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Capítulo trece: Dudas, preguntas y pensamientos

Estaba por entrar a bañarme, creí que tal vez de esta manera podría olvidarme del casi beso con Donna, ¿aunque cómo olvidar algo así? Sus labios habían estado cerca de los míos, había sentido su calor y esa sensación extraña había aparecido nuevamente.

Busqué mi pijama y al encontrarlo, me pareció extraño no encontrar mi toalla. La busqué en la maleta, pero jamás la encontré. Tal vez Donna recordaba si la había llevado o no, así qué me dirigí hacia su habitación, la cual tenía la puerta un poco entreabierta.

Bajo la tenue luz amarilla de su habitación, noté que no traía puesto su parte de arriba del bikini, y aunque ella estaba de espaldas, no pude evitar observar su espalda y recordar que su padre la maltrataba.

Aunque rápidamente el recuerdo de sus labios suaves rozando los míos, haciendo que una chispa explotara dentro de mí, me invadió por completo. Estaba segura de que sus labios eran tan suaves como su espalda aparentaba.

Tenía ganas de ir y abrazarla, de decirle que todo estaría bien, porque yo la protegería, ¿pero qué tan sincero sería eso? Porque claro que la protegería, ¿pero alguien que no recuerda quién es, puede hacer eso?

Contuve mis ganas de acercarme a ella y silenciosamente me dirigí a mi habitación. Busqué la toalla nuevamente y la encontré en uno de los cajones. No recordaba haberla puesto allí, ignorando eso, me metí a la ducha.

Intenté relajarme, mientras el agua tibia caía por mi cuerpo desnudo. Sin embargo, cuando cerraba los ojos, sentía la suavidad de sus labios, sentía sus ojos mirándome de una manera única y especial.

De esas miradas que Tom le lanzaba a Summer en 500 Días con ella, yo sería Tom, porque ambos anhelamos tener algo que nos confundía.

Sentía su piel tocando la mía, sus manos suaves y delicadas sosteniéndome, el aroma de su cabello impregnado en mi mente y esa sonrisa que brillaba como el sol en la oscuridad.

Sus ojos... mirándome como si fuera lo más importante en esta tierra, sus lágrimas cayendo sobre sus suaves mejillas e incluso así, se veía hermosa.

¿Qué me estaba sucediendo? ¿En qué estaba pensando? Nosotras somos solo amigas, nada más.

Debía dejar de pensar en eso, no era apropiado pensar en una chica de esa forma y menos en la ducha.

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Cuando los rayos del sol se asomaron por la ventana, abrí mis ojos, me vestí con un top de color rojo y un short de jean color azul. Bajé para desayunar con los demás y cuando sus ojos grises se cruzaron con los míos, sentí de nuevo esa sensación.

Ambas sonreímos, pero preferí fingir que nada había sucedido. Principalmente porque ni yo misma sabía qué quería que sucediera y que no.

Los cuatro nos sentamos en la mesa, mientras Max estaba en la cocina preparando los licuados.

—Buenos días.

Donna sonreía y no se molestaba en disimular su felicidad.

—¿Dormiste bien? —preguntó el peli marrón.

—Claro, ¿por qué no?

—Es que la pelea de ayer fue...

—No fue mi intención, no tenía idea de que ustedes eran amigos de Max —interrumpí, esperando que mi actitud pudiera cambiar lo de anoche.

—Tranquila —él apoyó su mano en mi hombro—, no tenías cómo saberlo.

—¿Arreglaron las cosas?

—No, siempre quedará algo inconcluso, Max se niega a decir lo que sucedió con él realmente.

—Lamento eso, Erix.

—Tranquila, en algún momento todo se resolverá, estoy seguro —comentó con una leve sonrisa.

Donna me miraba con una sonrisa traviesa, que claramente no podía ocultar y aunque fue... ¿excitante? ¿Especial? No sabría qué palabra usar para lo que sucedió ayer, pero se sentía muy bien.

La manera en la que Donna me trataba, en como estaba para mí en mis momentos difíciles, el hecho de que siempre se quedó y jamás se alejó, requería demasiada valentía.

La mayoría de las personas no se quedaban ni un segundo, pero ella se quedó toda una eternidad.

—Beth —llamó Erix, sacandóme de mis pensamientos—, ¿te apetece ir a buscar leña?

—Claro, vamos a necesitar demasiada si queremos hacer una fogata.

—Perfecto, después de desayunar iremos al bosque.

—Tengan cuidado —comentó la rubia—. Cuídala, tonto.

—Tranquila, soy toda la escolta que una dama debe llevar —peinó su cabello de manera engreída.

—Excepto cuando hay una cucaracha —se burló ella.

Alice soltó una pequeña risita.

—No juegues con fuego, rubia.

Recordé cuando una vez la había llamado así. Se sentía bien ponerle algún apodo.

Todos dejaron de hablar cuando Max trajo los batidos en una bandeja de metal. Alice tomó el licuado de frutilla, Erix tomó el de naranja, Donna tomó el de ananá, Max tomó el de frutilla y quedaba solo uno, el de banana.

Los miré confundidos.

—Perdóname —dijo la rubia—, debí preguntarte si querías un licuado de banana, es que no te quería despertar.

—Tranquila, solo no creí que te acordarías de que es mi favorito.

Tomé el vaso y bebí de él. Era muy rico el licuado, me daba una sensación de frescura increíble.

—¿Eres bueno en la cocina? —miré al rubio.

—Me gusta cocinar cuando no debo aprender cosas de médicos —sonrió de lado, pero en sus ojos, no había mucha felicidad.

—Deberías hacer algo que te gusta, no algo que le gustaría a tu familia.

—Lo tendré en cuenta.

Bebí nuevamente del licuado.

—Gracias, Beth —dijo Max.

Al parecer no nos llevábamos bien antes de que perdiera la memoria, pero mirándolo de cerca, no parecía tan malo. Solo era un adolescente incomprendido.

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Ya en el bosque, se sentía la frescura del verano, como los bichos volaban o trepaban por todos lados. Solo rezaba para que ninguno me picara.

Caminábamos bajo el intenso sol de verano, ese que parece quemar todo a su alrededor, mientras que los bichos del verano caminaban por el césped, por la tierra y por cada pedazo de madera que hubiera cerca nuestro.

—¿Vas a contarme o no?

—¿De qué hablas? —fingí no saber a qué se refería.

—Tú y Donna —alzó y bajó las cejas repetidas veces.

—¿Q-qué? N-nada, no tenemos nada —respondí rápidamente, con la mirada al frente.

—Entonces te gustaría —sonrió.

—No, osea, no, ella y yo somos amigas, ya sabes, como siempre.

—El problema es que las amigas no se miran así.

Estaba segura de que él sabía mucho más que yo.

—Hablando de miradas, ¿qué hay de Alice y tú?

—Nada, solo somos buenos amigos.

—¿Seguro?

—Claro —afirmó con naturalidad.

Erix se subió a un tronco grueso que había en el suelo, estiró sus brazos a los costados para balancearse, me miró y sonrió de lado.

—Sube, será divertido.

Subí al tronco e imité sus movimientos. Comenzó a balancearse, mientras se reía.

—¿Estás loco? Harás que nos caigamos.

—¿Qué es la vida sin un poco de diversión?

Se acercó a mí, me tomó de las manos y oímos los sonidos de algunos pájaros que volaban alrededor nuestro. Observé la naturaleza, sentí la frescura del verano, la luz del sol que nos calentaba y por primera vez sentí que haber perdido la memoria no había sido tan malo.

Había olvidado todo, pero los lazos con mis amigos no los había perdido.

Comencé a reírme, porque sabía que si caíamos, él estaría para reírse junto a mí y principalmente, porque pronto seríamos adultos y deberíamos actuar como personas aburridas y sin esperanzas.

Porque por más cruel que fuera, la mayoría de los adultos eran así, como mi padre.

Los pájaros volaron sobre nosotros, perdí la estabilidad y ambos caímos, riéndonos sobre el césped fresco y el bosque hermoso.

—Te dije que nos caeríamos.

—Admite que fue divertido.

—Claro, porque es divertido estar en la tierra y ensuciarnos —ironicé.

Instintivamente nos miramos y estallamos de la risa.

Probablemente no tenía sentido reírnos de esta tontería, pero realmente necesitaba olvidarme de las preocupaciones, de lo que sentía y de Donna.

Ella removía todo en mí y aunque me gustaba, me aterraba saber el motivo.

—Debemos buscar las ramas, así podremos hacer la fogata.

—Está bien, tú ganas, Beth.

Nos levantamos, seguimos caminando por el bosque, mientras observábamos la naturaleza y aquellos bichos que habitan en ellas. Conversamos sobre nuestros gustos y qué haríamos luego de la secundaria.

Erix dijo que no estaba seguro de qué hacer, pero que le gustaría hacer algo relacionado con los animales.

De repente, encontramos una araña demasiado grande para mi gusto, estaba sobre el tronco de un árbol, quieta. Él se mantuvo cerca, mientras que yo procuraba estar lo más lejos posible.

Encontramos algunas ramas en el suelo y las tomamos, porque él decía que era mejor tomar ramas en el suelo, que lastimar a un árbol y quitárselas.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —tomé cinco ramas del suelo y las cargué.

—Claro, dime.

—¿Alguna vez me he enamorado?

Me miró sorprendido por mi pregunta.

—Sí, te has enamorado.

—¿De quién? ¿Cómo fue?

En el instante que abrió separó sus labios para responder, comenzamos a sentir un olor nauseabundo. Nos miramos confundidos y seguimos caminando hacia adelante, hasta que encontramos un cuervo muerto. Su cuerpo estaba abierto y moscas volaban sobre él.

Nos tapamos la nariz y volvimos a mirarnos, demasiados confundidos.

Seguramente algún animal lo habría matado y habría huido.

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Al volver, dejamos la leña sobre la mesa de afuera y observamos como Alice estaba maquillando a Donna. Cuando le preguntamos por qué lo estaba haciendo, dijo que Donna había perdido una apuesta y su castigo era estar todo el resto del día maquillada.

Al observarla mejor, sus ojos grisáceos resaltaban, así como sus labios, ahora pintados de un rojo cereza, que los hacía verse demasiado peculiares.

Su sonrisa era aún más brillante que hoy en la mañana.

De repente, en mi mente había vuelto el recuerdo de haberla visto en maya, de haber visto su espalda, de haber fantaseado como sentir su piel con la mía.

Y lo peor de todo, cuando nos acercamos tanto que casi... bueno, no sé qué habría pasado si Alice no nos hubiera interrumpido, pero se sentía tan bien y tan confuso.

No podía verla, no podía admirar sus labios o sus ojos, porque esos recuerdos me envolvían y parecía que jamás me soltarían.

Una presión en el pecho comenzó a aparecer, sentía miles de voces en mi cabeza, todas me decían que debía olvidarlo todo, que debía seguir mi camino, pero también había voces que me decían que tenía que seguir con esto, que debía entregarme a ella, porque se sentía bien.

Rápidamente me largué de la sala de estar, subí escaleras arriba y me encerré en mi habitación. Pegué mi espalda a la puerta, retiré mi cabello de mi rostro y suspiré.

Ella me estaba consumiendo.

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