Los abrazos sanan
—La película estuvo increíble, ¿no crees? —preguntó el pelirrojo mientras caminaban debajo de la noche que se tornaba cada vez más fría; pronto llegaría el invierno.
—Dos, tres. Ya sabes que nunca he visto películas de superhéroes. Pero me pareció buena —dijo mientras miraba los letreros de los perritos desaparecidos pegados en los muros.
—Creí que tu chofer vendría a recogerte —dijo sarcástico.
Doyoung le dirigió la mirada y esbozó una pequeña sonrisa —Le dije que quería irme en transporte público... contigo.
—Ah, ya veo —Taeyong se ruborizó un poquito, pero no se notó por lo oscuro que ya estaba.
Llegaron a la estación del metro, esperaron unos minutos mientras llegara algún vagón. Cuando llegó, iba vació, y pudieron sentarse los dos a un lado del otro.
—¿No tienes hambre? —preguntó Taeyong mientras se sobaba la panza —¡Digo! Es que yo soy de esas personas que al rato tiene hambre de nuevo —dejó salir una risita.
—Ya somos dos. La verdad sí tengo hambre.
—¿No te gustaría ir a cenar a mi casa? Solo si quieres, eh. Si no podríamos ir a un lugar cercano.
—Me parece bien, de hecho. He visto el lonche que llevas a la universidad y se ve muy delicioso.
—Ya está. Entonces nos bajaríamos en dos paradas más —le sonrió y Doyoung asintió con su cabeza.
Pronto llegaron a la estación Kouluna, y se dirigieron a la casa de Taeyong. Al tocar la puerta su madre, se enteró de una grata sorpresa.
—¡Hola, hijo! ¡Trajiste compañía! Que feliz me hace saber eso. ¡Pasen, pasen! Hoy preparé una cena ex-qui-si-ta.
—Gracias, mamá.
Taeyong se acercó a su madre y le dio un beso en el cachete junto a un abrazo. Doyoung al ver eso no pudo sentir otra cosa mas que envidia. Como desearía hacer eso mismo con su mamá cada día. Se limitó a sonreír pequeñamente para no mostrar sus sentimientos negativos. Como la mamá de Taeyong había dicho: la cena estuvo deliciosa. Doyoung al comer ese platillo se sintió en casa. El simple hecho de haber sido cocinado por la mamá de Taeyong; por una mamá, le hizo sentir nostalgia.
Más tarde Doyoung y Taeyong ya se encontraban de vuelta a la estación del metro para que Doyoung pudiera llegar a su casa.
—Tu madre cocina delicioso, eh —halagó Doyoung.
—Eso lo sé —el pelirrojo hizo un ademán.
—Pasé un momento agradable en tu casa. Gracias por invitarme, Taeyong —sonrió y el otro chico le devolvió la sonrisa.
Se quedaron viendo fijamente hasta que el pelinegro rompió esa distancia y pegó su cuerpo junto al de Taeyong en un cálido abrazo. El pelirrojo se quedó perplejo; sin saber respondar ante tal acción. Mientras, Doyoung se aferraba más. Ese abrazo para él era como un escape de su vida. Se sentía a gusto.
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