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Vidas

—¡Llegué! —Doyoung abrió la puerta de su casa y amablemente la ama de llaves lo recibió.

—Joven, Doyoung, sea bienvenido —le dio una cálida sonrisa.

—Gracias. Tengo mucha hambre, Lou. ¿Hicieron el asado que me dijiste que harían? 

—Claro que sí, todos sabemos que es su favorito. Así que vaya a cambiarse y luego viene a comer con su madre y conmigo.

—Espera, ¿mi madre va a venir? —algo en el interior del universitario se iluminó, una pequeña esperanza. 

—Confirmó asistencia, no tarda en llegar.

—Entonces no tardo.

El pelinegro subió esas hermosas escaleras de mármol y fue a su cuarto que abarcaba fácilmente una planta baja de una casa común. Dejó su mochila en el escritorio, haría la tarea después. Lo importante es que iba a comer con su madre, hace años no lo hacía. Muy en el fondo desearía que su padre también estuviera presente, pero con su madre su corazón se conformaba. Al ya estar listo bajó al comedor y vio a Lou hablar por teléfono, eso le intrigó un poco. Al ver que Lou colgó y no tenía buena cara, se acercó a ella y decidió preguntarle. Eso asustó a Lou y con una cara de decepción le dijo que su madre al final no podría venir, que había surgido una junta y una comida de negocios. Eso a Doyoung lo desesperanzó. Negó la invitación a comer con Lou y subió de nuevo a su habitación, cerró la puerta con seguro y se tiró en su cama. Sus tripas ruñían, pero ya no tenía ganas de una comida. Recordó que en la tienda de conveniencia compró unas galletas, esa fue su comida junto a libros en sus manos.

Cuando se llegó la noche un toqué en la puerta se escuchó.

—¿Joven Doyoung? Soy Lou. Le traigo su cena... Sé que le gustan mucho los sándwich de pollo, así que preparé uno con mucho cariño. 

El chico se levantó de la silla y fue a abrir la puerta, al ver el sándwich que tanto le gustaba sus ojos se iluminaron.

—Gracias, Lou —tomó el plato con una sonrisa pequeña.

—¿Lo puedo acompañar? —Doyoung asintió, Lou entró y se sentó en la cama con Doyoung para hablar —. Me quedé preocupada en la tarde. No comió.

—Comí unas galletas, no debes preocuparte —le dio un bocado y vaya, ese era un gran sándwich —. Esto está delicioso, Lou —habló con la boca llena.

La señora de cincuenta y siete años rio un poquito estando agradecida. Ahí estuvo ella acompañando a Doyoung desde que tenía siete años. Platicando sobre su día a día. Ella tan solo quería verlo feliz y sin preocupaciones, pero en el fondo sabía que Doyoung estaba afectado, siempre trataba de a remediarlo aunque fuera un poco.

En otro lado un chico de cabellera roja se encontraba en una tienda veinticuatro horas. Hacía la tarea mientras no había clientes. Su mente se sumergía en la teoría matemática. A veces la teoría le cansaba un poco. Se talló sus ojos para poder concentrarse más; y sin darse cuenta ya un cliente lo estaba esperando en el mostrador para que le cobrara su bolsa de papitas junto a unos chicles. El cliente le habló una vez, Taeyong no respondió por tener su mente ocupada. Le habló de nuevo con un tono más fuerte y fue suficiente para que Taeyong le prestara atención.

—¡Lo lamento, ahora le cobro! —le mostró una sonrisa mientras pasaba los productos en la máquina.

—Gracias.

—Son ochenta Won —le extendieron un billete de cien y dio el cambio —. Gracias por su compra —el cliente se fue, regresando al chico a sus libros.

Trabajar y estudiar al mismo tiempo no le era fácil, pero debía de hacerlo para mantenerse a sí mismo y ayudar en casa. Taeyong no es de una familia pobre, pero el dinero puede acabarse y nunca es malo tener ingresos extra. Su pansa gruñó y fue a comprar un pan con cajeta dentro. Dejó el dinero en la caja registradora y se sentó a comer. Mientras pensaba en su primer día en la universidad como estudiante y en ese chico que le dejó el billete. ¿Cómo podía haber gente que no era agradecida? Si supiera como le costó soltarle esos dos mil won, pero realmente agradecía que el chico le haya ayudado antes de hacer una escena o de que algo se rompiera dentro de las cajas. Tan solo quería verse amable y pensaba que con dinero todo se arreglaba en Seúl. Ahora se da cuenta que no es así. No es tan fácil llevarse con las personas que realmente quieres.

Su turno acabó luego de tres horas, salió a las doce en punto y su compañero de trabajo, Taeil, llegó a tomar su lugar.

—¿Ya comiste?

—Un pan de cajeta.

—Eso no es cena, ve a comprar un tazón de sopa a la esquina, universitario —le tendió un billete.

—¿En serio? —su mayor asintió y Tae lo tomó con ambas manos haciendo una reverencia —. Gracias.

El pelirrojo agarró sus cosas y fue a la esquina en donde atendía una señora algo mayor. Le preguntó sobre el tazón de sopa y se lo sirvió. Sabía delicioso. Hace mucho no probaba una comida caliente. Desde que su familia y él llegaron lo único que hacen es comer comida instantánea o comida rápida. Nada casero.

Taeyong un día esperaba que todo mejorara en su vida. Concluir su carrera con éxito y poder mantenerse a sí mismo sin limitarse de cosas que él querría. Realmente anhelaba que eso llegara algún día.

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