda amiga de Cyan es bienvenida.
«Así que no he sido la única. Interesante»
El ambiente se torna incómodo cuando Cyan desvía la mirada, después de haber estado ausente por unos minutos. Luego él se gira hacia mí y me pregunta:
—¿Te parece si la llevo al patio un momento?
—No creo que...
Todos la escuchamos ladrar. Está feliz. Y Cyan insiste.
—Solo un momento.
No quiero quedar como un ogro y por ello asiento. Él me agradece con su silencio y pronto pesco a la dueña de casa observarme con fragilidad. Ella se percata de su atención en mí y de la mía en ella y me vuelve a sonreír nerviosa.
El silencio nos embarga a las dos y ninguna sabe qué hacer o decir hasta que un olor a pan quemado inunda nuestras fosas nasales. Thalía se espanta y grita muy fuerte:
—¡El pan! —corre de inmediato a mi izquierda, a una habitación que supongo es la cocina.
La sigo y veo como se desespera en sacar los panes quemados, que aunque muy pocos, son una perdida. Me siento avergonzada de solo mirar y me acerco para ofrecer mi ayuda aunque no sirva o no se requiera.
—¿Necesitas ayuda con algo?
—¡Oh, no, no! Tranquila. Tengo todo bajo control —tira los panes echados a perder y coloca en una canasta lo comestibles.
Mi panza hace ruego. Huele delicioso. Ella parece haber escuchado aquel leve rugido infernal dentro de mi cuerpo y la vergüenza vuelve a invadirme.
—¿Gustas pan con mermelada y una taza de chocolate?
No sé si admitir mi hambruna o morirme de hambre.
—Ah... —ella nota mi indecisión.
—Lo tomo como un sí —ríe sin burlarse de mí y eso me tranquiliza—. ¿Prefieres comer ahora o darte un baño para comer más tranquila?
«Sin duda me veo mal»
—Primero el baño.
Cuando termino de hablar, me guía hasta el pasillo que se encuentra en frente de la puerta principal y noto muchas puertas, pero una en especial llama mi atención, la de al fondo en el pasillo. Oyo como abre la primera puerta del mismo lugar y giro para encontrarme con un baño, cuyas paredes guardarán el eco de mi llanto.
Cyan Orión Dankworth
—¿Verdad que son hermosas? —indago, refiriéndome a las estrellas. Sony ladra—. Desearía que pudieras hablar. ¿Por qué eres tan rebelde con Cass? —ella vuelve a ladrarme—. Necesito que me prometas que te comportarás, ella no está en condiciones de lidiar con tu rebeldía, tuvo un mal momento y nos necesita —la acaricio y ella se recuesta a mi lado.
Juntos nos dedicamos a mirar el cielo tan fiero y obscuro. Recuerdo su llanto y el corazón se me ahoga. Ella está tan lastimada.
—Y yo soy el único culpable —suspiro.
No quiero seguir pensando en el posible suceso y cuando siento la presencia de Thalía, agradezco al cielo por la ayuda.
—Es ella ¿Verdad? —inquiere, para asesorarse—. Henry me contó que... —la interrumpí.
—Lo es —respondo.
«Henry debería ser un fisgón»
—¿Viste sus marcas? ¿Su ropa? —mi voz suena con angustia—. ¡Le hicieron eso por mi culpa, porque dije una tontería que le costó su sufrimiento! —me permito llorar.
Mi amiga me escucha y me pronto me abraza.
—Fuiste un imbécil. Pero aun puedes ayudarla —se separa. Yo sé que esto también le afecta de cierto modo, le trae horribles recuerdos—. Supongo que tienes hambre, en la cocina hay chocolate con pan y mermelada —termina su anuncio y se marcha, dejándome con Sony y deseando no haber sido tan estúpido otra vez.
¡Hola, corazón! ¿Cómo estás? Te dejo aquí el capítulo número seis de REMDLO.
Espero leer sus comentarios en este apartado y que la melodía Idea 1, de Gibran Alcocer les haya guste mucho.
Muchas gracias por la lectura,
Melany V. Muñoz
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