Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 2

Capítulo 2

Tomatito

Cass Enif Wayne

Miro al cielo y me quejo en silencio al saber que no habría ninguna tormenta. Por el contrario, este cielo está perfectamente normal y oscuro al igual que nuestros alrededores. Las pequeñas constelaciones encima de nosotros, forman figuras reconocidas; las mismas que solía ver cuando vivía mi familia.

Recuerdo a mi madre, tan radiante como siempre, una morena de cabellos oscuros y rizados largos, junto a un par de zafiros muy grandes. Muchos, en mi hogar, solían decirme que era su viva imagen, que era la otra Marina Wayne. En mi mente quedaron grabadas sus palabras, sus cantos y arrullos.

—¡Fuera de aquí! —repito a los mosquitos que llevan más de una hora molestándome—. Lo siento, amiga. Debí buscar un mejor lugar —susurro, pero ella lame mi cara en forma de consuelo.

Desvío la mirada hacia nuestra derecho y cacho al desconocido viéndonos muy ameno con unos troncos de leña.

—Sobreviviremos hasta el amanecer —dice, dejando nuestro material de calefacción en el suelo.

Asiento y abrazo muy fuerte a Sony. El rincón que tenemos por fuerte no es tan fuerte que digamos, solo eran matorrales y rocas, pero al menos aquí no corríamos peligro. O al menos no tanto.

Sony se remueve un poco, acercándose más a mi calor.

—¿Qué sucede? —pregunta él, al notarla inquieta.

—No está acostumbrada a la presencia de alguien más —beso su cabeza y ella comienza a calmarse—. Tranquila, todo está bien.

—Son muy unidas —comenta y sonrío un poco.

El desconocido enciende la fogata con un par de rocas y luego de ello todo se vuelve silencio, un silencio oportuno y necesitado. Miro mis manos: están muy rojas, demasiado. Me quejo sin evitarlo al tocarme.

—Déjame verlas —niego y él rueda sus ojos—. Deja la necedad —se acerca y las toma con cuidado para inspeccionarlas.

—Estoy bien —murmuro y las quito. Pero el terco las vuelve a tomar, acercándose mucho más que antes.

«¿Acaso no sabe lo que es el espacio personal?»

—No seas orgullosa y deja que te ayude —reniega, intentando tomar mi brazo con sutileza, pero otra vez la retiro, haciéndolo enojar—. ¡Si no dejas que te ayude con eso, no podrás irte mañana temprano! —me observa serio y desafiante con esos ojos que me prometen una protección imposible.

Arrugo mis cejas ante su comentario.

—¡Claro que lo haré! ¡Ni siquiera nos conocemos! —afirmo con severidad.

Él exhala como si estuviera cansado de discutir.

—¿Por qué eres tan terca? Tu brazo no está del todo bien, y aun así no dejas que te ayude.

—¡Porque no te conozco! ¿Cómo quieres que confíe en ti? —espeto también cansada—. Mi brazo está bien. Gracias y buenas noches —prefiero acabar con la conversación y me doy la vuelta para mirar dormir a Sony plácidamente, hace mucho no lo hacía.

Escucho un suspiro en tono de resignación y siento como se aleja. Muy en el fondo agradecía su preocupación, pero lo mejor es no relacionarnos tantos. Una cosa siempre lleva a la otra.

Tengo frío, hambre y mucho sueño... como siempre. El cansancio me apodera de mí y sé que necesito reponer mis horas. Por fin puedo descansar al menos un poco, tengo el presentimiento de que él velará el sueño de las dos.

...

Corría alegremente mientras jugaba con mi abuelo. Él venía por mí, tenía que atraparme y luego yo a él, era divertido. Pero al no dar con él, yo detenía mi andar, sintiendo el pánico apoderarse de mi cuerpo. Lo buscaba por todas partes y no lo veía, él ya no estaba conmigo.

Sola y preocupada seguí corriendo.

Luego un rostro se mostró y yo me espanté. No quería que notará lo que causaba en mí, peor el miedo me ganaba. Giré la mirada y noté un cadáver: el cadáver de mi abuelo.

—Hola, pequeña zorrita ¿Te acuerdas de mí? porque yo te llevo presente todos los días —sentía terror, sus palabras me causaban escalofríos, y su mirada era espeluznante e intimidante.

Se acercaba a mi sigilosamente y yo no podía reaccionar, mi cuerpo temblaba del miedo. Sin saber en qué momento quedó muy cerca, tomó su espada y con esta empezó a darme incones en ciertas partes de mi cuerpo. Me estaba torturando y yo solo podía llorar, tan era inútil y vulnerable.

Segundos después formó una sonrisa torcida y malévola, para luego traspasar con su filosa espada mi estómago y pronto siento un dolor indescriptible en mi cuerpo.

—¡No! —grito al despertar.

Una gran preocupación invade mi alma y corazón. Estoy sudando y respirando frenéticamente por tremendo susto. Y al parecer no soy la única.

—¿Qué ocurre? —indaga, preocupado.

Miro a todas partes y aunque sé que no está aquí, su tortuosa sonrisa me acompaña en mi cabeza, en mi mente, al igual que sus manos en mi piel, que sus palabras y ojos. Desesperada verifico que Sony siga a mi lado, y me tranquilizo cuando la veo a mi lado.

«Otra vez aquel maldito sueño»

—¿Qué pasa? —vuelve a preguntar y yo niego—. ¿Te duele algo? ¿Tu brazo está bien? —siento su cercanía e intento apartarme como antes, pero él lo nota y las toma en un movimiento veloz.

Ese momento me permitió asimilar cuantas malas noches tuvo que haber tenido antes. Sus ojeras lo delatan.

—Estoy bien... —afirmo tranquila. Debo controlar mi respiración, después de todo, no es la primera que pasa.

—¿Bien? ¡Estás sudada, tu respiración es agitada y tienes una cara que da miedo! ¿Eso es estar bien?

Entiendo su desconcierto, mas no la importancia que le otorga a mis problemas.

—Estoy bien —aclaro y diviso nuestras manos y luego a él—. Ahora, quita tu mano de la mía antes que te la corte —asevero, pero no lo hace. Aprecia mis lastimadas manos y las presiona.

«¡Imbécil, me lastimas!»

Al percatarse de mi dolor, me ojea un segundo y vuelve su atención a mis manos. Comienza a sobar la derecha y se da cuenta de que es la que está más hinchada, pronto hace otro tipo de masajes y continúa con la izquierda.

—¿Qué relación tienes con esos tipos? —pregunta y comprendo que es para que ignore el dolor en mis muñecas. –

—Ninguna —me apunta su cuidadosa mirada. Sabe que le miento—. Son unos enfermos, Félix y su hermano.

Él ríe.

—Mueve tu muñeca izquierda en círculos, pero muy lentamente —dice—. Necesitas algo de hielo, espero puedas conseguirlo mañana, sino te dolerá aún más. Por el momento está manejable.

—De acuerdo —me limito a decir. Sin embargo, admito que pude haber dicho algo más.

—Eres la mujer más testaruda, malcriada y engreída que he conocido —comenta entre risas, mientras veo mis manos. Duele, pero no quiero verme más débil, por lo que trato de distraerme con cualquier otra cosa a mi alrededor.

—Y tú eres muy odioso e insistente.

Sonríe ante mi comentario y por segundo nuestras miradas se encuentran. Mis zafiros y sus mieles se curiosean entre sí. El fuego se refleja en ellos como un digno espectáculo que apreciar. Pero al rato recobro mi compostura y diviso mis manos nuevamente.

—Bueno, gracias —susurro finalmente.

—Oh, sí. No hay de qué —él parece entender la situación y se recuesta para observar la luna.

Yo recojo mis piernas y las abrazo. Me dispongo a mirar las estrellas como lo más hermoso de la noche; lo único, a decir verdad, sin omitir a la luna.

Todo vuelve a ser silencio y cansancio. Pero pensar en otra pesadilla me quita igual de fea las ganas de dormir. Por su culpa me quedé sola y sigo cuestionando que sería de mi vida si el estuviese vivo. Quizá hubiésemos sido felices.

—¿Alguna vez te preguntaste como llegaron allí? —emito curiosa. El desconocido capta la línea y asiente.

—Muchas veces —forma una sonrisa llena de melancolía—. Solía preguntarle a mi padre.

—Oh —prefiero no ahondar en su pasado.

—Lo son —bosteza.

Le hecho una última mirada a nuestro alrededor cuando me decido dormir. Es lo mejor, despierta me cansaré más. Lo último que aprecio justo antes de fundirme en el suelo, cuando mis ojos se cierran, es la luna. A los segundo de perder el control sobre mi cuerpo, siento algo cubrirme del frío y Sony se arrulla a mi lado, brindándome calidez con su pelaje.

—Buenas noches —me susurra y yo caigo en los brazos del sueño.

...

Siento como un líquido cae sobre mi cara, obstaculizando mi visión. Y luego a algo viscoso pasarse por mis mejillas, una y otra vez.

«¿Qué es esto?» me pregunto e imagino lo más probable a pesar de tantas posibles escenas perturbadoras.

Me levanto inmediatamente y una rio escandalosamente al dar con mi amiga y su litro de baba.

—Buenos días, ¿Cómo amaneciste? ¿Dormiste bien? —la abrazo y noto el exceso de saliva en su pelaje.

«Nada como un buen baño de saliva»

Ella responde juguetona con un alto ladrido. Desvío la mirada para saber si el hombre sigue con ambas o no, y me percato que aun poseo su capa encima de mí, por lo que deduje de inmediato que permanece cerca.

Lo busco con insistencia y el parece notarlo desde su desconocida posición, porque al salir de un par de arbustos de enfrente, me dice:

—¿Me buscabas?

—¿Qué? por supuesto que no —miento, levantándome—. No eres tan importante primor.

—No me digas —ríe y avanza hacia mí, mostrándome su torso desnudo. Disimulo mi vergüenza al no tener la costumbre de ver hombres en ese estado. Hecho la capa en su dirección con la vista en el cielo y él ríe al darse cuenta de todo.

El extraño se posa en frente y aprecio que se halla empapado, como si se hubiese bañado en sudor tras un larga caminata, porque baños por aquí no hay. Pero de ser así, me intriga saber dónde, si aquí no abunda más tierra; solo un río que dividía pueblos, pero demasiado lejos de aquí.

Comienzo a reír al imaginarlo tomar un baño en una zanja junto a los bichos y sanguijuelas. Y se me remueve el estómago al intentar pensarme de ese modo.

—¿Por qué ríes? ¿No habías visto a un hombre tan guapo como yo sin camisa? —dice, se cruza de brazos y sonríe—. Pero es entendible, los hombres como yo, así de galanes, no abundamos por aquí.

Ruedo los ojos tomando mi compostura y me estiro.

—Tápate, ¿Quieres?

—¡Pareces un tomate! —se burla al notar mi leve sonrojo.

«Es un... exhibicionista. Un completo ofrecido»

—No tengo tiempo para tonterías —espeto y giro dispuesta a irme—. Vámonos, Sony. Ya no tenemos nada qué hacer aquí.

Los hombres son tan tontos e infantiles que prestarles atención es igual a perder el tiempo y jamás poder recuperarlo. Todos actúan como babosos, machistas, arrogantes, infieles y estúpidos que siguen estereotipos que nada más destruyen la vida de los demás.

Eso son los hombres para mí.

«La mujer para la cocina. Ustedes están por debajo de nosotros. Deben dedicarse al matrimonio y atender a los hijos» esos comentarios al día de hoy me llenan de cólera, por ser nefastos e ignorantes.

Una mujer puede ser más útil de lo que aparenta y hasta más valiente que un hombre fortachón, porque esa fortaleza no radica en su físico, sino en su mentalidad. Mi abuelo me inculcó muchas cosas y ninguna de ellas fue crecer para casarme y tener hijos o atender al rey del hogar. Él quería mucho más que eso, quería mi libertad y que yo fuera feliz.

Escapo de mi divague y noto que me he detenido en el tiempo y el espacio. Observo a mi lado a Sony y oigo la voz del extraño que me asegura que ya activó modo decente.

—Ya puedes mirar, Tomatito —no ignoro su apodo.

—Ningún Tomatito —le miro mal y sacudo mi ropa para quitar un par de hojas sobre él. No quiero lucir peor de lo que ya estoy.

«Necesito un baño con urgencia»

—Cerca de aquí hay un manantial —informe—, digo, por si quieres bañarte —concluye y se acerca a Sony para abrazarla.

«¿En qué momento se volvieron tan cercanos?» me pregunto.

El olor a vida natural, de un momento a otro, es reemplazado por una pestilencia que inunda mis fosas nasales y las de mi amiga.

—¿Qué huele tan mal? —me reviso dudando de mi propio olor, pero descarto culpa cuando compruebo que no estoy podrida.

El extraño se huele y comienza a hacer muecas, lo que me hace dudar de su baño y completo aseo.

—¿Dónde diablos te metiste?

—¡En el manantial como te dije! ¡Lo juro!

Río.

—O a una posa, tal vez... —agrego—. En fin, no es problema mío, así que, nos vemos. A caminar Sony.

Mi amiga se pasea su alrededor, le ladra y vuelve a mí. Ambas partimos, pero su llamado nos detiene.

—¡Esperen! —oliendo a posa se acerca y yo me alejo. Pero Sony no lo hace, por el contrario, se apega a él como si se conocieran de toda la vida.

No me gusta esa nueva y surgente amistad.

—¡Sony, ven! —demando, pero ella me ignora—. ¡Hazlo!

—No la regañes, ella no tiene la culpa de tu mal genio —la defiende sin derecho—. Es mejor que obedezcas. Nos volveremos a ver —susurra.

—No nos volveremos a ver —sentencio y suspiro, tratando de calmar mi desconcierto—. Sony. ¿Quieres comer? ¡Vamos!

Esto es totalmente humillante.

—No creí que pudieras ser más cariñosa y amable —se burla.

Ella regresa y en el proceso le lanzo una mirada de amenaza, y ella que no es tonta, la entiende: sabe que está en serios problemas.

—Sabiendo que hay muy pocas probabilidades de volvernos a ver, me tomaré la libertad de hacer esto —acude a mi a paso firme.

Mi corazón se asusta y se detiene, mis ojos se abren al verle muy cerca, y siento mi presión subir cuando me encuentro con sus soñadores ojos. Él se inclina y cuando creo que va a besarme los labios, toma mis manos y las besa con ternura.

«Respira, Cass. Recuerda que este hombre te saca de tus casillas... aunque también causa nuevas sensaciones» me digo, pero al segundo niego en mi interior, pues volver a sentir esas sensaciones es triste y abrumador.

Se aparta y me mira confundido, tal vez por mis ojos llenos de tristeza. Me reincorporo y me mantengo firme al separarme.

—Hasta nunca... —me despido.

—Soy Cyan, el hombre más hermoso y de tus sueños —ríe—. ¿Tú?

«Interesante»

—¿Y tú, cómo te llamas? -preguntó curioso.

—Debo irme. ¡Vamos, Sony!

—Espero volverte a ver —alega y yo niego mientras sonrío.

—¡Yo no, Cyan!

Recuerdo su olor y nuevamente sonrío. Esa pestilencia no se va tan rápido.

Camino junto a mi amiga y cuando recuerdo su escenita la observo severa y le hago saber que está en problemas.

—Tú y yo tenemos una conversación pendiente.

...

Ya no me queda a donde ir. En Andrómeda no tengo nada y ahora es complicado ganarse la vida, y más con mi fama. Cuando era niña me ganaba la vida como podía, trabajé cargando cajas, limpiando casas, ayudando a los vendedores ambulantes. Muchos no contrataban gente negra, porque creían que eran esclavos sin derechos.

Al poco tiempo de perder a mi abuelo, Sony y yo conocimos el bosque. Fui tan ingenua y creí que nos ayudarían, y por supuesto, esa ayuda jamás llegó. Luego de la batalla me vi obligada a regresar a mi pueblo. Pero en el camino, alguien nos encontró y nos amó desde ese día, nos dio seguridad, pan y techo.

Su cabello blanco aún tenía mechones rubios, no era tan delgada, sus ojos eran negro y poseía escasas cejas. El hogar que forjó para nosotras se volvió el paraíso, tenía mi propia habitación y el pueblo no era tan malo. Ara me dio un lugar seguro, aunque no fue el mío.

A pesar de todo, siempre mostré agradecimiento. Janeth Stone fue mi mentora hasta que la vida lo decidió. Me contó muchas historias de su juventud e identificando su soledad, supe que jamás tuvo hijos o alguna pareja que valiera la pena.

Y como toda situación mágica, el encanto se perdió cuando la perdí. Un día cuando no noté su presencia en toda la casa, sentí mi mundo destruirse de nuevo. Al encontrarla en su perezosa, con la vista al cielo, me di cuenta que era una despedida más. Su rostro me lo decía.

—Gracias... por estos años, Cass.

—Gracias a ti —recuerdo haber respondido—.¡Por todo, enserio, mil gracias! —luego la abracé y Sony se nos unió.

También sentí sus lágrimas.

—Conserva esto como un presente —me extendió un brazalete con la inicial C.

Pronto, Janeth cerró sus ojos y partió de este mundo. No me privé de besar su frente y luego repartí la noticia a sus vecinos. Y no creí que la gente fuera tan mala hasta que los vi fuera mi hogar con lámparas y palos, listos para lincharnos.

Creí que moriría esa noche, pero los Gongers aparecieron. Por un segundo los vi como mi salvación, no obstante, de salvadores no tuvieron ni un pelo. Esa noche me humillaron como a la peor basura, se me arrastró hasta la plaza y en medio de ella se me acusó de haberle robado a Janeth. La prueba fue mi brazalete.

Negué varias veces tal acusación, pero nadie le creyó a niña negra que rogaba por piedad. El pueblo se encargó de exiliarme y desde ese momento comenzaron a llamarme: Cass, la vil y sucia ladrona. 

¡Hola, corazones! 👁️👁️ ¿Cómo se encuentran? ¿Cómo les va con sus historias? ¿Recomendaciones? ¿Cómo estuvo el capítulo? Bueno, aquí vemos un poquito sobre lo que vivió Cass. Deseo que les haya gustado. 

Melany V. Muñoz

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro