13
Con algo de reticencia al principio y sin ningún tipo de tapujos después, Imotrid y yo le contamos a Maciel nuestra experiencia en Riscos frente a Carlota, que no cabía en sí del asombro, y de Ignacia, que no dejó de fumar sus molestos cigarrillos.
Nos habíamos ubicado en sillas y banquetas alrededor de la misma mesa en donde almorcé tantas veces durante mis años laborales. El profesor nos convidó café de la misma cafetera que utilizaba yo, en vasitos plásticos.
—Entonces, ¿están diciendo que es cierto lo de los viajes en el tiempo? —preguntó Ignacia con sus ojos de huevo duro abiertos de par en par. Se divertía, y no entendía el por qué.
—¡Qué locura! —apostilló Carlota, molesta.
—Mira, mamá —intervino Imotrid—, si resulta ser que, en realidad, no fuimos al 3022, significa que armaron un set muy realista para alguna película o para esos programas que te hacen creer cosas que no son, y te aseguro que, de ser así, ganarán un premio al mejor engaño del siglo.
—Es verdad que viajaron —declaró Maciel con voz queda—. Lo vengo diciendo desde hace tiempo. Creen que Riscos se convirtió en un portal temporal recién ahora, pero la verdad es que lo es desde hace más de diez años.
—Entonces tú viajaste —deslicé mientras tomaba asiento en otra silla junto a Ignacia cuyo cigarro se le consumía entre los dedos sin que ella lo notara, tal su estupor.
—Escuchen —señaló Carlota—, si quieren seguir con estas tonterías, allá ustedes, yo me voy y tú te vienes conmigo que hay mucho trabajo en la peluquería —ordenó a su hija—. Nos vamos. No voy a dejar que te maten porque una sarta de locos... Perdón, Patricio, pero no esperaba todo esto de ti. Una sarta de locos te haga creer que han viajado en el tiempo, por Dios ¡qué cosa tan ridícula!
Costó que nos creyera. Finalmente, luego de narrarle en detalle los acontecimientos y que su hija le enseñara las fotografías de los muertos, mi pobre amiga se dejó caer en otra silla, casi sin aliento y con gesto abatido.
Recién entonces logramos hablar con Maciel de lo que realmente nos interesaba.
—Viajé por primera vez en 2012 —contó mientras recorría el salón asegurando el cierre de cada puerta—. Fue casual e inexplicable. Mis padres habían fallecido no hacía mucho y yo debía ocuparme de la venta de la casa, en Riscos. En la guardia ya me conocían así que entraba al pueblo sin problemas.
—¿La guardia? ¿Te refieres a la caseta de Luis? —pregunté. Él afirmó—. ¿Ya entonces estaba vallado, el pueblo?
—Sí, claro. El predio fue asegurado en 2010, cuando comenzaron las pruebas. Rosenkrauss eligió cada uno de los sitios tomando en cuenta sus condiciones geográficas y climáticas.
—¿Te refieres a las tormentas que nadie parecía sentir, más que nosotros dos?
Maciel sonrió.
—Ya verás que, cuando regresen, tampoco volverán a sentirlas.
—¡No regresarán a ese lugar! —gritó Carlotta.
—Eso no es tan fácil —aseguró Maciel—. Ellos ya pertenecen a los Treinta y uno, así que aunque nadie lo desee, regresarán una y otra vez, a menos, claro, que se quiten las placas.
—¡Te he dicho que no tenemos ninguna placa!
—¡Y yo te aseguro que sí! —insistió él—. De otro modo, no habrían viajado. No se preocupen, hay una forma de demostrar que sí las tienen y lo haré. Pero eso será luego, ahora quiero acabar mi relato, a ver si logro convencerlos de unirse a la resistencia.
—¡La resistencia! ¡De eso nos habló David! —exclamó Imotrid.
—Exacto. Es familiar mío —continuó el profesor—, aunque no me conoce. Ya saben, no es muy recomendable aparecerte a tu familia del futuro y decirle: «Oye, soy su tataratataratatarabuelo, ya estoy muerto, pero he vuelto para contarte cositas del pasado». —Meneó la cabeza con cierta nostalgia—. No, no sería bueno eso.
—¿Cómo que estás muerto? —preguntó Carlota, confundida.
Imotrid la miró con pesar.
—En el 3022 todos estaremos muertos —señaló.
Esta vez, mi amiga no pronunció palabra, sus ojos se perdieron en los mosaicos del piso y su hermana le pasó un brazo por encima de los hombros.
—Carlota, por una vez en tu vida —susurró Ignacia—, ¿por qué no intentas encontrar el lado divertido de las cosas?
—¡Porque a mi hija la amenazaron de muerte! —sollozó.
—Ella va a estar bien. Nos aseguraremos de que nadie le quite la placa.
—¿Qué plac...? —comenzó a protestar la chica, pero Maciel la interrumpió.
—Ya hablaremos de ello. La resistencia somos nosotros —dijo—: todos quienes hemos visitado el futuro y aún estamos a tiempo de impedir que suceda, ¿lo comprenden?
—¿Qué suceda qué?
—¡Ese futuro que ustedes vieron!
—¿David sabe que hay gente que viaja desde el pasado? —inquirió Imotrid con el ceño fruncido.
—No. Los viajes temporales son algo que los gobiernos de todos las épocas prefieren guardar bajo siete llaves, aunque para el siglo XXXI ya resultará imposible. De todos modos, cada uno de esos viajes está absolutamente monitorizado.
—Ordenemos las cosas —indiqué con impaciencia, no lograba tener nada en claro—. Comencemos por el principio. Dices que en 2010 se cercó el pueblo porque comenzaron unas pruebas. ¿Qué pruebas?
El profesor suspiró con cansancio y se rascó la cabeza.
—De acuerdo. En realidad, es casi imposible determinar cómo se inició todo esto. A principios de los dos mil, la NASA hizo un descubrimiento del que la humanidad no se enterará hasta dentro de muchos años: un pequeño sistema de planetas en donde es posible una vida similar a la que conocemos. Especialmente un planeta en particular, denominado E2U2, que, con nimias diferencias, podría albergar a nuestra civilización completa. Es un cuerpo relativamente nuevo al que le quedan millones de años útiles por delante en comparación con nuestro viejo hogar que, como saben, ya está dando señales de agotamiento. Los científicos se han dedicado en cuerpo y alma a verificar la viabilidad de nuestra supervivencia en E2U2. Para eso, se establecieron determinadas locaciones —Riscos entre ellas— donde se han recreado las condiciones climáticas y de presión de E2U2. Pero también deben contemplar el viaje, ya que durante el mismo, varias generaciones nacerán, crecerán y morirán dentro de las naves.
—No entiendo —dije—, ¿Cómo saben cuáles son las condiciones del planeta si nadie ha llegado hasta allá? ¡Acabas de decir que el viaje tomaría varias generaciones!
—¡Para naves tripuladas! ¡Imagínate! ¡Estamos hablando de trasladar a toda la civilización humana a través del espacio! ¡No puedes poner a una persona dentro de una nave que viaje a la velocidad de la luz y esperar que nada le ocurra! El cuerpo humano no fue diseñado para eso, los viajes con personas deben hacerse mucho más lentos y con todos los cuidados que implican las travesías espaciales. Pero las sondas de estudio son otra cosa. Llegan en un tiempo muchísimo más acotado. De hecho, el módulo ha tardado diez años en llegar y, desde entonces, está enviando datos, como lo hace el Rover desde Marte.
—Entonces, ¿cómo fue que viajamos al 3022? —preguntó Imotrid—. Si no fuimos a la velocidad de la luz, no sé cómo lo hicimos.
—Eso es otra cosa. Los portales funcionan de otra manera. Nadie sabe cómo se abrieron o cómo se activaron. Al menos en esta época... Aunque en realidad, nosotros somos el pasado viviendo en una realidad que no es tal.
—¡Ya empezamos!
—¡Es que es así, Lamadrid! ¿Cómo explicas, si no, la existencia de David? ¡Tú lo conociste! ¡Hablaste con él!
—¿Y por qué no pensar que lo real somos nosotros y no ellos?
—No entiendes.
—Ilústrame.
—¡Nada de lo que nos rodea existe, en realidad! ¡Somos marionetas en un escenario o en otro! ¡Muñecos movidos por las malditas máquinas que nosotros mismos inventamos! ¡Ellas son las que digitan nuestras acciones, nuestras necesidades, pensamientos, etc.! ¡La única forma de volver a vivir como los seres humanos que realmente somos, es acabando con esas horripilantes cosas!
—Momento, momento —intervino Imotrid—. Acá hay algo que no estamos explicando bien o hay alguien que está enloqueciendo. Y no soy yo. Explíqueme, Maciel, ¿por qué está tan convencido de que vivimos una realidad simulada? O sea, según usted, ¿nosotros, existimos o no? En esta época, quiero decir.
Maciel volvió a suspirar y se sentó en la silla que tenía enfrente.
—Claro que existimos. Nunca dije que los humanos no fuéramos reales. Lo que digo es que, al ir al siglo XXXI, me di cuenta —y me extraña que ustedes no— que las máquinas nos están gobernando desde hace mucho más tiempo del que pensamos. Y han evolucionado hasta el punto, en el siglo XXXI, en que han tomado el control absoluto. Tanto es así, que hay exoplanetas convertidos, literalmente, en granjas de humanos. Allí nos crean para servirlos. ¿Entienden? Por eso sé positivamente, que todo esto que hoy vivimos, no es real, es lo que esos malditos aparatos están haciendo con nosotros. Si no los detenemos ahora ocurrirá lo que vimos: los científicos no solo no lograrán que habitemos en otro lugar, sino que las malditas máquinas se convertirán en la especie dominante, el resto de la población serán androides o conciencias artificiales con algún que otro sesgo humano.
—¿Y cómo se le ocurre que podríamos frenarlos? —preguntó Imotrid.
—No lo sabemos. Mañana nos reuniremos con los treinta y uno que aún quedamos vivos. Nuestra idea es infiltrarnos en cada base experimental convertida en portal y colocar bombas. Volarlas. Aunque solo sirva para retrasar lo inevitable. O tal vez, ganemos tiempo para que la ciencia y, sobre todo, los grandes capitalistas, reflexionen.
—¿Y los suicidios? ¿Por qué se producen?
Maciel meneó la cabeza.
—No son suicidios, Lamadrid, alguien está asesinándolos. La fecha que figura en esos sobres es una de las fechas en que han viajado o viajarán en el tiempo. Es la fecha en que tienen que optar. O regresan al SXXXI para quedarse allá, o se los mata para que no sigan propagando sus experiencias del futuro. Temen que, tarde o temprano, alguien les crea.
—Antes que esperar a que los maten, se suicidan... —reflexionó la joven.
—No. Los inducen.
—¿Quien?
—Ahí está el problema. No lo sabemos.
—O sea, que nos permitieron regresar a arreglar el problema de los suicidios para luego devolvernos al SXXXI.
—Exacto. Prefieren que estemos allá.
—¿Por qué quieren que descubramos quién mata a esas personas?
—Porque es alguien que, evidentemente, sabe lo que sucede. Necesitan deshacerse de él. O ella.
Se hizo un silencio en el que, supongo que todos, intentamos procesar tanta extraordinaria información.
—¿Regresaste allá? —pregunté de pronto.
—Varias veces, pero, por supuesto, se enteraron de que quebranté el acuerdo y quieren eliminarme.
—¿Cuál acuerdo?
Sus ojos se iluminaron como si hubiera descubierto algo.
—¡Ahí está! ¡Tendrás la prueba de que tienes una placa implantada en tu cabeza! Ya verás. En cuanto intentes hablar de este tema con alguien ajeno a todo, sabrás del acuerdo. Lo tendrás en la memoria y no sabrás cómo. Si vas a un psicólogo, te dirá que tienes esquizofrenia, que escuchas voces inexistentes... pero no es una voz... es una... conciencia desconocida.
—¿Cómo te has salvado de que intenten matarte?
—No me salvé. Voy escapando. Es imposible desactivar la placa con nuestra tecnología, pero el científico destinado en Riscos, Pieter Rosenkrauss, se las ingenia para desviar la señal de algunas, la mía por ejemplo. El problema es su hijo, él sabe que hay un infiltrado en la organización y quiere exterminarlo, el pobre no tiene idea de que es su propio padre.
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