Capítulo once: Donna y yo
Abrí mis ojos y noté que debajo de mi cuerpo había algo suave. Giré mi cabeza para darme cuenta de que estaba en mi habitación, acostada en la cama.
Quedé confundida, porque recordaba que estaba en el bosque persiguiendo al cuervo. Recordaba que había leído las cartas que Donna me había escrito. Miré el reloj sobre la mesita de noche, el cual marcaba que eran las doce del mediodía.
Suspiré, recordé las cartas y pensé que sería bueno ir a su casa para aclarar las cosas.
Mientras caminaba, creí que tal vez esto era demasiado, no sabía que iba a decirle o qué iba a hacer. Por un lado quería respuestas, pero a la vez me aterraba saber la verdad.
Conté las seis casas que estaban después de la mía y al llegar a la séptima, pensé en volver. Pensé que lo mejor sería dejarlo así, pero... no sabía que hacer, esto era demasiado confuso...
Su casa era de color blanco, algo sucia en las esquinas, algunas hiedras y plantas descontroladas, demostrando que estaba algo descuidada. Subí los escalones y toqué tres veces la puerta.
Mi corazón comenzó a palpitar más fuerte al saber que Donna podría abrir la puerta, seguramente por los nervios, ¿qué más sería?
Cuando la puerta se abrió, noté a un hombre alto, robusto, panzón, calvo y con barba desde hace unos días. Estaba vestido con una musculosa blanca que olía bastante mal, junto a unos shorts de color gris y había una botella de ahchol en su mano derecha.
—¿Qué mierda quieres? —preguntó y sentí su horrible aliento, similar al de un borracho.
Así que este era el mal nacido que vivía haciéndole la vida imposible.
—Quiero ver a Donna.
—¿Para qué? ¿No te basta con haberla corrompido?
No supe qué responder, no entendía porque estaba diciéndome eso.
—Eres una mierda igual que ella, otra perdida más que jamás podrá conocer el verdadero placer, porque estoy seguro de que eres una de esas pervertidas que...
—¡DÉJALA! —gritó una voz femenina desde las escaleras.
Él abrió más la puerta, dejándome ver a Donna, quien estaba con una remera ancha de una banda de rock que desconocía y un pequeño short.
—¡Vete a tu maldita habitación y no me vuelvas a levantar la voz!
—¡No la vuelvas a insultar! —bajó lentamente las escaleras y se acercó a nosotros.
—¿En serio vas a protegerla? ¡Ella no te recuerda, Donna! ¡Ella jamás te volverá a querer de la misma manera! —exclamó con cierta maldad y regocijo—. Ella jamás volverá a mirarte de la misma manera y te lo mereces por ser una mierda de hija.
Cerró los ojos con fuerza y tragó grueso. Entonces una lágrima cayó sobre su mejilla, abrió los ojos y suspiró.
—Al menos yo tengo corazó... —no pudo terminar la frase, debido a que la palma de la mano de su padre impactó contra su mejilla.
Inmediatamente me acerqué a ella, la miré a los ojos, los cuales estaban acuosos. Se me partió el corazón al ver esta injusticia y lo peor de todo, era que Donna siempre estaba con una bella sonrisa, cuando por dentro su mundo se caía a pedazos.
Y pensar que fui tan cruel con ella al principio, solo quería estar a mi lado y como si no bastara mi maltrato, su padre la trataba aún peor.
Creí que solo era yo la que sufría, pero me di cuenta que no. Oír algo es muy diferente a verlo, te hace querer actuar, tomar medidas extremas con tal de que esa persona esté bien.
Donna tiró de mi brazo, sacándome de mis pensamientos. Subimos las escaleras, huyendo de aquel monstruo. Entramos a su habitación, cerró la puerta con cerrojo y pasó sus manos por su rostro.
Me acerqué a ella, para cubrirla con mis brazos y que nunca jamás se volviera a sentir sola. Su cuerpo temblaba ligeramente, como si fuera un pequeño pájaro en medio de la nieve y el único calor que recibía, provenía de un pequeño rayo de sol.
Nos separamos y pude observar mejor su habitación. No tenía muchas pertenencias, su ropa estaba guardada en algunas bolsas, en vez de usar su placard. Había un colchón en el suelo, un poco sucio y apenas tenía con qué abrigarse.
No tenía mesita de noche, no tenía un escritorio o peluches. Solo una mochila que estaba en una esquina de su habitación. Seguramente era la que usaba para ir a la escuela.
—Lo sé, no es mucho —murmuró.
Era obvio que su padre no pensaba mantenerla con las cosas normales que uno tiene en su casa, pero esto era demasiado cruel.
—Ven conmigo —propuse.
Frunció el ceño y sonrió algo nerviosa.
—¿Qué? ¿Estás loca?
—¿Por qué la sorpresa? Me dijeron que antes de perder la memoria tú vivías conmigo o que al menos pasabas la mayor parte del tiempo en casa.
—Sí, pero...
—¿Pero qué? —acaricié sus brazos y ella sonrió de lado—. Si puedo ayudarte, lo haré, así como tú lo has hecho.
—¿Sabes que la historia se repite?
—¿El resultado fue tan malo? —bromeé, para aliviar el ambiente.
—No, fue maravilloso.
—Entonces no tengas miedo, porque yo estaré a tu lado y te protegeré, así como tú lo hiciste conmigo.
Las lágrimas sólo aumentaron, su rostro cada vez estaba más rosado y de repente me abrazó tan fuerte, que ambas caímos en su colchón. Como una niña pequeña, escondió su rostro en mi cuello.
Comencé a acariciar su cabello suave y debía admitir que era muy relajante. Creí que me molestaría tenerla encima de mí, pero no, me sentía cómoda con su presencia.
Sentí que sus lágrimas caían en mi cuello, no me molestaba, sabía que Donna necesitaba desahogarse y quería ayudarla.
Recordé cuando la vi por primera vez, bueno, luego del secuestro y ahora puedo entender porque ella se preocupó tanto por mí. Teníamos una relación muy fuerte, así como nuestra conexión y saber que de un momento a otro esa persona no te recuerda, debió haber sido horrible para ella.
Si tenía que sacar algo bueno de todo esto, es que al no recordar nada, todo parecía una ilusión, una fantasía. Saber que fui secuestrada y que había olvidado muchas cosas, parecía muy lejano, aunque todos me dijeran que era cierto.
Lo peor era saber que perdí años de mi vida, aunque parecía no haberlos perdido, no sabía explicarlo.
Donna se alejó un poco de mí, limpié sus lágrimas y se quedó observándome por unos momentos.
—¿Qué?
—Estás ocultando algo —afirmó.
—Claro que no.
¿Por qué siempre debía conocerme tan bien? A veces era tierno, pero otras era horrible.
—Es complicado...
—Dime, me gusta lo misterioso.
Suspiré.
—Volví a la cabaña.
—¿Sola? —asentí levemente—. ¿Por qué? ¿por qué no me llamaste? Pudo haberte sucedido algo.
Donna se preocupó, lo noté en sus ojos y en el tono de su voz. No me reclamó como podría hacerlo mi madre o los demás, creo que solo le molestó que estuviera en riesgo.
—Necesitaba hacerlo sola, perdóname.
—No me pidas perdón, no quería sonar controladora o algo así.
—Entiendo, en tu lugar también me preocuparía.
—Por eso estás aquí, ¿no?
Asentí.
—Descubrí que la familia que vivía allí estaba loca, especialmente su madre, engañaba a su marido, pero no es una información muy confiable.
Ella frunció el ceño.
—¿Quién te dijo eso?
—¿Recuerdas al pandillero que encontramos cuando fuimos a la cabaña? Me llevó con sus amigos, fueron muy amables conmigo, son muy humildes.
Su rostro reflejaba cierta molestia o más bien, incomodidad.
—No deberías acercarte a ellos.
—No puedes juzgarlos por ser pandilleros, me ayudaron sin obtener nada a cambio.
—Me mudaré contigo, solo si prometes incluirme en tus investigaciones —hizo una pausa—. No quiero que nadie más te haga daño.
—Nada podrá destruirme, Donna.
Solo el hecho de que te vayas de mi lado....
Espera, ¿qué acabo de pensar?
Ignoré eso, lo que sea que haya sido y ambas nos levantamos. Acordamos que las pocas cosas que ella tuviera aquí, las pondríamos en una bolsa.
Me alegraba saber que ella estaría mejor conmigo, al menos su cuerpo no sería herido de esta forma.
Donna me pidió si podía buscar una lapicera en su mochila de la escuela, cuando la abrí, tomé un cuaderno, en el cual una fotografía salía de él. La observé con detenimiento, ambas estábamos muy felices.
Nuestras manos hacían la mitad de un corazón, la felicidad que había en nuestros ojos era contagiosa. No sabría muy bien en donde estábamos, creo que en un parque. El fondo estaba desenfocado, pero sin duda esa fotografía debía tener algún significado especial.
Donna se acercó a mí, sentí que sus labios suaves tocaron mi mejilla, dándome un beso. Mi cuerpo no podía moverse, estaba procesando que ella me había dado un beso en la mejilla.
Se sintió... bien, no sé, sentía cosquillas en mi pecho y sentía que mis mejillas estaban sonrojadas.
Me levanté, fingiendo que no estaba sintiendo nada y ella sonrió de lado. Aunque su sonrisa era algo triste, ella no dejaba de emanar cierta armonía.
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