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Capítulo uno: Último día


La alarma empezó a sonar, despertándome de mi sueño y eso me molesta.

Al menos es el último día.

Abrí mis ojos y lo primero que hice fue girar la cabeza para ver que el despertador marcaba 7:00 a.m.

Bufé y apagué la alarma con todo el placer del mundo.

Iba a levantarme cuando escuché el ruido de unas patitas entrar a mi habitación. Mi perro se subió a la cama y empezó a lamer toda mi cara para saludarme.

—¡Para! —dije mientras reía e intentaba sacármelo de encima, pero es muy grande

Alfa es un perro siberiano de color blanco y negro, tiene un ojo azul y otro de color verde, pero lo amo a pesar de todo. Especialmente cuando estoy triste y él siempre se queda a mi lado para que no me sienta sola.

Es mi mejor amigo, excepto cuando juega con mis peluches, ahí somos enemigos.

Con mi familia y mi novia es cariñoso, pero con mi mejor amiga o con mi amigo no, no le gusta la idea de que alguien pueda hacerme daño.

—Ya. Alfa, quieto —levantó la cabeza y me dio una mirada tierna—. Tengo que ir a la escuela, es el último día —movió ligeramente su cola.

Quise sentarme en la cama, pero Alfa se sentó arriba de mi estómago, impidiéndolo.

Pensé en una solución, algo que adora más que a mi, su peluche.

—¿Y osito? —levantó la cabeza en modo de alerta—. Búscalo —saltó de la cama y fue a buscarlo.

Siempre funciona...

Me levanté de la cama, para dirigirme a mi placard y buscar mi ropa para la escuela.

Opté por una musculosa de color negro, mi campera de jean, uno jeans de color azul oscuro que estaban un poco rotos y unas botas negras.

Tomé mi celular y vi que tenía un mensaje de mi novia.

Sonreí.

Donna: Buenos días, amor.

Beth: Buenos días, traviesa.

Donna: ¿Lista para el último día de clases?

Beth: Sí, creo que será inolvidable.

Donna: Bueno, tú haces que todo sea inolvidable *emoji sonrojado*

Beth: Te veré en la escuela, cuídate, traviesa.

Donna: Te veo luego.

Miré la hora de mi celular y me di cuenta que solo tenía media hora para ir al colegio y todavía debía esperar a Alice. Tomé mi mochila y bajé rápidamente las escaleras.

En cuanto llegué a la cocina me dirigí al florero de rosas que tenía mi madre y tomé una de ellas.

—¡Elizabeth! —me sobresalté.

Giré lentamente y vi a mi mamá de brazos cruzados y una mirada que lo decía todo.

—Te prometo que es para Donna —me defendí.

—Sabes que no me gusta que juegues con mis plantas —me recordó.

Mi madre era una fanática de las plantas y todo eso, a veces creo que quiere más a las plantas que a mí.

—Es solo una, tienes miles —rodó los ojos.

—Bien, solo por esta vez —fui a abrazarla en modo de agradecimiento.

Mi madre es muy buena conmigo y acepta que esté con Donna, es de mente abierta y una señora a la cual admiro mucho.

En cambio mi padre es todo lo contrario, cuando supo que me gustaban las mujeres y que mi madre estaba de mi lado, se divorciaron y él se fue. De vez en cuando lo veo, pero ya no quiero hacerlo, siempre hace algún comentario para ofenderme.

Y es ahí cuando Donna viene y me consuela, junto con Alfa, claro.

Mi madre me sirvió tres panqueques en un plato, me senté y comencé a comerlos rápidamente ya que podría llegar tarde.

Mientras comía vi que mi madre hizo una sonrisa pícara y yo la miré sin entender nada.

—¿Qué? —dije con la boca llena.

—Espero que no aproveches el último día de clases para hacerlo con Donna —me atraganté al escuchar eso y bebí un poco de mi jugo.

—¡Mamá!

—Si lo vas a hacer usa protección, eres muy joven para hacerlo —recalcó.

—¿Y tú a qué edad lo hiciste? —ella alzó las cejas, sorprendida.

—Estamos hablando de ti, no de mi, niña —negué con la cabeza mientras hacía una sonrisa de lado.

Terminé de desayunar, lavé los cubiertos, el plato y el vaso y luego fui a saludar a mi mamá para poder irme.

—Ten un buen día, hija —dejó un beso en mi frente.

—Tú también —abrí la puerta para irme y allí vi a mi mejor amiga.

Bajé unos escalones y ella me abrazó como si no nos viéramos hace una década.

—Te extrañé, tonta —me apretó más.

Alice era mi mejor amiga y al igual que Donna, siempre estuvo conmigo.

La aparté del abrazo antes de que me quedara sin aire y ella río por la cara que yo tenía.

—No exageres, apenas te abrace —fingió inocencia.

—Claro, solo que casi me dejas sin aire, lo normal —ironicé.

Ella rodó los ojos, burlándose y empezamos a caminar hacia la escuela.

Mientras caminábamos su celular emitió un sonido de notificación y por lo visto, era su amado.

Alice está enamorada de mi amigo, Erix. Un chico frío, pero que con las personas que él quiere es cálido y bien portado.

—No hace falta que pregunte para saber que es él —comenté.

—Cállate, a puesto que cuando Donna te manda un mensaje te pones colorada —le di una mirada amenazante.

—No es cierto.

—Sí, sí, lo es —observó la rosa que había en mi mano—. ¿Lo ves? Ya le ibas a llevar un regalo.

—Mejor démonos prisa que podemos llegar tarde —empecé a caminar más rápido.

Luego de una caminata de puro chisme, llegamos a la escuela y vi que Donna y Erix ya estaban en la puerta, hablando.

En silencio me acerqué a ella y puse mi dedo en mis labios para que él no le diga que estoy cerca, ya que ella estaba de espaldas y no podía verme.

Su cabello rubio caía por su espalda, pero el leve viento que había lo desordenaba un poco. Vestía una remera de color negro, unos jeans de color azul, una camisa de color negro y rojo y sus zapatillas Converse.

Con la rosa en mi mano me acerqué a ella y le tapé los ojos. Ella al principio se asustó y luego soltó una pequeña risita.

—Ya sé que eres tú, linda —bufé y saqué mis manos de sus ojos.

—Hubieras fingido que no sabías —ella se dio la vuelta y dejó un suave beso en mis labios.

—¿Y perder la oportunidad de hacerte enojar? —rodé mis ojos.

Donna siempre dijo que cuando me molesto con algo o alguien, me veo tierna, pero creo que solo ella lo ve así, porque Alice y Erix no dicen lo mismo.

—Me voy a vengar —ella olió la rosa y me abrazó.

La abracé y sentí su perfume.

—Ya paren que me van a dar diabetes —comentó el chico de cabello marrón.

Nos separamos del abrazo y juntamos nuestras manos con una sonrisa.

El timbre sonó, indicando que debíamos entrar. Mientras las personas entraban nos miraban con asco, como si fuéramos personas de otro mundo. Nunca disimulaban, así que nosotras tampoco disimulamos nuestro amor.

Eso me molestaba mucho porque nosotras no le hacíamos daño a nadie, solo nos amamos y ya, sin perjudicar a nadie.

—¡¿Qué tanto miran?! ¿Nunca vieron el amor de verdad, idiotas? —dijo Erix mientras las personas nos miraban.

—Erix, está bien —le dije.

—No, no lo normalicen —Alice apoyó su mano sobre mi hombro, en señal de apoyo.

Hice una sonrisa cálida para que todos vieran que estaba bien, pero en realidad este tipo de situaciones hacían que me dieran ganas de huir y nunca más volver.

Donna me dio un beso en la mejilla y empezamos a caminar hacia el interior de la escuela.

Al llegar al pasillo, la mayoría de las personas nos miraban y murmuraban cosas, como siempre. No solo murmuraban cosas de nosotras, también de Alice y Erix por ser nuestros amigos.

Lo único bueno de está escena era Erix caminando como si fuera un dios, mientras les sacaba el dedo del medio a todos.

Nosotras tres nos reímos por sus locuras y en cuanto pasamos por el baño, Donna me detuvo.

La miré sin entender lo que quería.

—¿Me acompañas al baño?

—Claro —miré a mis amigos.

—Las esperamos en el salón —Alice me guiñó un ojo y yo fruncí mi ceño ante la confusión.

Ellos se fueron caminando y mi novia me arrastró hasta el baño. Al entrar ella cerró la puerta con cerrojo y dejó su mochila en el suelo.

—¿Te sientes mal? —pregunté preocupada.

—Algo así, solo una cosa puede curarme —hizo una sonrisa pícara.

Me puso contra la pared, su mano me sujetó de la cintura mientras que la otra se dirigió hacia mi mejilla y juntó nuestros labios en un tierno beso.

No era la primera vez que lo hacíamos a escondidas. En esta escuela hay tres clases de personas, los homofóbicos, los que son héteros, pero no le importa que gente del mismo sexo se gusten y por último las personas como nosotras, pertenecientes a la comunidad LGBTQ+.

Erix y Alice eran de los héteros que no les molestaba para nada y siempre nos apoyaban.

Sonreí en medio del beso, porque creo que hacerlo a escondidas es divertido, pero también es feo no poder hacerlo en público.

Nos separamos por la falta de aire y sus ojos grises se encontraron con los míos.

—Será mejor que paremos, no quiero llegar tarde —rodó los ojos de manera juguetona.

—Bien, pero me debes más besos —sonreí y negué con la cabeza.

Abrió el cerrojo y la puerta para que pudiéramos irnos tomadas de las manos bajo la atenta mirada de alumnos y maestros.

Entramos al salón y nos sentamos delante de Erix y Alice. Empezamos a hablar mientras esperábamos que llegue el profesor, de todos modos hoy no haríamos nada por ser el último día de clases.

El salón tenía asientos de a dos, un pizarrón de color verde con algunas groserías escritas, seguro por mis compañeros de clase. Las paredes eran de color blanco y el suelo de color gris. En el techo colgaban dos ventiladores que probablemente no funcionaban, pero ahí estaban.

Claro que en el típico salón de clases no puede faltar el grupo de los populares, el de los bullys y el de los raros, que somos nosotros.

—¿Y qué haremos este verano? Mis padres tienen una cabaña en el bosque, podríamos pasar unos días allí —todas sonreímos al escuchar eso.

—Unos días lejos de los adultos, sería perfecto —Donna me guiñó un ojo de manera pícara.

—Podríamos hacer una fogata y conocer el pueblo que está cerca y... —Erix se detuvo al ver que Alice estaba anotando todo en una libreta.

Alice levantó la vista al notar que todos la estábamos mirando.

—¿Qué?

—¿Estás anotando todo lo que dice Erix? —asintió.

—No se ofendan, pero ustedes tienen la memoria de un pez y es mejor recordar todo —rodé mis ojos para molestarla.

—Serán vacaciones, Alice —Erix le sacó la libreta y estiró su brazo para que ella no pudiera alcanzarlo— deja los planes de lado y dejemos que todo fluya —suspiró.

—Erix, me das mi libreta o... —vimos que alguien tomó la libreta de Alice.

Fruncimos el ceño al saber de quién se trataba.

—Max, dame la maldita libreta —Erix se levantó de la silla.

—¿Por qué? Molestar a tu novia es divertido —hizo una sonrisa arrogante.

Estiré mi brazo rápidamente para tratar de tomar la libreta, pero él fue más rápido que yo y se la lanzó a su novia.

—Oigan, no es gracioso. Danos la libreta —la rubia se levantó y fue hasta Lissa, la novia de Máx.

—Oblígame, lesbiana de mierda —todos empezaron a murmurar cosas.

No lo pensé, por impulso me dirigí hacia donde estaban ellas para decirle unas cuantas verdades a ella, pero mi novia me tomó por la cintura, impidiéndomelo.

—No vale la pena —me susurró en el oído.

—No dejes que te toque, querida, podrían pegarte eso de ser lesbiana —algunos compañeros soltaron algunas risitas.

—Que se te antoje es otra cosa, Max —él abrió los ojos como platos, sorprendido por mi comentario.

—¿Qué te hace pensar que se me antoja ser gay? —se cruzó de brazos y Donna me soltó lentamente.

—Bueno, no quiero decir nada, pero sabiendo que Donna y Alice escriben en el RTN y sabe todo acerca de los chismes y rumores de la escuela, hay muchas personas que podrían afirmar que eres un gay en el closet —de a poco sus mejillas se pusieron coloradas y Donna aprovechó la distracción de Lissa y tomó la libreta.

—¡Eso no es cierto, maldita mentirosa!

Bueno, personalmente no creía que fuera verdad, pero había varios rumores y creí que sería malo para él que varios de sus amigos supieran eso. Tal vez así entendería lo que es sentirse humillado frente a todos solo por su orientación sexual.

Volvieron a murmurar, pero nosotros los ignoramos y justo en ese momento llegó el profesor de fotografía. Mi materia favorita.

—Buenos días alumnos —nos dio una sonrisa cálida. —Como bien saben hoy es el último día de clases, por ende tendrán hora libre, pero no hagan alboroto, será el último día de clases, pero si así lo desean puedo enviarlos a dirección —todos nos quedamos callados. —Collins, venga por favor —fruncí mi ceño al escuchar mi apellido.

—Genial, ya estás en problemas —susurró el chico de cabello marrón.

Me levanté de mi asiento y me dirigí al escritorio del profesor. Él profesor traía un estuche de una cámara Canon, lo colocó sobre el escritorio con cuidado y me sonrió.

—Tienes pasión y amor por la fotografía. Esta cámara me acompañó en mis últimos dos años como maestro y quiero dártela —abrí mis ojos sorprendida por su gesto.

—Yo... No puedo aceptarla, una de esas cámaras vale mucho y...

—Por eso mismo quiero dártela, sé que no tienes el dinero suficiente para tener una cámara Canon, pero tienes potencial, yo me jubilaré y esta cámara quedará sin uso —me interrumpió—. Prefiero dártela, casi no la usé, prácticamente está como nueva —me alentó para recibirla y no me pude resistir.

Siempre había querido tener una cámara y no solo sacar fotografías desde mi celular, no era lo mismo.

—No sé cómo agradecerle, profesor —sonreí tímidamente.

—Bueno, puedes agradecerme cuando vendas tus fotografías. En el estuche está todo lo que necesitas para la cámara, solo falta usarla.

Abrí el estuche de color negro y adentro vi la cámara con dos lentes y un cargador. Uno de los lentes es el que usa normalmente y el otro es para enfocar objetos, personas o paisajes desde lejos y que la fotografía salga mejor. También hay dos lentes por si uno de ellos falla, tienen distintas distancias focales e incluso distintas sensibilidades.

Tomé la cámara y con cuidado coloqué la correa de la cámara en mi cuello y probé la pantalla digital, le quité la tapa al lente y empecé a ver todo el salón con ella para ver que tan bien funcionaba, hasta que mi vista se topó con una chica linda rubia que me estaba haciendo un corazón con sus manos.

No me imagino la vida sin ella, la amo demasiado.

Luego de probar unas cosas más, probé el otro lente y luego le volví a agradecer al maestro por su regalo y volví a mi asiento junto a mi rubia.

—Linda cámara —dijo Alice.

—Siempre quisiste una —Donna me dio un beso en la frente.

—Y recuerdo que una vez dijiste que cuando viviéramos juntas y tuviéramos un trabajo, ahorrarías para comprarme una.

—Bueno, parece que no podré comprarte una, pero no te salvas de vivir conmigo, pequeña —me abrazó.
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Estábamos en el receso y tenía ganas de tomarle una fotografía a Donna. Así que sin que se diera cuenta, mientras ella escribía la última noticia del año para RiverTown News, saqué la cámara del estuche, puse la correa por detrás de mi cuello y le saqué una fotografía.

—¡Oye, debes avisar!

—¿Para qué? Si de todos modos te ves linda —ella sonrió.

—Si lo dice la fotógrafa —me guiñó un ojo.

—Y yo lo confirmo —oímos una voz masculina y nos giramos para ver de quien se trataba.

Máx.

—¿Qué quieres, pedazo de idiota? —dijo ella de mala gana.

—Quiero que el año que viene hagas una sección exclusiva para mí —dijo con normalidad.

Max siempre se creyó que era el mejor en todo y en algunas cosas lo era, pero tampoco es que fuese Dios para que él creyera que todo el mundo quiere ser como él.

—Y yo quiero que te mueras y no sucede, así que todos infelices —dijo con ironía.

—Al menos dime que escribirás sobre los desaparecidos —rodó los ojos.

—¿Los desaparecidos? —pregunté sorprendida.

—Sí, idiota. Mike del equipo de baloncesto desapareció y Samuel también, no tenemos idea de por qué.

—Puedo hacer un breve artículo sobre eso, pero con una condición —dijo con una pequeña sonrisa.

—¿Cuál? —su expresión fue de emoción.

—Dejarás de molestarnos, dejarás de molestar a nuestros amigos y dejarás de molestar a las personas de la comunidad LGBTQ+ —se cruzó de brazos y elevó una ceja.

Máx abrió la boca para objetar algo, gruñó y luego estiró su brazo para estrechar su mano con la de mi novia.

—Quiero oírlo de tus labios, Max —me miró y supe que significaba esa mirada.

Prendí la cámara y apunté hacia él.

—Ni lo creas, no quiero que me grabe —solté una pequeña risita.

—Bien, gruñón —bajé la cámara.

Lo que pedía Max parecía una locura, pero Alice y Donna eran las mejores en esto y en menos de dos horas tendrían un artículo.

—Te lo prometo, no haré nada en contra de... —se resistió a decirlo— ya saben... de personas como ustedes.

—Dilo o no haré esa sección especialmente para ti.

Espero que no lo haga, de verdad, no quisiera ver su rostro en todas las noticias de la escuela.

—¡No haré nada contra la comunidad! ¿Contentas? —asentimos.

Se dio media vuelta y caminó hasta irse del pequeño salón. Bastó que se fuera para poder empezarnos a reír y por un momento no sabía de qué me reía, solo sabía que me gustaba ver esa sonrisa en ella.

—Quisiera tenerlo en video, jamás creí que diría algo así —se acercó a mí y me tomó de la cintura.

—Y yo no creí que accedieras —le sonreí.

—Solo accederé si él cumple lo prometido, de lo contrario no haré nada —su mano se posicionó en mi mejilla y atrajo mi cabeza hacia su rostro y unió nuestros labios.

Siempre que Donna me besaba, se encargaba de saborear mis labios como si fueran el mejor manjar de la vida, pero para ella lo eran. Además no puedo decirle nada, soy adicta a sus labios.

—Aunque sí escribiré sobre los desaparecidos, es importante —se sonreí a modo de apoyo.


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Era la hora de la salida y todos estábamos felices porque eso quería decir que ya comenzaba el verano. Adiós a la tarea, adiós a los profesores y especialmente adiós a las matemáticas.

Con Donna, Alice y Erix decidimos que deberíamos festejar que acabaron las clases, así que al final del día iríamos a ver una nueva película de terror que salió la semana pasada y luego iríamos a dormir a la casa de Alice ya que su casa era grande.

Cada uno se dirigió a su casa y mientras caminaba a la mía, sentía como alguien me estaba siguiendo, pese a que este es un pueblo en donde todos nos conocemos, excepto el lado norte, nunca sentía que me estaban siguiendo.

Disimuladamente miré hacia todos lados en busca de aquella persona que me causaba esa sensación, pero al no encontrarla creí que solo era una impresión mía, así que seguí caminando hasta que decidí tomar un atajo por un callejón que me dejaba al otro lado de la avenida Borinson.

Me adentré en el callejón y como no es la primera vez que tomaba este atajo, sabía que nada sucedería, pero algo fuera de lugar me llamó la atención.

Entre las paredes de ladrillo, el tacho de basura de metal y entre la suciedad que había noté que sobre el suelo se ubicaba una caja de color negro con un moño de color dorado.

Me agaché para tomar la caja y al abrirla había una carta.

Todo cambiará a partir de hoy, Beth

Levanté la vista y lo próximo que sentí fue como una mano grande me tomaba del cuello por detrás de mí y eso hizo que soltara la caja junto a la carta dejándola caer al suelo.

—Si dices algo, te haré sufrir —su voz sonaba ronca.

Le di un codazo en las costillas, me giré para verlo y me di cuenta que el hombre poseía una máscara de color blanco, pero con una sonrisa tan siniestra que creí que estaba en una pelicula de terror. La máscara no dejaba ver nada, ni su rostro, ni sus ojos que estaban cubiertos por una tela fina que probablemente él podría ver por ahí, pero yo no.

Estaba vestido con un traje de oficina, pero su corbata era de un color sangre, como si la hubiera teñido de sangre real.

Corrí hacia el otro lado del callejón, pero fue entonces donde una camioneta de color negra frenó frente a mi y varios hombres con las mismas máscaras bajaron de ella y me rodearon.

Quise escaparme, pero uno de ellos tenía un bate de béisbol. Me golpeó con él en el estómago y caí al suelo, empecé a ver borroso y lo último que sentí fue como me cargaban y me ponían dentro de la camioneta. Luego todo fue oscuridad.

Donna...

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