THE ROBBERY
Treinta y ocho años.
Una vida ordinaria y monótona. No era protagonista o villano, mucho menos un personaje secundario. Solo un extra, un personaje completamente reemplazable. La leyenda de las almas gemelas o el primer amor, historias cliché que nada tenían que ver con él. Su infancia, terriblemente normal. Sin experiencias de bullying o golpes de fama. Ni un solo evento memorable en la universidad, más allá de su graduación.
Una vida corta sin emociones.
Tres relaciones y sexo por mera necesidad biológica. Sus compañeros de oficina guardaban secretos que en cierto modo le daban sentido a su vida, pero él no tenía nada. La relación con sus padres era estable, sus únicos dos amigos compartían una personalidad agradable y normal y desde hace más de un año formaba parte de la lista de solteros de Seúl.
Por diez años había usando una gama de trajes oscuros y molestas corbatas, desperdiciando doce horas en un reducido cubículo dentro un gigantesco edificio donde no era nada más que un punto negro en la estructura.
Doce horas, seis días a la semana, cincuenta y dos semanas; trescientos doce días de una miserable rutina.
Los domingos estaban bautizados como sus días libre, pero no se sentía especialmente libre. Abría los ojos cerca de las ocho de la mañana y después de enviar sus espantosos trajes a la tintorería cogía a su enorme gato amarillo en brazos y se sentaba en el jardín trasero bajo la sombra de un árbol a contemplar las hojas caer. Luego de un rato se aburría y entraba a la casa a mirar la televisión. Para cuando su mente reaccionaba la tarde había pasado e ir a dormir no sonaba tan mal. A la mañana siguiente, el estridente sonido de la alarma iniciaba la tortuosa rutina.
Para cualquiera un día en el banco era sinónimo de molestia y frustración, para Hyungwon era un escape. Un escape al círculo repetitivo en que su vida se había convertido desde que vio la primera luz hace treinta y ocho años.
—Maldición. ¡Voy a volverme loco! —exclamó el hombre canoso a su espalda, golpeando el piso blanco con el tacón de su zapato.
Cinco golpes, pausa, tres golpes y de nuevo al inicio.
Hyungwon había conseguido encontrar la secuencia en los golpeteos del hombre. Aunque parecía andar a las prisas, mantenía un buen ritmo tanto en sus pies como en la pluma que golpeaba contra el broche metálico de su maletín.
—¿¡Qué les toma tanto tiempo!? —gritó estirando el cuello.
Más de veinte personas lo antecedían y Hyungwon le hubiera gustado cederle su lugar, pero no sería un gran cambio y mucho menos resolvería el problema del hombre.
Inhaló profundamente y pasó su peso a la pierna izquierda. La tela negra del pantalón de vestir rozó la herida diagonal en su pantorrilla, directamente sobre la zona donde el calcetín no cubría, y la sensación de picazón le recordó el pequeño incidente con Dooly, su gato amarillo. Cuando despertó escuchó el sonido de llantas rechinar sobre el pavimento y dos segundos después toda la casa se cubrió de oscuridad. Un camión de carga se estrelló contra el poste de luz dejando a todo el barrio sin uno de los servicios más importantes. Con las ventanas cerradas y las cortinas corridas no fue sencillo llegar hasta la sala, pero Dooly no fue capaz de comprender que Hyungwon jamás tuvo la intención de pisarlo. Aunque el gatito lo disculpo, según Hyungwon, el rasguño continuaba en la pierna del pelinegro alto.
—¿Quiere callarse? Usted no es el único que quiere salir de aquí.
Hyungwon abandonó sus pensamientos vacíos para mirar a hacia su derecha. Una mujer bajita, de complexión robusta, cabello estilizado castaño y un caluroso blazer gris fulminaba con la mirada al hombre canoso tras la espalda de Hyungwon.
—Si tanta prisa tiene lárguese y no haga más insoportable la espera del resto de nosotros —agregó sacudiendo las mangas de la chaqueta.
Un par de jóvenes y tres oficinistas más apoyaron a la mujer haciendo que el hombre bajara la cabeza avergonzado.
—Yo también estoy cansado de esperar —mintió Hyungwon. Le sonrió al hombre y volvió la mirada al frente.
Los trámites que estaba por hacer no le tomarían más de cinco minutos por lo que permanecer más de dos horas en la fila era la excusa perfecta para no estar encerrado en la oficina o en casa. Quizás después de salir del banco podía ir a la farmacia por un ungüento o hacer un viaje hasta el supermercado para surtir de bocadillos a su gato gordo y un par de paquetes de ramen para él. Entrecerró los ojos mirando la pequeña pantalla que se iluminaba con números.
Trescientos ochenta y tres.
Bajó la mirada al trozo de papel que resguardaba con recelo en su mano izquierda y contuvo la respiración. Cuatrocientos tres. Mordió su labio inferior cerrando los ojos. El mismo número llevaba más de veinte minutos en la pantalla y Hyungwon comenzaba a inquietarse de no ver ningún cambio.
—¡Al diablo! Vendré otro día —gritó el hombre tras él, saliendo de la fila.
Hyungwon frunció los labios mirándolo partir por las enormes puertas dobles. Extraño o no, Hyungwon lo envidiaba. A diferencia de él, ese hombre había salido de la fila porque tenía una vida a la cual regresar. Hyungwon no.
Dos horas después y de cambiar su peso de una pierna a otra, la fila por fin se redujo frente a él. Una persona más y sería "libre". Casi se ríe de su propio chiste, pero logró contenerse. Demasiadas personas para burlarse de su salud mental.
—¡LAS MANOS EN ALTO!
Hyungwon sacudió la cabeza abriendo los ojos tanto como pudo.
Una arma frente a su rostro. Un rostro cubierto por un antifaz negro de conejo. Gritos, las luces parpadeando y un pitido nadando entre las voces asustadas y las órdenes violentas.
—TODOS ABAJO —Un hombre, no podía verle la cara y mucho menos conocer su ubicación, gritó desde atrás ordenando a sus compañeros reunir a la gente. —¡Hey, idiota! ¿¡Qué esperas!? Que vaya junto al resto.
El hombre de antifaz negro asintió, moviendo violentamente su manzana de adán.
—Por favor, camina —susurró, con la mano temblando ligeramente.
—¿Hacia dónde? —Hyungwon abrazó la carpeta contra su pecho y escondió su otra mano en el bolsillo del pantalón de vestir. No podía perder el reloj que su madre le regaló en su último cumpleaños o era hombre muerto.
La quijada dura del hombre se sacudió hacia la izquierda y Hyungwon sonrió débilmente. No se creía un ser talentoso o con un don fenomenal ,más allá de la obediencia y la facilidad de seguir los sistemas. Sin embargo, encontró sencillo leer al hombre delante suyo. Su cuerpo era enorme, sí, y aunque no lo sobrepasaba en estatura sin problemas podía partirlo a la mitad con sus grandes manos o asfixiarlo con sus brazos gruesos. Hyungwon reconocía que el asaltante tenía un cuerpo digno de admiración, bajo la camisa negra delgada sus músculos resaltaban orgullosos, duros y firmes. A pesar de la complexión titánica, el asaltante pecaba de nervioso. Los músculos de sus anchos hombros se miraban tensos y las venas en sus pálidos brazos se marcaban violentamente en el agarre del arma. Su pecho se inflaba más allá de lo normal, en respiraciones desordenadas. Y no, no era adrenalina.
Miedo. Un miedo similar al de las casi setenta personas cautivas en el banco principal de Seúl.
—Estás asustado —le dijo.
El conejo negro chasqueó la lengua bajando el arma. —¡Camina! ¿E-escuchaste? CAMINA.
Las cejas de Hyungwon bailaron en su frente de curiosidad. Nunca antes había sido partícipe de un asalto, pero considerando la actitud demandante de los otros ladrones, el hombre que tenía enfrente no presentaba un gran peligro.
—¿Vas a dispararme? —preguntó Hyungwon, permitiéndose la suavidad en su voz.
—Sí. Lo haré si no dejas opción —dijo, un rato después de mirarlo directamente a los ojos y aclararse la garganta —. Ve con los demás.
Por el rabillo del ojo Hyungwon vio a un par de ladrones empujar a un hombre que se resistía hasta que lo tomaron del cabello y lo arrastraron hasta la pequeña sala de espera. Regresó la mirada al hombre pelinegro y arrugó la nariz.
—Estoy casi seguro de que no harás lo mismo que ellos —Hyungwon ladeó la cabeza dando un paso hacia atrás. Él era el único civil de pie y que no parecía haberse intimidado por el asaltante.
—WONHO. Trae a ese idiota aquí antes de que lo convierta en la primera víctima.
El hombre de la máscara o Wonho, como lo llamó su líder, asintió nervioso. Guardó el arma en el bolso trasero de su jean ajustado y levantó a Hyungwon por los muslos echándolo sobre su hombro sin esfuerzo alguno. La carpeta cayó al suelo y con ello los papeles volaron esparciéndose.
—¡Hey! —gritó aferrándose con fuerza a la camiseta negra. Notas acuosas, orquídea blanca, fresa salvaje y madera de teca inundaron su nariz, como un golpe bajo a su orgullo.
Los hombres malos no deben oler tan delicioso.
Hyungwon mordió su labio inferior evitando echar una maldición —Bájame. ¡Ahora!
Wonho lo ignoró emprendiendo camino, con los ojos de sus compañeros sobre él y el delgado alto en su hombro.
Desde su posición, Hyungwon pudo contar a diez hombres enmascarados, todos con antifaces blancos de conejo y uno de rojo. El líder. Chilló al ser lanzado a un sillón sin cuidado. Se reincorporó inmediatamente apoyándose sobre la palma de sus manos y le lanzó una mirada asesina a Wonho.
—Quédate ahí y no des problemas —ordenó. Se dio la vuelta para volver junto a su grupo, pero la voz de Hyungwon lo detuvo.
—¿No vas a revisarme? —cuestionó enarcando una ceja.
Wonho cerró los ojos antes de darse la vuelta y extender la mano. —Dame tu teléfono, el resto no me interesa.
—No tengo. —Se apresuró a decir mirando los dedos gruesos acercándose a su persona.
El asaltante gruñó. —Entonces no molestes —dijo alejándose con prisa. Hyungwon no tuvo tiempo de analizar su posición cuando vio a Wonho volver con un puñado de precintos —. Átalos a todos y guarda uno para ti. ¡Date prisa!
Los precintos volaron por el aire hasta caer en el regazo de Hyungwon en un desorden de tirillas negras. Dividendo su atención en levantar los precintos y el arma que Wonho usaba para intimidarlo, Hyungwon recogió las tirillas lo más rápido que pudo y corrió hacia los otros rehenes.
—Vamos a salir de aquí a salvo. Solo obedece —susurró una mujer muy linda y elegante, Hyungwon la reconoció como una de las cajeras —. No tengas miedo.
—Aja.
No tenía intenciones de comenzar una charla ahí y menos cuando uno de los asaltantes se unió a Wonho para vigilar a los rehenes.
—¿Le quitaste el teléfono? No queremos ningún error.
El hombre de máscara negra asintió con la mirada fija en Hyungwon. Abrumado por el intenso intercambio de miradas, Wonho desvió su atención a una señora que llevaba en brazos a una nena de aproximadamente cinco años.
Hyungwon aclaró la garganta levantando el precinto, en una suplica silenciosa para que lo ataran.
—Hazlo tú —ordenó Wonho a su compañero, antes de darle la espalda a Hyungwon.
Apenas había pasado una hora desde que la alarma contra robos sonó y todo el frente del banco estaba repleto de patrullas y un ejército de policías preparados para disparar.
—Ellos no van a entrar. No son tontos.
Wonho asintió apretando las manos a sus costados. Tragó saliva obligándose a apartar los ojos de la cortina metálica que los separaba de los oficiales.
—Tío, ¿por qué no sacamos el dinero y nos vamos por atrás? Mantener toda esa gente con nosotros complica los cargos.
Rae chasqueó la lengua levantándose de la pequeña mesa alta. —No me digas tío.
Las palabras quedaron atascadas en la garganta de Wonho gracias al golpe en la frente que Rae le dio con el arma. —Lo siento.
—¿Cuántas malditas veces tengo que repetirlo? ¡NO ME LLAMES TÍO!
El silencio arrasó con el edificio entero. La comitiva de ladrones detuvieron sus movimientos mientras que los rehenes, incluyendo a Hyungwon, contuvieron la respiración.
—¿Estás aburrido? ¿Por qué no vas con los oficiales y les cuenta sobre tu árbol genealógico y de paso le das los nombres de todos? —gruñó fastidiado alejándose del hombre musculoso.
Wonho frunció los labios mirando sobre su hombro la puerta principal.
—¡Ni te atrevas, idiota! —Rae lanzó un furioso gritó y una maceta artificial le siguió.
Sus excelentes reflejos y la pésima puntería de su tío lo salvaron de una posible contusión.
—¡Vete con esos imbéciles! Y es mejor que no hagas una estupidez o voy a olvidarme de la promesa que le hice a tu padre —murmuró lo último entrando a la oficina del gerente.
Una pesada mano lo golpeó en la nuca consiguiendo que reaccionara de su pequeño shock.
—Felicidades, hiciste enojar al jefe —mencionó uno de sus compañeros, con un gesto claro de burla.
—¿En serio? No me había dado cuenta. Muchas gracias por informarme —Wonho sonrió de lado empujándolo con una mano, que si bien no hizo uso de toda su fuerza si logró sacarle una mueca de dolor.
Cruzando el salón con pisadas pesadas llegó hasta la sala de espera ocupando un sillón individual en medio de setenta pares de ojos. Ninguna mirada le incomodó, a excepción de una.
—¿Qué? ¿Te gusta mi máscara?
Hyungwon sacudió la cabeza. Se arrastró por el sofá de dos plazas hacia Wonho deteniéndose al filo del mueble.
—Tu idea no es tan equivocada—dijo tranquilamente —. Los cargos por robos no superan los diez años y muchas veces se resuelven con fianzas.
La atención de Wonho cayó sobre Hyungwon.
—¿Hmm?
—Veinte años —murmuró jugando con un precinto sobrante —. Tú y tus amigos pueden conseguir hasta veinte años de cárcel.
Cárcel.
La sola mención del lugar provocaba escalofríos. No era su intención, mucho menos la de sus compañeros ir a la cárcel. Al contrario, su tío los había arrastrado hasta el banco por un jugoso botín, que les concedería la vida de reyes que anhelaban.
—¿Cómo lo sabes? ¿Eres abogado?
Hyungwon sonrió. —¿Tengo facha de serlo? —cuestionó enarcando una ceja. Una imagen bastante sexy para cualquiera.
—Estás usando un terrible traje negro. Si no eres abogado, debes de ser otro idiota que pierde el día encerrado en una oficina.
—Auch. —La risa de Hyungwon confundió a Wonho y a la misma vez, lo relajó.
Con la tensión reducida, Wonho se permitió tomar una postura más relajada. Separó las piernas y cruzó los brazos sobre su pecho.
—¿A qué te dedicas? —Wonho se obligó a preguntar. No era su estilo intimidar a las personas, contrario a la imagen que trasmitía, el miedo, la timidez y la amabilidad reinaban en él.
Un par de rehenes miraron desconfiados a Hyungwon, pero este fingió no prestarles atención.
—Adivina.
Wonho asintió con una hermosa sonrisa. Acomodó el antifaz que estaba por caerse e inclinó el cuerpo hacia adelante.
—Veamos. —Mientras pensaba, golpeó sus muslos armonizando el instante cargado de misterio. Hyungwon tragó saliva ante la fantasiosa invitación a sentarse en ese par de jugosas piernas —. ¿Contador?
—Casi —susurró levantando la mirada hacia los ojos color avellana.
Un tierno gruñido brotó desde la garganta de Wonho. —Diseñador gráfico.
Las cejas de Wonho sobresalieron del antifaz y Hyungwon no logró mantener su risa guardada.
—¿En qué se parece un contador a un diseñador gráfico?
Hyungwon mordió su labio inferior controlando su siguiente carcajada. —Los dos son idiotas que pierden su día dentro de una oficina.
—Oh.
Un hombre calvo, que doblaba en complexión y estatura a Wonho, atravesó las puertas dobles de cristal. Buscó entre las personas sentadas en el suelo y cogió a una chica por el cabello.
—Ven aquí.
—¡Hey! ¿Que haces? —Wonho se levantó de un saltó y en dos zancadas se plantó delante de su compañero. Cogió a la chica con cuidado y la condujo a la silla más cercana —. ¿Quién te envió?
Hyungwon se acercó a la joven para asegurarse de que no estuviera lastimada. Una vez comprobado su estado, asintió hacia Wonho y este resopló.
—No estamos aquí para maltratar a los rehenes —le recordó, echándolo fuera de la sala.
—Tampoco para socializar —contraatacó. Renjun miró un punto fijo detrás de Wonho y arrugó el ceño —. Tráela. El jefe necesita abrir la bóveda.
Wonho suspiró derrotado. Esa era su misión y si deseaba proteger a los sesenta y nueve rehenes debía sacrificar a una.
—Está bien. Pero me quedaré con ella hasta que abran la bóveda, después la traeré aquí.
Renju despeinó la cabellera negra de Wonho y se alejó riendo.
—Idiota —murmuró el pálido volviendo a la sala.
Con pasos dudosos caminó hacia la joven gerente y sonrió. —Hola.
La mujer tembló ante su voz dura y masculina.
—La asustas —susurró Hyungwon, todavía mareado por la voz sensual del ladrón.
Wonho lo miró afligido, disculpándose en silencio. —Tengo que llevarla con ellos. Voy a cuidarla. No queremos lastimarlos, a ninguno.
La mano de Hyungwon cayó dejando libre a la mujer para que fuera con Wonho.
—Tráela intacta —pidió —. Es solo una chica.
—Lo sé. Va a estar bien.
Con pasos lentos se alejó de Hyungwon y llevándose a la joven atravesó el salón principal. La tentación de abrir las puertas y entregarse, se apoderaba de él cada vez que miraba la cortina de metal. Sus intenciones se vieron interrumpidas por los temblores incesantes de la mujer.
—La mayoría de mis compañeros están cubriendo el perímetro. Probablemente mi líder esté solo o con uno de ellos. No estarás en peligro siempre y cuando hagas lo que él te pide —. No sabía por qué intentaba tranquilizar a la joven. Quizás sus amigos tenían razón. Le hacía falta maldad.
Sonrió hacia un costado sintiendo una mirada fija en su espalda. El hombre alto era muy valiente, Wonho no tenía problemas en reconocerlo. No cualquiera tenía el valor de entablar una conversación relajada con su captor y mucho menos otorgarle una confianza, que aunque fuera mínima, existía.
—¿Quieres darte prisa? No tengo todo el día.
Sacudió la cabeza avergonzado de haber sido atrapado en uno de sus tantos viajes mentales.
—No importa cuánto tiempo tardemos, los policías no van a irse —comentó despreocupado.
Rae sonrió, girando el arma en su dedo índice.
—Algún día vas a agotar mi paciencia y no va a quedar nada de tu jodido rostro de niño bonito —escupió con odio.
Wonho frunció la nariz. —No soy bonito.
El líder de la banda enarcó una ceja. Le hizo señas al hombre a sus espaldas y éste asintió yendo por la mujer. Un chillido femenino erizó la piel de Wonho, pero no tuvo tiempo de detener a su compañero. La mujer cayó de rodillas frente al panel de seguridad de la bóveda. Rae apuntó el arma a su cabeza incitándola a colocar el código de seguridad.
—Dejaremos esta conversación para otra ocasión. Tus problemas de belleza no son prioridad —demandó, sus ojos puestos en la joven —. Hazlo bien, linda. No querrás ser la primera...
Para cuando Wonho regresó, Hyungwon ya no tenía uñas que morder. Se puso de pie inmediatamente que los vio entrar en la sala.
—Volviste —declaró preocupado.
Hyungwon tanteó los brazos de la mujer, tanto como sus manos atadas le permitieron, en busca de heridas. Exhaló el aire almacenado y con una sonrisa le agradeció a Wonho.
—Ya hemos empezado a empacar el dinero. Pronto nos iremos y ustedes podrán volver a sus casas. —Sintió la necesidad de explicarle a los rehenes la situación actual, incitar el miedo en todos ellos no era su prioridad —. Manténgase en silencio, por favor.
Volvió al sillón individual arrastrando los pies. Nadie ahí tenía que saber lo difícil que fue soportar los comentarios despectivos de su tío, ni las risas humillantes de sus compañeros. Todavía se preguntaba por qué accedió a participar en el robo.
Tenía opción.
¿De verdad no había?
Su madre lo abandonó y su padre le dio los estudios básicos, realmente básicos. Era un tonto cómo su padre y su tío habían dicho. No había otro camino para él. Qué importancia tenían sus buenos sentimientos si vivía rodeado de maldad.
—No eres como ellos. Puede que sea parte de tu estrategia para dejarnos vulnerables, pero lo dudo.
Wonho sacudió la cabeza, mirando a la menor que se removía inquieta en los brazos de su madre.
—No me conoces. Puedo ser malo —gruñó, cerrando las manos en dos apretados puños.
Hyungwon relamió sus labios ahogado en la magnifica vista de los músculos tensados en los brazos de Wonho. Un par de venas saltaban orgullosas debido a la presión ejercida de sus manos y un pensamiento impuro nació en su cabeza. Basándose en la manera en que Wonho caminaba y el bulto prominente que se marcaba, aun si estaba de pie, podía imaginarse que el hombre no era pequeño.
—Pero decides no hacerlo —quitó los ojos de su regazo y tosió cubriendo su propia vergüenza.
—¿Quieres qué sea malo? —lo retó, enarcando una ceja. Wonho se echó hacia atrás en el sillón mientras separaba las piernas, palmeó su muslo derecho y sonrió.
El aire se estancó en la garganta de Hyungwon y las manos le picaron. Por un segundo consideró la idea de aceptar la invitación, pero entonces recordó las circunstancias que lo rodeaban.
Estaba secuestrado.
—Aunque quisiera, no vas a hacerlo —se burló, pasando una pierna sobre otra —. Eres un cobarde.
Wonho asintió riendo.
—Te sorprendería lo "valiente" que puedo ser —susurró ladeando la cabeza.
Hyungwon inclinó el cuerpo hacia Wonho y dijo lo más bajo que pudo —. Sorpréndeme. —Volvió a su posición y sonrió descaradamente.
No era la clase de sorpresa que tenía en mente, pero no iba a arrepentirse. Suspiró levantando las manos permitiendo que Wonho se deshiciera del precinto. Arrugó la nariz una vez libre y frotó sus muñecas siguiendo con la mirada los movimientos relajados del musculoso.
—Si me hubieras pedido que me cogiera el arma y me disparara, lo hubiera hecho.
Wonho soltó una risita todavía dándole la espalda.
—¿No sabes hacer café? Irónico. Pasas la mitad de tu día en una oficina y aun no sabes hacer café.
—Existen cafeterías, ¿sabes? —gruñó golpeándolo con el hombro —. Prepáralos y te ayudo a ponerles la crema.
La expresión divertida no abandonaba la cara atractiva de Wonho y para el alto era difícil no prestarle atención.
—¿Tienes idea del problema en que me puedo meter por llevarles café? ¿Y aún así quieres crema?
Hyungwon encogió los hombros tomando los vasos y dejándolos junto a las manos del ladrón. —Entonces dame la crema a mí.
Cerrando los ojos Wonho se contuvo de decir una maldición. El hombre hermoso estaba jugando con su cordura, apenas era el inicio y no sabía qué tanto podía soportar antes de ceder a sus indirectas.
—Llena los vasos y deja las distracciones a un lado.
—No hay problema —sonrió levantando las manos —. Solo te recuerdo que me gusta caliente.
—Gracias —Wonho estrelló la bandeja contra la mesa y forzó una sonrisa. Bajó una mano y jaló su camiseta hasta cubrir su entrepierna —. Lo tomaré en cuenta.
Cogiendo dos bandejas de café cada uno, volvieron a la sala de espera. Wonho se adelantó parándose frente a Hyungwon con la intención de cubrirlo con su cuerpo e impedirle la vista.
—¡Qué amable! Fuiste por café —Rae sonrió levantando el pie del pobre hombre que yacía casi inconsciente en el suelo con el rostro cubierto de sangre —. No estamos en casa, Wonho. ¡Olvida la maldita cordialidad!
—¿Por qué lo golpeaste? —Dejó las bandejas de café sobre una mesa y empujó a Hyungwon devuelta al pasillo. Su tío estaba limpiándose las manos por lo que no vio al hombre alto esconderse.
Una risa siniestra erizó la piel de los rehenes, pero no provocó ni un solo escalofríos en Wonho.
—Ninguno de ellos me interesa —dijo levantándose con tranquilidad —. Pero este idiota piensa que puede ser el héroe del día.
—Tienen miedo —murmuró, arrastrando la mirada por las personas.
Rae se acercó a él con pasos agigantados y le robó un vaso de café.
—Haz tu jodido trabajo y nadie más saldrá herido —lo golpeó en la frente con dos dedos y sonriendo se alejó.
—¿Cómo lo soportas? —Hyungwon salió de su escondite con los brazos cruzados y el ceño fruncido —. Maldito idiota.
Wonho lo ignoró. Corrió hacia el hombre herido dejándose caer de rodillas, con cuidado lo acercó a su regazo. Siseó impresionado por las múltiples heridas. Rae era un verdadero monstruo.
—Por favor, busca el botiquín —pidió mirando rápidamente a Hyungwon. Mientras el alto corría en busca de gasas y alcohol, Wonho giró el hombre hasta dejarlo de espaldas en el suelo. Tomó el cojín que le ofrecía una señora y lo ubicó debajo de la cabeza del hombre.
—Aquí están. —Hyungwon se arrodilló a su lado conteniendo la respiración —. No está muerto ¿verdad?
—No.
De niño solía ser muy torpe. Cada escapada al parque terminaba en raspones, moretones en los brazos o cortes en las manos. Su padre detestaba la sangre y perder tiempo en urgencias, por lo que él tuvo que aprender a hacerse las curaciones solo. Cuando su tío lo obligó a entrenar para los combates cuerpo a cuerpo, las heridas se volvieron complicadas y un curso básico en línea de enfermería le salvó la vida incontables veces.
—Cuida que no se duerma y llámame si ocurre algo más —dijo tomando las manos de una dulce mujer castaña.
—Muchas gracias por salvar a mi esposo —agradeció entre lágrimas.
El pálido sonrió inclinando la cabeza. —Acepte el café y vaya junto a su esposo.
—De nuevo, gracias —sonrió antes de darse la vuelta y sentarte con su pareja.
Hyungwon se atravesó en su camino con el precinto en la mano.
—Átame —pidió —. Él puede volver y no creo que le agrade verme con las manos libres.
Wonho asintió evitando mirarlo a la cara. Terminó de amarrarle las manos y pasó junto a él hacia el sillón que había estado ocupado minutos atrás. La próxima hora nadie hablo, al menos no en un volumen alto, Wonho podía escuchar algunos murmullos, pero nada relevante. Toda la hora fingió no notar los ojos de Hyungwon sobre él. Un par de ojos oscuros que intentaban buscar entre su piel, probablemente un punto débil o una razón de su amabilidad. Sinceramente no le importaba lo que buscaba, pero necesitaba que esos ojos brillantes dejaran de atravesarlo.
—Para ya de mirarme, Hyungwon. Me pones de nervios.
El aludido enarcó una ceja.
—¿Cómo sabes mi nombre?
Con la quijada señaló el desastre de papeles frente al mostrador y los labios gruesos se separaron en un O perfecta. Regresó su atención a Wonho y sonrió.
—Tengo un gato amarillo. Es grande y gordo —contó con entusiasmo —. Duerme la mayor parte del día, o eso creo, y los domingos le gusta pasar las horas recostado en mi regazo.
—Siempre he querido un gato, pero me temo que ellos me odian —dijo con pesar —. Me atacan sin importar que.
Hyungwon lamió su labio inferior conteniendo una sonrisa. —Probablemente las gatas no son para ti.
—No. No lo son —le dio la razón volviendo a su expresión relajada —. Me gusta experimentar, aunque sinceramente prefiero a los tigres. Son grandes, cautelosos, majestuosos, cazadores, solitarios y un gusto particular por el hombre.
El hombre alto tragó saliva subiendo la mirada por el pecho hasta situarse en los cautivadores ojos color avellana. Sus emociones y el deseo que crecía en su pecho e ingle eran completamente inmorales. La falta de sexo por más de un año lo incitaba a cometer una estupidez. Que lo llamaran loco, pero era inhumano negar que el hombre sentado junto a él cargaba una aura sensual y atrayente. Sus manos ardían de deseo por tocar la curva de sus brazos y su boca anhelaba probar el par de botones saltones en su pecho.
—Cada quién sus gustos —murmuró con la voz ronca.
El intercambio de miradas se vio interrumpido por un llanto infantil. Se trataba de la misma niña que había estado inquieta en los brazos de su madre y a quién nadie parecía importarle. Wonho le dio una última mirada a Hyungwon, en una petición silencio de que esperara por él y abandonó su lugar para acercarse a la menor con una sonrisa amable.
—Hola nena —saludó. Levantó a la niña en brazos deteniendo abruptamente el llanto —. ¿Tienes hambre?
La nena negó limpiando sus mejillas con el dorso de su manita.
—Quiero ir a casa —susurró haciendo un puchero.
Wonho suspiró.
Él también quería irse más no estaba en sus manos esa decisión.
—¿Qué te parece si ponemos caricaturas para que todos veamos? —sugirió con su sonrisa de regreso.
—NO. —La niña sacudió la cabeza amenazando con retomar su llanto —. ¡Quiero irme a casa!
Hyungwon ladeó la cabeza esperando la respuesta de Wonho al berrinche de la menor. Cualquier matón asustaría a la nena o como mínimo amenazaría a su madre para que la controle.
El ladrón caminó con la niña hacia unos gabinetes y buscó entre ellos, cuidando de no dejar caer a la menor. Volvió a la mesa del centro y cogió un par de crayones del área de niños.
—¿Te gustan las ranitas? —preguntó, sentándola sobre la mesa.
—Son feas.
La risa de Wonho extraño a los rehenes y revolvió algo en el estomago de Hyungwon.
—Son animales muy lindos. De color verde y saltan muy alto. Hay pequeñitas y unas más grandes. Sus ojos saltones son muy curiosos, pero bonitos. —Wonho hablaba mientras coloreaba un par de hojas con crayones verdes. La atención de la niña puesta sobre él —. En los lagos hay muchas ranitas que cantan para las mariposas y juegan con los pececitos en el agua. ¿Sabes? Las ranas siempre tienen una sonrisa para regalar.
—¿Cómo tú?
Arrugando la nariz negó. —No. Yo soy un conejo.
—¡Los conejos son lindos!
Wonho asintió riendo. Terminó de doblar las hojas y puso sobre las pequeñas manos dos ranitas de papel. Los ojos de la niña brillaron de emoción y con prisas bajó de la mesa para probar que saltaran.
—¿Te gustaron? —La niña asintió con una sonrisa, haciendo saltar las ranitas sobre la mesa —. Que bueno. ¡Disfrútalas!
Una hora después, el dinero estaba guardado en bolsos negros apilados frente a la puerta de una de las oficinas de cristal. El tío de Wonho había estado negociando con los oficiales para liberar a los rehenes a cambio de dos camionetas blindadas y una ruta segura que los llevara al muelle. El comandante Son accedió a la negociación prometiendo tener lista la ruta de escape en hora y media.
—En cuanto las camionetas lleguen, irás con el resto de idiotas a cargar los bolsos —ordenó apagando el celular de uno de los rehenes, mismo que usaron para comunicarse con los oficiales.
—Es arriesgado confiar en ellos, ¿qué si nos tienden una trampa? —Wonho lo miraba realmente preocupado, sin embargo, su tío de nuevo creyó que lo hacía simplemente para molestarlo.
—Cállate. Ellos no pondrán en riesgo la vida de uno de estos imbéciles.
Las palabras golpearon durante el corazón de Wonho. A pesar de no conocer a ninguno de los rehenes, creía injusto que fueran utilizados como moneda de intercambio. Todos ahí tenían un valor incalculable. Sus ojos se movieron de la pared lisa detrás de Rae hacia el hombre alto. Hyungwon estaba de pie cerca de un ventanal, a un costado de una gran maceta, que le ayudaba a cubrirse para no ser visto por los policías. Su rostro no reflejaba ni una sola emoción mientras su pecho se movía en respiraciones acompasadas. Las manos atadas al frente, permanecían hechas puños, inundado de frustración. Los ojos de Wonho lo recorrieron desde la cabeza hasta sus brillantes zapatos negros y un tirón en su entrepierna hizo que sus mejillas se calentaran violentamente.
Él tenía una fascinación por las piernas. Era la parte del cuerpo que amaba disfrutar, con besos y caricias. Y Hyungwon tenía un par muy atractivas.
—¿Qué demonios te pasa? ¿Por qué de pronto tienes el rostro colorado?
Rae chasqueó la lengua pasando por su lado, golpeándolo con el hombro.
—Espero que algún día madures, maldita sea —se alejó murmurando, sin saber lo que pasaba por la mente de su único sobrino.
Wonho bajó la cabeza. Estiró su camiseta en la parte delantera y volvió con los rehenes a esperar que el tiempo pasara. Comprobó que todos se encontraran bien, encontrándolos en su mayoría aburridos y desesperados. Él también lo estaba. Quería volver a su pequeño departamento y pasar el resto de la tarde frente al televisor llenándose de ramen y papas fritas.
—¿Cuándo nos dejarán libres?
No fue consciente de en qué momento Hyungwon abandonó su puesto junto a la ventana, por lo que su reacción era completamente justificada.
Con una mano en el pecho y los ojos exageradamente abiertos, se volvió hacia Hyungwon.
—Eres muy miedoso para ser un ladrón —acotó el alto.
El pálido gruñó ofendido. —No soy ladrón por gusto. Es más bien una obligación.
Hyungwon asintió, dando dos pasos hacia adelante reduciendo la distancia entre ellos. —Comprendo. De ser una profesión, hace mucho tiempo estarías preso o con un gran récord de asaltos fallidos.
—Si yo fuera un ladrón, tú serías un modelo, con tus piernas de mantis —cruzó los brazos y sonrió sintiéndose vencedor con su ataque.
El ceño fruncido del alto lo desorientó. Su rostro era estúpidamente atractivo y cada expresión agrietaba la coraza de indiferencia que Hoseok había creado para mantener su corazón enamoradizo a raya.
—¿Has estado viendo mis piernas?
—Están delante de mí, es imposible no verlas —soltó despreocupado —. Aun así, no hay mucho por ver.
Hyungwon deslizó su mirada por el cuerpo de Wonho deteniéndose en sus bien formados, muslos. Humedeció los labios y ladeó la cabeza.
—Espero que tus piernas sean tan firmes como se ven —dijo, mirándolo por debajo de sus espesas pestañas.
Wonho bufó dándose la vuelta. —No me jodas.
—¡Espera! —Hyungwon se apresuró a sujetarlo por el borde de la camiseta —. Llévame al baño.
Con incredulidad plasmada en el rostro, Wonho le lanzó una rápida mirada.
—No soy tu niñera. Puedes ir solo. —Hoseok estaba por irse, pero Hyungwon usó su última oportunidad.
—Bien. Pero si tus compañeros me encuentran merodeando por el banco, no es a mí a quién reprenderán —dijo con desinterés, permitiendo que la suave tela se deslizara de entre sus largos dedos —. Me iré primero.
Wonho apretó el puente de su nariz y resopló. Sus ojos estaban cerrados, aunque no era necesario abrirlos para comprobar que había una sonrisa triunfante en el rostro del hombre alto.
—Nadie se mueva, volveremos en un instante —alzó la voz mirando a los rehenes; algunos le sonrieron y el resto contestaron con bajos "si". Wonho asintió girando hacia Hyungwon —. Muéstrame el camino.
El cambio de humor llamó la atención de Hyungwon y por un instante dudó en continuar con el plan. Sin embargo, el primer paso estaba.
—¿Por qué estás tan molesto? ¿Dónde quedó el amable y paciente ladrón? —Sí, estaba probando suerte y probablemente retando al fuego —. Te ves mejor cuando sonríes.
Wonho, quién caminaba a su lado en completo silencio, lo miró de reojo y arrugó la nariz.
—Gracias.
—¿Ah? —¿Era posible que ese hombre no viera sus intenciones? —A la izquierda.
Una sola vez había ocupado los baños del banco, de eso había pasado más de un año, esperaba que no hubieran hecho alguna remodelación. Una sonrisa traviesa se formó en cuanto sus ojos reconocieron los pequeños letreros. Caminó hacia la puerta haciéndose a un lado para que Wonho abriera.
—Soy inútil con esto —dijo alzando sus manos atadas —. Tú primero.
—Estás muy tranquilo para tener una urgencia sanitaria.
Hyungwon encogió los hombros entrando después que él. Con esfuerzo, consiguió ponerle seguro a la puerta y al girarse los nervios casi lo consumen. No era lo mismo recrear la escena en su mente a ejecutarla en la vida real. Conocía las reacciones de su cuerpo, pero la respuesta de Wonho variaba en dos opciones. Rechazo o aceptación.
El hilo de pensamientos se vio interrumpido por el chasquido de Wonho.
—Adelante, no tenemos todo el día.
Con pasos lentos se acercó al urinario, con la mirada de Wonho fija en su espalda.
—Hey, ¿puedes darme una mano? —preguntó, en dos zancadas estaba frente a su captor con las manos atadas levantadas a la altura del pecho —. No quiero hacerme un desastre.
Con las manos apoyadas en el lavamanos y los músculos de sus brazos y hombros tensos, Wonho lo miraba fijamente sin parpadear. Mantenía una expresión capaz de intimidar a cualquiera, una mirada que Hyungwon no había visto, ni una sola vez, desde que el robo inició. El miedo que al principio sintió se convirtió en deseo.
—Maldición —siseó el otro, separándose del lavabo para ayudarlo en lo que fuera.
Sin apartar la mirada, Wonho deslizó los dedos por el vientre de Hyungwon. Este contuvo la respiración. Con una agilidad impresionante se deshizo del cinturón y desabrochó el pantalón de vestir; su mirada cayó a los labios carnosos e inevitable fue no morderse los propios. El sonido del cierre bajando erizó la piel de ambos. Wonho retiró su mano pasando el dedo índice por la tela oscura del bóxer.
—Ya puedes hacer lo tuyo —susurró, con la voz tan ronca como sexy.
Hyungwon negó ligeramente con la cabeza.
—No pretendo orinar mi ropa.
La mirada de Wonho cayó y entendió, por fin, la razón de la repentina necesidad de ir al baño. Aún dentro del pantalón la erección de Hyungwon era notoria y por la manera en que sus manos estaban empuñadas se imaginó lo dolorosa que era.
Wonho levantó la vista y encontró a Hyungwon mirándolo sugestivamente.
—Estás loco —gruñó, animándose a delinear pronunciado bulto sobre la delgada tela.
Hyungwon no respondió, cerró los ojos y mordió su labio inferior. Las caricias no se detuvieron, lo que al principio había comenzado como un suave roce se convirtió en dedos curiosos jugando con su glande.
Reteniendo un suspiro dejó caer su cabeza en el hombro de Wonho. Los gruesos dedos se cerraron alrededor de su pene en un apretado puño y para cuando la mano contraria comenzó a subir y bajar por toda su extensión, fue difícil contener los gemidos.
—¡Oh, Mierda! —Hyungwon gimió apretando la remera con fuerza.
Una pequeña voz en su cabeza le decía que estaba mal lo que hacía, pero su cuerpo exigía más contacto. Obedeciendo a su cuerpo, siguió follando la mano de Wonho como loco.
—Wonho... —mordió su labio bajando la mano para liberar el pene del mayor. Wonho entendió su desesperación y estaba por desatar las manos de Hyungwon, pero él lo detuvo —. No, estoy bien.
—Pero...
Hyungwon sacudió la cabeza, arrugó la nariz y, aunque con un poco de trabajo, cogió la pesada erección con una mano y la acercó a la propia. El roce de ambos miembros les arrancó un gemido a los dos.
—¿En serio quieres esto? —preguntó Wonho, haciendo un camino de besos en la barbilla de Hyungwon mientras con una mano se encargaba de sostenerlo por la cintura y la otra controlar la fricción de sus penes. Usó su pulgar para esparcir el pre semen por la longitud de Hyungwon y facilitar los movimientos de su mano —. No estamos en la mejor situación.
El alto levantó las manos enredando los dedos en el cuello de la remera oscura y capturó el labio inferior de Wonho. Ladeó la cabeza separando los labios para besarlo con hambre y desesperación. Un beso enfermo. Una mordida se coló en el juego siendo la lengua de Hyungwon quien se robó una diminuta gota de sangre que brotó del labio de Wonho. Sus manos descendieron por el pecho duro y levantó la prenda delgada en busca de los pezones erectos. Tomó uno rodándolo entre su dedo índice y pulgar. Estremeciéndose por el contacto, Wonho apretó su boca contra la de Hyungwon provocando que sus dientes chocaran. Ambos rieron, dándole rienda suelta a un beso desordenado y cargado de impaciencia.
—Estoy cerca —susurró. Hyungwon lo empujó separándose lo mínimo para intercambiar una mirada cómplice.
Wonho lamió su labio inferior a la par que soltaba la dolorosa erección de Hyungwon y la propia.
—Aún no —con esas palabras, Wonho se deslizó hacia abajo hasta tener el pene palpitante frente a sus ojos. Ancló una mano en la cadera contraria y pasó su lengua por el glande.
—Mierda...
Los labios rosa de Wonho cubrieron la cabeza rojiza y con su lengua trazó círculos en la piel sensible. Una rápida mirada fue suficiente para saber que el hombre alto estaba disfrutando. Se concentró en darle placer, por la sencilla necesidad de continuar viendo su expresión de gozo. Abrió la boca cubriendo tanto como podía, con su experimentada y masculina mano masturbó lo que no logró meterse a la boca. Su boca trabajaba a una velocidad tortuosa, al menos para Hyungwon. En un instante, Wonho incrementó el ritmo siendo imposible no llenarse de los sensuales gemidos que provenían del hombre alto.
La gran mano, que había estado creando marcas en la piel de la cadera de Hyungwon, se movió hacia abajo apretando el pequeño culo. La reacción instantánea de Hyungwon fue acercarse más a Wonho, obligándolo a tragarse todo su pene. El pálido le lanzó una mirada deslizando la longitud fuera de su boca.
—Puedes avisarme la próxima vez —sugirió, tomando de vuelta el pene en su boca. Dio un par de lamidas desde la punta hasta la base y con sus manos acarició los muslos delgados. Wonho abandonó el miembro erecto, deslizó sus labios por la pelvis contraria bajando en un camino de besos por las piernas largas. Chupó con ganas la piel del interior de los muslos, llenado de orgullo su pecho al ver el desastre creado de marcas rojas sobre el lienzo dorado.
Hyungwon enterró sus dedos en la melena oscura, cegado por el calor y el placer que Wonho le daba a su cuerpo.
—Ah...
No tuvo que pasar más tiempo para que Hyungwon llegara al clímax. Una ola de temblores cubrió su cuerpo, miles de estrellas explotaron bajo sus párpados y la coordinación entre el cerebro y el cuerpo se perdió una milésima de segundo. Gritó extasiado, curvando los dedos de los pies y empuñando el cabello negro.
Abrió los ojos sintiendo al otro alejarse de él.
—Wonho —jadeó apresándolo por la remera. Sus piernas temblaban visiblemente y todavía le era difícil respirar con normalidad.
Un brazo musculo rodeó su cintura y una boca ansiosa le robó el aliento.
—Hoseok —susurró el ladrón, lamiendo la saliva en su labio inferior —. Mi nombre es Hoseok.
Sus miradas se buscaron. El rostro de Hyungwon seguía estando rojo y un pequeño rastro de semen caía por la barbilla de Wonho, evidenciando lo que había hecho minutos atrás.
Un golpeteo y gritos furiosos llamaron la atención de ambos. Las sirenas se unieron a la feria de sonidos descontrolados arruinando los planes que Wonho tenía con el hombre entre sus brazos.
—Espera aquí. Yo saldré primero —Hyungwon terminó de meter su pene semi erecto entre sus bóxer y salió con prisas hacia el sala de espera.
—¡AHÍ ESTÁ! —Uno de los oficiales corrió hacia él cargando un rifle en su brazo —. ¿Se encuentra bien?
Hyungwon miró desorientado la escena. Los rehenes parecían estar sorprendidos, al igual que él, con todos los oficiales cubriendo la entrada del banco. No había rastro de los compañeros de Wonho, pero sospechaba que huyeron mucho antes.
—Los atraparon —habló un hombre, de casi dos metros, de piel morena y sin expresión —. La banda fue capturada antes de llegar al muelle. ¿Encontraron a alguien más?
—Son, creo que olvidaron algo.
Jooheon empujó a Wonho frente a su superior y junto a él, dejó caer el arma que había cargado toda la mañana.
—¡NO! —gritó Hyungwon. Corrió hacia Wonho cubriéndolo con su cuerpo —. Él es inocente.
—Hyungwon, está bien —el más bajo le sonrió, intentando apartarlo.
Son se abrió paso hacia la pareja y con cuidado apartó a Hyungwon del camino. Miró fijamente el rostro de Wonho. Para nadie era un secreto que el oficial Hyunwoo tuviera memorizado el rostro de cada criminal que operaba en su zona. Había sido bendecido con una memoria fotográfica y sabía usarla para el bien. Sin embargo, por mucho que buscara entre sus recuerdos, el rostro de Wonho no estaba entre ellos.
—Tu nombre —pidió, con voz demandante.
La piel de Wonho se erizó aunque su expresión tranquila no cambió.
—Shin Hoseok.
Tanto su nombre como su cara eran desconocidas para el oficial. Y es que Hoseok guardaba los rasgos y el apellido de su madre, no existía prueba física que lo aliara a su padre o tío.
—Señor oficial, creo que se han equivocado —habló uno de los rehenes, aquel que había sido molido a golpes por Rae —. Ese muchacho no nos ha hecho ningún daño. Al contrario, él me salvó de morir en manos de uno de esos imbéciles.
Su esposa asintió. —De no ser por él... mi esposo no seguiría con vida.
Hyungwon miró incrédulo a la pareja.
—Si todos aquí estamos a salvos, es por él —agregó la madre de la niña con la que Wonho había jugado a hacer ranitas de papel.
Poco a poco los antiguos rehenes se levantaron para testificar en favor de Wonho. Unidos exigieron que lo deslindaran del robo, pues lo consideraban una víctima más.
—Todos dicen que eres un civil —habló a Son, callando abruptamente la disputa —. Dime, ¿De dónde sacaste el arma?
—Yo...
—Peleó por ella —interrumpió Hyungwon, parándose junto a Wonho —. Ya le dijimos, el señor Shin no es un ladrón.
Hyunwoo miró fijamente a Hyungwon. El hombre de traje oscuro lo estaba desafiando, levantando la quijada y sin rehuir al contacto visual. Desvió momentáneamente su atención al supuesto ladrón y tuvo que darle la razón. Shin Hoseok no entraba en el perfil de un criminal. Con ojos amables, sonrisa suelta y la complexión de un modelo de ropa interior, era imposible que cubriera el papel de ladrón. Además, alguien con sentido común no usaría ropa ligera para asaltar el banco más concurrido de Seúl.
—Bien. Espere junto a los demás para rendir su declaración —dictó soltando la tensión en sus hombros.
"Gracias".
Habían pasado más de tres semanas desde el robo y en su cabeza no dejaba de repetirse el último beso que compartió con Wonho antes de que desapareciera en la calle.
Hoseok acarició sus mejillas con ternura e inclinó su rostro hasta juntar sus frentes. Los dos cerraron los ojos esperando que el mundo a su alrededor desapareciera, más no fue así. Las personas pasaban junto a ellos, con miradas angustiantes y empáticas, pero ninguno se atrevió a romper con la conexión de sus cuerpos.
—No tenías que hacerlo —habló Wonho. Su aliento caliente golpeando los labios gruesos del alto.
Hyungwon se echó a reír. Lo jaló del cuello de la remera y empujó su boca contra los labios semiabiertos. Su lengua se abrió paso entre los labios llenos en tanto sus manos se paseaban desvergonzadas por el torso ajeno. Apretó el labio inferior con sus dientes y chupó con ansias. Un beso no era suficiente. Él necesitaba más.
Las manos masculinas alejaron a Hyungwon y con un sonrisa Wonho se disculpó.
—Gracias —soltó, dando un paso hacia atrás.
Hoseok juntó las manos e inclinó el cuerpo en un reverencia de noventa grados.
'No te vayas'
Hyungwon abrió la boca, pero las palabras que deseaba decir nunca salieron. En cambio, correspondió a la despedida aún cuando en su pecho crecía una extraña sensación de insatisfacción.
— Adiós, ten cuidado en el camino.
Decir que no estuvo pendiente de las noticias sería mentir. Todos los días
muy temprano revisaba las páginas oficiales de la ciudad o miraba los noticieros al volver del trabajo, con la esperanza de saber algo de Wonho. En parte su mente y corazón se mantenía tranquilos sabiendo que su amante no había sido arrestado. Pero la preocupación de no conocer su paradero alargaba sus noches.
Dooly subió a la cama de un salto, pasó por encima de él y se restregó en su cara.
—Buenos días —murmuró, quitándose la esponjosa cola de la cara —. Un nuevo día ¡Genial!
El gato amarillo maulló, probablemente burlándose de su falta de ánimo.
—¿Salmón para el desayuno? —preguntó apartando las sábanas de la cama. Dooly corrió sobre el colchón y de la misma manera en que subió, bajó —. Demasiado enérgico.
Hyungwon salió de la cama arreglando con sus dedos los cabellos rebeldes que le obstruían la vista. En la ducha, con el agua cayendo sobre su piel bronceada, recordó el toque firme de la mano en su cadera, la calidez de la boca de Wonho envolviendo su sexo y los besos hambrientos. Las marcas de los besos habían desaparecido de sus muslos días atrás, los recuerdos eran los únicos que permanecían intactos. Apretó su puño contra la cabeza de su pene e imitó los movimientos de Hoseok, no se sentían igual, pero funcionaba para apagar el fuego que creía al recordarlo.
Con cada día que pasaba odiaba más vestir un traje. Deseaba con todas sus fuerzas quemar cada jodido pantalón de vestir y despedazar las camisas blancas y las corbatas, de no ser porque le gustaban las chaquetas también les hubiera agarrado odio. Hoseok había llegado a su vida para desestabilizar su mundo, abrirle los ojos, pero sobre todo, para introducir una duda.
¿Qué estaba haciendo con su vida?
Culminar la universidad con honores y encontrar un empleo bien pagado era un sueño para cualquiera, y para él también lo fue. En algún momento. No era malo en su trabajo aunque empezaba a odiar estar encerrado en la oficina la mayor parte del día. Los fines de semana se volvían una tortura total. Cómo león enjaulado daba vueltas en su casa y por la noche salía con la esperanza de toparse con Wonho. Sin embargo, jamás lo encontró.
—Hyung, ¿Por qué no deja eso para mañana? Yo puedo terminarlo — Changkyun apareció tras él, con un café en la mano y el rostro fresco.
El muchacho no tenía más de dos semanas que había entrado a la empresa, pero congeniaba bien con todos y su deseo de aprender encantaba a todos.
—¿Estás seguro? Debes tener mucho trabajo.
Changkyun sacudió la cabeza y sonrió.
—En lo absoluto. Terminé mis deberes temprano —ladeó la cabeza y frunció los labios —. No me lo tome a mal, pero creo que necesita descansar.
Hyungwon suspiró tallando sus ojos con una mano.
—Ayer no pude dormir —dijo cansado. Miró su computadora y arrugó la nariz —. Por esta vez voy a tomarte la palabra. Realmente necesito dormir un rato.
Salió de la empresa desatándose la corbata. Poco a poco aspiró el aire que tanta falta le había hecho en la mañana. Tomó el autobús en la parada cerca del edificio, incómodo con la sensación de sentirse observado. Mantuvo la mirada al frente cuando bajó en su calle e ignoró el automóvil estacionado a dos casas de la suya que mantenía el motor encendido. Pensó en memorizar las placas, pero estaba tan maltratada que le resultaba confuso entender las letras y números. Vencido por el cansancio suspiró y entró al jardín. Dooly lo esperaba durmiendo al pie de la puerta con un insecto muerto entre sus patas delanteras.
—¡Qué lindo detalle! —dijo sarcásticamente, levantando la bola de pelos que tenía como gato —. Agradecería que no destruyeras el ecosistema que estoy armando en el patio.
Hyungwon acarició la cabeza de su gato gordo y entró a la casa. La hora del almuerzo había pasado hace rato, sin embargo, su estómago rugía.
Antes de cerrar la puerta, escuchó el rugir del motor, pero cuando miró hacia atrás, el automóvil se había esfumado. Encogió los hombros emocionado con la idea de ser secuestrado.
—Si un día desaparezco, ¿vas a cuidarte? —le preguntó al gato. El minino maulló agitando la cola con elegancia —. Eres muy tonto. No hay manera que un gato obeso sobreviva por más de una semana.
Dooly siseó largando una pata para rasguñarlo.
—¡Hey! No tienes por qué ofenderte, sabes que digo la verdad —sonrió apretándolo contra su pecho —. No soy egoísta, jamás te abandonaría.
Esa tarde durmió en la alfombra de la sala con su gato enrollado a un costado. A media noche despertó, pero no encontró la energía suficiente para moverse a su cama por lo que decidió quedarse ahí. Había roto las reglas una vez, le mintió a un oficial, dormir en el suelo no podía considerarse una rebeldía.
Los siguientes días habrían sido igual de aburridos y rutinarios de no ser por el automóvil negro que lo esperaba afuera del edificio donde trabaja o cerca de su casa. Había intentado mirar hacia el interior, pero siempre se encontraba con los cristales polarizados escondiendo al conductor. Todo el mes tuvo al mismo auto acompañándolo, ni una sola vez vio a alguien bajar. Al principio creyó que era la policía que lo vigilaba, después de todo el oficial Son no parecía conforme con su declaración, sin embargo, rechazó la suposición. Ninguna corporación policial invertiría en un costoso automóvil, como un Lexus Ls, para vigilar a un posible cómplice en el robo de un banco.
Esa noche, al volver a casa, no vio al vehículo esperándolo y sin tener razón alguna, se sintió solo y decepcionado. Aunque se convenció de que era lo mejor. Para nadie era saludable acostumbrarse a un acosador. Subió los dos únicos escalones del porche y encontró sobre la pequeña alfombra una caja roja con letras doradas, probablemente de una marca prestigiosa. La levantó con cuidado y sin preocuparse de quitarse los zapatos, corrió a la sala a revisar el contenido.
—¿Un vino? —enarcó una ceja, girando la botella en sus manos. No sabía nada de vinos aunque supuso que era uno de los mejores por la etiqueta en otro idioma. ¿Quizás francés?
—Miau, miau.
Hyungwon acarició la cabeza de su gato con una mano sin apartar la vista de la botella. Volvió a mirar a la caja y sus ojos casi se salen de sus cuencas. El antifaz de conejo negro resaltaba entre el papel blanco y una tarjeta roja descansaba sobre esta.
Con cuidado levantó la máscara, todavía sin poder creerlo.
—Wonho —susurró abandonando la botella de vino en el sofá. Acercó el antifaz a su pecho y sonrió. Tomó la pequeña tarjeta ansioso de tener noticias de su torpe ladrón.
"El universo se ocultó a mis ojos
y se encerró en un latido.
Tus miradas se volvieron mares
y sus olas mecieron mi destino.
Hyungwon sollozó apretando la tarjeta en su mano. Por mucho que había intentado, no podía olvidar a Wonho. Pocas horas pasaron juntos, pero su corazón le jugó sucio. Detrás de la tensión sexual, Hyungwon se aferró a él inconscientemente. Rozando en la locura, se atrevía a declararse enamorado de Hoseok. La ternura en sus ojos, el instinto protector, el miedo en su interior y la valentía fragmentada le consiguieron un lugar en el corazón del hombre alto.
Intoxicado por un sentimiento, Hyungwon estaba dispuesto a arriesgarlo todo. Sosteniendo la careta de conejo y con la vista nublada de lágrimas salió de la casa. Corrió por la calle hacia el centro de la ciudad sin tener una idea de a dónde buscarlo. Estuvo corriendo sin rumbo específico por al menos quince minutos hasta que dos camionetas le cortaron el paso, se detuvo abruptamente y miró hacia atrás, dos automóviles y una motocicleta frenaron con violencia.
—¿Qué demonios? —Las luces de los vehículos lo desorientaron un par de segundos. No podía ver nada y su sentido de alerta le pedía a gritos que huyera.
La puerta de un auto se abrió y un pesado cuerpo bajó de él. Las pisadas en el asfalto hacían eco en los oídos de Hyungwon. Pero lo que en verdad lo puso a temblar fue el sonido de las cadenas que el enorme hombre arrastraba.
Hyungwon miró a todos lados en busca de ayuda más no había ni un solo individuo en las calles y todos los locales estaban cerrados y con las luces apagadas. Los pasos se escuchaban cada vez más cerca, y como si el universo se hubiera vuelto solidario, visualizó un callejón. Sin pensarlo dos veces se echó a correr hacia su única salida, a lo lejos pudo reconocer luces como también escuchó a los hombres que lo seguían.
—Maldición —apretó el paso sin atreverse a mirar hacia atrás. Sus lágrimas permanecían secas en sus mejillas siendo reemplazadas por gotas de sudor.
Al final del callejón, Hyungwon vio con asombro al Lexus que lo había estado siguiendo en las últimas semanas. Sintió miedo, la seguridad que días atrás encontró en la compañía del automóvil se había esfumado.
—Por favor, no —cerró los ojos frenando a unos centímetros del vehículo.
La puerta del conductor se abrió y las piedras en el asfalto rodaron bajo la suela de las botas. Wonho se levantó con una sonrisa tranquila, desintegrando el aire en los pulmones de Hyungwon.
Tan pronto reconoció la mirada serena de su amante se echó a correr a sus brazos.
—WONHO ¡Ayúdame! —sollozó apretando las solapas de la chaqueta de cuero —. Me persiguen...
Hoseok frunció el ceño dejando escapar una dulce risa.
—Tranquilo, estás a salvo —susurró. Con extremo cuidado acunó su rostro y depositó un beso en la comisura de sus labios —. Ellos me estaban ayudando a buscarte.
—¿Qué?
Incrédulo se alejó del cálido abrazo. Detalló al hombre delante de él y estuvo tentando a babear. Hoseok había abandonado el cabello oscuro por un rubio dorado con mechones rojos y con la frente descubierta era más fácil apreciar sus facciones únicas. Frunció los labios sin entender la razón de no usar camiseta debajo de la chamarra y llevar pantalones tan ajustados que el bulto entre sus piernas era bastante visible.
—¿Qué haces aquí? ¿Dónde habías estado? ¿Por qué apareces hasta ahora? —Con cada pregunta golpeaba el pecho de Hoseok y aunque sabía que no le provocaba ni cosquillas, no se detuvo.
—Basta.
Las lágrimas volvieron a cubrir su rostro, pero no sabía que sentimiento dominaba más.
—Quise llevarte conmigo y después me arrepentí. Tienes una vida hecha, Hyungwon. Una familia que te quiere, una linda casa, un empleo bien remunerado —Wonho suspiró tomándolo de las manos —. La estabilidad no la vas a encontrar conmigo.
Hyungwon asintió. La idea de abandonar las comodidades era un miedo latente, pero no para él. Estaba cansado de volver a casa y encontrarse con su gato, sentarse en un comedor vacío y comerse un bote de helado él solo. Su cama siempre tenía un lado frío y aunque extendiera los brazos y piernas, siempre despertaría en plena soledad.
—¿Por qué volviste? —preguntó, acariciando un mechón rojizo —. ¿Por qué estás aquí?
Wonho lo liberó y se acercó al auto. Volvió a los pocos segundos sosteniendo una chamarra igual a la que tenía puesta.
—Porque olvidé preguntarte, ¿Y si huimos?
Rodó los ojos arrebatándole la prenda de cuero. —Prepara un lugar extra, llevaré a mi gato.
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