21. Rognwig
—¿Vesta?
—¿Sí? —murmuré con mis ojos cerrados, aún recargando mi cabeza sobre el hombro de Drax, quien estaba tranquilamente consolándome.
—Hay algo que debo decirles.
Abrí los ojos y me compuse, limpiándome las lágrimas. Miré a Mantis, que tenía sus grandes ojos negros con una emoción mezclada entre miedo y culpa.
—Es que...
Sus palabras se vieron acalladas con el ruido de las puertas detrás de nosotros, las cuales al abrirse dejaron pasar a Gamora, que miró a Mantis con sospecha.
—Mantis —la llamó—. ¿Podríamos enseñarnos nuestros cuartos?
—Claro —asintió, volviendo su rostro inexpresivo.
Mantis se levantó y nosotros la seguimos, pero en un momento Gamora me tomó por la muñeca y me hizo mirarla. Con un casi imperceptible movimiento de cabeza me señaló a Mantis y comprendí el mensaje. Gamora se le adelantó a Mantis sin que ella se diera cuenta, en el momento en que empecé a hacerle preguntas.
—Mantis, ¿por qué no hay nadie más viviendo en este planeta?
—Bueno —bisbiseó dudosa—, Ego es el planeta, y un perro nunca invitaría a una pulga a vivir en él.
—Pero tú vives aquí —protesté confusa.
Mantis se volteó para mirarme y asintió con la cabeza.
—Pero soy una pulga con un propósito.
Cuando Mantis se volvió para seguir caminando, dio un brinco asustada al encontrarse con Gamora de brazos cruzados y tapándole el camino.
—Mantis, ¿qué ibas a decirle a Vesta cuando llegué?
Acorralada y nerviosa, se volvió, pero me encontró a mí y a Drax de la misma forma que Gamora, expectantes de una respuesta sincera.
—Nada —intentó decir lo más convincente posible, carraspeando. Evitó a Gamora, pasando por su lado—. Por acá están sus cuartos.
Gamora, Drax y yo intercambiamos miradas cómplices, estando de acuerdo en que aquella chica ocultaba algo y tenía miedo de decirlo. Algo empezaba a verse raro. Un dios que crea un planeta, se siente solo, sale en busca de vida y la encuentra, pero su planeta sigue sin ser habitado. Usa a Mantis para ayudarlo a dormir, tratándola más como una sirvienta que otra cosa. Nunca encontró a Peter... hasta que le llegó el rumor de que era extrañamente poderoso. ¿Por qué nunca se esforzó más por buscarlo? ¿Por qué abandonó a la mujer que amaba? Y si Ego era poderoso como decía... ¿por qué no ayudó a Meredith, por qué no la trajo a su planeta, en lugar de dejarla en la Tierra?
Una vez que Mantis nos dejó a cada uno en un cuarto, Gamora entró al mío cuando estaba sentada en la cama, pensando y tratando de encontrar respuestas razonables y concretas para todo lo que no parecía encajar.
—Algo no está bien. Este lugar no me agrada.
—Para ser tan lindo —admití—... es algo aterrador.
—Tienes que hablar con Peter —decidió—, yo iré a buscar señal para comunicarme con Rocket.
—O mejor —canturreé, poniéndome de pie y acercándome a ella para quitarle el comunicador de las manos—, tú hablas con Peter y yo con Rocket.
Gamora rodó los ojos.
—Eso es ridículo. Peter sólo te escucha a ti. Tienes que ir tú.
—¿Qué dices? ¡Ni siquiera me dirige a la palabra desde lo que pasó en la nave de Ego! —exclamé— No voy a ir a buscarlo para ser humillada otra vez.
—¡Para ser la guerrera más feroz de la galaxia, actúas como una cobarde! —reclamó exasperada, quitándome el comunicador— Habla con Peter antes de que las cosas salgan mal y no podamos salir de este planeta. Le diré a Drax que intente sacarle información a Mantis. Mientras tanto, ¡yo trataré de comunicarme con Rocket! —concluyó, dando media vuelta y dejándome sola en el cuarto.
Gruñí por lo bajo.
—¡Escuché eso! —gritó desde el pasillo.
Después de caminar por el cuarto de un lado a otro, indecisa, salí con pasos fuertes y me dirigí a la habitación que Mantis había mencionado que sería de Peter.
La puerta abierta me dio paso libre para entrar, así que lo hice silenciosamente. Adentro vi a Peter en su balcón, mirando el cielo anaranjado que pronto oscurecería, escuchando música de su aparato. Su cabello castaño claro, que ahora se veía muy rubio con la luz, estaba peinado como siempre, con sus ondulaciones naturales.
Su cuerpo ejercitado era visible a pesar de la cantidad de ropa que llevaba encima. Y cómo amaba su abrigo rojo, de una suave sensación fría, que me quedaba grande, pero bastante cómodo. Recordé cuando me confesó que una de sus fantasías era verme con solamente su chaqueta puesta, y tuve que apartar la mirada, aunque sabía que él no podía verme.
Con ese simple pensamiento, me entró la cobardía y di un paso atrás, pero lo hice justo en el momento en que él suspiró y se dio media vuelta, llevándose la sorpresa de verme ahí parada en su cuarto, sin haberle avisado de mi presencia.
—Vesta —murmuró, frunciendo el ceño, probablemente confundido por verme ahí en su cuarto y con los pies a mitad del proceso de retroceder—. ¿Está todo bien?
No. Absolutamente no. ¡Nada estaba bien! ¿Cómo te hago entender, Peter Quill, que te amo y que quiero estar a tu lado toda mi vida? ¿Cómo te explico que me rompiste el corazón? ¿Cómo quieres que te diga que me dolió que no me buscaras cuando Mantis dijo todo lo que sentía, y que además me has estado ignorando?
Maldición, tanto que decía que le gustaba, tanto que decía que le importaba... y me dio la espalda cuando supo de mis sentimientos. Tal vez yo no era la idiota cobarde.
—Sí —respondí a secas, haciendo mi mayor esfuerzo por no mirarlo—. Sólo me confundí de cuarto. Buscaba a Drax —mentí.
Me volví hacia la entrada, pero su voz me detuvo.
—¿Así que así van a ser las cosas ahora? —bufó— Genial.
Lo miré por encima de mi hombro, incrédula.
—¿Perdón? —murmuré extrañada. Peter entornó los ojos y eso me sacó de mis casillas— Espera —dije, cerrando los ojos un segundo antes de volver a abrirlos para mirarlo sospechosa—. ¿Estás enojado conmigo?
—Hablé con Drax —dijo con tono acusador, ignorando mi pregunta. Avanzó unos pasos y me señaló—. Me explicó todo lo que tú debiste haberme dicho desde un principio. Tuve que entender tus sentimientos y lo que estaba pasando ¡por Drax!
Dejé salir el aire en un jadeo, sin creerme el giro que estaba tomando el asunto.
—¿Me estás reclamando? ¿Tú? ¿A mí?
—¡Sí! —exclamó exasperado, como si su respuesta fuera obvia. Parpadeé varias veces— ¡No me dijiste nada, y yo debía ser el primero en saberlo! Debiste decírmelo. Te insinué tantas veces que quiero estar contigo ¡y tú siempre me rechazaste! Creí que todavía no estabas lista porque no querías vincularte a mí, pensé que no me querías tanto como yo a ti. Y todo este tiempo... en lugar de decirme que querías lo mismo que yo, estuviste evitándome, tratándome como si no importara. Si realmente quieres vincularte a mí, ¿por qué no me lo has pedido? ¿Es porque soy humano?
La cabeza empezó a palpitarme, comencé a sentirme aturdida, llevándome la mano a la frente con una mueca en la boca.
—Aguarda —le pedí, negando con la cabeza—. Así que... lo que me estás diciendo es que ¿todo este tiempo supiste lo que para mí implicaba tener relaciones?
Él abrió los ojos y la boca, horrorizado, como si acabara de hacerle una pregunta estúpida.
—¡Por supuesto que sí! —gritó desesperado— Vesta, tú me lo dijiste el día que nos conocimos. ¿No lo recuerdas?
—¿Vinculada?
—La vinculación. El lazo entre un hombre y una mujer —dije con tono obvio.
Peter siguió mirándome sin entender.
—¿Y eso es...?
—Ya sabes... Cuando vas a pasar tu vida con una persona que lo es todo para ti, y tú eres todo para ella. Alguien que mantendrías siempre a salvo y por quien morirías protegiendo. Alguien a quien cuidar y amar.
—Como el matrimonio —comprendió, asintiendo.
—No estoy familiarizada con ese término —admití, desconociendo aquella palabra.
—Cuando dos personas quieren pasar toda su vida juntos porque tienen el sentimiento de que no podrían vivir el uno sin el otro, hacen una ceremonia para oficializar su relación. Matrimonio.
—Supongo que es lo mismo —asentí—. ¿El matrimonio es permanente para los terrícolas?
—Eh..., no. En realidad, no. Puede romperse.
—Bueno —suspiré—, la vinculación no puede "romperse". Es algo eterno, a menos que uno de los vinculados pierda la vida. No puedes vincularte con cualquiera, es un asunto serio y delicado. Se necesita conocer a la persona y sentir una conexión, para querer vincularse. Y cuando dos personas deciden pasar toda su vida juntos, se vinculan. Aunque no se realiza ninguna ceremonia, como en el matrimonio. Sólo se unen.
—¿Cómo se unen?
—Tienes relaciones sexuales —respondí—. Así se forma la vinculación. Nos vinculamos con nuestra primera pareja sexual.
Bring It On Home To Me de Sam Cooke, a través del reproductor de música de Peter, me regresó a la realidad y un pensamiento me golpeó. Eso había sucedido hace poco más de un año.
—No... No hasta ahora —admití—. Yo creí que no tenías idea, y no te lo dije porque no quería asustarte. Creí que me dirías que no, así que empecé a alejarme de ti, a tratarte diferente porque creí que nunca me querrías tanto como para ser mi vinculado.
La cara de Peter cambió por completo. Me miró incrédulo y levemente ofendido.
—Me estás jodiendo.
Me tapé la cara con mis manos, avergonzada. Peter supo todo este tiempo que, si teníamos relaciones, seríamos vinculados. Él quería ser mi vinculado, él estaba dispuesto a estar conmigo para siempre. Y yo, creyendo que no lo sabía, lo había evitado para ahorrarme el momento en que rechazara mis sentimientos, cuando todo este tiempo él quiso lo mismo.
Su tierna risa, que se terminó volviendo carcajadas, me hizo sonreír. Santas lunas. Lo miré a través del espacio que hice con mis dedos y mi pecho se estremeció de ternura al verlo. Se acercó y me abrazó, pegándome a su pecho en un abrazo cálido, dejando un beso en mi cabello.
—Eres una rognwig.
—Lo sé —bisbiseé, aliviada de que todo hubiera sido un tonto malentendido.
Se separó lo suficiente para poder mirarme a los ojos y con cuidado acunó mi cara entre sus manos. Me encantaba que, a pesar de ser consciente que un golpe suyo no lograría moverme, me trataba como si fuera lo más delicado de la galaxia. Su toque, cauteloso y suave, apreciando la textura de mi piel, me dejó escalofríos por la nuca. Siendo más alto que yo por una cabeza, pasó un mechón de mi cabello detrás de mi oreja y se inclinó hasta dejar sus labios a la altura de los míos.
—Estoy perdida y estúpidamente enamorado de ti, Vesta —susurró, tentando mi boca, apenas rozándola. La música se volvió un poco más lenta y eso me hizo sentir mucho más relajada—. Me vuelves loco.
Entonces rompió el concepto de la distancia. Sus labios eran tan suaves y dulces, y se movían con los míos de una forma que ni sabía que era posible. Atrapó mi labio inferior con los suyos y lentamente pasó la punta de su lengua, probando.
Aparentemente satisfecho, profundizó más el beso y colocó su mano izquierda en mi cadera, dejando la derecha en mi nuca para acercarme más. Y en ese momento me sentí... completa. Ahora entendía a qué se referían los zornianos cuando decían que la espera valía la pena. No podía esperar al día en que formáramos la vinculación, pero ahora teníamos que salir de este planeta.
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