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Capítulo dos: Desde cero

Estaba en un lugar que olía a humedad, suciedad y a algo que estaba podrido, pero no podía ver de qué se trataba, debido a que tenía una bolsa de residuos en mi cabeza. También tenía las muñecas atadas en el respaldo de la parte de atrás en una silla y mis piernas atadas a las patas de madera.

Me dolía la nuca, pero no tenía idea del por qué.

Temía por mi vida, porque no sabía que iban a hacer, o qué querían de mí. No quería morir, pero estando en esa situación estresante, era lo más probable.

Comencé a llorar en silencio y rezaba para que alguien viniera y me rescatara, como en las películas, pero esta era la cruel realidad. Nadie vendría por mí.

Escuché como unos pasos hacían eco en toda la habitación. Quien quiera que sea, camina lento y esa lentitud me pone nerviosa.

Intenté forcejear, pero solo logré ajustar el nudo. Maldecí mentalmente porque sabía que si mi respiración se agitaba era posible que la bolsa se pegara a mi rostro y no pudiera respirar bien.

—¿Ha dicho algo? —preguntó una voz firme y masculina.

Mi corazón se aceleró cuando entendí que no estaba sola, sino que era probable que más de una persona me hubiera estado vigilando durante mucho tiempo.

—No —se limitó a decir una voz grave.

—Entonces ya saben que deben hacer —escuché.

Oí unos pasos y luego escuché como algo estaba cortando las sogas que me mantenían prisionera aquella silla. Cuando la soga dejó mis muñecas libres, me las toqué y sentí un ardor por haber forcejeado tanto.

La persona que me desató repitió la acción, pero con las sogas que lastimaban mis tobillos y me tomó del brazo de manera bruta para levantarme de la silla.

—¡Suéltame!

—¡Cierra tu linda boca si no te quieres morir! —exclamó furioso.

Su mano grande me estaba lastimando el brazo, pero no dije nada porque quería volver con mi familia y necesitaba estar entera para eso.

—¡Anda, camina! —me empujó hacia adelante.

Estiré mis brazos para tratar de no chocar con nada, pero fue en vano. Me llevé puesto a alguien que en cuanto lo toqué me empujó como si yo fuera una leprosa.

De pronto escuché como alguien tomó una tabla y volví a sentir el mismo dolor que sentía hace un rato cuando me desperté.

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Sentía como mi cuerpo descansaba sobre lo que parece ser una cama o una camilla y lo digo porque aquí huele a hospital y no me gusta oler ese olor. Sentía como una luz que me estaba alumbrando los ojos, los tengo cerrados pero aún así me molesta.

Decidí abrir los ojos y lo primero que vi fue el techo de color blanco y en el hay unos tubos de luz que iluminan todo el consultorio. Giré mi cabeza y a mi lado vi a mis padres.

Mi madre sostenía mi mano, mientras que mi padre estaba parado contra la pared, como si le molestara estar aquí.

—Mamá... —ella levantó la vista y pude notar como sus ojos estaban rojos y llorosos.

Parecía que había estado llorando por un buen rato, ¿pero por qué? ¿Por qué estaba en el hospital? ¿Qué había sucedido?

—Hija... Estás bien —me senté en la cama y ella me abrazó como si hubiera muerto y luego renacido.

—Sí, mamá, ¿por qué no estaría bien? —pregunté confundida.

Mi madre iba a decir algo, pero en ese preciso momento entró una doctora al consultorio y seguida de ella entraron tres chicos. Una rubia de ojos celestes, una chica de cabello y ojos marrones y un chico más alto que ellas dos, también tenía cabello y ojos marrones.

—¿Cómo te sientes, Beth? —preguntó la doctora.

—Bien, solo me duele la nuca y la cabeza —miré a los adolescentes que me miraban preocupados.

Parecía que ambas chicas habían estado llorando, pero la chica rubia parecía haber estado más nerviosa, estaba colorada y sus ojos estaban rojos.

—¿Sientes algo más, cariño? —mi madre me acarició la cabeza dulcemente.

—No...

La rubia me sonrió y vino corriendo a abrazarme como si nos conocieramos de toda la vida. Sus brazos me envolvieron y parecía que no me soltaría. Fruncí mi ceño ante este repentino acto.

—Suéltame —la aparté bruscamente.

Ella me observó sorprendida por mi actitud.

—Creo que tú y tus amigos se confundieron de consultorio —dije fríamente.

—¿Por qué dices eso? —su voz sonaba rota.

—¿No es obvio? Yo no los conozco y no entiendo qué hacen aquí.

La rubia empezó a negar con la cabeza y la doctora me miró sorprendida, al igual que a todos en el consultorio.

—¿Doctora, qué tiene mi hija? ¿Por qué no reconoce a los demás, pero a su padre y a mi si?

¿Acababa de escuchar bien? ¿Por qué debería recordarlos? ¿Qué me está sucediendo?

—Le hicimos unos estudios y tiene una lesión cerebral traumática —suspiró con pesar—. ¿Qué es lo último que recuerdas, querida? —se dirigió a mi.

—Iba a mudarme con mis padres a un pueblo cuyo nombre no recuerdo —contesté como si fuera obvio.

—Pero eso fue hace cuatro años... —susurró la peli marrón.

Fruncí mi ceño sin entender lo que estaba sucediendo. No sé quienes son estos chicos que están aquí, pero sé que no me agradan, menos la rubia que no paraba de mirarme como si yo hubiera muerto y luego renacido.

—Si no recuerdas nada de los últimos cuatro años... Eso significa que no me recuerdas... —susurró la rubia.

—¿Mamá, qué está sucediendo? ¿Por qué ella dice que no la recuerdo si acabamos de mudarnos? —mi madre me miró sin saber qué decir o hacer.

—Solo está loca, hija. Ellos no son nadie en tu vida —soltó mi padre con molestia.

—¡Oiga, no tiene derecho a tratarnos así! —exclamó la chica de cabello marrón.

—Claro que puedo, es mi hija y ustedes son solo un estorbo —gruñó.

El chico de cabello marrón iba a hablar, pero se detuvo gracias a que su amiga le dijo que no hiciera nada.

—¡Callados todos! —soltó la doctora—. Ustedes tres, váyanse —los chicos se acercaron a la chica rubia y los tres se dirigieron hacia la puerta.

Ellos tres estaban por irse y antes de dejarnos solos, la rubia me miró por última vez y una lágrima recorrió su mejilla, me dio la espalda y se fue junto a sus amigos.

—¿Qué tiene mi hija? —mi madre se dirigió hacia la doctora.

—Bueno, su hija ha tenido varios golpes en la cabeza y en todo el cuerpo, eso explicaría lo que causó la lesión cerebral traumática. Debido al golpe tan fuerte ella no recordará nada por un buen tiempo o puede ser que sea de por vida.

¿Qué? ¿Entonces sucedió algo para que yo no recuerde nada? No podía ser posible, esto no tenía sentido. Necesitaba saber qué fue exactamente lo que sucedió para que yo acabara aquí, necesitaba saber el inicio de todo esto.

—¿Cómo acabé aquí?

—No lo sabemos —respondió la doctora.

—¿Qué clase de hospital es este que no tiene cámaras de seguridad? ¿Qué clase de seguridad le dan a los pacientes de aquí? —la doctora no supo qué decir ante mi molestia.

—Necesito que te quedes unos días aquí y te calmes, será lo mejor para ti —cambió de tema.

—Lo mejor para mi es saber cómo llegué aquí.

—La policía lo está investigando, cariño. Tranquila —mi madre me dio un beso en la frente para calmarme.

Si de verdad perdí la memoria, significa que pasaron cuatro años desde que llegué aquí, por lo tanto en mi mente sigo teniendo trece años, pero en realidad tenía diecisiete años. Tenía un poco de miedo por saber qué fue de mi vida en estos cuatro años, podría haber sido una asesina serial o quién sabe qué.

Necesitaba tiempo para procesarlo.

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Llevaba cinco días en el hospital, la comida de aquí era horrible, sin mencionar que detestaba los hospitales. Sentía que en cualquier momento podía suceder algo y no deseaba morir en un hospital.

El dolor de cabeza ya no seguía perturbandóme, pero tenía varios moretones y machucones que no me dejan ni moverme. Nadie podía decirme la razón de ellos o de cómo había llegado aquí.

Todavía me costaba procesar saber que algo me había sucedido, no podía asimilar el hecho de que pasaron cuatro años, cuando sentía que solo pasó un día desde que llegué al pueblo de nombre raro.

La doctora me dijo que es necesario que descanse bien para que mi cerebro pueda mejorar, también debo mantenerme calmada y no alterarme.

No me gustaba que me trataran como a una bebé, me sentía una inútil, pero creo que no tenía más opción que obedecer.

Decidí dormir un poco, debido a que no me podía mover mucho ya que soy sensible a las heridas en mi cuerpo.

Estaba en plena oscuridad, donde no se oía nada, donde no existía una base para mantenerme de pie, era como si estuviera flotando. De pronto un rayo de una luz blanca me cegó y cerré los ojos.

Al abrilos me di cuenta que estaba en una habitacion de cuatro paredes de color negra, sin puertas o ventanas. De pronto la pared fue iluminada por una luz blanca y de ella salieron símbolos que no conocía.

Me acerqué a la pared para verlos más de cerca, pero al querer tocarlos, los símbolos se desvanecieron y la oscuridad volvió.

—Debes encontrarme, Beth —dijo una niña.

—No nos falles —soltó un chico.

—Ellos te guiarán...

Abrí mis ojos y sentí como mi corazón latía muy rápido, el sudor estaba por todo mi cuerpo. De pronto mis ojos se encontraron con la misma chica rubia que estaba conmigo cuando desperté por primera vez en el hospital.

—¿Qué rayos haces aquí? —me senté en la camilla.

—¿Tuviste una pesadilla? ¿Te sientes bien? —dijo con dulzura.

Detallé a la rubia que estaba sentada en un sofá individual de color azul oscuro, sobre su regazo habaía un pequeño oso de color miel, con sus ojos de color negro y en su mano sostenía un pequeño globo que decía mejórate.

—Yo... Hace días que no sabía nada de ti y... No sé, quería venir a verte —bajó la mirada al suelo.

—Agradezco tu preocupación, pero yo no te conozco y tampoco tengo interés en eso —asintió.

Ella se levantó del sofá, se acercó hasta mi camilla y dejó el oso sobre mi regazo.

—Si necesitas algo, dile a tu madre que me llame —vi que sus ojos se apagaron.

La chica rubia me dio una cálida sonrisa y luego se dirigió hacia la puerta, giró la manija de color plateado y abrió la puerta para poder irse.

¿Qué rayos hacía aquí? ¿Realmente quería saber quería saber como estaba? ¿Quién era ella en mi vida antes del accidente? Lo peor no era eso, lo peor era el sueño tan extraño que tuve. Esos símbolos... Nunca los había visto, pero a la vez me resultaban familiares, así como aquellas voces que aparecieron en mi sueño.

No entendía que me pedían esas voces, no debo encontrar a nadie porque nadie tiene que ser buscado. Tal vez solo fue una pesadilla, no debe significar nada.

Todo el mundo tiene pesadillas de vez en cuando, ¿no?

Aún así, me estiré y de la mesita de noche había una libreta que mi madre me dejó por si estaba aburrida y quería dibujar algo, la tomé junto a la lapicera y empecé a escribir lo que había soñado.

Solo para matar al tiempo.

Será mejor no contarle nada de esto a nadie, no quiero volver a venir al hospital ni muerta.

Luego de escribir lo que había soñado, escuché como la puerta se abrió, dejando ver a mis padres y a la doctora.

Mi madre se acercó a mí, me abrazó y me dio un beso en la cabeza.

—La doctora nos dijo que ya puedes irte —una lágrima de felicidad recorrió su lágrima.

—Con ciertos cuidados. Debes evitar las emociones fuertes y problemas, es una forma para que tu mente se adapte a tu actualidad y lo mejor es que lo hagas tranquila. Sin preocupaciones —asentí.

—Ten —mi padre apoyó una mochila de color turquesa en la camilla.

La miré extrañada, tomé la mochila y al abrirla vi que dentro de ella había ropa, que supongo que es mía.

—Te esperamos afuera, cariño —mi madre me dio una sonrisa cálida.

Los tres salieron del consultorio y miré la ropa con un poco de curiosidad. Había una polera negra, unos jeans, ropa interior y unas medias de panda.

¿Un panda? ¿Desde cuando uso medias con dibujos?

Metí mi libreta con la lapicera en la mochila.

No le tomé mucha importancia porque al fin y al cabo era ropa. Me quité la bata del hospital y me puse mi ropa para luego salir del consultorio. Mis padres estaban sentados en las sillas mientras me esperaban.

Mi madre me volvió a abrazar, mientras que mi padre solo se limitó a sonreír. No sé si fue por el accidente, pero recordaba que mi padre era más cariñoso conmigo, era frío en algunos aspectos, pero no de esta manera.

Nos fuimos del hospital y entramos a un auto de color gris. Supongo que ese auto es de mi madre, porque ella estaba en el asiento del conductor y mi padre en el asiento del copiloto, mientras que yo estaba en los asientos de atrás.

Mientras mi madre conducía pude notar que el pueblo al que nos mudamos, bueno, al que aparentemente llevo cuatro años viviendo. es lindo.

Pasamos por la parte comercial del pueblo. Donde estaba el centro comercial, el cine, lugares de comida rápida, etc.

Luego entramos en la zona donde solo habían casas y árboles. Pasamos por distintas casas y supongo que me tendrían que sonar familiar, pero no fue así. Todo estaba tan lejos de lo que yo conocía y tenía la sensación de que no encajaría aquí.

—Papá —lo llamé.

—¿Qué quieres? —respondió de mala gana.

—Jax —lo regañó mi madre.

Mi madre le dio una mirada de muerte y yo me quedé confundida ante la actitud de mi padre.

—¿Necesitabas algo, hija?

—No, mamá. Olvídalo...

De pronto mi madre detuvo frente a una casa bastante grande, de color blanco y negro mate. Alrededor de la casa había algunas plantas, flores, rosas y algunas decoraciones. Cerca de los escalones que te guiaban hacia la casa, había un banco para sentarse.

—Esta es nuestra casa, querida —soltó mi madre.

—¿No es muy grande? —soltó una pequeña risita.

—Necesitábamos una casa con varias habitaciones, tú tienes dos —me sorprendí al escuchar eso.

—¿Por qué tengo dos habitaciones? ¿No es mucho?

—Luego lo descubrirás. Ahora entremos —ella abrió la puerta del auto.

—Papá, ¿todo está bien? —asintió.

Sí, definitivamente algo no andaba bien con mi padre.

Abrí la puerta del auto y al salir la cerré. Observé la casa por un breve instante y cuando mi madre abrió la puerta un perro siberiano se lanzó sobre mí y casi me tira al suelo.

—Quieto, amigo —traté de calmarlo, pero el perro estaba muy feliz.

—Él es Alfa, lo adoptaste cuando lo encontraste en la calle cuando era un cachorro —soltó mi padre y ni me di cuenta de que él había salido del auto.

Observé la chapa de mi perro que tenía forma de hueso y sobre él estaba grabado el nombre ALFA.

Empecé a caminar con Alfa a mi lado y los cuatro entramos a la casa. Por dentro era muy linda y rústica. Había algunos muebles que recordaba haber tenido en mi antigua casa y había otros que eran nuevos.

Fui por la sala de estar y vi varias fotografías con mis padres y con mi amigo el siberiano

—¿Por qué no subes a tu habitación? Tal vez algo de allí te resulte familiar —mi madre empezó a subir las escaleras y me hizo una seña con la cabeza para que la siguiera.

—Mamá, quiero ir sola. ¿Te molesta? —ella negó con la cabeza.

—Si necesitas algo nos llamas —asentí.

Apoyé la palma de mi mano sobre la baranda de la escalera y empecé a subir los escalones. Tenía curiosidad por saber quién era, pero a la vez tenía un poco de recelo, no quería haber sido una persona mala o ser la burla de todos.

Al llegar al piso de arriba vi que había varias habitaciones y supuse que la que estaba desordenada era la mía, ya que mi madre era ordenada y a mi no me gustaba ordenar.

Entré a la habitación pensando que sentiría algo, pero no fue así. Sentí como si estuviera en la habitación de una completa extraña. Nada de lo que había en mi habitación se me hacía familiar.

Mi habitacion era de color blanco, el suelo era de color madera claro, había algunas luces en la pared, algunos peluches y almohadones sobre mi cama. De pronto Alfa ladró y yo me asusté.

—¿Qué sucede? —él volvió a ladrar mientras sus ojos miraban una fotografía que había en la mesita de noche.

Me acerqué a la fotografía que estaba en un marco y fruncí mi ceño al ver que la chica rubia del hospital estaba allí. Ambas estabamos abrazadas, ella estaba con un vestido de color azul claro y azul oscuro, mientras que yo estaba vestida con un vestido de color negro y azul.

Parece que a ambas nos gusta el azul.

Ahora la pregunta era saber qué clase de conexión yo tenía con ella en mi antigua vida.

Tomé la fotografía en mis manos y me senté en el borde de la cama y observarla durante un rato.

Alfa se sentó en el suelo y sacó su lengua.

—¿Conoces a la chica rubia? —no hizo nada—. Hay muchas cosas que no recuerdo, Alfa, pero la chica rubia llama mi atención de cierta manera. ¿Por qué preocuparse por mi cuando sus amigos no me vinieron a ver ni una sola vez? ¿Quién era ella en mi vida? ¿Era importante? —susurré para mi.

El siberiano se subió a mi cama y se acostó en mi regazo con la panza hacia arriba. Empecé a acariciar su pansa peluda y pude notar que él tenía un ojo de color azul y otro de color verde.

—Eres muy lindo y diferente... No entiendo como alguien te pudo haber abandonado.

Me levanté de la cama y al hacerlo sentí una fuerte punzada en mi cabeza, me agarré de la cabeza y la fotografía cayó al suelo haciendo que el vidrio se rompiera.

—¿Qué esperas?

—No puedes perder el tiempo.

—Si no haces algo...

Nuevamente me encontraba en una habitación de color negra, era el mismo vacío, pero con la diferencia de que esta vez escuchaba susurros de voces y el ruido de unas cadenas.

No sé por qué, pero empecé a caminar lentamente hasta que de pronto vi a los mismos chicos que estaban en el hospital cuando desperté.

Estaban todos muertos, en un lugar sucio, lleno de polvo, telarañas y bichos. La rubia tenía moretones, golpes y cortadas por todos lados. Como si hubiera estado en una pelea de navajas, pero de haber sido así, habría perdido.

Salí de mi trance gracias a los ladridos de Alfa que me estaban perdiendo la cabeza. Rápidamente vi a mis padres entrar por la puerta y vieron como la fotografía estaba en el suelo y los vidrios dispersados.

Mi respiración se empezó a acelerar y la cabeza no paraba de darme muchas vueltas, como si hubiera estado girando muchas veces y me hubiera mareado.

¿Qué rayos fue eso?

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