Capítulo 30
Patrick Damasco
Ya han pasado 5 días desde que despedí a mi hermano. Tener que quemarlo ha sido la decisión más dolorosa que he tomado, aunque Valentina y Esmeralda no lo entiendan. Ninguna de las dos me ha dirigido la palabra y, sinceramente, poco me importa en este momento. Tengo cosas más delicadas e importantes en qué ocuparme.
Suspirando profundamente, camino hacia la ventana que da a las afueras de la casa para encontrar que el cielo está tan oscuro como mi estado de ánimo, y empeorando. Saldremos de Venezuela en unas horas y lo que me espera en México son temas que hay que resolver para los cuales me favorece la distancia de Esmeralda, no puedo concentrarme con ella cerca es desconcertarte la manera en que ella me hace sentir, esos ojos verdes... ¡Dios qué ojos! Y la forma tan penetrante de esa mirada sí que es alucinante. Debo admitir que es toda una fierecilla y eso no me lo esperaba. Me acerqué a ella por destruir a los italianos, es cierto, pero una vez conecté con esos grandes y vivaces ojos, mi instinto me afirmo que debía protegerle, se lo prometí a su padre, se lo debo a él, mas ahora... Me lo debo a mi mismo.
Aún recuerdo cuando descubrimos a Alessandro y su padre me pidió protección para ella...
—Ese desgraciado nos engañó y no puedo permitir que envuelva a mi hija. —Alfonso golpeó fuertemente su escritorio.
—Si no tomas está situación con calma será tu peor pesadilla. Ellos no pueden saber que los hemos interceptado y que ya conocemos el secretito de Alessandro Monticello.
—Es mi hija, Patrick, si algo le ocurre por nuestros negocios no me lo perdonaría. Y mi mujer me mataría, se descubriría nuestra fachada de bienes raíces. ¡Esto se saldría de control!
—Tú eres quien se está saliendo de control, ¿puedes calmarte? Deja todo en mis manos. Organiza una cita con tu hija y yo me encargo —digo con desgana porque no me apetece ser niñero de una universitaria.
—Esto tiene que ser ahora mismo, la llamaré para que pase a recoger los documentos del cierre de la vivienda Hamelin y le diré que venga a dejarlos en recepción. Haremos que se encuentren hoy de forma casual. ¡Prométeme que vas a protegerla!
—Lo haré, la protegeré con mi propia vida —contesto incapaz de negarle algo a quien ha sido mi socio por muchos años.
Un leve chasquido de dedos me devuelve a la realidad, sacándome abruptamente de mis pensamientos.
—Señor, disculpe. Todo está listo para salir —me informa Olec.
—Comunícame con Mauro, debo saber cómo está todo por allá antes de partir.
Olec hace lo que digo y rápidamente me pone en contacto con Mauro. Mi estado de ánimo mejora a medida que doy las instrucciones de lo que se hará con el tipo que tenemos retenido de los italianos.
—¿Está seguro de eso, señor?
—Jamás he dudado de nada en mi vida, así que no preguntes estupideces —digo y cuelgo el teléfono de inmediato.
Mauro siempre ha sido un hombre leal y muy recto conmigo, pero cuando quiere cuestionarme sobrepasa mis límites y lo que me provoca es dispararle, pero me contengo.
Camino con Olec al estudio porque debo cerrar un asunto con el puma, quien me está esperando allí dentro. Ese hombre no me da buena espina, no confió del todo en él, aunque he de estar firme y mostrar mi agradecimiento a todo lo que ha hecho por nosotros durante este tiempo, porque si algo tengo yo, es lealtad y lo que él ha hecho no tiene precio.
En vista de eso, para demostrar cuan agradecido estoy, le he preparado un informe muy detallado acerca de Cristopher Johnson, ese policía que lo lleva de salto en salto, es lo menos que puedo hacer. El Puma no lo tendrá fácil, según las fuentes de Paolo, el hombre no está donde está por jugar, ni por ser un idiota, el tipo es inteligente y audaz.
—Yo que tú me andaría con cuidado —digo, y lanzo sobre el escritorio un sobre con la información.
—No me digas que es lo que creo, hermano.
«Hermano, odio escuchar esa palabra de su boca. Le queda tan grande»
Lo veo abrir el sobre como un chamaco. De la nada saca su pistola y da dos tiros hacia el techo.
—¡Maldición! Te volviste loco. —Frunzo el ceño y suspiro con pesadez.
—Esto hay celebrarlo. Por fin tendré a ese cabrón —dice lo bastante alto y las puertas del despacho se abren de un golpe.
¡Esmeralda!
—¿Qué está sucediendo? Dice agitada. Observo que en su mano lleva el revolver que le di y se ve divinamente sexy en esa postura. La haría mía si estuviéramos solos.
—Todo bien, mamacita —le contesta el puma acercándose a ella y pasando su brazo por sus hombros y ella resopla, se nota lo molesta que se encuentra. Mi humor se vuelve oscuro, no tolero que nadie más la toque.
—Quita tus manos de ella, puma...
—Pero yo sol...
—¡Ahora! —sentencio, mirándolo fijamente.
Él levanta y retira sus manos para luego pedir disculpas. Quise decir algo, pero ella intervino de pronto.
—Yo puedo defenderme sola, Damasco. No necesito que me defiendas, deja de dártelas de súper héroe porque no te queda.
Si ella supiera lo mucho que me excita cuando actúa como fiera. Mi miembro comienza a engrandecerse poco a poco y no me queda otro remedio que sentarme para que no lo noten. ¡Maldición, no puedo controlarme con ella!
—Debes mejorar ese carácter, Esmeralda. Eres una mal educada, pareces una nenita sin educación —digo intentando evitar una carcajada.
—Cuando se me acaba la paciencia, también se me acaba la educación ¡Tan simple como eso! Y mejor me largo.
Da media vuelta y sale del estudio. ¡Virgen de Guadalupe, ayúdame con esta mujer!
La carcajada del Puma no tarda en resonar y no puedo evitar reírme también.
—¿Quién tendrá la misión más difícil? ¿Yo con el cabrón de Cristopher o tú con tu tigresa?
—Difícil la respuesta, Puma. Muy difícil. —Ambos reímos.
Sin duda, Esmeralda es toda una misión difícil y ahora apoyada por Valentina sé que se pondrá mucho peor.
Tanto los hombres del Puma como los míos se hacen presente para notificarnos que tenemos todo listo para irnos. Nuestra estancia en Venezuela se ha terminado.
Jalisco, México.
La brisa fresca golpea mi rostro, al fin en mi tierra y en mi hogar.
—Con qué en Jalisco te escondes, mi amor —comenta Esmeralda con evidente sarcasmo. Entrelaza mi brazo al de ella y sonríe falsamente.
—Llévatela —ordeno a Roberto y sacudo mi brazo para soltarme de ella y continúo mi camino.
—A mí no me toques. —La oigo protestar. Eres un maldito bastardo, Damasco —dice a gritos.
Sonrió sin voltear a mirarla, me encanta cuando se enoja, se ve muy sexy, pero no puedo voltear a verla, si lo hago me desvió de mi objetivo y no puedo permitírmelo, no ahora.
Camino hasta llegar a la bodega oculta en el galpón que tengo oculto dentro de mi mansión, y ahora sí que mi día se hace el mejor.
—¡Qué tenemos aquí! Un hermoso cotillero, muy machito, mi amor. —Golpeo su rostro con fuerza y luego su abdomen. Se dobla, cae al piso y lo pateo fuertemente—. ¿Vas a darme el paradero de tu jefe o sigo divirtiéndome contigo? —pregunto burlón.
—Fai quello che vuoi, pezzo di merda. Non ti dirò niente (Haz lo que quieras, pedazo de mierda. No te diré nada) —dice en perfecto italiano; por suerte, entiendo el idioma a la perfección.
—Cumpliré tus deseos. —Desenfundo mi armamento y le disparo en cada una de sus rodillas. El grito que suelta es enorme y sus maldiciones hacia mí no tardan en llegar—. ¿Sigues de machito o vas a hablar ya?
—¡Mátame si quieres, no diré nada! —balbucea.
—Ahora si hablas español. ¡Vaya, lo que hacen dos pequeños disparos! —Suelto una gran carcajada—. Diviértanse un poco más con él, en unos minutos Olec vendrá y harán lo que él diga ¿Entendido?
—Sí, señor —contestan al unísono.
Comenzó tu infierno, Maximiliano Santoro.
Y este demonio irá a domar a cierta fierecilla para hacerla suya y drenar todo lo que lleva guardado dentro.
Hola, bellezas de mi corazón. No sé ustedes, pero yo siento, amor odio por Patrick. jajaja. Cuénteme que les parece.
No olviden: Votar, comentar y recomendar la historia. Son lo máximo. BESITOS.
OPS, casi lo olvido... si quieren saber más de los italianos no olviden leer ARDID DE AMOR.
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