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Capítulo 23: Raditz

Goku se paseó por la sala de espera de la UCI mientras Vegeta y Bardock jugaban a las cartas. Miró en su dirección y gruñó.

—Goku, no es que no nos importa, pero este espacio se haría bastante pequeño si los tres de nosotros estuviéramos paseándonos, y las cartas mantienen nuestras mentes ocupadas. Así que mantén tus gruñidos para ti mismo —gruñó Bardock de vuelta.

—Es solo que me está volviendo loco —admitió Goku—. La espera constante, el no saber. No puedo captar ninguno de sus pensamientos, está poniendo a mi lobo muy inquieto.

—La doctora la debe haber sedado, lo cual es una cosa buena ya que ella estaba con mucho dolor. Ella estará bien, Goku. Sabes que haré lo que sea que está en mi poder para mantenerla sana y salva.

—Lo sé, gracias —dijo Goku a su padre.

°•°•°•°•°•°

El teléfono de Raditz vibró, indicándole que tenía un mensaje de texto. Él lo tomó y miró a la pantalla iluminada.

Ven al 4to piso. Usa el elevador del personal para evitar la sala de espera, abriré las puertas.

Raditz se levantó y puso su teléfono en el bolsillo de la bata que la doctora Gold había dejado para él. Agarró las llaves del auto que la manada de Coldspring le había prestado y se dirigió hacia el cuarto piso. No pudo evitar estar nervioso con Bardock y sus lobos todavía en el hospital. Cuando las puertas del ascensor sonaron y se abrieron, salió e inmediatamente se congeló. Una de las amigas de Milk estaba parada delante de las puertas que tenían la palabra UCI en ellas, tratando de encontrar una manera de abrirlas. Si ella estaba tratando de colarse, estaba muy asquerosamente equivocada en ello.

Él se movió sigilosamente detrás de ella, su lobo ayudándolo a ser silencioso mientras acechaba a su presa. Justo cuando la chica estaba a punto de voltearse, Raditz puso sus manos en el punto entre su cuello y el hombro, y lo apretó. Ella se desplomó como una casa de naipes. Él la cogió antes de que golpeara el piso y la única cosa en la que pudo pensar en hacer fue ponerla en el elevador y golpear el botón que la llevaría devuelta a su piso y esperar que ella estuviera bien. Colocó su cuerpo flojo en el piso del elevador y presionó el botón de su piso y miró mientras las puertas se cerraban. Eso era un imprevisto que él no había estado esperando, pero no podía preocuparse por eso ahora. Él caminó de regreso a las puertas de la UCI y escuchó un timbre y las puertas se abrieron.

Directamente delante de él estaba la estación de enfermeras, un escritorio circular les daba una clara vista de cada habitación acristalada. La doctora Gold estaba esperando en la puerta de una habitación directamente a su derecha.

—Ella está fuertemente sedada. La tengo conectada a un goteo intravenoso para mantenerla sometida. También supuse que como ella tendría que tener fijada la intravenosa si ésta se detiene, tendríamos que tener una razón para estar sacándola del hospital, así que falsifiqué documentos de transferencia a la unidad de quemados en el Hospital de Niños en San Antonio. No es del todo creíble pero nos comprará algo de tiempo si nos detectan.

Raditz estaba impresionado con la previsión de la doctora.

—Gracias.

—Solo terminemos con esto —gruñó ella. Raditz se preguntó si la buena conciencia de la doctora estaba fastidiándola. Pensó en recordarle acerca de lo que Goku le había hecho a su hermano, pero decidió que sería mejor mantener su boca cerrada, llegar a Milk, e irse. La doctora Gold había llevado una camilla en la pequeña habitación, justo a la derecha contra la cama en la que Milk estaba recostada. Raditz pensó que se veía pálida, incluso con su piel rosada en proceso de curación.

—Necesito que agarres ese extremo de la sábana y a mi cuenta, jales. La deslizará suavemente —estaba diciéndole la doctora Gold mientras miraba a la mujer que él había elegido como su compañera.

Raditz agarró el extremo como se le instruyó y jaló suavemente a la cuenta de tres de la doctora. La cubrió con una manta hasta el cuello y la doctora Gold colocó una máscara de oxígeno en su rostro. Ella dijo que era solo para ayudar a que fuera más difícil de identificar a Milk. Empezaron a rodar la camilla fuera y a Raditz le impresionó entonces que ahí no hubiera nadie más alrededor.

—¿Dónde están las enfermeras?

—Solo hay dos enfermeras en la UCI por la noche y envíe a una a buscarme unos antibióticos de la farmacia, y a la otra a mi oficina para que me consiga mi teléfono.

—Pero tienes tu teléfono —dijo Raditz antes de pensar.

—Sí, pero ella no sabe eso, ¿cierto? Ahora apresúrate antes de que ellas vuelvan —le dijo ella mientras empujaba la puerta hacia la habitación en la que Milk había sido encerrada. Ellos empujaron la camilla por las puertas contrarias a las que Raditz había llegado. Los llevó directo hacia un elevador que tenía las puertas abiertas sostenidas por una gran papelera de acero. La doctora Gold estaba delante del juego, a Raditz le gustaba eso. Mientras se montaban, el sonido de la música del ascensor se filtró por los altavoces y a pesar de que la música pretendía ser calmante, estaba irritando los nervios de Raditz, y él solo quería arrancar los altavoces. Cálmate, se dijo, ya casi termina.

Las puertas del elevador se abrieron y empujaron la camilla por un pasillo con chillones luces fluorescentes que brillaban contra las paredes blancas y pisos de linóleo blanco. Raditz podía escuchar los sonidos emanando del final del pasillo. La sala de urgencias, pensó. Giraron hacia la derecha y rápidamente rodaron la camilla lejos del ruido. El pasillo parecía durar para siempre, a pesar de que Raditz sabía que realmente no era tan largo. En ese momento, empujando la camilla con Milk en ella hasta cinco metros serían muy largos.

Justo cuando él pensó que tendría que despegar a toda velocidad, estuvieron finalmente delante de las puertas que los llevarían hacia el auto que él tenía esperando por ellos. La doctora Gold presionó un botón en la pared y las puertas se abrieron automáticamente.

Raditz había estacionado la camioneta directamente a la izquierda de las puertas, y mientras ellos maniobraban a Milk por encima de la puerta trasera del lado del pasajero, Raditz se dio cuenta que con Milk enferma, las cosas solo se volverían mucho más complicadas, así que tomó una decisión a medio segundo. Cuando la doctora Gold caminó hacia su extremo de la camilla para así ella poder obtener la bolsa de intravenosa y colgarla en el gancho de ropa en la parte superior de la ventana del asiento de atrás, Raditz la agarró por el cuello. Ella se congeló mientras sentía las garras de Raditz perforar su piel, un hilillo de sangre se deslizó por su garganta.

Ella no sabía qué diablos estaba tramando Raditz, pero supo que su trabajo en este juego había cambiado, y no para su beneficio.

—No puedo manejar todas estas medicinas para Milk, así que hasta que me digas qué necesito hacer para que mejore vienes con nosotros —gruñó Raditz por lo bajo, sus ojos comenzando a brillar.

Su loba naturalmente quiso rendirse, pero ella solo quería escupirle en la cara. Ella miró hacia abajo a Milk. La chica de verdad estaba muy enferma y no mantenía ninguna mala voluntad contra ella, sólo pasó a estar atrapada en el fuego cruzado. Una vez más para justificar sus acciones, y aliviar su conciencia culpable, cumpliría con Raditz.

—De acuerdo, iré contigo. Pero tan pronto como te haya enseñado qué necesitas hacer para curarla, me voy, ¿entendiste?

Raditz le dio a su cuello un apretón más por si acaso.

—Ya veremos, doc —le dijo, su mirada prometiendo represalias si ella no mantenía su final del trato.

Cargaron a Milk en el asiento trasero. Ella colgó la bolsa de intravenosa del gancho de ropa encima de la ventana, luego subió en el lado del pasajero tomando una profunda respiración y soltándola lentamente. En qué me he metido, pensó Bulla para ella misma. Observó a Raditz empujar la camilla de vuelta a la acera, no molestándose en llevarla de nuevo al hospital.

Él caminó hacia el lado de la puerta del conductor y subió al vehículo. Sin una palabra encendió la camioneta, la puso en marcha y se deslizaron en la noche mientras el compañero de Milk esperaba en vano escuchar las noticias de su bienestar. Bulla no podría haber detenido la lágrima que se deslizó por su mejilla así ella hubiera querido.

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