24 de octubre del 2008

En un pequeño pueblo llamado Citypolis, Derenise estaba sentaba en su habitación, rodeada de partituras y sueños no cumplidos. Cada nota que tocaba en el piano le recordaba a Joseph, el chico que había atrapado su corazón en su primer año de música. Con su cabello rojizo y ojos azul cielo. El recuerdo de él la envolvía como una melodía agridulce, dolorosa.

Desde el primer día en la clase de música, Derenise se sintió atraída por él. Pero a medida que se conocieron, se dio cuenta de que su amor era más complicado.

Joseph parecía vivir solo para la música y su apariencia, mientras que ella luchaba con sus propias emociones. A menudo se sentía invisible a su lado. La confianza y belleza de él eran hipnóticas, y Derenise se sentía insignificante al presenciarlo.

Cuando comenzaron a salir, Derenise anhelaba ser el centro de su atención. Deseaba ser como un instrumento, queriendo ser tocada y valorada por él. Pero el brillo de Joseph la cegaba, y el amor se convertía en algo doloroso. Después de la ruptura, se sintió devastada.

Sin embargo, encontró consuelo en la música, en su piano. Comenzó a componer una pieza, mezclándo su dolor y anhelo. Las notas fluían de manera fácil y pronto la melodía se transformó en una sinfonía de liberación. Era su forma de sanar, de dejar ir.

Mientras tocaba, se dio cuenta de algo muy importante: la música nunca la había abandonado. Era su verdadero refugio, el único que la escuchaba sin juzgarla. Y con cada acorde, Derenise se sentía más fuerte, más segura de sí misma.

Finalmente, decidió presentarse en un concurso local, donde tocaría su composición inspirada en Joseph. Al subir al escenario estaba nerviosa, pero la música logró envolverla. Derenise no solo tocaba para él, sino para ella misma.

El agradecimiento del público llegó a su corazón. Comprendió que ya no necesitaba a Joseph para sentirse valiosa. Aquel recuerdo de Joseph ya no la ataba a nada; había encontrado su propia voz, y con ella, la libertad.