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Parte cuatro


Cuando la cansada niña mira a Behm que se encontraba con sus ojos cerrados, ella con sus pequeñas manos decide tocarla pero antes, mira su rostro unos segundos; la contempla y deja que el latir de su corazón sea un nuevo impulso. Se acerca tímidamente a su oído lo más que podía para decirle que lograba ver a lo lejos el gran río de Dios, de una manera tan cursi que las emociones brotaban del aliento que daba la niña.

La gran historia que engrandecía su día a día, la estaba viviendo; más allá de una utopía, estaba siendo una más con el elegante medio que florecía frente a sus ojos. Con unos rosales de infinitos colores, el río lleno de hojas que caían de los árboles con una tranquilidad ante un paraíso con una llama dentro de cada cosa que estaba ahí, tangible y bello.

Único con su aroma gentil a los sentidos, haciendo derramar no sólo una, cientos de lágrimas en la niña, siendo tan imperfecta en ese mundo, como un extranjero tocando la desnudes de un alma ajena.

Al no recibir una respuesta, al no poder escuchar su voz, la soledad que sólo la embriagaba hacía que sus pensamientos se llenaran de ansiedad y una locura que destruía su pobre inocencia infantil. La mirada que tenía en su rostro muy lejos de entristecerse, mostraba mucho miedo. Sus ojos se agrietaban y se comenzó a ver las lágrimas rosando las mejillas de la princesa.

-Behm, despierta, hemos llegado.

Ante lo evidente, Behm no respondía, su cuerpo se perdía el calor que emanaba la valentía de esa aventurera. Sus labios sellaban todas las canciones que tenía por expresar, agobiando tantos sentimientos en una sola secuencia de fotografías; así que la princesa opta por darle un beso de buenas noches para que no tenga alguna pesadilla; que tenga un sueño pacífico y que disfrute cada segundo que tiene en aquel mundo donde su princesa no podía entrar.

Y al rozar sus labios con su mejilla. Se fragmenta. Como si fuese una escultura con muchos años de descuido que merecía desaparecer.

Lo único que sus pupilas reflejaban la soledad en un corazón acostumbrado al amor, existía, era aquel gran pedazo de barro destrozado y el polvo que dejó su guardiana; ¿Acaso ésa era la promesa? ¿Abandonarla una vez que su cometido se termine? Pero ella, no lloró más. Y sólo tomó un pedazo del gigante pedestal destrozado que hizo Behm y miró el horizonte de esa tierra prometida.

-Perdón. Dijo la niña con sus manos dirigidas al corazón apretando el cuerpo de su única amiga.

Y el efervescente deseo que estaba dentro de ella hizo que sus pasos fueran como los de un líder; no importaba cómo, pero ella decidió ayudar a Behm; sus ojos sólo miraban el camino de río que mojaba sus pies.

Seguía el ruido del agua rozar las piedras y las hojas; existía un tormento que intentaba esconder por no querer demostrar lo herida que se encontraba; herida, agotada y desesperada. Pero sobre todo, ella se sentía insuficiente. Como si estuviese acostumbrada a ese tormento. Ignorando sus propios pensamientos y sigue adelante.

Al llegar a lo más lejos que su cuerpo pudo soportar, puede ver una pequeña cueva, y sin temor, escoge continuar para entrar, conocer el origen de aquel río que añoraba beber, siendo dueña de sus fantasías junto a la vida que quería, años atrás y en futuras vidas. Seguir sonriendo, no por afán de ser feliz, porque es ahora más que obvio, la felicidad dejaba de existir si no conocía la verdad de su ser. El origen y lo monstruoso de sus placeres.

Sin embargo, al poner un inicio en esos caminos que con el tiempo se hacían más pequeños y ella cada vez más grande, existía un deseo que le daba el ánimo para continuar; salvarla y regresarle la sonrisa que por años Behm escondía para no verse débil.

Dejando atrás el sonido del río, naciendo las gotas de un techo rasposo y húmedo, una tras otra. Haciendo un sinfín de conteos en un disforme camino que no tenía fin; creando una fealdad en sus movimientos que parecían casi perfectos. En armonía cercana a la muerte.

Y cada uno de ellos, en el remolino de la niña que tenía en la cabeza, dejando adormecidos los sentidos, sólo confiando del tacto, que también fallaba por momentos, como si el río no quisiese ser tocado por un corazón que ha sido envenenado con fríos sentimientos, muchas dudas y una horrible fobia por la muerte.

Sería incierto decir cuánto tiempo estuvo ahí, sin embargo, ella se volvió a acostumbrar a la noche, después de todo, sus ojos se quedaron ciegos pero aún mantenían ese brillo que decía lo viva que se sentía por los dolores que su cuerpo podía percibir. Ya no era un cuerpo andante, sólo una inmensurable cantidad de punzadas en el cuerpo en un destino que no podía saber hasta llegar..

Y cuando pudo después de mucho tiempo, escuchar la cascada que daba origen a todas las narraciones extraordinarias, logra sacar una sonrisa de oreja a oreja, casi en un remolino de emociones, ella se veía un poco atontada por todo lo que tuvo que pasar y sus horribles pensamientos arañando su cuerpo queriendo salir.

Sus rodillas adoloridas por tanto arrastrarse ya no quería moverse más, junto con el interminable daño que tenía en su espalda por tanto tiempo estar agachada la dejaron derrumbada. Destrozada, frágil, como un trapo usado y un vil títere sin cuerdas.

Siendo tan limpia el agua, como si fuese un elixir, ella junta todo el aire que sus pulmones perforados pueden contener para exhalar un centenar de emociones; para sacar todo el estrés que llegó a incorporarse en su cuerpo en todo ése camino y por fin poder decir que ella tenía un poco de paz, y una mirada desconsolada le hace pensar lo mucho que ha hecho.

Toma el pedazo de Behm como un recipiente y coloca sólo un poco de agua en su superficie, sin embargo, antes de beberlo, sólo mira el líquido, con su mente un poco anudada se podía entender el cómo es que piensa fuertemente en regresar a la vida a la persona que la hizo sonreír y que protegió hasta sus últimos segundos, robando todos los efímeros latidos que hizo en ella una vida plena.

Haciendo de un solo sorbo, la mejor medicina que ella pudo haber pedido, era más que dulce y tenía una sensación de mariposas mientras se paseaba por su lengua dejando una sombría idea de que por más que Behm regrese a la vida, no podrá recobrar esos días. Y de ello, al saciar su sed un inmenso sueño empieza a dirigirse en su cuerpo. Los ojos se hacían más pesados y el brillo que tenía se extinguía. Morían. Dejando en ridículo las metas que la niña tenía.

Tocando con su dedo anular la red cristalina de agua, sus ojos sintieron una enorme pesadez hasta que se queda dormida. Como un sueño ligero, ella empieza a entender lo limitada que era su ciclo de vida.

La bonita figura de la pequeña, que moría al mismo tiempo que sus recuerdos y el brillo de sus ojos, sólo la dejaban hacer una cosa, envolverse a sí misma acomodando su cabeza en sus rodillas y abrazar sus piernas mientras balbuceaba en un idioma casi imposible de entender; como si la lengua se estuviese formando hasta poder ser entendible; caminar sobre la historia de esa manera nativa de hablar que gritaba dentro de ella.

-A... Akaida. Era todo lo que se lograba entender.

Era placentero, encontrarse en aquella cueva escuchando sus propios pensamientos; regresando una y otra; y otra vez a los momentos más felices. Deseando, estar ahí de nuevo, escuchar las mismas risas y caminar las mismas veredas con un destino que no se podían hablar.

Pero, sólo era un sueño del que tenía que despertar, y sólo una voz en su mente la logra mantener cuerda en ese momento. Donde la debilidad era el peor enemigo y que descaradamente éste abrazaba Akaida como si se tratase de una sublime compañía.

En un viaje con las estrellas, es dónde sus recuerdos empiezan a crecer, sus sentidos volvían a ser los de antes con el único fin de recuperar la memoria que tenía perdida. Qué desgracia ha de ser que el viajero tenga que lidiar con toda la sabiduría que tiene.

Sobre una nube de ensueño ella estaba ahí, siendo balanceada por una hamaca, abrazada por una divina mujer que le susurraba lo mucho que la amaba, y que el nombre con el que nació no dejaba de mencionarse. Akaida. Ese es el nombre con el que llegó a este mundo.

Días y noches, y el hambre que sufrían no tenía un igual en el mundo, pero, no importaba si se tenían una a la otra. Akaida no le molestaba comerse unos insectos en toda la semana siempre que podía ver la encantadora sonrisa que tenía la mujer que con mucho cariño llama madre.

Akaida, lo veía todo, como si se tratase de una cinemática lo que tenía. Y presenciaba quién era ella misma, miserable con una sonrisa que le encogía el corazón, pero aquella disfrazada familia sólo estaba para destruirse ante la necesidad. Durante una terrible época donde el señor sol corrompía todo lo que tocaba haciendo de terribles tempestades por diversión.

En esos casos, la pequeña aldea donde vivía Akaida. Con más niños muertos que vivos encontraron que la única salvación sería hacer un sacrificio ante los dioses, y por ello venden la mitad de la segunda generación de niñas como esclavas pues, es más fácil entenderse con un hombre adinerado que cuida de las féminas y como pago, un animal enfermo para poder conseguir un poco de comida.

Akaida, en ese entonces, sólo le quedaba mirar a su madre con la cara agachada; sin sentimiento alguno. Deseó un bien personal y no le importó el saber que todos los días después de su partida Akaida junto a otras niñas eran golpeados hasta ser bañadas en sangre, alimentada sólo con desperdicios o comida en su ultimátum.

No importaba cuántos síntomas tenía, si era la fiebre alta o el incontrolable cansancio, nadie la podía escuchar porque era demasiado esfuerzo para su pequeño cuerpo; y está bien, después de todo prefería tener el poder para parpadear y no para quejarse.

Desgraciadamente, no importaba qué tan bella era con sus tremendos ojos que conquistaban al mar y la tierra, la misma enfermedad la hacía ver como un horrible y despreciable animal, más delgado que uno abandonado; con sus costillas marcadas y sus pómulos tan grandes como sus ojos.

No era bella, al menos ya no más. Lo cual era un gigantesco problema, no podría casarse con un hombre poderoso para ser un adorno más en la casa; sin pensamientos y voz. Sólo un juguete que serviría para un placer de cuerpo a cuerpo. Aun sin quererlo, todas estaban vendidas como mercancía barata.

Pero, era más prestigiosa la palabra del hombre que puede comunicarse con los dioses muertos que descansan en sus pupilas; y vagamente, le decía que la cura ante tanta tortura; sería un sacrificio; mientras más grande puede que sea el animal, más rápido se repondrá la pequeña decía el extraño para sentirse poderoso.

El hombre, vestido de insólitas piedras y filosos colmillos en la cara, se retira sin decir más, haciendo los días pasar hasta que el hombre más importante logra idear cómo mantener a su mujer más bella que nunca.

Se decía, podría murmurarse que ese hombre tenía más de siete mujeres en sus hombros, todas y cada una de ellas con seguridad una generación más para la humanidad. Tenía el dinero del mundo y que se alimentaba de la pasión de toda mujer que ella tocaba.

Por ello, la tradición dictaba que toda niña en su transformación a mujer tenía que verse como lo haría verdaderamente una persona de su edad que pronto sería la señora de una casa y de un hombre; esclava de los fluidos de un solo hombre y de los labios grandilocuentes disfrazados de amor. Y antes de la boda, antes de ser alguien que todos esperaban, empieza el ritual.

Akaida al resbalarse con los horribles recuerdos de cómo la mutilaban con una cuchilla las genitales sólo para responder a un hombre; para responder a una virginidad que merece ser protegida hasta el día de su boda.

Logra ver, como si fuese un tercero. A sí misma siendo golpeada hasta estar medio inconsciente y ser llevada a aquel río. Para que el frio sea la única manera de reducir el dolor.

Lo primero que llegó a ver, como es que los adultos se peleaban quitándole las pocas prendas que tenía y arrojarla al agua, metiendo su lengua donde existía la intención de golpear la mente de esa niña con pesadillas de demonios encarnando su piel y nombre con una voz delincuente; que se atrevían a decir el nombre de un Dios teniendo sangre en sus manos.

No importaba. Sencillamente no importaba cuánto gritaba, o el esfuerzo que hacía para que su voz se escuchara porque aquellos hombres la abrieron de piernas para que el líder de esa tienda de niñas empezara a destruirla físicamente y teológicamente.

Aun así no importaba, porque aquel grito de dolor era cada vez más fuerte, y Akaida podía verlo. Ver cómo era su último día de vida antes de llegar al reino. Sin alguna escala de crueldad para medir aquella agonía que sentía toda la sangre se resbalaba en su piel. Reproduciendo una vez más la muerte.

Pero, ese era la clase de pensamientos, en el día de la imparable boda, se veía al hombre más enfermo. Que gloriosos se miraba con una sonrisa deteriorada; en su forma de ver el mundo, aquel hombre le parecía bastante atractiva la idea de enjoyar la niña que fue virgen con los adornos del animal.

De un elefante que representaba la bella sabiduría, cosa que el buscaba en toda pequeña, para que desde esa edad pudiese entender lo valioso que era estar con él, que se sintiera afortunada de conocerlo, saber quién era en el mundo y el que amaba a toda niña que lograba convertir en mujer, en cuerpo y alma, salvarla de su mismo pecado al nacer como una dama.

Por eso, mató a un animal que merecía estar en las genitales de la pequeña y que la vida de aquel ser, la acompañara en su viaje, que la adorne con el marfil que consiguió para que haga el honor de ser observada, por los ojos más asquerosos llenos de perversiones, se llenaran de satisfacción por conocer un cuerpo desnudo de la inocente Akaida con adornos en su única distinción del sexo opuesto.

Akaida; Akaida sólo podía hincarse a llorar, rezar por ver de nuevo a Behm para que la arrulle con su voz, quería olvidar su sufrimiento, mentirse que ella no pasó por todo eso y que la única razón por la que despertó en ese desierto en un sentido ampuloso su cuerpo fue desechado por su mismo asesino, aquel que la destruyó y llenó de odio.

Se sentía llena de sentimientos olvidados, recordando lo humana que era y saber la crudeza de las cosas; Este río es el lugar donde murió.

En el momento en que su cuerpo se volvió a sentir liviano, ella despertó d y su pecho estaba siendo golpeado, una tras otra, sin oportunidad de dejarla respirar tranquilamente.

Esas taquicardias que llegaba a sentir eran tan tóxicas que adormecían todo el cuerpo de la pequeña, en su primer movimiento su respiración se cortaba y volvía a caer. Su anatomía se veía lacerada, descuidada y agobiada.

Como si estuviese viva; pero de aquella existencia que se hacía miserable por segundo, que no es buena tener y que está lejos de ser deseada. Fútil y burda. Pero eso no era lo que a Akaida le atormentaba, las imágenes de su madre y la muerte de Behm en su antigua manifestación de ser; el cómo ella fue violada durante tanto tiempo. La dejaron varada, existiendo sin ser, vacía y con un miedo a la humanidad que llama hermana.

Las lágrimas brotaban, sus gritos eran huecos, la flor que tenía dentro, se marchitaba en su primacía de vida como si algo en ella se estuviese desencadenando, cómo es posible amar un lugar que está siendo tocado por un ser como ella. Se sentía inútil, inexistente, desplazada y abandonada.

Sólo quería morir. Morir las veces que sean necesarias para poder olvidar aquel sufrimiento y preguntarse las ocasiones que fueran si valdría la pena hacerlo una vez más.



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