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Capítulo cinco: No estamos solos

Un rayo de la luz del sol se infiltró por mi ventana, estorbando mi sueño. Algo que odiaba con toda mi alma es cuando algo o alguien me despierta sin un buen motivo.

Al abrir mis ojos lo primero que observé fue el techo, luego recordé los sucesos de anoche. La tormenta, la película de terror y mi ataque de pánico o lo que sea que haya sido y la ayuda de Donna.

Lentamente dirigí mi mirada hacia la rubia que dormía a un lado de mi cama. Su expresión facial era de tranquilidad. Detallé su piel suave, al igual que su cabello, el cual estaba un poco desparramado por su rostro y por la almohada.

La diferencia es que a ella le quedaba bien estar con el cabello desordenado, no se veía como una bruja, como yo en las mañanas.

Estaba acurrucada, hecha cucharita. Diría que pasó frío, pero creo que ella me lo hubiera dicho, ¿no? Aún así, se veía muy tierna. Preferí que lo mejor sería dejarla dormir, hasta donde sé no hay clases, estamos en verano y puede dormir un poco más.

A mi mente llegó el recuerdo de yo estando a punto de dormirme sobre Donna, mientras escuchaba como con su voz relataba el libro que estaba leyendo. No le había prestado atención a lo que decía, pero por alguna razón su voz me calmaba.

Corrí la sábana y el acolchado a un lado de mi cama y lentamente puse los pies en el suelo, tratando de no hacer ruido para no despertarla.

Bajé por las escaleras y caminé por un pasillo hasta que llegué a la cocina. De donde emanaba un olor riquísimo a tostadas recién hechas junto con el olor de los panqueques.

—Que bien huele —mi madre se dio la vuelta y me dio una sonrisa cálida.

—Buenos días. ¿Cómo amaneciste?

—Bien, Donna sigue durmiendo, no quise despertarla —me dirigí a la heladera y tomé un vaso y una jarra que contenía jugo.

—¿Te agrada? Ella es una buena chica.

—Sí, no es mala persona, pero no es fácil para mi y sabes porqué.

—Lo sé, hija y a pesar de que pasaron años, todavía duele —apoyé el vaso en la mesa de madera oscura y serví el jugo en él.

—No quiero encariñarme con ella, ¿quien dice que ella no me hará lo mismo que hizo él? No quiero correr ese riesgo.

En ese momento oí como ella bajaba desde las escaleras y me callé. No tenía pruebas de que Donna era igual a él, pero tampoco puedo arriesgarme a volver a salir herida.

—Buenos días —bostezó tiernamente.

—Buenos días, dormilona —le dijo mi madre con mucha confianza y yo la miré extrañada.

—¿Dormiste bien? —ella se sentó en la mesa y asintió.

—¿Tú? Luego de lo de anoche... —le di una mirada amenazadora y ella entendió que no quería decirle nada a mi madre.

Si se lo decía me llevaría con la doctora otra vez y no serviría de nada. Solo para perder el tiempo.

—¿Qué sucedió anoche? —mi madre se dio la vuelta con dos platos, los cuales contenían tres panqueques cada uno.

—Nada, solo vimos una película de terror y Beth se asustó un poco —mintió y lo hizo tan bien, que hasta podría creérmelo.

Sonreí de lado por la acción de la rubia, no sé porque me había cubierto con mi madre, pero se lo agradecía mucho.

Empezamos a desayunar y por un breve instante me pregunté por qué Donna estaba tan pensativa, era como si estuviera distante.

—Oye, ¿estás bien? —coloqué mi mano en su hombro y sobresaltó.

Giró su rostro y me sonrió, como siempre. De seguro debe tener algún problema, no entiendo porque me sonríe siempre, sé que ella me conoce desde hace mucho, pero es extraño.

—Estaba pensando en que podríamos ir a la feria más tarde, con Alice y Erix, claro si gustas, aunque si no quieres está bien, entiendo que todo esto es nuevo para ti y... —se calló al darse cuenta que habló muy rápido.

Bueno, si quiero volver a mi vida de antes y recordar algo, tal vez sea una buena idea despejar la mente.

—Sería bueno despejar la mente —ella no pudo evitarlo y sonrió ampliamente.

—Que bueno que aceptaste —sus ojos grises brillaron.

Solo me limité a sonreír y terminar mi desayuno, a lo que ella hizo lo mismo.

Luego de desayunar me dirigí a mi habitación y me di cuenta de que la bolsa para dormir en donde estaba la rubia, ya no estaba en el suelo, sino que estaba en mi cama y doblada.

—Sé que necesitas espacio, por eso no quise guardar la bolsa en tu placard —se acercó un poco a mi, pero retrocedí dos pasos.

—Gracias por no decirle a mi madre y por... Ya sabes, invitarme a la feria.

—Es un placer, conocerás mejor a nuestros amigos y te divertirás un poco —me dio una sonrisa cálida.

—Sí, tal vez —tomé la bolsa de dormir y caminé hasta el placard.

Vi que estaba demasiado alto así que di varios saltos, pero de todos modos no llegaba. No era enana, es este maldito placard que es demasiado alto.

De pronto oí una pequeña risita, me di la vuelta y vi como la rubia contenía una sonrisa tapándose la boca con la palma de sus manos, mientras en sus ojos veía pura diversión.

—¿Te parece gracioso?

—No —rió—. Me parece tierno que intentes llegar —se acercó hasta mí lo suficiente como para que la piel se me erizara.

Que extraño.

—Te sostendré de la cintura y te levantaré para que pongas la bolsa ahí arriba —entrecerré los ojos con desconfianza—. Confía en mí, no te dejaré caer —su rostro se acercó al mío y no supe qué hacer—. Y si te dejara caer, caería contigo y te ayudaría a levantarte —susurró.

Mi pecho empezó a subir y a bajar lentamente, mi corazón palpitaba muy rápido y fuerte sin motivo alguno, Dudo que sea un efecto secundario de mi condición, pero es la única explicación que se me venía a la cabeza y tenía sentido.

Sus ojos me observaron de una manera muy tierna y delicada, me observó por completo, desde la punta de mis pies hasta el último cabello.

—¿M-me vas a ayudar o te quedarás viendome? —pestañeó varias veces, como si intentara volver a la realidad.

—Perdona, no quise incomodarte —me di la vuelta y de pronto sentí sus manos en mi cintura.

Tomé impulso y ella me alzó para llegar a la parte de arriba del placard. Dejé la bolsa un poco a la vista, ya que si ella se quedaba otra vez a dormir, preferiría usar una silla antes de que la rubia me ayude.

Me bajó lentamente y me di cuenta que sus mejillas estaban levemente sonrojadas.

—Gracias... Necesito cambiarme para salir —miré hacia la puerta y entendió que quería que se fuera.

—Te espero en la puerta.

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Estuve un rato decidiendo que me iba a poner, no sabía si era mejor una musculosa negra y un short de jean o lo mismo pero con una musculosa negra con la luna de color blanco y una camisa escocesa.

Al final me decidí por usar la primera opción y la camisa.

Al bajar me despedí de mi madre y cuando salí afuera vi que había cuatro personas esperándome. Donna, Alice, Erix y al chico que salvamos de que lo atropellen.

—Creí que solo seríamos cuatro —comenté bajando las escaleras.

—No creas que me emociona estar aquí —soltó el rubio y Erix le dio un pequeño golpe en el hombro.

—Queríamos darte un regalo —Donna me extendió una bolsa firme de color dorado y la miré confundida.

Abrí la bolsa y me di cuenta que había una caja de celular, los miré sorprendida, sin poder creer que me estaban regalando un celular.

—Cuando te secuestraron... perdiste tu celular y de este modo podremos hablar cuando lo necesites —soltó la rubia.

—No puedo aceptarlo, es un obsequio muy caro.

—No te preocupes por eso, Beth —dijo Alice—. Este idiota pagó casi todo —señaló al rubio.

—Sí, bueno... Una vez destruí tu cámara y... —sin pensarlo mi mano impactó contra su mejilla, pero no se sorprendió en lo absoluto, a diferencia de los demás—. No haré nada esta vez porque sé que me lo merezco, pero si vuelves a abofetearme no te la dejaré pasar.

—No te metas con lo que es mío y no te daré una bofetada. Además ni me has agradecido por salvarte la vida —él rodó los ojos.

—Mejor vámonos —metió las manos en los bolsillos de su campera de color negro y nos dio la espalda.

Empezamos a caminar y Erix me explicó que el celular tenía el número de todos por si necesitaba algo y que no dude en llamarlo.

Me parecía tierno que se ofreciera a estar para mi, es decir, Donna estuvo y parece que siempre estará para mí, pero sentía que se divertía más con Alice. Durante toda la caminata no ha parado de estar colorada.

Se ve tierna estando así.

Luego de quince minutos llegamos a la feria, ya estaba anocheciendo y el cielo estaba pintado de múltiples colores, parecía un arcoiris. Todos estábamos emocionados de poder divertirnos un poco, pero el rubio estaba un poco molesto.

Es notorio que no le agrada Alice, no sé porqué, dudo que ella le haya dado una bofetada. Aunque me pareció extraño que él no reaccionara, pareciera que se esperaba eso y tal vez algo más.

Tenía el celular guardado en mi bolsillo de jean, no es lo más seguro, pero no tenía donde guardarlo.

—Bueno, esta noche será memorable —la peli marrón me abrazó por los hombros con demasiada confianza, a lo que me limité a sonreírle de lado.

—¿Por qué? —pregunté sin entender.

—Será nuestra primera salida como amigos desde que saliste del hospital —respondió Erix.

—Exacto, yo no soy su amigo y no pertenezco aquí —soltó el rubio—. Mejor me voy —se dio media vuelta y se fue caminando rápidamente.

—¡Max! ¡Max! —lo llamó el peli marrón.

Al darse cuenta que lo ignoraba, decidió ir trás él como si no hubiera un mañana.

—Bueno, por lo visto solo seremos nosotras tres por un rato —soltó Alice.

Miré a mis alrededores, había muchos colores, muchos juegos, peluches y personas divirtiéndose. Sonreí cuando vi un juego en el que había que tirar pequeños aros de color rojo y que entrara en el pico de una botella de vidrio.

—¿Te gustaría ir? —preguntó la rubia sacándome de la realidad.

—No, solo estaba mirando.

—Mentirosa —me tomó de la muñeca y me arrastró hasta el lugar en donde estaba el juego, mientras Alice nos seguía con una sonrisa pícara.

En un estante había varios peluches, llaveros, juguetes y algunas pulseras. Donna observó todo y sus ojos se detuvieron en una pulsera de la comunidad LGBT, no conocía mucho de la comunidad, solo sé que son personas que no son heteros.

En la escuela no te enseñaban mucho de eso, bueno, en ningún lado. Solo sabes de eso si tuviste algún familiar de la comunidad. En mi caso era mi tío Frederick, pero falleció cuando yo tenía siete años, dicen que murió de un paro cardíaco, pero sinceramente yo lo dudo.

Salí de mi trance cuando los ojos de la rubia se entristecieron un poco y me pregunté cuál sería el motivo de que alguien apague su sonrisa.

—¿No iba a ser una noche inolvidable? ¿Por qué tienes esa cara?

—Por nada —fingió una sonrisa.

Claramente estaba mintiendo, sus mejillas sonrojadas la delataban, pero tampoco me incumbía mucho su vida.

—¿Qué quieres? —dirigió su mirada hacia los premios.

—No lo sé, no soy buena en este juego —confesé.

—Tranquila, Beth, para eso está Donna, tiene buena puntería en todo sentido —la rubia le dio un leve golpe con el codo y yo las miré confundida.

Debe ser una broma entre ellas.

Donna tomó diez aros, dependiendo en que botella entrara, obtendría cierta cantidad de puntos. Lanzó el primer aro y cayó en una botella de cien puntos, luego en una de cincuenta, tres veces de cien otra vez, hasta que hizo novecientos cincuenta puntos, ya que uno de los aros no entró en ninguna botella.

—Mientras ustedes eligen el premio, iré por algo de beber —comentó Alice mientras se iba y nos hacia un corazón con sus manos.

—Le gusta molestar —comentó la rubia.

—Parece que te agrada —ella frunció el ceño.

—¿Por qué lo dices?

—Cuando veníamos para aquí vi que te sonrojaste un poco, luego vi que te gustaba una pulsera de... Ya sabes.

—Perdón por eso.

—No me molesta, solo era curiosidad. ¿Te gusta? —abrió sus ojos como platos.

—¿Estás loca? Solo somos amigas.

—Solo fue una pregunta, tranquila.

—Cambiando de tema, ¿Qué premio quieres? —preguntó entusiasmada.

Observé los premios varias veces, aunque sinceramente tenía ganas de llevarme todo, pero solo alcanzaba para un objeto.

—Elige, tú, rubia. Alice dijo que tenías buena puntería, tal vez tengas buena puntería al elegir el premio —tragó grueso.

—Bien, ojitos lindos.

¿Acaba de ponerme un apodo? Cuánta confianza en tan poco tiempo.

—Cierra los ojos —me ordenó con una sonrisa pícara.

Con un poco de desconfianza lo hice, me concentré en mis otros sentidos y por más extraño que fuera, juraría que sentí como si algo o alguien me vigilara, pero era extraño. No sé cómo explicarlo.

De seguro no era nada más que impresión mía.

De pronto sentí una corriente eléctrica recorrer todo mi cuerpo, un aroma que ya había olido antes entró por mis fosas nasales y oí una pequeña risita.

—Abre los ojos —susurró en mi oído y la piel se me erizó.

Los abrí lentamente y ella sostenía un pequeño collar con un dije de un arcoiris con unas nubes al comenzar y al finalizar el arcoiris.

—El arcoiris representa la libertad y sé que te gustan los arcoiris, te hacen sentirte protegida.

Demasiado, los colores combinados correctamente pueden transmitir paz o algún sentimiento de desconfianza.

—Parece que me conoces muy bien...

—No tienes idea —sus ojos me observaron con ternura—. ¿Te lo pongo? —asentí.

Me di la vuelta y recorrí mi cabello para que le fuera más fácil colocarlo. Se acercó a mí hasta que sentí su respiración en mi nuca, pasó el collar por alrededor de mi cuello y luego lo enganchó.

—Te queda lindo —dijo cuando me vio de frente.

—Gracias por el obsequio, y también por el celular.

—No me agradezcas, Max es millonario y dijo que quería pagar la mayor cantidad por el celular.

—¿Crees que le molestó la bofetada?

—No, se merece más que eso. No te preocupes por él.

—Dijo que nosotros no éramos sus amigos, ¿por qué?

—Cuando éramos pequeños lo éramos, pero él y Erix pensaban muy diferente, las cosas cambiaron, los tres nos distanciamos de Max y luego pasó lo mejor de mi vida —me sonrió.

Empezamos a caminar por el gran parque lleno de luces, juegos infantiles y murmullos.

—¿Qué puede ser lo mejor que te pasó?

—Llegaste al pueblo hace cuatro años —respondió y la miré confundida.

—¿Cómo podría ser lo mejor de tu vida? —pregunté confundida.

—Tú no lo recuerdas, pero me ayudaste tantas veces, estuviste para mi en los momentos que solo quería dejar de existir, nunca me dejaste sola y lo que teníamos creció —se notaba que tenía un nudo en la garganta y que trataba de ocultarlo con una sonrisa.

—Lamento no poder recordar nada, pero me alegra haberte ayudado. Pareces una buena chica y ahora entiendo porqué siempre estás para mi.

—Siempre lo estaré, Beth. Nunca dudes de eso.

Seguimos caminando hasta que Alice llamó a la rubia para decirle que nos encontraríamos en la parte del estacionamiento de la feria, ya que Max quería volver a su mansión y nos llevaría a todos a nuestras casas.

La conversación entre la rubia y yo seguía, me hacía reír y me contó algunas anécdotas sobre nuestra amistad. Al parecer una vez yo estaba escondida con el celular, tratando de tomarle una fotografía y cuando lo hice olvidé desactivar el flash y ella se dio cuenta, luego de eso corrí por toda la escuela por vergüenza.

Ahora sentía vergüenza ajena de ese hecho tonto.

Llegamos al lugar indicado riéndonos de cosas del pasado y aunque no recordara nada, me sentía bien sabiendo que no fui una asesina serial o algo por el estilo. Al parecer mis amigos me querían demasiado, algo que hizo que me sintiera culpable por mi reacción al verlos por primera vez luego de despertar.

Tal vez esta noche si iba a ser inolvidable.

Durante toda la noche me sentí como si de verdad fuéramos verdaderas amigas, me sentí cómoda y Donna se comportó muy tierna conmigo.

—¿Te gustó venir? —asentí.

—Gracias por invitarme, necesitaba distraerme de todo.

—Ahora podremos hablar siempre que quieras, así sean las tres de la mañana. Solo no me llames porque me asustaré y me caeré de la cama —rió y la miré con el ceño fruncido.

—¿Lo dices por qué ya sucedió algo así? —asintió.

—Una noche estabas viendo una película de terror que habían estrenado, la viste a la madrugada y me llamaste a las cuatro de la mañana, me asusté tanto por el sonido de la llamada que tiré el celular al suelo y me caí de la cama —soltó una risita.

—Al parecer te causé muchos dolores de cabeza.

—Los reviviría sin dudarlo —sonreí de lado al oír eso.

Cerca nuestro había un bosque, Donna me explicó que ese lugar es peligroso y que nunca debía entrar ahí, porque quien entra no sale. Observé el bosque oscuro por curiosidad, todavía había un poco de olor a humedad, oíamos el ruido de los grillos y disfrutabámos de lo tranquila que estaba la noche.

De pronto vi una silueta de un hombre con bastón, apoyándose en cada tronco de árbol que encontraba. Donna se acercó a mí y observó la silueta del hombre con desconfianza.

—Ese hombre apenas puede sostenerse —murmuré.

—Bueno, si entró al bosque puede salir, creo...

Sin pensarlo empecé a caminar hasta adentrarme en el bosque. Me acerqué lentamente al señor y me di cuenta que tenía la respiración agitada. Estaba vestido con una camisa blanca, unos pantalones de color beige y una boina de color gris, al igual que su saco.

—¿Señor, quiere que lo ayude a salir del bosque?

Se quitó la boina, su saco y junto al bastón lanzó todo al suelo.

¿Qué mierda?

—Ya era hora de volver a vernos, Beth —se quitó la máscara que traía en el rostro y debajo de él había un rostro joven.

—¿Qué? ¿Qué eres? —pregunté sin poder creer lo que veía.

No respondió, con su mano grande y gruesa me tomó del cuello, mi espalda chocó contra el tronco del árbol y solté un quejido de dolor. Él era mucho más alto que yo, tenía cabello negro y sus ojos eran de color miel. Su mirada lo decía todo, me veía con asco, como si fuese una leprosa.

No entendía quién era ni qué quería de mí, no lo conozco.

—¡Sueltala! —oí y vi a la rubia furiosa.

—¡DONNA! —grité, él hizo presión en mi cuello y abrí la boca para poder respirar un poco, pero se me dificultaba mucho.

—Donna, la causante de todo —susurró el hombre.

La rubia se le lanzó encima y él le dio una bofetada tan fuerte que hizo que su cabeza impactara contra el suelo y la dejó inconsciente. Quise gritar, pedir ayuda, pataleé, lo golpeé, pero nada parecía hacer que me soltara.

De pronto empecé a ver borroso, mientras él seguía apretando mi cuello vi dos luces amarillas a lo lejos y creí que mi fin había llegado. Dejé de luchar contra el hombre, la fuerza de mi cuerpo me iba abandonando y mi corazón empezaba a latir más lento.

Luego sentí como caí al suelo húmedo, parpadeé varias veces para ver mejor mientras respiraba agitadamente. Cuando logré ver medianamente bien, vi un auto de color gris, a Max, Erix y Alice saliendo de el.

—Donna... —murmuré.

—Traigan a Donna, yo me encargo de Beth —dijo Alice para luego acercarse a mí y sostenerme con sus brazos.

Ambos chicos cargaron a Donna como pudieron hasta ponerla en la parte de atrás del auto, nosotros nos subimos rápidamente y de reojo vi como ese hombre que intentó matarme estaba en el suelo, con un poco de sangre en la cabeza. Tal vez estaba muerto o inconsciente.

Max pisó el acelerador, mientras Erix hacía muchas preguntas, pero solo me preocupaba que Donna no sobreviviera a esa fuerte caída.

—¿Quién era ese loco? —preguntó el rubio.

—N-no lo sé.

—¿No lo sabes? ¡Estaba a punto de matarte!

—¡Solo quería ayudarlo, me engañó!

—¡Dejen de discutir! —exclamó el peli marrón—. Iremos a la mansión, estaremos seguros allí.

—Llamaré a mi padre —Alice sacó su celular de su pequeña cartera y se lo saqué.

—Esto es personal, tu padre no puede ayudarnos —solté y todos se sorprendieron.

—¿Por qué lo dices?

—Aparentemente ya nos conocíamos —hubo un silencio mientras todos me observaban confundidos.

No tenía idea de quién era ese hombre, pero parecía conocerme. Algo me dice que el secuestro fue planeado y esto también, No era posible que supieran que hoy íbamos a venir aquí, si solo éramos nosotros cinco, nadie más que mi madre sabía de esto.

Debíamos vigilar nuestros alrededores, tal vez no éramos solo nosotros cinco.

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