3. Maravilla
Quizá, si me pongo a llorar ahora, alguien perciba mi estado emocional y me pregunte qué me pasa. Pero ni siquiera por esa especulación siento que pueda llorar con el mismo ritmo que la última vez, tras esa pesadilla.
Llorar ni llorar, solo estoy nerviosa.
Sentada junto a la ventana del tercer piso, observo a Jhonny en el húmedo césped, con un par de auriculares y un libro. Si cierro los ojos, puedo sentir el viento de enero colándose por el hueco abierto de la ventana, y el humo de mi cigarro escapándose de mis pulmones, desvaneciéndose en el aire.
Aunque solo es mediodía, parece que ha pasado un día entero.
Aprieto el bolígrafo mientras escribo unas palabras en mi libreta de ideas. Yusne se marchó hace doce minutos, no sin antes hacer su drama, abanicándose mientras repetía el mismo audio del castaño. Dijo que tenía que recoger un par de cosas y volvería en seguida para su clase de Diseño Urbano.
Miro mi celular, preguntándome si cambiará algo responderle. ¿Me sentiré decepcionada si lo hago? Es solo un mensaje. Un simple intercambio de palabras. Pero todo lo que me rodea parece tentarme a devolverle el atrevimiento.
Desentona y resalta a partes iguales. Mientras todos intercambian chismes, se jalan el pelo entre ellos, se lanzan papeles a la cara o se besan sin un mañana de compartir salivas, Jhonny está ahí, presente pero ajeno a su entorno, sin parecer incómodo en él.
Sus manos me inspiran.
No, Carolina, no vas a ponerlo en tu historia con todos esos pensamientos desviados. Cancela lo que imaginaste en tu cabeza. ¡Concéntrate!
¿Qué hago? Ah ya sé: me mordisqueo el labio superior.
—¿Qué haces qué? —La voz de Alicia me sorprende. La veo en el último bloque de la escalera, con los párpados levantados. Lo dije en voz alta, claro que sí.
—¿Desde hace cuánto estás ahí? —pregunto, nerviosa. Dejo caer el cigarro para aplastarlo y me llevo un chicle a la boca, intentando quitarme el mal sabor.
—Lo suficiente. Te noto incómoda siendo tú misma, y eso agota. Tan agotador que terminas fumando dos cigarros —Se asoma a la ventana, arrugando la nariz—. Jhonny no es tan apetecible como dicen.
—No es lo que parece. —Si me cayera un rayo por cada mentira, ya sería un trozo de carbón. —¿Lo viste?
—No, quiero decir... No creo que sea tan lindo —se corrige—. Yo lo veo más bien promedio. —Me mira fijamente—. ¿Por qué fumas? Haz el favor y compórtate.
—No sé si puedo dejarlo —confieso—. Ahora me siento rara.
—Claro que puedes dejarlo porque no eres fumadora compulsiva. Estás de mal humor por no saber quién es tu padre, y te desquitas con el jodido cigarro como un hobby.
—Eso también influyó, no lo niego. Pero me paso el día lidiando conmigo misma, desde que me levanto hasta que me acuesto... Puedo darme el lujo de salir de la rutina.
—No soy nadie para opinar sobre tu problema, pero no tienes la culpa de nada. Carol, ya sabes cómo estaba la situación en mi casa —prosigue—, mi padrastro es un pinche loco, y mi madre y hermana me odian. No las he visto en meses. Yo elegí alejarme. Tienes a alguien que se preocupa.
—No empieces —le ordeno, cerrando los ojos y levantándome con brusquedad—. Ella insiste en esperar a que envejezca para decirme quién la embarazó. Eso, si es que llego a esa etapa, nunca se sabe.
—Eres una exagerada, pero cuando menos lo esperes, te lo contará sin que la estés presionando a cada rato, ¿entiendes? —Alicia cruza los brazos y frunce el ceño; su rostro tiene un toque humorístico. Parece más una lagarta berrinchuda que una mujer enfadada.
—¿Te apetece jugar una partida, bebé? —Le muestro el celular. Suelo jugar ajedrez cuando no sé qué paso seguir en mi vida.
—Tranquila —su voz evoca el sonido del mar, las olas meciéndose. La Alicia alérgica a las emociones me abraza—. Tranquila. Todo va a mejorar. Llora y suelta lo que necesites.
Aprieto mis manos en su espalda, fortalezco el abrazo y lloro. No entiendo cómo esta lagarta malhumorada tiene el poder de convencerme y liberar lo que llevo atorado. Lloro en su hombro, sin consuelo.
—No lo entiendes —sollozo.
—Yo sé que eso no es todo lo que te pasa— murmura mientras acaricia mi pelo—. No es tu culpa, nunca lo fue.
Me siento ilusa al pensar que con el tiempo olvidaré las ganas de encontrar a un padre, o que borraré con la edad la pesadilla de mi hermano que siempre me atormenta. Es curioso; hay cosas que pueden cambiar de un día para otro, pero nosotros no somos capaces de adaptarnos con esa rapidez. Aún trato de acostumbrarme a vivir así, con una soledad permanente. ¿Acaso eso me convierte en valiente? No tengo ganas de levantarme, ni con la música más bonita como alarma. Extraño... ¿Qué de todo lo que una vez aprendí, extraño hacer?
Con el ardor en mis ojos y la garganta seca de tanto repetir que debo hacer un esfuerzo más para terminar mis estudios y convertirme en la persona exitosa que se espera de mí, me he acostumbrado a ver pasar los días sin conocer algo nuevo más allá de sobrevivir.
Ya basta, ya basta, canta mi inconsciente, y no puedo hacer más que estar de acuerdo con él.
La piel me suda.
—En serio, cuando pasas tanto tiempo perdida en tus pensamientos me asustas —dice—. ¿En qué piensa esa cabezota?
—No he dormido nada y estoy tan cansada... —cierro los ojos.
—¿Por qué? —pregunta. Yo niego con la cabeza.
—Porque no dejo de pensar que cada día es igual al otro.
—A veces me olvido de que eres una escritora cursi nivel: tú.
—Ey, estoy hablando de la realidad y una crisis, ¿cómo puede eso ser cursi? Olvídalo.
—No sé, podría enojarme y hacer que termines usando dentadura postiza por cómo me cuentas las cosas a última hora. Pero prefiero concentrarme en ese delineado grueso que tienes en ambos ojos.
—Andas agresiva, ¿es Rosa? —Asiente—. Cuando te hagas forense, no acuchilles mi cadáver como a una naranja en plena autopsia —bromeo—. Es broma. Me despierto y te digo si me duele o no.
—Qué va —hace un gesto con la mano para restarle importancia.
—Y dime, ¿ya has encontrado al dueño de esos apuntes provechosos?
—¡Lo sabía! Te encanta el chisme y has plagiado a Yusneida —dice conteniendo la risa—. No, no lo he encontrado, pero sé de su obsesión con mi boca y el cómo manipulo el cuchillo en las prácticas cortas. Me lo ha dejado claro en la nota.
—Es buena amiga, me encantan sus delineados, eso no se puede negar... Pero espera, espera, ¿qué nota de qué? ¿No me digas que te vio y se obsesionó contigo en una escena del crimen? —Se carcajea—. Bebé, dame contexto.
—Quitando la poca sutileza, una hoja de libreta —se muerde el labio—, es que es raro... ¿Cómo es que siempre pasa desapercibido?
—¿Quieres que te diga lo que pienso, Dana Alicia? —Niega— ¡Dios! Ni siquiera es dedicado, descarta eso.
—Creo que ya vienen a buscarme, hoy me toca hasta las cuatro de la tarde.
Un par de chicas interrumpen nuestra conversación; al parecer son compañeras suyas y necesitan su ayuda con la Interpretación de Evidencias Forenses. Estoy segura de que se han ido lejos. Desbloqueo el celular con mi huella y me concentro en leer los mensajes de WhatsApp.
Alicia me recuerda, desde un número desconocido, que no olvide llevar lo que ambas sabemos a la pijamada. El gemelo de Yusne, alias cosa pelirroja o pene social, me respondió un meme de «no hablo con gente que no se baña» con un sticker de un Minion riéndose y una foto donde se excede con el bloqueador solar. Yusneida, quien me ha enviado diez mensajes seguidos respecto al plan pijama de la noche, repite su infaltante frase: "Tiempos oscuros se acercan. Muy negros". Me ha dejado claro que si no la llamo ahora, no piensa hablarme hasta que se le olvide el visto. También tengo un tal Sempronio que, un mes después de decirme el típico «agrégame (bebé con uve al principio y la "e" sin tilde)», ha mandado el emoji del fueguito y el de las gotas de agua.
A mi australiana favorita, le envío un sticker, más que usado, de un gato en ropa interior con la oración «ni un mensajito». Escribiendo porque sabe que ya estoy en línea, me manda un video en un cuarto blanco y gris para bebés, mientras con su voz burlona intenta despertar a su novio. Este se limpia la baba, sin saber lo que pasa, hasta que Melany le suelta el mortal "estoy embarazada, papi", y él, de la nada, suelta más lágrimas que agua en el Sahara.
Mi respuesta es menos graciosa que el contenido del video, pero a ella le emocionó tanto gritarlo a los cuatro vientos que hasta me envía un audio dejando claro que si él no lloraba, no iba a haber baby. Y para concluir, está el chico pack completo del like; el que tiene cara de perfección y esa aura: ven, descúbreme, tal vez salgas herida o tengas que asistir a terapia. Pero te va a gustar. Acaba de lanzar otro mensaje a mi DM en Instagram.
«No espias a nadie».
Pongo los ojos en blanco y miro con disimulo por encima de mi hombro, donde estaba el castaño, pero ya no está. Escondo bien la cajita de cigarrillos y me levanto para dirigirme a mi clase con la rapidez que acompaña "The Door" de Teddy Swims.
Con las manos cruzadas en la espalda, salgo de mi clase de Comportamiento del Consumidor, unos quince minutos antes. Son las dos y cuarenta de la tarde. Mis ojos me arden, y trato de sobrevivir a la próxima clase y, obvio, a la cita en dirección.
De repente, mi teléfono me avisa que tiene la batería baja y, como si le hubiese pegado un cortocircuito, se apaga.
Como me aburro esperando que suba a uno por ciento, lo guardo junto al cargador portátil en la mochila y saco mi tableta para fingir que estudio apuntes mientras invento la vida de los dos protagonistas de mi novela erótica/homosexual en un documento nuevo.
Hasta que un trozo de papel choca en la pantalla y aterriza en el teclado. No importa cuántas veces lo lea, el resultado siempre es el mismo: «Hola», escrito con tinta roja y acompañado de una carita sonriente.
Fatal alegría la de ese dibujo.
Lo aparto, sin tomarme la molestia de voltearme, y lo dejo en la mesa de al lado como si fuera una media apestosa. Harta de la inconmensurable distracción, giro el cuello y me encuentro con el ser crapuloso de los papelitos.
Un chico de cabello negro bien peinado, con ojos verdes que destacan con intensidad. Lleva puesta una gorra colocada hacia atrás, mostrando su estilo desenfadado. Sus labios, de un tono rosado, añaden un toque atractivo a su expresión. En su brazo, un tatuaje de una cadena enredada resalta su fuerza, su dedicación al fitness. Con un físico musculoso, viste jeans de marca que le ajustan perfectamente y una camiseta negra con patrones blancos que asemejan humo, proyectando una imagen de personalidad y confianza.
Conviene subrayar que me quedo sin habla.
—¿Qué quieres? —pregunto. No creo que sus intenciones sean buenas.
—¿Cómo andás?
—Ocupada, ¿y tú?
—Todo bien, todo bien. Siempre que te veo, pareces querer ponerte al día. ¿Tenés prisa?
—La suficiente, ¿por?
—Porque me pregunto el porqué de tu ajetreo y punto.
—¿Por qué te lo preguntas?
—Para conocerte mejor, caperucita.
—Dine tu nombre.
—Carlos Reid.
—Bien, Carlos, cuidado que esa caperucita no se convierta en una loba.
—Pensás que sos graciosa; está bien.
—Algo así. De hecho, digo que hay una realidad debajo de cada broma.
—Bien. Entonces dejame decirte esto: si vos sos la loba, me viene bien.
—No puedo tener suficiente de tu conversación, Carlos, pero tengo clase.
Le doy la espalda, pero fue en vano al sentir su toque frío en mi brazo.
—Eso es exactamente de lo que hablo —insiste—. Vengo a la uni y paso el rato acá, pero vos entrás a clase a mil por hora, y no sé nada de vos para todo lo que quisiera. Me pregunto: ¿de dónde venís? ¿A dónde vas? ¿Por qué andás corriendo?
Alguien ha hecho su tarea persiguiéndome.
—No te quites el sueño —digo, seria.
—¿Decís que lo deje pasar?
—Sí, es lo mejor.
—Bueno, si es así, te acompaño. Hace un día hermoso hoy. Vas a la escuela un día como este y me pones nervioso.
Su cara no se me hace conocida y sé que a todos los de esta clase los conozco de vista, incluso de cruzar algunas palabras. Pero él no encabeza ningún hilo en mi mente fotográfica. Me cuesta entender su atrevimiento conmigo.
«Bueno, callamos, no hablamos; tratamos de mantener nuestro misterio. Es que si es así, lo excesivo daña al cuerpo; te lo digo yo.»
Debería enseñarle unas buenas técnicas de disimulo.
—¿De qué misterio estás hablando?
—No sé nada de tu vida, pero tengo curiosidad. ¿Qué hacés? ¿Por qué tan seria?
—Eso no te interesa. Por ejemplo, no pregunto nada sobre ti, no recuerdo tu cara para nada, pero sigues haciendo estos comentarios falsos todo el tiempo.
—Bueno, para que no hacer comentarios al dope sobre vos, ¿puedo preguntarte otra cosa?
—¿Ahora me pides permiso para hacer preguntas? —me burlo, y él ignora mi comentario.
—¿Quién sos y qué te gusta?
—Claro —acepto—. No soy la popular ni el rostro de las fiestas; mi vida transcurre entre la universidad y el hogar. Hasta me olvidé de lo que me gustaba, sabes. Mi vida no le incumbe a nadie. ¿Eso es suficiente? ¿Puedes callarte de una vez por todas?
—Si vos lo decís. Me caés bien; inventaste algo para todo, pitufo bromista.
¿Pi-tu-fo?
La conversación ha concluido, y me aseguro de que todo esté en silencio cuando la maestra entra y nos manda a callar para comenzar con lo acostumbrado. El argentino no parece tener más ganas de hablar; así que, silencioso y con su mirada de haber obtenido respuestas, sale por la puerta hacia quién sabe dónde.
La clase termina a las dos horas. Como estaba planeado en mi atareada agenda, llego a la dirección y espero que la directora me indique que pase adentro.
Nuevamente me aburro. Mi mente necesita estar haciendo algo siempre, no detenerse.
Mi cabeza se siente aplastada contra la pared. De vez en cuando, un tarareo escapa de mis labios, una canción que me acompaña en el tedio, mientras muerdo mis uñas, un hábito que surge del estrés que arrastro a diario.
La puerta se abre.
Mi boca se amplia por sí sola.
El castaño de pelo desordenado, se sienta en la punta de la mesa con una mezcla encantadora entre lo adorable y lo sensual. Sus labios son gruesos, y aunque su complexión es atlética, opta por vestir de una manera que cubre sus músculos. Lleva pantalones de mezclilla y una camiseta blanca que contrasta con su chaqueta carmelita, su buen gusto sin ser extravagante. Sus ojos cafés brillan con curiosidad mientras juega con un cubo de Rubik, el cómo manipula las piezas con sus dedos largos sin siquiera mirar, complementando su apariencia relajada con unos auriculares que cuelgan de su cuello.
De un segundo a otro decido tragar para no babearme, sus cejas tienen un contorno envidiable, me inquieta. Se las depila mejor que yo. Cuando levanta la vista y sus ojos se encuentran con los míos, la habitación se llena de un extraño magnetismo. Siento como si mi esqueleto se erizara de la cabeza a los pies.
—Ah, Carolina. —La directora sonríe—. Perfecto que estés aquí. Quiero presentarte a Jhonny. Necesita ayuda y me dijiste que estabas dispuesta a dar clases particulares.
¡Nuestro muso del like!, piensa mi consciencia, es precipitada. Repito: es precipitada.
La boca de Jhonny se tuerce en algo que, aunque no acaba de serlo, se parece a una sonrisa. No se inmuta ante mi presencia. Solo entonces me doy cuenta realmente de lo duro que debe ser que lo emparejen conmigo. «Sépase que lo dicho antes fue ironía».
¿Por qué tengo yo la boca tan seca?
—Jhonny estudia diseño gráfico, pero también le vendría bien un poco de apoyo en branding y marketing —dice la directora, como si leyera mi sorpresa—. Puede ser una experiencia valiosa para ambos. A uno le puede ayudar a subir las notas bajas en escritura —se refiere a él—, y al otro le dará más experiencia en su último año.
Un calambrazo recorre mi espina dorsal antes de hablar.
Mierda.
—¿Tengo... —dije— ...tengo que ayudarlo a él?
—Pues claro —ríe ella con esa cara de papa abollada—, la persona que te dije es él.
Así que ajá, no importa lo que haga igual quedaría en ridículo.
—Claro, Jhonny, ¿serio quieres que sea tu tutora? —digo rodando los ojos—. ¿Serás igual de insistente?
—No adelantemos acontecimientos —responde, rascándose el cogote—. De momento, disfrutemos la experiencia y, como dice la directora —No puedo con tanto—... ya veremos qué ocurre.
Maldito.
Y ya sin ninguna neurona en mi cerebro, balbuceo:
—Atrás.
El castaño da dos pasos, dubitativo y enarca una ceja.
Permanecemos unos minutos en silencio y me es inevitable no cuestionarme cómo terminé en esta situación cuando estaba perfecta sin tener que ayudarle. Diría mi loca amiga: el sexy necesita saber cómo escribir.
—Tampoco me gusta lo que está pasando.
Comemierda.
—Qué dato curioso tan interesante. Ni siquiera dijiste que no. —Contraataco.
—¿Cómo que dije que no? ¿No ves? La directora ya tomó la decisión y nos emparejó.
Gesticulo un «Jodeeer» con la boca sin que me vea.
—Te pagaré bien por las clases, diría que te conviene.
—Puedo con esto, nunca hay que tirar la toalla sin haberlo intentado —yo misma me lo digo—, pero nadie me obliga a hacer nada que yo no quiera...
—Me doy cuenta.
Tiene una maldita manera de interrumpir mis oraciones.
—¿Qué tanto le ves a mi boca? —pregunto y me toco dicha boca.
Igual sí, no te bañas hace como dos dí...
—La mia faccia te lo dice?
—Eso sí ha sido inespera...
El "do" se queda en el camino cuando me vuelve a interrumpir. ¿Lo disfruta?
—Algo me dice que en el futuro tendrás más cosas para decirme. ¿Cuál es esta actitud hacia mí que tienes?
—¿Qué actitud?
—Esta actitud que me pones. ¿Nos conocimos antes y no lo recuerdo? Es la condición humana; puede que nos hayamos conocido o puede que no.
—¿Dices que vives tan inconscientemente que puedes olvidar a quienes entran en tu vida? ¡Ajá, piensas que te creo!
—A veces suceden cosas que se pueden olvidar. Y no, no me interesa que me creas.
—No entré ni salí de tu vida. Olvídate de esas visiones.
—En realidad, te recuerdo de alguna parte. Dame un segundo... ¡Ah, sí! El invierno pasado. Lo recuerdo bastante.
—¿El invierno pasado? —Mi cara debió de ponerse pálida. Eso que menciona es el video suceso donde, por salvarle el pellejo a Alicia, casi termino tragándome los aparatos de mis dientes. Ese día, el puñetazo que interrumpí era para ella, pero terminó en mi cara.
—Podrás reír; incluso tenías dientes.
—Bien, es suficiente de risa.
Se pasa la lengua por sus labios secos.
—¿Por qué? Puedes reír tanto tiempo como quieras. ¿O es para que no te salgan arrugas?
¿Esto es en serio?
Puedo jurar que se está riendo como un tonto, pero al no tenerlo frente a mí, no puedo asegurarlo. Intento no enojarme por el hecho de que estoy compartiendo oxígeno con el creador del meme que casi llegó a diez mil reacciones en un día; el mismo chico que confesó sentirse atraído por mis piernas y, claro, el mismo sujeto que, para rematar y concluir ese audio, me llamó la más torpe.
—Jum. Mira, tengo que ponerme al día. Mañana tengo un rato libre. Nos sentamos, hacemos planes y empezamos por alguna parte. Sin presiones.
—Pareces decepcionada —comenta él.
—Todavía no —respondo, levantando el dedo índice.
—Una cosa más y me voy —dice, asintiendo para sí mientras saca su celular y me muestra un chat—. Como solo me dejas en visto en Instagram, necesito otra red donde realmente colabores.
—Ah, tienes razón. Te daré mi número. Aquí tienes. —Me doy la vuelta para irme, y escucho que me dice:
—Nos vemos, maravilla.
Estuve a punto de decir «me lo robo», pero por suerte me contuve a tiempo.
Tachen eso. Prefiero que quede como que no me impresionó.
❀❀❀❀❀❀❀
¡Hola candelitas! Ya han comenzado a conocer los pensamientos de Carol, nuestra chica que parece un hielo que no derrite y que desafía el estereotipo de la protagonista suavecita. Solo quiero decirles que los amo y que estoy ansiosa por llegar a las escenas de amor y perversión; me estoy conteniendo... pero eso ya lo saben.
Muackss
Shak -maravilla.
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