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Capítulo diez: Cuando no eres tú, es él

Hace un rato que estaba mirando el techo de mi habitación, tratando de entender por qué estaba sucediéndome esto. Tantas personas en el mundo y justo a mí me sucedía algo así, realmente increíble y eso me hacía pensar que a la vida le gustaba jugar conmigo.

Ya había sufrido lo suficiente como para vivir esto y no quería que nadie de mi entorno sufriera de esa manera. Ver a Donna tan vulnerable ante mí, me hizo remontarme hace algunos años, en donde yo estaba tan perdida como ella o aún más, ya que yo en la ciudad no tenía amigos.

A veces me sentía demasiado pequeña en la ciudad, porque había demasiadas personas, muchos problemas, muchos chismes y rumores que circulaban por todos lados. Sin embargo, aquí tenía todo, amigos que siempre estaban para mi y una chica que me quería demasiado.

Aún así, me sentía fuera de lugar, porque no pertenecía a un mundo lleno de misterios y tampoco quería encajar.

La angustia que había en mi pecho era bastante confusa, pues no solo era angustia, era algo más, pero no sabía describirlo.

De pronto sentí un peso encima de mí y noté como Alfa había apoyado su mentón en mi panza, para que me sintiera menos sola. Le sonreí de lado y él sacó la lengua.

Mamá se asomó por la puerta, con un canasto de ropa sucia para lavar y al verme tan... ¿triste? ¿Devastada? No lo sé, pero se acercó a averiguarlo. Aunque ella no era la única que debía averiguar algo.

Mamá dejó el canasto en el suelo y se sentó a mi lado. Miró Alfa y sonrió de lado.

—¿Te cuida bien?

—Sí...

—¿Qué sucede, cariño? ¿Por qué estás triste? —acercó su mano a mi pierna que estaba cubierta por la sábana de la cama.

—¿Tengo motivos para estar feliz?

—Tienes a tus amigos, tienes a Donna, nos tienes a nosotros dos —dijo refiriéndose a Alfa y a ella—. Tienes el amor suficiente para salir adelante y con lo valiente que eres, no me sorprende que estés mejorando, otra persona en tu lugar no hubiera aguantado nada, cariño.

Sabía que estaba intentando hacerme ver las cosas desde otra perspectiva, pero sinceramente a veces creía que era incapaz de amar.

—Hablando del amor, ¿Qué sucedió entre papá y tú? —me senté en la cama—, los he notado muy distantes y papá parece más un extraño que aquel padre que recordaba.

—Bueno, Beth, las cosas cambian y tu padre fue demostrando quien era.

—No entiendo, ¿cómo qué fue demostrando quien era?

—Es como cuando ves solo el lado de una moneda y cuando la das vuelta, te das cuenta que es muy fea —hizo una pausa—. Con tu padre fue parecido, me di cuenta que era una mala persona y creí que lo mejor sería distanciarnos.

—¿Entonces se separaron? —ella asintió levemente.

No estaba tan sorprendida, porque era demasiado notorio que su relación ya no era la misma y papá últimamente había estado ausente, pero aún así se sentía extraño.

Tantas cosas habían cambiado desde que había despertado, que no quería admitir que un día mi vida se volteó de cabeza. Nuevos amigos, nueva familia, nuevo lugar y todo era tan repentino y confuso.

No había nacido para resolver misterios. Solo quería mi vida de antes.

Y si eso quería, necesitaba quitarme las dudas o al menos hacer que ya no me importaran. Mamá ya me había contestado la duda que tenía, ahora solo tenía otras dudas que no estaba segura de sí podrían ser resueltas.

Debía buscar las respuestas.

—No te sientas mal, hija, no fue tu culpa —oí que dijo y eso me sacó de mis pensamientos.

—Se notaba que papá era muy distante con nosotras... ¿está enojado conmigo?

—En realidad está enojado con la vida, cariño, se volvió una persona amargada y eso lo terminó por alejar de nosotras.

Me senté al lado de mamá y la abracé, para que no se sintiera sola. Porque claro que no tenía idea de lo que había sufrido o de lo difícil que había sido para ella, pero al menos podía consolarla.

—Gracias, amor, por abrazarme, realmente lo necesitaba —susurró y su brazo me abrazó.

Estuvimos un rato así, abrazadas en el silencio. Estaba segura que para mamá también todo era muy difícil, había visto a su hija siendo herida, muchos recuerdos nuestros se habían perdido y tal vez no exista la forma de recuperarlos.

Dicen que el peor dolor para una madre es ver sufrir a un hijo, desde la cosa más simple como lastimarse con una rama, hasta algo tan grave como un accidente o enfermedad.

Claro que ella prefería ser fuerte ante mí, pero no sería la primera vez que sufre por un hijo.

Le dije a mi madre que saldría a despejar un poco la mente, cuando me di cuenta de que no le gustó la idea de que estuviera sola, le dije que llamaría a Donna para que me acompañara. No me gustaba mentirle, pero era necesario.

Si no me hicieron más daño cuando me secuestraron, fue por algo, por eso me sentía libre en ese sentido y aunque había muchas dudas que me mantenían presa, necesitaba ir al lugar donde tuve más respuestas hasta el momento.

Esta vez no había llevado nada, solo mi celular y eso sería suficiente.

La cabaña seguía igual de mal que la otra vez, fea, sucia y sospechosa. Afortunadamente no había ningún policía o alguien que pudiera interferir en mi investigación.

Caminé por la sala de estar y noté que había una puerta entreabierta, me asomé lentamente y observé una habitación de un niño. En las paredes había algunos rasguños, así como en el suelo, su placard estaba vacío, no había ni siquiera un calcetín.

Tenía entendido que este lugar estaba abandonado hace mucho tiempo, ¿pero no era extraño no encontrar ropa del niño? Y más extraño aún, era ver esos rasguños.

—¿No te han enseñado a no meterte en la casa de los demás? —comentó una voz masculina.

Me di la vuelta, algo asustada y al darme cuenta que era el mismo chico de la otra vez, me tranquilicé un poco.

—¿Viniste porqué me extrañabas o qué, lindura? —se apoyó en el marco de la puerta y sonrió arrogantemente.

—No te creas tan importante, solo quería saber más sobre este lugar, ¿no te parece algo tenebroso?

—Nah, solo creo que es malo que estés sola, linda.

Caminé hacia la sala de estar y observé todo a mi alrededor. Me parecía todo tan extraño, de alguna forma sentía que esta cabaña no solo era casualidad, pero tampoco sabía que tenía que ver conmigo.

—¿Quieres venir con mis amigos? Podrás tener más información sobre este lugar.

Lo miré de mala manera.

—No creas que te asesinaremos, solo quiero ayudarte.

—¿Y por qué lo harías? No somos amigos.

—Tú no me conoces, pero antes de tu secuestro, eras muy conocida por tu valor al afrontar la vida.

Fruncí el ceño ante lo que dijo.

—¿Cómo qué afrontar la vida? No entiendo.

—B-bueno, me refería a qué pasaste por muchas cosas y bueno, todos sabían que intentabas dar todo de ti, ya sabes —intentó decir.

Era notorio que estaba ocultando algo, como al parecer todos hacían en este pueblo, ¿pero acaso tenía prueba alguna?

Tal vez era una terrible idea, pero por información necesitaba hacerlo. Estaba cansada de que todos sufrieran por mi culpa, principalmente yo sufría, sabiendo que había recuerdos que no podía recordar y era demasiado odioso que todos supieran todo de mí, menos yo.

—Llévame con tus amigos —dije firmemente.

—Claro, hermosa.

Rodé los ojos y ambos nos dirigimos hacia la salida de la cabaña.

—¿Cómo te llamas?

—Nicholas Joyer, pero puedes decirme Nicki —respondió con entusiasmo.

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Llegamos a un lugar alejado del bosque, en donde solo había casas rodantes abandonadas, había muchos niños corriendo para todos lados, jugando con ramas y hojas. Cerca de cada casa rodante, había una fogata y sobre ella había un soporte con ramas para que pudieran calentar la comida.

Algunos adultos me miraban de mala manera, otros me observaban con curiosidad, pero los adolescentes me miraban con cierta admiración. No lograba comprender porqué, pero en algún momento debería averiguarlo.

Nos acercamos a un grupo de seis chicos, estaban tratando de cocinar algunos pescados en una rama. Eso me hizo pensar que este lugar era demasiado pobre y humilde. De repente me sentí mal por haber juzgado a Nicki por su apariencia de ladrón.

Max también insinuó que nos robaría algo, pero viendo en el lugar en donde vive, solo puedo entender que no es malo. De ser así, me hubiera hecho daño cuando estábamos a solas.

Sus amigos estaban sentados en algunos banquillos o reposeras que parecían estar algo descuidadas, pero parecía que se estaban divirtiendo con algo básico.

—¿Qué onda, chicos? —saludó en general.

Las miradas de sus amigos se dirigieron a mí y algunos sonrieron de lado.

—Marcus quería lanzarle una roca a una lata que Justin tiene en la cabeza, ¿vienes a ver? —dijo un chico de cabello rubio.

—Claro, si le da en el ojo me reiré mucho —bromeó.

—¿Y esa lindura que te acompaña?

—Es linda, ¿no? —lo miré de mala manera—, su amiga rubia es aún más linda —dijo en tono de broma.

—Ella ya te dijo que le gustan las chicas —comenté molesta—. ¿por qué no la dejas en paz?

Él sonrió y apoyó su mano en mi hombro.

—¿Por qué la defiendes tanto? —sonrió de lado—, ¿ella te importa?

Esa pregunta me dejó sin respuesta, es decir, no es que Donna no me importara, pero era extraño. Había sacrificado su vida por mí en más de una ocasión y sé que lo volvería a hacer de ser necesario.

Tampoco me gustaba saber que ella sufría, pero... ¿realmente me importaba? Cuando esos chicos la molestaron en el restaurante, sentí tanta impotencia, no se merecía eso. Sin embargo, tampoco podía considerarlos amigos, ¿o sí?

—¿Me vas a dar información o no?

—¿Qué quiere la muñeca? —preguntó el rubio.

—Seguro sabes algo, Simon, dile algo sobre la cabaña del bosque abandonada.

—¿En serio? Por Dios, hay cosas más divertidas que ver una casa maldita.

—¿Por qué dices eso? ¿Qué tiene de maldita? —pregunté.

—Dicen que la familia que vivió allí fue arruinada por la locura, pero la verdad no lo sé —hizo una pausa—. ¿Has visto esos rayones en las habitaciones? No parece algo de una familia normal.

—Dime algo que no sepa.

—La madre estaba algo loca.

Lo miré extrañada. Él tomó una lata de cerveza y la abrió.

—Engañaba a su marido y bueno, dicen que sufría de algunos problemas de aquí —señaló su cabeza—. Ya sabes —bebió un sorbo de la bebida—, puros rumores, ninguna certeza.

Tal vez no era mucho, pero al menos me daba un mejor panorama de la cabaña. Ahora sabía que esa familia no era la mejor de todas.

Les agradecí a ambos por haberme ayudado y me invitaron un día a buscar a algunos insectos para observarlos y conocerlos mejor, ya que en la biblioteca del pueblo no los dejaban entrar por ser pandilleros y vestirse de mala manera, según la sociedad.

Para satisfacerlos les dije que un día vendría, aunque no tuviera tiempo para ver bichos.

Mientras volvía a casa, me quedé pensando en si realmente Donna estaba en mi mente tanto como debería, ¿era normal pensarla tanto? No sabía que estaba sintiendo, me molestaba verla triste, pero a la vez era irritante la manera en como ella seguía a mi lado pese a todo.

¿Cómo se le llama a eso? ¿Así funcionaban las mejores amistades? ¿Uno piensa tanto en el otro?

Creí que entrando en el estudio, podría observar las fotografías que teníamos juntas y podría sentir algo. Mamá estaba ocupada escribiendo en la computadora, así qué tenía tiempo para mí sola.

En el estudio tenía un mueble lleno de cajones, hasta ahora no tenía necesidad de abrirlo, porque eso significaría que una parte de mi pasado volvería y tenía recelo de saber quien era antes del secuestro.

Al abrirlo, noté algunas cosas extrañas, como una pulsera de color azul, algunas manualidades como corazones y muchas cartas. Me sería imposible contar cuántas eran.

Tomé una de ellas, esperando encontrar algo que me dijera quien era. La abrí y leí que Donna me la dedicaba.

¿Qué tan cursi es escribir cartas? Demasiado, odio que me hagas sentir así, pero me gusta cuando solo somos tú y yo. No sé qué escribir, solo puedo decirte que verte todos los días en la escuela, está acabando conmigo. No dejo de pensarte y sé que es bueno, pero no sé qué tan bueno sea para ti.

Donna no dejaba de pensar en mí... Dios mío, eso significaba que ella...

Tomé otra carta, esta estaba escrita en una hoja cualquiera de un cuaderno.

Quiero decirte que tu corazón me tiene a sus pies, que cuando quieras puedes llamarme y yo te atenderé, puedes correr a mi casa por frío y te daría mis brazos para que no temblaras. Sin mencionar que tendrías toda mi atención a tus pies.

Las cartas eran cortas, pero la sinceridad y el amor que emanaba de ellas era muy notorio. Entonces... ¿el sueño era real? ¿Donna me amaba? ¿Pero yo la amaba? ¿Yo era su crush imposible?

No sabía si me alegraba o me causaba más dudas haber descubierto estas cartas.

—¿Por qué la defiendes tanto? —sonrió de lado—, ¿ella te importa?

Recordé la pregunta de Nicki, porque esa simple frase, había hecho un revuelto en mi cabeza.

No podía amarla, se suponía que éramos mejores amigas, aunque en aquellas cartas no parecían de mejores amigas.

Mientras mi mente se preparaba para armar un millón de teorías y escenarios en donde cualquier cosa podría suceder, un cuervo se posó en el marco de la ventana.

Dejé las cartas sobre el escritorio y al darme la vuelta, el cuervo comenzó a volar rumbo al bosque. Inmediatamente salí de casa, recordando aquel cuervo que había visto en una de las fotografías.

Rodeé la casa y al llegar al patio trasero, lo busqué con la mirada entre los arboles que había a mi alrededor. Cuando de repente sentí una fuerte punzada en la nuca y todo se volvió confuso.

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