Capítulo O5
Jungkook POV
Noviembre
─¡Jungkook!
La estruendosa voz de mi padre llama mi atención cuando estoy a punto de doblar la esquina hacia la salida de jugadores del estadio tras mi primer partido de vuelta de mi suspensión. Mi inmerecida suspensión, ya que la segunda resultó negativa porque -en un giro chocante de los acontecimientos- no consumo drogas. De ningún tipo.
Como. Dije.
Aunque mi análisis dio negativo, el entrenador dijo que la probabilidad de que tenga que someterme a controles de drogas aleatorios durante el resto de la temporada es alta. Y aunque supongo que puedo entender el razonamiento -la NCAA necesita asegurarse de que estamos llevando un programa limpio- no hace que toda la situación apeste menos.
Me vuelven a llamar con una severa autoridad que sé que no debo ignorar, por mucho que quiera.
Mierda. No necesito esto ahora.
Ya he jugado como un montón de basura esta noche. No hay necesidad de aumentar la tormenta de mierda con una visita del bueno de papá.
Lástima que ya no haya escapatoria, así que pinto una sonrisa en mi cara cuando me giro para ver no solo a mi padre, sino también a mi madre. Ambos visten impecablemente -como es de esperar cuando se sale en público representando el apellido Jeon- y parecen más fuera de lugar que una monja en un burdel.
─Mamá. Papá. No esperaba que estuvieran aquí─, digo a modo de saludo mientras me acerco a ellos, deteniéndome en seco a unos metros.
Hago todo lo posible por evitar que se me pongan los pelos de punta al oler la colonia Tom Ford de mi padre, pero no lo consigo.
─Claro que estamos aquí, cariño─, dice mamá, aunque por la expresión de dolor de su cara, preferiría estar en cualquier otro sitio. No tiene ninguna emoción, solo una sonrisa falsa en los labios.
Aunque también podría ser por el bótox.
¿Pero la expresión fría como piedra de mi padre? Bueno, esa es su cara.
─Sí, por supuesto. No nos perderíamos la oportunidad de ver cómo vas en un entorno controlado. Recuérdame otra vez por qué no te dedicaste al boxeo, si tanto te interesa usar los puños como deporte.
Mi mandíbula se tensa ante su indirecta, sin querer alimentar su valoración dejando que mi mal genio se apodere de mí.
Después de todos los años que llevo jugando, debería esperar algún tipo de comentario después de un partido al que él asista. Incluso uno que ganemos, ya que mi amor por el hockey es lo que más desprecia. Hasta el punto de que no sé por qué me dejó empezar a jugar.
Sin embargo, no puedo culparlo por su evaluación. No cuando esta noche me han tirado al banquillo dos veces. Una vez por un golpe que, para ser sincero, fue un poco más fuerte de lo necesario, y que hizo que uno de los defensas del otro equipo cayera al suelo de bruces.
La mitad de los árbitros de la liga no habrían pitado nada, pero la suerte no estaba de mi lado con el equipo que teníamos esta noche.
La otra vez fue por una pelea, y vaya si me disculparé. No cuando un extremo me chocó directamente con Kang, mandándonos a los dos al suelo. En circunstancias normales, eso bastaría para ponerme de mal humor, aunque cuando pasó patinando a mi lado después de marcar el gol de la victoria y me escupió las palabras tramposo, estaba acabado. No me arrepiento de haberle dado un solo puñetazo después de aquello. El hijo de puta se merecía que le sangrara la nariz. Sinceramente, una parte de mí espera que se la rompa. Le estaría bien empleado por hablar de mierda en la que no tiene nada que hacer.
Con una sonrisa de plástico en la cara, le contesto: ─ Ya me conoces, siempre soy el que se pasa de la raya. ¿Por qué jugar a un deporte cuando puedes combinarlos?
─¿Para qué jugar a ninguno si no es más que un juego infantil y una pérdida de tiempo? ─, replica, con los ojos pétreos entrecerrados en mí.
Y ahí está otra vez. Su interminable desaprobación por mi decisión de jugar al hockey.
─¿Supongo que saber que me hace feliz no es razón suficiente?
─¿En serio? Porque no pareces muy feliz ahora mismo.
Observador como siempre, papá.
─Es difícil estarlo cuando acumulamos otra derrota─, espeto, olvidándome momentáneamente de mí mismo. Sin embargo, ya estoy nervioso por haberme perdido los dos partidos de la semana pasada contra Blackmore, y añadir esta derrota esta noche no ayuda.
─Las derrotas ocurren todo el tiempo, hijo. En cualquier aspecto de la vida. No deberían hacerte parecer tan miserable.
Casi suena como si entendiera de dónde vengo, pero lo conozco. Puedo decir que está buscando maneras de usar mis palabras en mi contra.
Torcerlas para que encajen en su versión de cómo debería ser esta conversación, todo para demostrar su punto de vista.
─Tal vez esta pérdida está destinada a ser una llamada de atención. Una diciendo que es hora de centrarse en una carrera real, en lugar de patinar persiguiendo un disco de goma.
Y ahí está.
─No es como si tuvieras que venir a verme hacerlo.
─No, no tengo─, murmura, su tono bajo y medido ─. Pero tengo un negocio. Uno que se supone que estás preparado para asumir más adelante. Prepararte para cuando llegue el momento sería mucho más apropiado.
Aprieto los dientes con fuerza, sabiendo de algún modo que esto sería, una vez más, el tema de discusión. Últimamente, es lo único de lo que mi padre quiere hablar. Cuando pienso renunciar a mis propios sueños y aspiraciones de llegar a la NHL, todo para poder seguir el plan de vida que él quiere para mí.
Si algo me ha enseñado estar casi una semana fuera de los terrenos de juego, sin poder siquiera pisar el hielo en los entrenamientos, es que me siento miserable. Es que soy miserable sin el hockey en mi vida. Y hacer lo que sea que haga solo lo empeoraría.
Ver cómo jodían a mi equipo en otras dos derrotas consecutivas -ambas por goleada- y no poder hacer nada para remediarlo fue enloquecedor. Lo peor de todo es que no puedo evitar sentir que, en parte, es culpa mía por estar en el banquillo. Incluso cuando la culpa no recae sobre mis hombros, porque no he hecho nada mal, siento una punzada de culpabilidad.
─Es una temporada más. Mi equipo me necesita─, aprieto los dientes.
No paso por alto el sutil arqueo de su ceño. ─ Esta noche no lo parecía.
Es un golpe bajo, pero por desgracia para mí, no va del todo desencaminado. Porque la derrota de esta noche no puede achacarse a mi falta de presencia en el hielo, sino más bien a mi presencia en él.
Algo no encajaba en la energía del vestuario cuando el entrenador dijo al equipo que podía vestirme, aclarando que mi análisis había dado negativo. Pensé que así no pasaría nada y podríamos volver a la rutina como equipo.
Por desgracia, me equivoqué.
Podía sentirlo cuando alguien me miraba esta noche, compañero u oponente. El juicio y la incredulidad. Que hubiera sido tan descuidado de haber arruinado el homónimo del programa de Leighton Northwest. Como si mi reputación -lo poco bueno que hay de ella- se hubiera visto empañada por lo sucedido. No parece importar mucho a nadie que los resultados fueran realmente negativos y se demostrara mi inocencia; sigo cargando con el estigma.
A sus ojos, siempre seré culpable de un crimen que nunca cometí. Uno que nunca soñaría con cometer.
Y ahora me echan hielo por ello. Como una maldita paria.
Sorprendentemente, el único que parece darme el beneficio de la duda es el maldito Jimin. Aunque, debo admitir, es probablemente sólo porque él consiguió mi título de capitán cuando no había ninguna razón real para que lo tomara. Lo que solo me hace sentir que he perdido casi todo lo que me he ganado. El puesto de capitán y el respeto de mi equipo.
Lo último que necesito ahora es a mi padre clavándome más los cuchillos.
─¿Es todo lo que necesitabas? ¿Hacerme saber, una vez más, tu desaprobación en mi toma de decisiones? ¿Recordarme que no soy necesario? ─ siseo, deseando que mi temperamento se calme ─. Porque si es así, me voy.
No me quedo a escuchar lo que ninguno de los dos tiene que decir, me cargó la mochila al hombro y me dirijo hacia la salida. Continúo incluso después de oír a mis padres llamarme.
Echo un vistazo por encima del hombro y veo a mi padre caminando furiosamente, lo cual es mucho mejor que perseguirme para continuar esta conversación inútil. No tengo nada más que decir, no me queda más lucha. Ni por ellos, ni por nadie. Así que tomaré la salida fácil y dejaré que otra gente piense que estoy chupando aire donde no debo.
Aunque sean mis padres.
Cuando doblo la esquina, me encuentro con una visión aún más desafortunada que la de mis padres esperándome unos minutos antes.
Porque ahí está Jimin, pegado a la pared, con cara de haber sido pillado con las manos en la masa.
En cuanto se da cuenta de mi cara, su tez se vuelve blanca como la sábana, y ni siquiera tengo que preguntarle cuánta de la mierda de mi padre ha oído. Lo único que importa es que ha oído lo suficiente como para mirarme de una forma que jamás habría imaginado. No con ira, desdén o irritación.
En cambio, todo lo que veo grabado en sus rasgos es... Lástima.
─Jungkook.
Es mi nombre. Solo mi puto nombre saliendo de sus labios. Pero es la forma en que lo dice, la suavidad de su tono, lo que me atrapa. Nunca me había hablado así.
Lo odio.
Odio todo lo relacionado con este día y estoy deseando que termine. Me muevo para empujarlo, sin embargo, él se pone a mi lado.
─Jungkook─, vuelve a decir, esta vez con un poco más de convicción. Aunque no me detengo ni lo miro. Solo mantengo los ojos fijos en la puerta que tengo delante. Mi única vía de escape.
Me agarra del brazo y hago lo que puedo para quitármelo de encima. Pero este maldito es persistente y me agarra por la muñeca.
Al sentir su piel contra la mía, me vuelvo volátil y le arranco el brazo antes de empujarlo contra la pared. Lo inmovilizo con el antebrazo en la garganta y le gruño en la cara. ─ No me jodas ahora, Park.
─Lástima, necesito hablar contigo.
En ese momento me doy cuenta de que son iguales: mi padre y Jimin. No en apariencia o estatura, sino en la forma en que se comportan. Como si fueran reyes en este mundo, y el resto de nosotros, meros campesinos. Sirvientes humildes que deben acaparar su atención, o acudir a su llamada.
Y luego está la forma en que me miran. Como si no fuera más que la escoria de la Tierra. Un problema que necesita solución. Una decepción que solo consigue estorbar.
Hasta hace cinco minutos, Jimin nunca me había mirado de otra manera.
Pero entonces escuchó cosas que no tenía por qué escuchar. Y la compasión escrita en su cara, ahora mismo por ello, no hace más que cabrearme.
No necesito su compasión, y estoy jodidamente seguro de que no la quiero.
─Lo que tengas que decir no importa.
─Mira...
─¿Qué mierda acabo de decir? ─ Gruño, apartándome de él ─. Me voy. No me sigas, mierda.
La ausencia de pasos que no sean los míos mientras me apresuro por el pasillo me hace saber que realmente puede escuchar lo que digo; algo que lo diferencia de mi padre.
Estrella dorada para el chico de oro.
─¡Jungkook!
Mis dientes se hunden en el interior de mi mejilla, saboreando el leve toque de cobre mientras le ignoro. Y no importa cuántas veces grite mi nombre, seguiré ignorándolo.
Hasta las puertas de salida. Sin mirar atrás.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro