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3. Korath, el Perseguidor


Tanteé la Milano después de unos minutos de aburrimiento. Rebusqué por comida en la cocina y me serví lo primero que vi, ya que no conocía nada comestible que este terrícola guardaba. Comí algo dulce y crocante, del tamaño de una semilla, que podía llevar a la boca con sólo usar dos de mis dedos. Esperé y comí en silencio.

Quería pensar en lo que acababa de pasar en Zorn, pero al mismo tiempo me obligaba a mí misma a bloquear esos recuerdos; me daban ganas de tirarme a llorar y gritar. También evitaba pensar en Thanos y sus hijos, puesto que me hervía la sangre y me daban ganas de golpear todo, y no podía hacerle eso a la nave de Peter Quill.

De repente, salté asustada en mi asiento al ver la ventana de la nave abrirse. Peter entró por medio de ella un segundo después, con la respiración agitada.

—¿Estás bien? ¿Qué ocurrió? —le pregunté, dejando la comida de lado y acercándome para ayudarlo a levantarse.

No me respondió, sólo cerró la ventana de la nave y encendió el motor de la Milano. Antes de que pudiera hacerle más preguntas, me ordenó sentarme (a lo que obedecí sin dudarlo) y arrancó. Empezó a reírse a carcajadas con aire triunfal, por lo que comprendí que estábamos huyendo de algo... o alguien.

Entonces, una fuga del suelo de Morag soltó un fuerte chorro de agua que golpeó a la nave por debajo, desestabilizándola. Empecé a gritar cuando ambos salimos disparados, golpeándonos contra todo lo que se hallaba en la nave. La Milano se había apagado.

En un momento, quedamos cara a cara cuando nuestros cuerpos se estrellaron. Peter me sonrió de lado, burlón por nuestra posición y cercanía, hasta que la nave se sacudió otra vez y con ello accidentalmente le pegué en la frente con mis cuernos. Él hizo un quejido de dolor.

—Te lo mereces —mascullé—. ¡Ahora enciéndela!

Lo empujé hacia el centro de comando y él alcanzó a tomar la palanca y jalarla, dándole vida otra vez a la nave, que empezó a descender y salir de la órbita de Morag. Una vez la Milano se estabilizó, me puse de pie y me dirigí con paso firme hacia Peter, quien sonreía orgulloso y se aplaudía a sí mismo.

—¿Estás loco? ¡Eres un rognwig!

—Para empezar —exclamó, poniéndose de pie y alzando su dedo índice para enfatizar—, sigo sin saber qué es eso.

Solté un insulto que mi implante traductor sólo tradujo como un gruñido. Me di vuelta y fui a sentarme al asiento de copiloto, sin decir nada. La sangre hacía ebullición bajo de mi piel, burbujeaba incontrolablemente y hacía que mi temperatura incrementara. Lo miré con el semblante endurecido. Estuvimos en riesgo de morir, los dos, no sólo él.

—¿Qué ocurrió allá? —exigí saber.

—Conseguí lo que vine a buscar, pero unos tipos intentaron detenerme. Su líder se llamaba Korath... o algo así.

—¿Korath, el Perseguidor?

—¿Lo conoces?

—He oído de él en las noticias —asentí con una mueca—. Es un kree que trabaja para Ronan, el Acusador. Es un kree con ideas retrógradas. He oído que tiene planes de romper el tratado de paz entre el Imperio Kree y el Imperio Nova. Se dice que ha forjado una alianza con Thanos, pero todavía son sólo rumores —expliqué al ver su cara de confusión.

Peter se quedó en silencio por un momento, para luego dirigirse a la parte trasera de la nave.

—Mmm... Peter. ¿Puedo llamarte Peter? —pregunté dudosa, y él asintió mientras se veía absorto en una pequeña pantalla táctil— No quiero causar molestia, pero... ¿crees que pueda usar algún cuarto de aseo?

Peter alzó la mirada y me observó con sus cejas arqueadas.

—¿Te refieres al baño?

—¿En un baño puedo lavarme? —pregunté, y él asintió— Entonces, sí. Quisiera usar tu baño.

—Está a la izquierda en el pasillo de allá —señaló con su mano una compuerta a sólo dos metros de él.

Me levanté y me dirigí hacia donde indicó, pero, antes de abrir la puerta, giré sobre mi propio eje, incómoda, y lo miré.

—¿De casualidad tienes ropa limpia que puedas regalarme? —pedí.

Peter me examinó de arriba abajo rápidamente, y asintió comprensivo. Aún estaba cubierta de sudor, arena y sangre seca.

Lo vi bajar por una pequeña puerta cuadrada del suelo y después volver con una muda de ropa limpia.

—No sé si te quede. Es el uniforme de los Devastadores y otras cosas son de... otras mujeres, que han estado aquí —presumió, encogiéndose de hombros con una pequeña sonrisilla.

Entrecerré los ojos, asintiendo.

—No era necesario que lo explicaras, pero... gracias —carraspeé, antes de dar media vuelta y dirigirme hacia el baño.

Su sistema de limpieza era diferente al de Zorn, pero pude descifrarlo rápidamente y logré lavarme desde el cabello, los cuernos, la piel y mi herida (la cual ya estaba cicatrizando) con mucho cuidado.

Tomé una tela esponjosa, suave y blanca para quitarme el exceso de agua del pelo y mi cuerpo, volví a dejarla extendida y me vestí con la ropa ajena. Eran unos pantalones con muchos bolsillos y cinturones; una blusa de tela cómoda y flexible; unas calcetas blancas que reemplacé con las mías; un cinturón doble con compartimentos para armas y unas muñequeras protectoras. El atuendo era de un color rojizo con tonos violetas, de la misma tela que la chaqueta de Peter.

Aproveché el momento para limpiar el mango de mi espada y guardarla en el bolsillo del nuevo cinturón.

Sacudí el cabello para quitarle el exceso de agua y lo desenredé con los dedos. Salí del baño y volví a la parte central de la nave, donde encontré a Peter de espaldas, comiendo algo en silencio. La música se escuchaba un poco más fuerte, pero la melodía era tranquila, por lo que no era molesto ni dificultaba nuestra comunicación.

—¿Te comiste mi comida mientras yo casi moría? —preguntó sin voltear a verme, habiendo escuchado mis pisadas.

—Estaba aburrida y hambrienta —excusé—. Me disculpo.

Lo vi prepararse algo de comer en un cuenco, así que (todavía con hambre) fui hacia él y me senté sobre la mesa metálica, quedando frente a él, y estiré la mano hacia la comida.

—Vaya —exclamó, con los ojos bien abiertos al verme. Volvió a recorrer su mirada por todo mi cuerpo y cara. Sonreí divertida al comprender su tipo de reacción—. En serio eres como la versión sexy del diablo.

—Lo tomaré como un cumplido.

Me llevé un puñado de comida a la boca y saboreé. Peter encendió la pantalla y aparecieron las noticias, que hablaban sobre el Imperio Kree y sus disturbios en protesta por el tratado de paz con Xandar.

A los dos minutos quiso buscar otro canal porque las noticias lo tenían harto, mientras que yo las miraba absorta. Me gustaba saber lo que ocurría en la galaxia, por eso sabía de muchos mundos y criminales, así como de líderes y delitos publicados.

De repente, entró una llamada.

—Peter, te llama un tal Yondu Udonta —avisé. Intentando ser amable, presioné el botón verde que decía "aceptar".

—¡No, espera! —exclamó Peter al ver lo que hacía, girando hacia mí.

La llamada se transmitió en la pantalla más grande, opacando las noticias.

¡Quill! —casi gruñó un sujeto de piel azul intenso y ojos rojos. Reconocí su especie: un centuriano, de uno de los Nueve Mundos del Yggdrasil.

Peter suspiró con pesadez. Supe, cuando me miró mal por un segundo, que había cometido un error. Sonreí inocentemente.

—Hola, Yondu —saludó sin ánimo, girando hacia la llamada.

¡Estoy en Morag, y no están ni tú ni el orbe!

—Estaba en el vecindario y quise evitarte la molestia —dijo con sarcasmo.

¿Dónde estás ahora, muchacho?

—Me siento muy mal por esto..., pero no te lo diré.

¡Trabajé como un esclavo para hacer este trato! —gritó Yondu, mientras que Peter sólo lo imitaba con fastidio— ¡No vas a estafarme! No debemos hacer esto. Somos Devastadores, tenemos un código.

—Sí, y ese código dice "róbale a todo el mundo".

—Lo sabía —murmuré con una sonrisa triunfal, ganándome una mirada fulminante de Peter.

Cuando te recogí en Terra...

—"Cuando te recogí en Terra" —imitó Peter frunciendo el ceño, haciéndome reír.

Era muy infantil y gracioso. Nadie en Zorn tenía un humor así. Era extrañamente agradable.

... mis hombres querían comerte.

—¿En serio?

Nunca habían probado un terrano. Yo los detuve. ¡Estás vivo gracias a mí! ¡Si te encuentro, voy a...!

Creí que la llamada se habría cortado o alguien había interrumpido a Yondu, pero cuando levanté la mirada de la comida, vi cómo Peter estaba satisfecho de haber terminado la llamada sin despedirse.

—Se llevan bien, ¿eh? —ironicé.

—Muy bien —dijo con sarcasmo, rodando los ojos.

—¿Quién es?

Peter suspiró.

—Es Yondu, el líder de los Devastadores. Me secuestró de la Tierra cuando era un niño y me unió a ellos.

—¿Qué? ¿Por qué hizo eso?

—Porque era pequeño y cabía en lugares pequeños. Piensa que le debo estar agradecido por evitar que sus hombres me comieran.

—Eso está mal —opiné, arrugando la nariz con desaprobación—. Y si te capturó cuando eras un niño, pero ahora eres un adulto, ¿por qué no vuelves a tu hogar, con tus padres?

—No conozco a mi padre —explicó con una mueca de disgusto.

—¿No sabes nada sobre él? En Zorn era un delito abandonar a un niño —comenté, sorprendida por lo que me confesaba.

—Lo único que mi madre decía sobre él es que era como un ángel, y que me parecía a él.

—No sé qué sea un ángel, pero supondré que es algo bueno —sonreí amable, a lo que él me devolvió el gesto asintiendo—. ¿Y tu madre?

Sus ojos decayeron y su sonrisa murió, pero no dijo nada.

—Lo siento —murmuré con pena—. Pero te entiendo. Yo acabo de ver a mi padre ser asesinado, y mi madre murió cuando yo nací.

—Lo lamento —me dijo con mirada sincera—. ¿Eras unida a él?

—Sí. Aunque llevaba tiempo sin verlo, desde mi maduración, creo. Todo por estar ocupada tratando de ser la mejor guerrera.

En Zorn, la muerte no se veía como algo tan malo, sólo lo considerábamos un paso antes de llegar a otra vida. Cuando llegue mi hora, volveré a verlos. No me sentía muy preocupada por eso. Al menos sabía que ahora estaba de nuevo con mi madre.

Peter asintió, asimilando la información, y luego frunció el ceño al notar cierta palabra.

—¿Maduración?

—Es la edad en la que un zorniano deja de ser un niño y empieza a ser un adulto —expliqué—. Es una etapa importante y significativa. Le llamamos "maduración".

—¿A qué edad es eso?

—A los dieciséis años.

Él siguió preguntando y yo continué respondiendo. La información no era ningún secreto, y aunque lo fuera, ya no sería valiosa en este punto. Zorn ya no existía.

—¿Cómo era tu planeta? —preguntó con curiosidad. Luego formó una mueca, arrepentido— Perdona, no tienes que responder.

—Está bien —dije, intentando convencerme de que realmente lo estaba. Tomé aire profundamente—. Puedo hablarte sobre ello, pero... trata de no juzgar, ¿de acuerdo? Por lo que sé, mi cultura es muy diferente a la de tu planeta de origen.

Peter se vio más interesado y asintió, tomando asiento a un lado mío. Tomé la pantalla pequeña, que controlaba la más grande que había en la pared frente a nosotros, y busqué la palabra "Zorn" en la red intergaláctica. La pantalla holográfica se llenó de imágenes, noticias e información.

—La sociedad de los zornianos se ha caracterizado siempre por la vida robusta y salvaje —empecé a explicar, abriendo una imagen que mostraba secos desiertos, el único ecosistema en Zorn—. Somos pragmáticos, firmes y nunca somos tímidos en la batalla. Se espera que todos los zornianos, sin importar edad o género, seamos valientes. La debilidad se considera una falta grave.

—¿Por qué?

—Porque la debilidad de uno contamina la de todos, y se castiga con la humillación más grande que un zorniano puede recibir: el exilio. No hay discriminación entre los géneros. Las mujeres pueden levantarse a las posiciones de poder y contestar a la llamada para la batalla como los hombres.

Procedí a agrandar una imagen que mostraba al Argis de Zorn y a su vinculada. Peter me escuchaba con atención y miraba las imágenes con ojos curiosos.

—La fuerza física y mental, el valor, la iniciativa y la independencia son rasgos estimados en todos los zornianos. En cuanto a nuestra mentalidad, muchos piensan que tenemos poca capacidad intelectual, pero no es así; somos tecnológicamente tan avanzados como otras razas. Por eso entiendo cómo funciona tu sistema —señalé el control y la pantalla que estaba manejando sin problema—. Tenemos mucha fuerza, velocidad, agilidad y una curación acelerada, por eso mi herida luce como si me la hubiera hecho hace semanas. Nacemos con altos instintos de supervivencia. Básicamente, puedo matarte justo ahora y tú ni siquiera tendrías oportunidad de luchar —me atreví a presumir.

Peter sonrió burlón.

—Mucha gente ha intentado matarme —bufó presumido—. Una diablita no va a lograrlo.

Enarqué una ceja.

—¿Eso es un reto?

—No, estoy bien —se retractó, sentándose derecho y manteniendo distancia. Sonreí complacida por lograr intimidarlo—. ¿Y las ropas que tenías son el uniforme de un guerrero?

—Sí. Tenía que usarlo en todo momento, vinculada o no —expliqué, me encogiéndome de hombros—. Sólo podía vestir diferente en mi tiempo libre.

—¿Vinculada?

—La vinculación. El lazo entre un hombre y una mujer —dije con tono obvio.

Peter siguió mirándome sin entender.

—¿Y eso es...?

—Ya sabes... Cuando vas a pasar tu vida con una persona que lo es todo para ti, y tú eres todo para ella. Alguien que mantendrías siempre a salvo y por quien morirías protegiendo. Alguien a quien cuidar y amar.

—Como el matrimonio —comprendió, asintiendo.

—No estoy familiarizada con ese término —admití, desconociendo aquella palabra.

—Cuando dos personas quieren pasar toda su vida juntos porque tienen el sentimiento de que no podrían vivir el uno sin el otro, hacen una ceremonia para oficializar su relación. Matrimonio.

—Supongo que es lo mismo —asentí—. ¿El matrimonio es permanente para los terrícolas?

—Eh..., no. En realidad, no. Puede romperse.

—Bueno —suspiré—, la vinculación no puede "romperse". Es algo eterno, a menos que uno de los vinculados pierda la vida. No puedes vincularte con cualquiera, es un asunto serio y delicado. Se necesita conocer a la persona y sentir una conexión, para querer vincularse. Y cuando dos personas deciden pasar toda su vida juntos, se vinculan. Aunque no se realiza ninguna ceremonia, como en el matrimonio. Sólo se unen.

—¿Cómo se unen?

—Tienes relaciones sexuales —respondí—. Así se forma la vinculación. Nos vinculamos con nuestra primera pareja sexual.

—Entonces —carraspeó, como dudando en si hacer la siguiente pregunta o no—... Si no están vinculados, básicamente son monjas.

—No sé qué son monjas.

—Quiero decir que... ¿No tienen diversión?

Hizo un movimiento con sus manos que me ayudó a entender a lo que se refería. Reí al ver su falta de comodidad para hablar del tema conmigo.

—No. Sólo podemos "divertirnos" si nos comprometemos a quedarnos con esa persona para toda la vida.

Los ojos de Peter quedaron del tamaño de dos lunas y su boca quedó abierta. Estaba impactado por la información que acababa de proporcionarle.

—Estás diciéndome que... En tu planeta...

—Por más que lo deseemos, no podemos tener relacione sexuales, a menos que estemos dispuestos a vincularnos. Pero se dice que, una vez que lo haces, la espera vale la pena.

—¿Eso qué significa?

—Que...

Un pitido en la nave sonó, interrumpiéndome. Estábamos entrando a la órbita de Xandar.

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