1. Estilazo.
«Cree en ti, pues serás la única persona que decidirá cómo vivir tu propia vida.»
-Mauricio Martinez.
~•~•~•~•~
Puedo alardear que he rejuvenecido, más de lo que aparento y eso es bastante decir.
¿Qué será? ¿Qué será? ¿Será la lactosa? ¿Será la proteína?
Desconozco qué nutriente ha surtido efecto en mi cuerpo, pero de verdad que me siento tan relajado y desinhibido, dispuesto a hacerle frente al día con buena cara. Desprendo luz. He inevitablemente sonrío.
Camino alegre, casi modelando por la acera, con dirección a la parada del transporte de la universidad, ensimismado en el ritmo de la música naciente por mis audífonos inalambricos, mientras suelto una que otra risita traviesa por la letra escandalosa, que le he tomado gusto, de esa canción de Tokischa y Marshmello: ESTILAZO.
Canto las estrofas que sé de la canción y las que no, sólo tarareo, cuándo de repente, ese timbre característico (el cuál admito mi desagrado) de las notificaciones de Grindr interrumpió mi concentración.
¿Quién será a ésta hora de la mañana?
Al principio me entusiasmó tener la atención de tantos prospectos, hace una semana me sentí como una diva apoteósica capaz de elegir con quién ir y con quién no, tal cuál si me cambiara de boxer, pero se ha hecho absurdo.
En un día escriben hasta cuatro (4) o más tipos diferentes y todos buscando lo mismo. Yo no me quejo por eso, me halaga, el problema radica que la mayoría de esos hombres son unos acomplejados exigentes y estirados. No entienden razones. Muchos se molestan cuando amablemente rechazo una invitación por estar ocupado estudiando, no interesarme, enterarme que tienen mujer e hijos, la distancia (porque juran que atravesaré medio país, cuando soy pobre, suerte); tienden a ofenderse de una manera que yo quedo «what?» y ¡me han bloqueado! No se me puede olvidar.
Total, separando lo anterior, en general, la experiencia ha sido productiva.
¿Quejarme? No puedo. El primer día de unirme a la comunidad cibernauta de Grindr, hablé con una cantidad obscena de usuarios y quedé con un par para tener sexo.
Y tuve sexo: después de la universidad, como a las cinco (5) de la tarde aproximadamente, afín de liberar el estrés acumulado durante más de un año, hice un trío con los dos sujetos, Raymond y Elbert. ¿Qué puedo decir? Entre ambos le echaron herramienta a la máquina.
Fue el mejor sexo hasta ahora. ¿¡Me hicieron acabar sin tocarme!?
Si los conoces, los recomiendo mucho. Hacen un masaje terapéutico que si tus ojos se desorbitan, tranquilo, eso es bueno.
Eso sí, son disque discretos, vida hetero, closet, lo que sea. Así que no puedes estar divulgando sus nombres, pero como estamos entre nos, queda en secreto.
Cómo al día siguiente a ese no tuve clases, yo me fui como si en verdad las tuviera, para no levantar sospechas en mi hogar; pero como puedes estar imaginando, me comprometí previamente con un tal «Morbo ya»... creo que su nombre era Edgardo, Eduardo, algo así, y pues, sus nudes me encantaron.
Me invitó al lado rico de la ciudad, dónde vive humildemente y quedé en shock. ¡El tipo tenía una casona! Que digo casa, ¡Una mansión! Es el cuádruple de la mía. Sólo con recordar... Ay, estoy en público, debo calmar mis pensamientos.
Pero te advierto, no me emocioné por él, no fue tan sorprendente, ¡Sino por aquel hogar de ensueño! Ya que lo hicimos por todas partes. Eso me prendía, estar en el bañote, la tina de hidromasaje; en la cocina, en la puta isla gigantesca; el living y sus muebles aterciopelados; la piscina térmica de agua dulce; ¡El balcón! La adrenalina porque nos vieran desde la calle fue alucinante.
Admito que le doy créditos al Morbo ya, aunque fuera flojo al momento de embestir, tenía su aguante, le dió corrido tres veces.
Al siguiente día me relajé. Los parciales de Lógica matemática, Lenguaje de programación y Probabilidad y Estadísticas serían al día después a ese. Me enfoqué en estudiar y en repasar. Tuve la concentración imperturbable y no me sentí colapsado de ninguna manera. La información la digerí tan bien, que fui la mayor nota en mi salón de los tres parciales. Soy una bestia.
Había que celebrar y ¡Celebré!
No soy persona de Sugars Daddy's, no me agrada sentirme un oportunista y a pesar de haber especificado una edad promedio entre dieciocho (18) y treinta (30) años, me escribió un señor contemporáneo a mi papá, pero no era mi papá aclaro. Uy, no. Con cuarenta y tres (43) años no estaba arrugado, tampoco parecía tener adicciones por el cigarro, es más, olía sensacional, a Invictus; vestía tan elegante y me trató tan lindo. ¡Oh, Diego! Ese es su nombre.
En una Four Runner negra, mate, me recogió a un estacionamiento del centro donde lo cité posterior a salir de la universidad (hasta el Sol de hoy mis compañeros creen que era un tío) y me llevó a un hotel muy higiénico. Allí descubrí algo que me dejó asombrado. Dónde tú veas al Diego por ahí con su cara de señor bonachón y gentil, ese hombre tiene semejante monstruosidad en los pantalones, ¡Cuidado!
Recuerdo el miedo que me embargo con ver aquel miembro de equino, de ¡paquidermo!
Quise correr, quise escapar, pero tampoco tan patético. Si yo fui valiente para meterme en esa situación, tenía que ser valiente para darle la cara.
He hice un plan.
Mi idea consistió en recubrir el miembro mastodóntico de saliva, saliva y más saliva, ¡Sorpresa! El glande, inalterable, detuvo la exploración de ipso facto y apenas llegué hasta un cuarto de parte del falo. Me entró el miedo. Empecé a escupirle encima, no me quedó de otra, pero no me sentí satisfecho de igual forma.
Aún no sé si es que me leyó la mente, o si notó mi terror, o si fui muy obvio con mis intenciones, pero Diego sacó de su bolso, como un regalo divino dado por los angelitos en persona, un frasco de lubricante con sabor a fresas.
Lo embarre completamente, si fuera por mí hubiera vaciado el contenido del frasco. Me eché una porción generosa en mi entrada, aprovechando para dilatarme. Aún así, él me dilató todavía más usando sus gruesos dedos llenos del lubricante y al final, apretando los ojos mientras aplastaba el rostro contra el colchón y me aferraba al copete, entró con el cuidado digno de una porcelana. Fue doloroso al principio, aunque ingrese con la precaución que sea, no había manera que no lastime, pero después...
Él fue un encuentro que se me antojo romántico y dulce. A pesar de su proporcionada masculinidad, nueva para mis estándares, me trató con delicadeza y ternura...
Lo bloqueé después de Grindr.
Se puso intenso. Quería repetir; eso que lo hicimos ese día... y bueno, al siguiente también. ¡Ya era demasiado! Pensó que me volvería su baby boy o lo que sea sin chistar. Y la verdad, eso no me apetece.
Si, es cierto que ese señor se comportó atento conmigo, además de ser simpático e increíblemente dotado, pero en estos momentos de mi vida no quiero un romance y menos con alguien que puede ser mi padre, alguien que me dobla la edad. Fue fantástico conocerte, Diego, pero no, gracias.
Ese es el resumen de mís entrepidas aventuras del Lunes al Sábado, desde que abrí el usuario en Grindr aquella mañana soleada. En cuanto al Domingo, no salí de mi hogar. Dormí como un bebé, sin sueños eróticos ni nada. Un descanso bien merecido.
Volviendo a la realidad, al ahora, arrive en la parada del transporte universitario y analicé los rostros presentes en una rápida ojeada. Se me hicieron conocidos. Determiné que a todos los había visto alguna vez, de igual modo, hay que tener en cuenta que estudiamos en la misma universidad, así que son altas las probabilidades de toparse.
—Buenos días —generalice en un saludo informal. Me respondieron en automático, algunos apáticos, otros amables, pero todos en un tono casual—. Oh, hola... Corazón. —Saludé con la mano a una chica con la que he llegado a conversar, Melanie Fisher supongo o Raquel Hidalgo... No sé, creo que la última es el nombre de una protagonista de un libro, ¿O película? Creo que ni siquiera se escribe así. No estoy seguro. Llámese X entonces.
X me devuelve el saludo con la efusividad efervescente de alguien en pleno Viernes por la noche con las venas colmadas de roncola. Es de las mías.
Le sonrío.
Ya tranquilamente a la espera de que nos pasen a buscar, tomé mi teléfono de un bolsillo, listo para pasar el rato y recordé la notificación entrante de hace poco. Al fin la revisaré. Tengo como ley de vida no usar el teléfono cuando camino, ya he pasado demasiadas vergüenzas por culpa de mi torpeza.
Ingresé a la aplicación y arqueé las cejas, intrigado, notando que me había llegado un tap de un individuo registrado como «21cm 🍆».
Curioso.
—¡Richis! —Escuché a una voz que reconocería en cualquier lado.
Silencie a Enemys de Imagine Dragons y levanté la vista del aparato en busca del dueño de dicha voz.
Mi mejor amigo venía en mi dirección, preparado también para aguardar por el autobús. Reí con gracia. Se veía desastroso. Su cabello oscuro no lo arreglo, súper despeinado y su barba de días le daba una aspecto hippie, que a mí me parecía cómico. Se acercaba con ese peculiar estilo de caminar suyo, como un pingüino. Inquisidor, achicó los ojos ante mi mirada cargada de burla, mientras acomodaba sus anteojos, reprochando mi actitud; sabe que lo estoy criticando, así que sonreí con toda la dulzura posible.
—¡Erick!
Nos abrazamos afectuosamente como saludo y cuando nos separamos, dijo en un falso tono de advertencia, el cual no presté atención por la sonrisa plasmada en su rostro:
—Deja. De. Criticar. Mi. Look. —Marcó las pausas apuñalando mi abdomen con el índice. Me queje y removí por tales arremetidas, pronunciando un «ya» que fue ignorado—. ¿Cómo estás, bebecito?
Le dí un manotazo para que dejara el asunto y acaricié la zona afectada en cuestión.
—Siempre excelente —respondo con un regocijo palpable y es inevitable mi sonrisa pícara. Erick no tarda en determinar el porque de mis palabras y me observa cómplice—. ¿Y Gustavo?
Inmediatamente al soltar el nombre del susodicho al aire, la expresión de mi mejor amigo se ensombrese. Transmuta. Ooops. Se me olvidaba. Terreno delicado y acabo de pisar en él.
—Todavía sigue con la mierda de querer irse del país. —Resopla molesto.
Comprendo a mi amigo. De un tiempo para acá, a Gustavo se le ha metido la estúpida idea de volverse un inmigrante con argumentos tan genéricos de los cuales ya estoy cansado de escuchar: que la situación país, que si el gobierno, que si el dólar... No digo que sea fácil, porque yo también he sufrido esos percances, esas dificultades, ¡No vivo en Marte, por favor! Pero irme a tierras desconocidas, sólo, de dónde se han escuchado rumores de los malos tratos hacía los «invasores», no me atrae ni para crearme un onlyfan.
Intenté hablar con él. Erick intentó hablar con él. Incluso su propia madre intentó hablar con él. Sin embargo, estaba segado. No oía razones de nadie. Tenía la firme ideología que establecería una vida fabulosa en cuanto llegase, un sueño, una ilusión alimentada por la ingenuidad, sin detenerse a pensar que, los residentes nativos de otras naciones, con arduo trabajo y comprensibles preferencias, están apenas cómodos.
Según declaraciones de familiares, vecinos, conocidos, que han repatriado con el rabo entre las patas; la situación tampoco está color de rosas más allá de las fronteras. Las economías latinas son bastantes desfavorables y sumándole el incremento en la población por indocumentados, va en picada.
Inclusive los Estados Unidos pudo permitirse tal concentración. El cierre del Dairen es un claro ejemplo.
Y una persona que no tiene absolutamente nada por esos lares, ¿Qué espera conseguir de esa aventura descabellada?
Es que ese rubio es un cabezota. Provoca cocotearlo a ver si recapacita. Aquí tiene una familia, un hogar sin pagar arriendo u alquiler, un novio que lo ama, un trabajo, aunque poco remunerado, pero un trabajo estable. ¿Qué más quiere? Aspira es a volver peor de lo que se fue.
—Ay, no. Gustavo y sus vainas —rodé los ojos, fastidiado—. Mejor cambiemos de tema. —Erick asintió con la cabeza, de acuerdo conmigo.
—Te lo agradecería, bebecito —acepta.
—Hace como unos veinte (20) minutos recibí un tap de Grindr. —Sin poder evitarlo, una sonrisa de Daniel el travieso adorno mi rostro, provocando la curiosidad en la mirada de mi amigo—. Iba a revisar el perfil del tipo éste, pero llegaste y así. Ven, vamos averiguar. —Lo insté a mi lado, para que me acompañará.
Erick no tardó ni dos pedidas para apegarseme y echar ojo al teléfono con emoción, como si fuera el escándalo inédito de algún famoso de Telemundo. Es un chismoso, por eso somos buenos amigos.
Desbloqueé mi teléfono y sin elongar el tiempo, fui inmediatamente a la sección de los taps en la aplicación. Siempre al revisar qué persona me dedica un logo del fueguito, me entra una emoción infantil. Me entretiene. No obstante, al ingresar al perfíl, todo rastro de travesura en mí claudicó ante lo que mis ojos veían.
Enmudecí.
Un cuerpo olímpico por excelencia saltó a la vista, labrado con dedicación y el esfuerzo para alcanzar tal sensual definición.
Mis ojos de obsidiana, débiles bajo semejante imagen, actuaron por voluntad propia y se enfocaron en la única prenda en aquel lienzo de piel tersa, un boxer blanco cuya palabra en grande, llamativa, «Calvin Klein», osa en interrumpir el descenso de las pronunciadas líneas de su ingle, esa V marcada que tentaba al misterio, la voluptuosidad de un misterio que yace en letargo. Recorrí entonces su abdomen, cuadro por cuadro, ascendiendo, dándome el tiempo para gravar en mi retina cada detalle habido, tomando especial atención en un pequeño tatuaje en el pectoral derecho: una fecha en números romanos tal vez; además de alucinar con ese brazo diestro completamente tatuado, ancho, musculoso.
Es un físico de los infiernos, que envés de apagar cualquier fuego, lo aviva tan sólo con verlo. No conforme a ello, lo que más me embobó e hipnotizó fue la sonrisa que apenas si se muestra en el recorte de su cara, de un rojizo provocativo, sinuosa, sensual, capaz de desbordar la represa íntima de mis piernas, si fuera mujer claro.
Empezaron a despertarse zonas en reposo y estoy seguro que a Erick también.
Es demasiado hermoso para ser cierto. Me cohibí, pese a mi exitacion.
—¡Jesucristo! —Jadea mi amigo.
—Jesucristo, no. —Negué con la cabeza—. Ventiún centímetros de berenjena —corregí con voz discreta y le mostré el teléfono donde destaca el nombre de usuario.
—¡Mejor todavía! —exclama en un murmuro, modulando su voz igual que yo—. Todo blanquito así, grandote, ejercitado, aunque no me gustan los tatuajes, se le ven... y esos vellos, además de esa sonrisita de malvado... ¡Ufff!
Sentí escalofríos por la apasionada pormenorización de mi amigo. Me sentí identificado. Fíjate que a mí los tatuajes me fascinan. ¡Mierda! Incluso me senté urgentemente en la acera para poder disimular la erección.
Erick repitió mi acción, ¿Por qué será?
—Si bueno, ¿Eh? —Rasqué y me froté la nuca: una reacción inconsciente y nerviosa—. No lo sé...
—Revisa su descripción, anda. —Me codea entusiasmado e iba acatar el pedido, cuando me sobresalté al oír ese horrible timbre de notificaciones.
Coordinados, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo telepáticamente, observamos el móvil a la expectativa. Tengo un mensaje. Me escribió.
—Mierda, tuvo que haberse dado cuenta que veía su perfil —razoné.
En simultáneo, le bajé el volumen apenado, había olvidado que desconecté los audífonos.
Odio que me atrapen de infraganti y sentirme al descubierto. Esa opción la cambiaría de ésta app. Aunque, no puedo negar que me gusta saber quiénes se han interesado en mí, quién me ha visto, pero no que sepan de mis actividades. ¿Por qué no descargar la versión premium entonces? Pues porque no planeo invertir cuarenta (40) dólares por algo futil, cuando hay mejores alternativas.
—Si. —Larga un risita socarrona—. ¿Y qué esperas, Richis, para ver qué te puso?
Lo escucho quejarse al notar que aparté la pantalla del celular fuera de su rango de visión. Honestamente, me importa poco que vea, pero está teniendo una actitud tan jocosa que me choca, muy preadolescente, así que lo castigo.
Salgo del perfil, inconscientemente, pero casi al instante recuerdo que pude ir de inmediato al chat sólo con un botón. Bufé. En la página de los tap, arrastró hacia la izquierda, entrando en el listado de conversaciones y ahí, leyendo una vez más la propuesta de tamaño considerable usada cuál gancho para idiotas como Erick, entré al chat.
—¿Ya? —pregunta el idiota a mi lado, interesado incluso más que yo.
—Ya —respondo sin ahondar en detalles.
Mi concentración se halla centrada en leer y releer las letras plasmadas en la pantalla, su significado, su semántica, sus insinuaciones... Le exijo a mi cerebro audacia, pretendiendo determinar las intenciones ocultas. Siento recelo.
—¿Qué te escribió pues? Dime, chamo. —Me zarandeó de un lado a otro, impaciente. ¿Sabes cómo actúan los niños de malcriados cuando quieren algo con una urgencia insólita, que provoca es darle cuatro nalgadas a ver si se calman? ¿Si sabes? Bueno, así actúa mi mejor amigo, que pena—. ¡Richard!
—¡Ay, mira! —Le mostré el teléfono con cara de circunstancias—. Puso un escueto «Hola».
Parpadea. Observa el mensaje y posteriormente a mí. Luego vuelve al mensaje ¿Confundido? Y parpadea una vez más.
—¿Y entonces? —Resoplé ante su pregunta, frustrado—. Ay, no tú. Te han escrito saludos peores y enviado cosas tan gráficas... —Ríe, quizá recordando las pláticas que le he mostrado—, para que te angustie un básico «Hola». —Rueda los ojos—. Sino armaste un show entonces, ¿Lo vas hacer por ésto?
—¡No es eso, Erick! Cállate. —Le dedico una mirada fulminante, pero eso le causó gracia, su risa lo destaca. «Perra» lo insulto mentalmente—. Es que el tipo no me convence...
—¿¡Pero si está ricolino!?
—¡Por eso mismo! —aseveré, indicando mi punto con apremio—. Siento que su belleza es una trampa, como una sirena cuya voz armoniosa atrae, para después asesinar en las profundidades subacuáticas —relaté emulando una voz alarmante. He inevitablemente pienso en Namor del MCU.
—¿Ahora de qué mierda hablas?
Me limito a exhalar, rendido.
—¿Marico y si no es él? —cuestioné—. Digo. Es muy hermoso para ser de por aquí, ¿No te parece? —Le mostré una vez más la foto de perfil, esa foto fabulosa y muy profesional. Tan exótica que no puede ser nativa. Noté la mirada de Erick salir de su hechizo, de su encanto, como que entra en razón—. No me inspira confianza —añadí.
Podría ser el perfil falso de un secuestrador, o un violador repugnante, o un asesino desalmado, o un violador asesino serial psicótico tipo Jeffrey Dahmer, pero sin ser atractivo. ¡No señor! Mi sentido de supervivencia se alarma con solo imaginar tales situaciones catastróficas para mí integridad física.
A mi me gusta la confianza y la comodidad, pero tal imágen, por más excitante que sea, no evoca ninguna de las dos.
—Eso es muy prejuicioso —rebate ya no tan convencido—. Tú mismo me has dicho que hiciste un trío con dos tipos buenotes —me recuerda, aún en negación—, ¿Por qué sería diferente ahora? —Intenta apelar a un punto urgido para no decepcionarse del Adonis en mi chat, entiendo. Lo voy a bajar de esa nube.
—Ay, Erick, ¿Cómo tú vas a comparar a Elbert y a Raymond con ésta divinidad? —señalo la imagen como referencia. Sé que usa lentes, pero ¿Acaso su agravio se extendió?—. Quedan muy normalitos sin más —aclaré—. Cabe destacar que tienen una apariencia bastante autóctona, a diferencia de éste sujeto... Se me antoja modelo fitness europeo. ¿Captas?
—Coño, Richis, puede ser verdad —concuerda conmigo al fin. ¡Reaccionó! Me limito asentir satisfecho—. Mira, ahí viene el autobús. —En efecto, presencio al vehículo bermellón, Yutong, avanzar por las calles de concreto a una velocidad constante. ¡Ya nos vamos! Por ende, nos ponemos de pie—. Aunque... —prosigue con el tema—, no tienes más certezas que puras especulaciones basadas en inseguridades. No hay fundamentos.
»No estoy diciendo que te le lances así nomás, sin sopesar el riesgo —aclara. Yo asiento, escuchando con detenimiento—. Tienes que ser precavido. Tú eres inteligente —agrega, aunque no es ningún secreto. En ese momento el autobús se detiene, justamente, frente a nosotros. Subimos de primeritos—. Respóndele, pero si la conversación se torna... Oscura o notas vainas raras, sólo lo bloqueas y sigues con tu vida —culmina.
Tomamos asiento en un puesto contiguo y cuando todos los estudiantes en la parada estuvieron sentados, el bus arrancó.
Guardé silencio con la conversación zanjada. Aparento oír música por medio a mis audífonos, incluso le presté uno a Erick, pero lo cierto es que por mi cabeza rondaban sus palabras, dándome tanto en lo que pensar.
Las analicé con especial interés, imaginando los mil y un escenarios posibles, pero con una perspectiva menos fatalista. La renuencia, incluso, atenuó.
La deducción de Erick puede ser acertada. Si, lo más probable es que el dueño de esa cuenta se robó una imagen de internet y la montó, como ya ha ocurrido tantas veces y nos previenen en Catfish. De todos modos, no hay porque asustarme y sobreactuar sin siquiera iniciar un contacto. Solo debo ser práctico, puede que, quién mareé al usurpador y, tal vez, estafador, sea yo.
Agarrarlo para loco, ahora, me pareció más tentador que el mismísimo Henry Cavill.
Sonrió con malicia y con la determinación fluyendo por mis venas como adrenalina líquida, ¡Red Bull! Sujeto mi teléfono e ingreso en la aplicación para responder sinvergüenza un simple, pero insinuante:
«Hola, rey, ¿Cómo estás?».
Hoy 10/03/2023
Quise incursionar en temáticas como el romance y todo con respecto a las relaciones amorosas/sexuales, a mí estilo, por eso empecé ésta historia. Espero que tenga una buena aceptación.
Para mí, el amorío adulto joven se me hace complicado, jeje, pero bueno, no hace mal probar de vez en cuando, ¿Verdad? Quién sabe... Puede que logre algo medianamente interesante y es que la trama ha estado revoloteando en mi cabeza, zumbando sin ton ni son, así que mejor la descargo porqué sino, no me va a dejar trabajar en otros proyectos iniciados.
Fine, fine, ya basta de tanto chalala, hasta acá.
Besos 💋
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro