1. Dana
—Por favor.
La seguí hasta la cocina a pesar de los suspiros entrecortados que me daba. Definitivamente no quería estar pegada como un mosquito justo en el día más caótico. Seguramente tenía mil cosas que hacer, y estar pendiente del apetito o la sed de su hija era algo básico, quizás como el tarareo de una canción que odiabas escuchar.
—No tienes que seguirme a todas partes, ¿sabes? Vete a jugar.
—Mamá, deberías decirme lo que pasa —respondí, encogiéndome de hombros. Ella se dedicó a tomar un par de cápsulas de café cortado para ponerlas en la cafetera y ver caer el líquido en las tazas. No era lo ideal a las cinco y pico de la mañana, pero tampoco ella ni yo pensábamos en dormir más.
Algo me decía que estaba nerviosa. Aunque sus manos no la delataban, por mucho que fingía estar tranquila, la segunda taza de café cayó al suelo tras escuchar el sonido del timbre en la puerta. Alguien había llegado; esa persona incomodaba a mamá y sacaba su lado más miedoso. Sus ojos reflejaban angustia y terror, lo cual podía significar muchas cosas:
Peligro.
Cristales rompiéndose.
Golpes y gritos.
Y corría. Hasta que...
Un desarmante silencio me envolvió.
Luego todo se tornó oscuridad ante mis ojos, escondidos tras mis manos, mientras mi cuerpo se estremecía bajo la única protección de un armario.
Escuché gritos, pero no podía distinguir las palabras. Todo era un caos. De repente, una mano fuerte me agarró y me sacó del armario. Era mamá, con el rostro cubierto de hollín y los ojos llorosos. El humo llenaba mis pulmones; cada respiración era un esfuerzo doloroso. La miraba a ella antes que a cualquier otro lugar donde posara mis pies, pero estaba tan distraída moviéndome de la habitación y repitiendo varias veces que no me dejara ver; ¿por quién? No prestamos atención a nada más, hasta que la lámpara que colgaba del techo se aflojó y cayó sobre la espalda de mi madre, derrumbándola de golpe.
—¡Corre! —gritó con todas sus fuerzas, empujando mi mano y separándola de la suya.
Corrí sin mirar atrás, ahogando gritos de miedo y confusión, mientras el fuego lamía mis pies descalzos.
Al salir, el aire fresco golpeó mis mejillas y el cabello se deslizó sobre mis ojos. Caí de rodillas y, tocando tierra, giré el cuello para buscar a quien dejé atrás...
Cuando vi la luz, no era blanca como la de un tubo LED; amarilla como la de un foco; era grande y oscura; sofocante; una luz roja como la sangre, y el calor quemaba como los rayos del sol en un día extremadamente soleado.
«E le taimi lea».
Diez años después.
La cabeza me va a estallar. No estoy segura del momento exacto en que me quedé dormida. Solo era consciente de que hacía un instante estaba sentada en las baldosas frías del baño, abrazando el borde de la bañera con mi cara, y al siguiente estaba a punto de caer al suelo. Por obra y gracia del destino, cuando abro los ojos me doy cuenta de que mi cuerpo no sufrió ningún impacto; mi madre me había atrapado antes de caer, y ahora mi espalda y cuello descansaban en sus brazos.
—¿Estás bien? —se me escapa una lágrima solitaria al escuchar su pregunta.
No luce para nada contenta y su mirada tiene ese deje de preocupación que cualquier madre tendría al ver una escena como esta. Lo contrario de mí; no soy capaz de responder esa pregunta. Mis labios tiemblan y lo único que quiero hacer es abrazarla y sentir su aroma caracteríztico para creer que estoy nuevamente en casa.
—No quería hablarte así. No quería ponerme de esa forma. Soy consciente de que hice mal buscando pistas que no tienen nada que ver conmigo. —No puedo detenerme— Lo siento mucho, mami; no merecías escuchar ese insulto de mi parte.
—Ya me habías asustado. —su voz es melosa. Tiene las manos llenas de pinchazos y cayos—. Si no hubiera sentido curiosidad por entrar a verte al llegar de mi trabajo, no sé qué hubiera sucedido. No has dormido bien, se te nota por las... ojeras.
—Ni me había dado cuenta. —exclamo, siendo sincera.
—Baja a Mr. Gibbons de la cama y en media hora tendrás el desayuno listo.
Le regalo una risita mientras me acompaña hasta que puedo sentarme en la cama. Cuando escucho que cierra la puerta, me tumbo como si fuera una piscina, agarro la primera almohada que veo y la acomodo en mi abdomen. Dejo caer mi mano sobre Mr. Gibbons, quien hace una voltereta pidiendo mimos.
Recuerdo que tengo el celular en silencio, así que al encender la pantalla, leo los mensajes en la barra; faltan unos cuatro minutos para las 6:15 AM y debo atender al primer cliente del día.
Ese cliente, de nuevo.
—¿Cómo haces para siempre caer de pie sin importar qué o quién te golpee? —le digo a Mr. Gibbons, mientras lo empujo suavemente hacia el borde de la cama. Como las dos veces anteriores, cae con gracia y luego se sube de un salto.
Se debe estar burlando de mí, eso es seguro.
Mi pelo es un enredo de nudos, mi estómago duele y he olvidado cepillarme, porque mi boca apesta. Tras arreglar todo eso, cierro la puerta con llave (esta vez nadie me va a pillar) y me ubico en una silla giratoria envuelta en toalla con el celular en la mano. Estoy lista para recibir esa llamada.
¿Para qué decir que mi vida no es ni poco ni muy interesante en este mundo? Cada vez que voy a ducharme con agua caliente olvido que está fría y termino bañándome con el agua helada. Pienso que tengo buena suerte si encuentro billetes en medio de la calle, solo para darme cuenta de que son falsos. No tengo una figura paterna a la que admirar; ni siquiera sé qué significa eso. No es un secreto que, al llegar de ejercitarme por las tardes, siempre tropiezo con la misma piedra en la entrada. Cada vez que mi madre quita una, aparecen dos más al otro lado. Riego mis plantas con cariño y sigo siendo esa niña que llora si una de ellas es maltratada. Al mismo tiempo, quedo pendiente que no escape ningún detalle sobre la casa de arriba.
Parece sacado de una película de terror: una casa embrujada con una parte desconocida y otra habitada. Esa casa me da curiosidad, pero no la curiosidad que mata al gato; más bien, es la que te impulsa a subir a un árbol para asomarte a la ventana con la esperanza de encontrar respuestas a un misterio. Cada vez que escucho un ruido allí, siempre se me ponen los pelos como escorpias.
Es fácil ser un estudiante fantasma al que media escuela ignora, pero eso no sirve de nada cuando, por mi cuerpo o piel, escucho comentarios como: «lindura, ¡qué piernotas! ¿eres real?» O «¡Esa no tiene tetas sino limones para una limonada!» Y no podía faltar el que me lanzó una pelota a la cara cuando era niña y me llamaba «Bidoof».
Pero la palabra que más odiaba era "muñeca".
No era una guerra, pero considerando a lo que me dedicaba, se volvía incómodo.
Conectada a Meetic.
Llamada entrante de Melibeo...
Tres.
Dos.
Uno.
—¿D-Dana, hablo con D-Dana? —pronuncia mi nombre con dificultad. Reconozco su voz enseguida; antes de hablar con educación, parece estar estrangulándose el ganso—. No tengo mucho tiempo, ah, pero necesito correrme rápido.
Cuando decidí trabajar en mi tiempo libre con una línea erótica cargada de perfiles falsos, —no me quedó de otra si quería seguir ayudando a mamá a pagar el alquiler y darme algún gusto una vez por semana— no imaginé las distintas facetas de los personajes tan parecidos. A veces pensaba en todos los chicos de mi edad como parte de esos idiotas pervertidos a los que atiendo.
—La que viste y calza, cielo. Pero cuidado, no traigo nada puesto justo ahora. —Primera mentira; estaba acostumbrada. La boca es el arma más peligrosa que tiene una mujer.
—Ponte... en cuatro. —Su primera orden, la misma orden de ayer, y antes de antes de ayer. Tal vez la primera de muchas mientras me siga pagando la hora que siempre deposita. No entiendo por que; si resulta correrse en tres a cuatro minutos.
—Puedes decirme qué te apetece probar hoy —modulo la voz para conseguir el matiz adecuado—. ¿O debo inspirarme y decidir?
—Oh, nena, me enciendes.
Meto dos dedos en mi boca para finjir una arcada en silencio, por suerte el pedido de cámara es un extra carísimo que no todos pagan, mientras Melibeo se imagina una gran chupada de polla en todo explendor; yo me divierto en mi trabajo.
«Fingiendo orgasmos»
—¡No puedo aguantar más, estoy cachondísima! —Melibeo tiene una gran imaginación, no todos tienen ese don.
—Sí... —gruñe—. Joder. No pares.
—¡Madre mía es enorme! —trato de taparme la boca para no reír, extiendo mis pies al secador de uñas para que el gel se endurezca—. ¡Y ya es hora!
—¡Dios santo!
—Estoy a punto de correrme —miento—, no pares, sigue. Eres un duro. Y voy a tener que castigarte por eso... —Finjo estar furiosa, cuando en realidad, intento escoger un vestuario y zapatos— ¿Carmelita o blanco?
—Nena, no entiendo, pero quiero que me mientas.
—¿Qué quieres que te diga, cielo?
—Tú escoge, ¡pero dime la peor mentira que se te ocurra y convénceme de ella!
—Me corro, me corro —susurro.
—¡JODEEEER!
Sí, ya se vino, y digamos que en los cuatro minutos y doce segundos que esperaba.
Suspiro.
—Coño, mi mujer. ¡Ha llegado mi mujer!
Entonces escucho los gritos:
—¡ERNESTO! ¡¿QUÉ HAS HECHO CON UCHO?!
Fin de la llamada.
Trabajo logrado con éxito.
Nadie, salvo mis dos amigas en la universidad, que son Yusneida y Alicia, conoce mi secreto. De hecho no lo supieron hasta que Yus me pilló gimiendo, digo, fingiendo un gemido; me afeitaba las canillas cuando apareció por la puerta. No tuve más remedio que decirle la verdad después de la primera mentira que le dije, por cuestiones obvias, y en su cabeza se había creado una película que de seguro ganaría un Oscar (ese que no le han dado a Johnny Depp). No pasó demasiado tiempo para que Alicia se enterara. Hubiera sido mejor contratarla de detective. No esperaba encontrar un micrófono de audio en mi baño a las doce de la madrugada mientras exportaba mis eses fecales.
La justificación de la pelirroja siempre fue que no le dijo nada específico, sólo que omitió el detalle al decirle que yo escondía algo que tenía que ser convertido en meme para toda la vida. Alicia no aguantó, me acusó de piratear su primer nombre. Ella no lo usaba; así que yo le dí un excelente uso que me generaba dos mil dólares con cada llamada.
・❥・
Me he recorrido Cedar Grove enterita.
En moto.
Y me encantaría rodearme de colores vivos cuando paseo por la ciudad, pero parece que a la gente le gusta estar amargada. triste, desdichosa. ¿Por qué fingir que te gusta el negro cuando la mayoría de las veces solo se usa para pretender ser más delgada o en presencia de un velorio? Me erizo hasta de imaginarme vestida de ese color.
Pareces idiota.
No lo parezco, lo soy. Y sabes, por ser mi consciencia, que no me importa.
El cielo, cubierto de nubes grises, parece pesar sobre mi. La calle brilla con un leve reflejo; las gotas de agua aún se aferran al asfalto, formando pequeños charcos iridiscentes. El sonido de las ruedas sobre el pavimento mojado es constante, interrumpido solo por el suave goteo de agua que se desliza por los árboles y edificios. A medida que acelero todo parece darme esa vibra de renovación, y la verdad soy fanática a localizar pequeños detalles por muy desapercibidos que pasen; a mi no se me escapan. Con la gran cola de autos que esperan que el semáforo se ponga en verde, sin pensarlo dos veces, vuelvo a acelerar. La moto sale disparada por el medio de la gran fila de vehículos a una velocidad inexplicable. Mis pensamientos se disipan al ver a Yusne parada frente a la tienda, lista para hacer una llamada. Por último me quito el casco y aparco la moto a un costado del letrero "Resurrection".
En realidad, se parece mucho a Ana de "Tejas Verdes", especialmente cuando se viste de verde y lleva una trenza en cada lado del cuello.
—Has llegado nerviosa, Carolina.
—No doy con la tecla aún, pero tengo que conseguirlo. Debo encontrar al ser indicado y perfecto.
—Ya sé, mira, te regalo la primera frase para que acabes con ese monstruo llamado bloqueo: "Lo primero que me llamó la atención de él fue el bulto que se le hacía en aquella parte. Luego su imponente tranca de casi dos metros palpitando en mi estrechez". —Doy un paso atrás, confundida—. Me hubiese conmovido tu acción si no te conociera. Y sé que quedaría genial en un libro gay.
—¿Te pica el culo o qué te fumaste? Nadie tiene una polla de ese tamaño.
—Se nota que no has visto suficientes. Vaya por Dios, qué desgracia tan grande. No, no... —niega con rotundidad y me toca la mejilla con el dedo.
A mi parecer, Yusneida tiene un sexto sentido hiperdesarollado, o quizás es muy evidente que en mi vida ni había sido tocada por un hombre.
—¿Qué se supone que debo hacer?
—Déjate llevar, no lo pienses demasiado. Ubica todo eso que siempre dices que detestas o te gusta en ese mismo libro. Enfoca lo que quieres transmitir y sí; soy una diosa nacida para la terapia, gracias.
—Yo creo que es verdad, aun así no me siento decidida sobre rumbo. ¿De verdad es lo que quiero ser, «escritora»? Voy a colapsar un día.
—Lo conseguirás —afirma—, estoy segura. No le temas al éxito. —me da con el dedito, algo que no soporto—. Y deberías sentirte peligrosamente bien, churris; no te cobraría demasiado los derechos de autor.
—Una novela homosexual, no me digas más. —Resoplo y ella sonríe.
—Oye, ¿por qué no usas el vestido que te regalé? Lo cocí con el sudor de mi frente. —intento responder, pero parpadea y me interrumpe—. Bueno, primero la foto.
El sonido del click me gusta, pero no voy a dejar que me vean y publiquen en esa pose tan inesperada.
—¿Lo ves? —espeto cabreada.
—Bobadas. Has quedado bien. Solo mira la magia que hace el acondicionador de romero que te recomendé, tu pelo rizado rebelde me lo agradece.
—No... Así no. —Le pido en vano. Me saca la lengua con un guiño de ojo y publica la foto justo cuando tengo intenciones de borrarla.
Carajo.
¿Está saltando?
—¡¿Esto qué es?! —Se lleva la mano a la frente sin moverse de donde está—. ¡La madre que me hizo, la madre! ¡El chico ha reaccionado a nuestra foto!
—Eres una salvaje, ¿qué dices?
—¡YO TE MATO! —vocifera—. ¡El nuevo! El de tatuajes y cuerpo que te humedeces, ¿no me digas que no lo conoces? —Me pone mala cara y puedo ver su ojo derecho parpadear de manera graciosa.
—Me da igual quién sea ese tipo; no sé cuántas vueltas le das a esto, pero tengo mis dudas ante tu locura. Es una coincidencia.
—¿A esto, ¡degenerada?! —Ahora frota sus manos— ¡Es Jhonny Whartforth! Tu posible muso, Jhonny, míralo; asere es él. —Echo mi cabeza hacia atrás ante el asombro de lo que pueda o no significar "asere".
—¿Jhonny? —Al ver mi extraña reacción, se preocupa.
—¿No te suena nada?
—No, en realidad no.
—¡Eso no es nada genial! —eclama con sarcasmo y mientras esperamos, noto que golpea su frente susurrando palabras divididas en sílabas. Sabe Dios lo que está pensando. —¡Yo me muero! ¡Uh!
—Basta, ni que fuera planeado por el destino que tampoco existe —Es lo único que acierto a decir antes de poner el pie en la acera para entrar primera en la tienda— ¿Yusne? —Ella está inmóvil— ¿Qué estás...?
—Uno: Te estás equivocando; el destino te llevó a ser amiga de esta pelirroja —se hace la ofendida—. Dos: Ups, ya es tarde; le devolví el like.
—Hija de tu madre —respondo. En cambio, ella, deja el celular en mi mano para que mire y luego, en un susurro erizante, añade—: Él es quien te puede ayudar a describir esa escena que necesitas; yo no te puedo decir más, tú atrévete.
Mi cara puede ser tonta muchas veces, pero ahora... ¡Ahora cómo rayos le digo a ese chico que cumple con las caracterízticas del personaje en mi novela erótica!
Descartado. No se lo diré. De hecho, esta morena nunca se cruzará por el mismo camino que pisa ese hombre.
Una especie de calambre abrasador me atraviesa desde la sien hasta los ojos, como si cientos de agujas afiladas me pincharan a la vez justo en la espalda. Mis pulmones, que antes ardían, comienzan a encojerse por la falta de oxígeno. El dolor me hace doblarme hasta en el suelo y, aunque mi cerebro continúa activo, ya no manda ninguna señal.
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Debido a los cambios que he realizado y que sigo haciendo en mi libro, es necesario que lo quites de tu biblioteca y lo vuelvas a colocar en tu lista de lectura. Así no te perderás las actualizaciones.
Quiero advertirte que esta historia tiene contenido explícito (es imposible ignorar el +21 al inicio de la descripción). Aquí encontrarás ese tipo de contenido que tanto gusta: romance sensible, uso de palabras nada sutiles, descripciones a veces gráficas, y un toque de violencia. Todo esto, aderezado con mi característico misterio.
Una vez aclarado esto, candelita, te invito a que te pongas cómodo y disfrutes de la lectura.
(Para quienes no lo sepan, Bidoof es un pokémon de color café/marrón que se asemeja a un castor).
#LíneaErótica.
#GatoCaeDePie.
#Muso.
#CasiDosMetros.
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