1. Star-Lord
Aún podía ver claramente sus rostros en mi mente, los rostros de quienes destruyeron mi hogar, mi familia, mis amigos, mi vida...
La batalla contra Thanos fue ardua, dolorosa y sangrienta. Los guerreros luchamos con valentía contra el ejército Chitauri, pero no tuvimos ninguna oportunidad contra los hijos de Thanos, quienes tenían habilidades especiales y modificaciones genéticas.
Aún podía escuchar la voz de la Comandante, ordenándome que protegiera a los aprendices, pero le fallé, porque al ver a mi padre en medio de la batalla, a punto de ser asesinado por Proxima Midnight, corrí hacia él y luché para protegerlo.
Sin embargo, no pude llegar a tiempo y murió frente a mí, tan cerca que pude ver la luz de sus ojos amarillos desvanecerse; tan cerca que pude escuchar perfectamente mi nombre salir de sus labios antes de morir.
Aunque yo poseía un exhaustivo entrenamiento de doce años, la hija de Thanos era más ágil que yo. Proxima Midnight me hirió y me dejó en la arena, muriendo lentamente por la pérdida de sangre que brotaba de mi pierna. Después, la vi asesinar a los aprendices, mis pupilos, que yo dejé desprotegidos por socorrer a mi padre. Ella disfrutó cada una de sus muertes, burlándose de mí, riendo sobre sus cadáveres.
No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, pero cuando volví a abrir los ojos, no vi ningún Chitauri, hijo de Thanos o al mismo Thanos. Ya debían haberse ido. Lloré al ver Padme bañado de sangre, cubierto por cadáveres.
Formaba parte de esa mitad de la población que Thanos había dejado vivir, pero eso no importaría si no curaba mi herida. La idea de quedarme ahí, desangrando hasta morir e ir con mi padre al mundo de los espíritus fue muy tentadora. Sin embargo, sé que él no querría que me rindiera.
Gruñí y me quejé cuando logré ponerme de pie. Mi pierna derecha seguía sangrando y todo mi cuerpo se sentía magullado. Cojeé, usando la fuerza de mi pierna izquierda, hasta la escultura de piedra verde que había en el centro de la plaza. Me senté en el suelo con el mayor cuidado posible. No podía ver bien la herida por la sangre y la arena, pero se veía grande y profunda.
Hice mi mejor esfuerzo por ignorar los cadáveres y las mutilaciones a mi alrededor, especialmente cuando tuve que acercarme a uno para quitarle una prenda de ropa y usarla en mi pierna. Amarré la tela alrededor de la pierna, cubriendo la herida lo mejor posible.
El aire provocado por los motores de una nave me volaron algunos cabellos a la cara. Miré por encima del hombro, esperando ver una de las naves de Thanos aterrizar para terminar con lo poco que quedaba de Zorn; pero lo que vi fue una nave colorida y más pequeña, apagando sus motores.
La compuerta de la nave se abrió y de ella salió un hombre que iba haciendo raros movimientos. El sujeto llevaba una máscara extraña en su rostro y sostenía un objeto de tecnología extraña en la mano derecha. El objeto se conectaba a una especie de casco que le cubría las orejas.
Me quedé escondida entre los cuerpos, observando cómo el hombre ignoraba los muertos y hacía extraños movimientos conforme caminaba. Su ropa era rara y muy colorida.
Giré sobre mi propio eje para encarar a la nave y me arrastré por la arena en silencio, acercándome a él poco a poco. El hombre de repente se detuvo para guardar el aparato desconocido en el cinturón de su cadera. Se siguió moviendo de forma rara y hablaba entonado, arrastrando las palabras y haciéndolas rimar.
Saqué la daga de mi bota derecha y me puse de pie tan rápido como pude gracias a la descarga de adrenalina, ignorando el dolor en mi pierna. El hombre sintió mi presencia y se dio vuelta, quitándose el casco que cubría sus oídos. Fue entonces cuando, con un movimiento, puse la punta de mi daga en la piel de su cuello.
—¡Alto ahí, preciosa! ¡Aguarda! —exclamó, mirando sorprendido mi arma.
—¿Quién eres? ¿A qué has venido y con quién?
—Primero, esas son muchas preguntas. Segundo....
—¡Responde! —exigí, rasgando levemente su piel con la daga, obteniendo un par de gotas de sangre que lo dejaron helado.
Él abrió más sus ojos y alzó sus manos en señal de paz.
—¡Bien, bien! Escucha, preciosa, soy Star-Lord. Soy un chatarrero, y vengo solo. Tomo chatarra que veo útil y la vendo, ¿entiendes?
Fruncí el entrecejo y lo miré de arriba abajo, confirmando que no se veía como un hijo de Thanos.
—Eres un ladrón.
—Depende de tu definición de ladrón —sonrió engreído.
—Mira, ladrón, será mejor que te vayas. Has llegado en un pésimo momento —declaré más calmada, bajando la daga.
Sólo era un ladrón, no presentaba una verdadera amenaza. Entonces gruñí, apretando los dientes, cuando dejé de sentir mi pierna y caí sin aviso, soltando el arma. Apreté la herida, buscando aliviar la molestia y evitar que se abriera más. El esfuerzo lo había empeorado.
—Estás herida —notó, con un tono de preocupación en su voz.
No respondí. Me recosté mejor sobre la arena y seguí quejándome entre muecas. Star-Lord se acercó a mí, inclinándose para verme más de cerca, y yo no me quité, porque no tenía tanta fuerza como desearía para poder hacerlo.
—¿Puedo...?
Resignada, quité la mano de mi herida y permití que revisara mi pierna bañada en sangre fresca. Mi uniforme estaba hecho de tela resistente y cómoda, pero cubría casi toda la extensión de mis piernas, así que Star-Lord tuvo remangar el pantalón hasta arriba de la rodilla. De ese modo, pudo revisar la enorme cortada de mi muslo, hecha por Proxima Midnight.
—Esto no se ve nada bien —murmuró Star-Lord con el ceño fruncido—. Me sorprende que no estés llorando de dolor.
—Soy una guerrera —contesté casi en un bufido, aunque salió más como un quejido de dolor—. Puedo soportar el dolor de tres heridas como ésta.
—En mi nave tengo con que curarte.
Torcí la boca, pretendiendo rechazar la oferta, pero las ganas de sobrevivir me ganaron y acepté. Star-Lord me rodeó con sus brazos y me cargó, con mi espalda y mis piernas en sus brazos. Rodeé su cuello con mis brazos para mayor estabilidad.
El camino hasta el interior de su nave fue breve. El espacio era lo suficientemente grande, todo parecía cómodo y con tecnología avanzada.
Me sentó sobre una mesa metálica y se fue sin decirme nada. Cuando volvió, empezó a maniobrar para curarme, y no protesté contra su tacto. El ardor de los medicamentos fueron casi insoportables, aguanté como pude. Star-Lord se veía concentrado en lo que hacía para aliviarme, así que no lo interrumpí y me mantuve callada. Después, sin saber cuánto había pasado, me recosté con una ola de calma, y dejé que el cansancio y la comodidad vencieran a mis párpados.
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