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36. La historia del Mork

"De cuentos olvidados, y de pasiones vividas. De sueños realizados y corazones apagados. Eres la oscuridad que invadió cada parte de mi vida, la que ahogó mi luz y tomó mi alma, arrebatándome el silencio"

📆 18 DE MAYO DE 1481

📍 RODAS, GRECIA

La anciana aún apretaba el paño húmedo por su frente, negando a su vez una y otra vez con su barbilla. El apuesto hombre que tenía frente a si era otra víctima más del enjambre sísmico que este lado del Mediterráneo llevaba meses sufriendo, con la diferencia que Rodas había sobrevivido y no así la isla de donde procedía el moribundo.

-¿No despierta? -la anciana desvío su mirada del rostro ceniciento del muchacho para centrarla en su hermana, quien chasqueó su lengua al ver la negativa de esta- pues no te esfuerces más. Está claro que Dios no quiere que este desdichado viva y fuera hay personas vivas que te necesitan más.

Una última mirada le dio la anciana al moreno, para levantarse después siguiendo a su hermana, quien, a pesar de todo, no dejaba de tener razón. A la isla no dejaban de llegar supervivientes de lo que una vez había sido la isla de Crisia, y ahora solo era un pedazo de tierra enterrado en el mar. O más bien, un cementerio acuático para tantas miles de personas que había perecido en él.

El pobre muchacho apenas respiraba, un halo de vida era lo que le quedaba. Entrada la noche, sus posibilidades de sobrevivir eran escasas, y ni un milagro lo salvaría de fallecer. Aunque siglos después, él se lamentara de su destino, deseando haber muerto aquella aciaga noche, cuando posaba su vista en su mujer y en su hinchado vientre, agradecía que le hubieran dado, la muerte en vida.

-Tan joven. Tan hermoso y con toda una vida por delante -sus mejillas estaban siendo acariciadas muy lentamente por una mujer oculta tras un velo negro que le susurraba las palabras en un tono de voz casi inaudible.

-Olivian, vamos. Nos van a descubrir y bastantes estragos has causado esta noche -tiró de ella su marido, un hombre que aparentaba unos 18 años pero cuya vida databa de hacía unos siglos atrás.

-Lo quiero. Será nuestro hijo.

-No tiene edad para serlo -le recordó él rodando sus ojos un par de veces, harto ya de los caprichos de su esposa- ya has comido. Ya has jugado. Vámonos. 

-No sin él -.le desafió ella luciendo sus ambarinos ojos aún más refulgentes si cabe. La tosida del chico, le hizo a ella torcer el gesto como si le esperara ese permiso que su marido no parecía querer darle.

-No vas a follártelo. Será nuestro hermano, no tú juguete. Prométemelo, Olivian -la mujer aplaudió entusiasmada a las palabras de su marido, jurándole un par de veces lo que él le pedía. Se inclinó quitándose el velo, coincidiendo con un momento de lucidez del joven.

-Hola, querido, ¿Cómo te llamas? -le preguntó ella enredándolo en su maraña de sugestión para que él colaborara.

-Karel -le respondió él con un hilillo ininteligible de voz.

-Me gusta como te llamas. Estás de suerte, Karel. Voy a salvarte. Vas a vivir, y haré de ti alguien temido. Alguien como nosotros. 

Olivian no le pidió opinión. No le dio opciones. Simplemente le dio de beber su sangre y después lo mordió arrebatándole la vida, para darle otra nueva, una que al principio, Karel pensaba que era su único opción, pues le debía lealtad a sus dos hermanos

Tarde descubrió Karel que Olivian y Harden Vasileas, sembraban el miedo y el terror allí por donde fueran. Aprovechaban cada guerra o conflicto para arrasar y tomar la sangre y los cuerpos de los contendientes, eso si, sin convertir a nadie, pues solo Karel parecía ser el único capricho de Olivian. 

Él también se adaptó a sus costumbres. Tomo sangre inocente hasta acabar con su vida, saciado de ellos. Creyendo que lo que hacía estaba bien. Confiando en sus hermanos, aquellos que le habían dado la vida.

-¡Oh, si! ¡No pares, Karel! ¡Más duro! -las erráticas embestidas de Karel, quien sujetaba las caderas de Olivian, tenían a la mujer al límite de ese ansiado orgasmo. Ambos llevaban tiempo dejándose llevar por el frenesí de sus encuentros, buscando esta vez, la soledad de una estancia victoriana en un castillo francés. 

-¡Te gusta! ¿Te gusta como te estoy follando, perra? -las caderas de Karel arremetían una y otra vez contra Olivian, quien era tomada de espaldas por él, tan cegada por el placer que ni cuenta se dio de que su marido observaba la escena desde detrás de una celosía, cegado por la rabia de tan furioso encuentro.

-¡Fóllame más fuerte!

Parecía Karel que iba a romperla a juzgar por sus salvajes acometidas. Nunca era delicado con ella, ni quería serlo. Le hastiaba follarla, y a veces, odiaba tener que hacerlo, pero, la muy zorra siempre estaba dispuesta y si lo hacía, no tenía que aguantar sus inútiles reproches.

Sintió Karel como se venía dentro de ella sin importarle que Olivian hubiera acabado. Estaba cansado de esos encuentros que no le aportaban nada y que cada vez le aburrían más pues no despertaban en él, ninguna clase de sentimientos. Terminó de correrse y salió de la mujer, arreglando su ropa.

-¡Aún no he terminado! -.le reprochó ella alzando su mano dispuesto a abofetearlo, algo que no sucedió pues Karel la agarró justo a tiempo, impidiéndole que lo hiciera.

-Si quieres, te ayudo yo.

Perpleja se mostró Olivian con la aparición de su marido, no así Karel quien seguía acomodando su ropa sin prestar atención a Harden.

-Harden, amor, yo... -intentó ella excusarse viendo la peligrosa cercanía de su marido.

-¿Tenía yo razón? -la pregunta de Karel dejó descolocada a Olivian, quien en ese momento comprendió la trampa que el de pelo oscuro le había tendido.

-Nunca he dudado de que mi mujer fuera una zorra, pero, pensaba que a ti te respetaría, tal y como me prometió, ¿o ya no recuerdas tu promesa? -agarró Harden la barbilla de Olivian apretando con excesiva fuerza haciendo que ella se retorciera presa del dolor.

-¡Lo siento, amor! ¡Lo siento! la culpa es suya. Él me provocó -arqueó Karel una de sus cejas al ver como Olivian intentaba excusarse de algo que era inevitable, la furia de su esposo.

-Si no me necesitas más, me voy -le anunció Karel a Harden, tomando a continuación sus escasas pertenencias.

Le hizo un gesto el de pelo rubio, a la vez que Karel les daba una última mirada. Esa noche los abandonaría para emprender una nueva vida él solo. Y aunque escuchó los reproches de Olivian y las voces que le gritaba lo desagradecido que era, no miró atrás y siguió con su camino. 

No sabía Karel que sería la última vez que los viera con vida, pues el matrimonio tuvo una fuerte discusión que provocó un incendio en la estancia, del que ninguno pudo escapar.

 Ambos perecieron. 

A la mañana siguiente, y ya cuando las llamas se habían sofocado, encontraron a la pareja, abrazados y calcinados, uno sobre el otro.

📆 23 DE OCTUBRE DE 1641

📍GALWAY, IRLANDA

Las últimas gotas de sangre cayeron en su garganta deslizándose por esta con gran fluidez. No se molestó en cerrar la herida pues el corazón de su presa había dejado de latir nada más clavarle los colmillos. De un empujón arrojó el cuerpo del soldado a un lado, limpiándose la comisura de los labios con la manga de su chaqueta. 

El fuego crepitaba con más intensidad preludio de lo que vendría después. La rebelión había estallado en todo el país solo hacía unas horas, tiempo suficiente para poder salir y buscar otro lugar donde establecerse.

Tendría que cambiar su nombre esta vez, pues los rumores sobre el desalmado Karel Saiduz, no dejaban de crecer a este lado de la isla. Caminó dirigiéndose hacia el puerto, lugar donde le esperaba un barco. Francia, su nuevo destino. Su nariz olió el miedo y algo más mezclado en el. Agitó su cabeza frunciendo sus labios, consciente de a que pertenecía ese aroma. 

Tendría que haber pasado de largo. Haberla dejado sucumbir a un destino peor que la muerte, siendo esta lo que le esperaba después, pero, aún su alma no estaba tan corrompida y una parte de su negro corazón, le pidió que se detuviera.

Eso hizo Karel, apartando las maderas de un techado derrumbado, el cual cobijaba a una llorosa pequeña, que, asustada, sollozaba aún más al ver a la imponente figura cernirse frente a él.

-Ei, no tengas miedo -se agachó Karel ofreciéndole a la niña una amable sonrisa, que ella tardó en corresponder, pues estaba tan asustada que temía de todo y de todos- no voy a hacerte daño. ¿Dónde están tu mamá y tú papá?

-Les calló el techo encima cuando entraron los soldados -le relató la pequeña sin poder contener su llanto.

-¿No tienes hermanos ni nadie que te pueda ayudar? -negó la pequeña rubia de pelo ensortijado, produciéndole a Karel una ternura infinita- yo también estoy solo. Un terremoto mató a toda mi familia y yo casi muero, pero, aquí estoy. ¿Cómo te llamas?

-Alienna -.le contestó la pequeña algo más calmada desde que Karel hablara con ella.

-Voy a viajar lejos de aquí, ahora. Me voy a Francia, ¿te gustaría venir conmigo?

La pequeña receló de su ofrecimiento. No lo conocía de nada, pero, su rostro amable y la forma tan dulce como la trataba, la hicieron confiar en él. Así que, solo tuvo que tomar su mano para que la ayudara a salir, dispuesta a vivir una nueva vida a su lado.

-¿Y vos como os llamáis? -le pregunto la niña ya más respuesta de su llanto.

-Karl. Karl Vázquez -le contestó un Karel satisfecho de como sonaba su nuevo nombre.

-Prefiero llamarte papá. 

Durante años, Karl y Alienna vivieron en Burdeos, para trasladarse después al norte de España. Bilbao fue la ciudad que los acogió y donde Alienna conoció al que sería su marido. Un buen hombre aprobado por su padre con el que formó una familia. Aquí fue donde el imperio Saiduz comenzó a crearse, con pequeñas empresas que se dedicaban al comercio portuario. 

Fueron buenos años en los que Carlos, o Karl, o Karel, vio nacer a sus nietos. Tres preciosos hijos de su Alienna que por primera vez le hicieron sentir ese amor que tanto negó en todos sus años de vida, y de no vida.

-Odio que tengas que irte -le decía su pequeña meciendo al menor de sus hijos a la puerta de la casa que con tanto esfuerzo habían construído.

-Sabes que tengo que hacerlo, Ali. Ya no puedo esconderme más -apretó Carlos las manos de su hija intentando contener las lágrimas que no quería derramar- pero no te dejaré. Vendré a verte.

-Una vez al año. Promételo -abrazo Alienna a su padre, que aunque no era el de verdad, siempre se había comportado con ella mejor que el suyo propio.

Nunca le mintió ni le ocultó lo que era. Fue un buen padre, y luego un buen abuelo, algo que le llenaba de orgullo y que en años posteriores recordaría con la misma emoción.

-Volveré como ese sobrino lejano de tu padre -se río él compartiendo con ella los planes que ambos habían trazado para no perder el contacto.

-.Te quiero, papá. Gracias por llevarme contigo aquella noche.

La despedida fue triste para ambos, así como para el resto de la familia. Aunque solo fueran unos años en los que ambos estuvieran separados, serían los más difíciles de su vida, pues Carlos y Alienna no se habían separado nunca tanto tiempo desde que ambos cruzaran su vida una con la otra.

Un nuevo siglo llegó. 

Una nueva vida para Carlos, que ahora era conocido en toda Europa como el Mork, el oscuro que se llevaba la vida de los desalmados y cobraba su propia venganza. Vagaba a sus anchas como un demonio vengador, tomando la vida de todos aquellos que por sus actos no merecían vivir, hasta que le llegó la carta de uno de sus nietos, reclamándole su vuelta a Bilbao, pues su Alienna estaba a punto de expirar su último aliento.

📆 DICIEMBRE DE 1710

📍BILBAO, ESPAÑA

-Estoy harta de que estés solo. Deberías buscarte una pareja.

-No estoy solo, Ali -se intentó justificar un Carlos que sufría viendo como su pequeña se apagaba sin que ella le dejara hacer nada.

-Las putas con las que te acuestas no cuentan.

-Yo no te di una educación para que fueras tan descarada -la regañó él encontrándose con la mirada burlona de su hija.

El silencio imperó entre ellos, uno que no hacía falta rellenar pues ambos se entendían con solo una mirada.

-Odio que no me dejes salvarte -se quejó de nuevo Carlos con bastante amargura.

-Si hubiera querido ser como tú, me hubiera convertido mucho antes, no ahora que soy una vieja pasa arrugada -solo pudo reír Carlos sin sorprenderse que Alienna en su lecho de muerte aún hiciera bromas.

-¿Has sido feliz, mi niña?

-Lo he sido, porque tú lo hiciste. Me has dado una buena vida. Ya era una familia a tu lado, y después, solo la completamos -acarició Alienna una de las mejillas de su padre, ofreciéndole una calmada sonrisa al hacerlo- y tú, ¿has sido feliz?

-Lo seré hasta tú último aliento, después, mi vida será una mierda de nuevo.

Estuvo Carlos toda la noche agarrada a su mano, dándole lo que ella necesitara y atendiéndola en sus últimas horas. Así lo había querido su Alienna. No quería que el resto de su familia la viera morir. Querían que la recordara con su eterna sonrisa. Una dulce melodía hizo a Carlos despejas su cabeza y abrir sus ojos, sonriendo al ver a su niña cantar. 

- ¿Qué cantas, Alienna? 

- La canción del adiós -le respondió ella apretando su mano y esta vez con la sonrisa más débil que la última que le diera. 

- Es bonita.

- No lo es, es de despedida. Alguien le ha dicho adiós a la persona que más quiere en el mundo. Y ha llorado tanto, que el eco de sus sollozos han viajado hasta a mi -acarició Carlos su pelo plateado, el que una vez fue de un color trigeño, envidia de las mujeres del pueblo donde ellos vivieron. 

- ¿Y qué ha ocurrido más?

- Las nonnas se han llevado a la niña. La han salvado, padre. Ella te encontrará. Llegará un día que vuestros destinos se unan.

Alienna cerró sus ojos cansada. Carlos decidió no seguir preguntándole más. Estaba acostumbrado a escucharla hablar de las nonnas, pues en el pueblo donde vivían no eran raras las leyendas sobre ellas. 

- Padre -Alienna vuelve a abrir sus ojos sonriéndole a Carlos con ese brillo especial que siempre tuvo.

- Dime, mi pequeña.

- No dejes que se la lleven.

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