Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 27: La melodía del Árbol del Hombre Muerto

Espléndida, la luna carmesí se apoderó del cielo citadino y con su ascensión quedó sellada la tragedia. Casi arribaba la medianoche cuando los niños, perseguidos por un enjambre avivado de mariposas negras, se toparon con un pasaje rústico y vetado. Frente a ellos, el paso a través del corredor quedó bloqueado por un sinfín de raíces blancas que custodiaban el camino, se retorcían sobre el suelo como letales guardianas. Adenia, criada entre plantas, nunca había visto nada similar. Parecían nacer de algún punto superior de la casa, colgaban de los techos y se incrustaban con fuerza a las paredes. Se encontraron sin salida, atrapados en medio del caos y de la desesperación, un aliento pétreo exhalaba sobre ellos el infortunio.
Richard sin tiempo para meditar tomó una de las antorchas que posaba sobre la pared y golpeado por la impaciencia la aventó al suelo, con la intención de que las llamas se esparcieran entre las raíces. Adenia realizó la misma acción. Varios insectos de diminuto tamaño ascendieron despavoridos por las paredes, era evidente su temor a las flamas.
Aguardaron impacientes sin apartar la mirada del objetivo, pero el fuego, a los pocos segundos quedó sofocado y la oscuridad se volvió espesa. Se volvieron audibles, una vez más, los aleteos. Amagaron las mariposas.
Richard, inadvertido, no tuvo la oportunidad de detener el ataque, pero un fulgor pálido iluminó el corredor y un calor abrasador rasgó las sombras. Alguien se acercó con largas y apresuradas zancadas. Las mariposas, al mínimo contacto con el resplandor se disiparon a través de las paredes y de los suelos, dejando un rastro ausente tras su vuelo.
A Richard le tomó unos segundos adaptarse a la nueva luz.
—Los he estado buscando por todos los rincones de esta maldita casa —mencionó el hombre, su acento exótico era inconfundible. Se trataba del Maestre Grand—. ¡Síganme! ¡Un incendio se ha esparcido por los pisos superiores, no es seguro volver arriba!
Adenia le contempló extrañada. Grand tomó la delantera y haciendo uso de la misteriosa vela negra que sostenía en sus manos imploró un conjuro abrasador. Un manto de fuego fatuo entiznó las raíces. La planta se retorció en el aire y con toscos movimientos se elevó, descubriendo el camino. El Maestre no perdió tiempo, fue el primero en transitar la ruta, los niños con algunas dudas le siguieron. Arrulló las paredes el soplido del viento.

Una vez alcanzado ese punto ya no había retorno. La casa torcida perecía ante las llamas, los retratos perdían todo encanto al roce del calor, las vigas de los techos se desplomaban en bulliciosas salpicaduras ardientes, se quebraban las paredes y toda parafernalia se fundía en el abrazo del fuego.

—Las explicaciones quedarán para luego, señorita Ethel —dijo el Maestre, conocía la personalidad curiosa e imperativa de la niña.
Adenia se encogió de hombros.
Una entrada iluminada se volvió visible al paso de los minutos, se trataba del Jardín de las Almas Petrificadas. La descripción era justo como se plasmaba en las páginas del diario: el vaho cálido proveniente del interior, el par de columnas torcidas que anunciaban el arribo, la contrapuerta de madera negra siempre abierta, los pisos de esmerado mármol carmesí que reflejaban los detalles de los elevados techos redondos, pero lo más importante, la perfecta anatomía de las estatuas que descansaban en el interior: viejos amigos, conocidos, sirvientes, hijos, todos convertidos en piedra, ocultos entre farolillos y entre alguna que otra planta. Se trataba de un huerto de estatuas, un sepelio. Un quejido leve ambientaba —una melodía lastimera—.
Buttons, abatido por tantos detalles, contempló el haz de luz focal que caía sobre el centro de la habitación. A medida que se adentraba en el lugar experimentaba con mayor intensidad una sensación extraña. Sujetó en su puño el amuleto.
—¡Es el escribano! —le susurró Adenia al pasar justo por al lado de una de las estatuas. Una mueca de horror le cortó el rostro— ¡También veo al bibliotecario!
Richard no prestó atención a las palabras de la niña, algo más había captado su atención provocando que todo parlamento se perdiese en el viento. En el caminar lento del maestre Grand radicaba la sospecha.
—Más adelante hay una salida —mencionó el Maestre de súbito—. Una escalerilla oculta que conecta con el invernadero.
—No conozco de ninguna entrada secreta en el invernadero —reprochó Adenia—. Ya la hubiera notado antes.
—Señorita Ethel, es normal que se le escapen algunos detalles.

Tal vez la maquiavélica costumbre de Pevsner le hizo esperar por los niños en el interior del Jardín de las Almas Petrificadas, tal vez era solo esa pasión que guardaba desde joven por la teatralidad y el engaño. Fuese lo que fuese ahí estaba el Prefecto, de espaldas a la entrada, con las manos cruzadas en un tenso nudo sobre su abdomen. Balbuceaba palabras sin sentido al viento. Aguardaba por el momento ideal para develar sus planes. La luz le influía sobre el cabello cano, siendo absorbida por el traje negro azabache que vestía para la ocasión. Sobre su cabeza, pendía desde los techos, un ramo grueso de raíces que caía en forma de cordón umbilical hasta aferrarse, en los extremos más cercanos al suelo, de una estatua femenina de pulcro acabado. El ajustado agarre de la planta creaba fisuras sobre la piedra tallada. Alrededor del encuentro un conjunto de velas y faroles dibujaba una circunferencia perfecta.
Richard identificó sin esfuerzo el semblante petrificado.
—Es… Scarlett —dudó Adenia.
—¿Qué sucede? —Richard enfocó al mentor, las palabras sonaron acusadoras.
Grand mantuvo el silencio, transitó hasta el centro de la habitación y con un caminar indiferente se posicionó al lado del Prefecto.
—Aún tienes el Quebranto contigo —Pevsner posó la mirada en Richard—. Lo puedo palpar desde la distancia.
—En el Escandilario… —masculló Buttons— ¡Usted sabía que la primigenio no estaba en el interior del descanso eterno! ¡Era una trampa!
—Oh, quizás se me olvidó mencionar que la había trasladado a este lugar —respondió con cinismo Pevsner—. Al principio, la lastimera Freda no me dejaba acceder al Jardín, este era su sitio sagrado y de redención —dejó escapar un bufido burlón—, pero un pequeño pajarillo se ha encargado de ablandarle el corazón, tal y como esperaba. Mis hermanas siempre fueron tan ingenuas.
—Esas son extensiones del Árbol del Hombre Muerto —dedujo Adenia señalando a las protuberancias blanquecinas— Están por todo el lugar.
—Así es, mi observadora Belladona, me ha tomado mucho tiempo ver su florecimiento —sonrió orgulloso—. Finalmente, las raíces se fundieron con el alma de mi preciada hermana, sirve de alimento materno y de núcleo vital para la casa y la Línea Ley. Pronto drenarán su energía ¡Hoy podré cambiar la historia! No viviré más aprisionado en este espacio, es hora de que todos, más allá de estos dominios, conozcan mi nombre.
Con repentinos espasmos, las paredes tiritaron una vez el anciano finalizó el discurso. Desde los muros manaron, primero los cánticos, y luego, varias siluetas que estiraron la piedra como si se tratase de un manto blando, parecían apropiarse del espacio a su antojo.
—El pacto que realizó Scarlett quedó roto después de abrir las puertas de la mansión, la llegada del niño y de los condes fue el inicio de mi plan. Los últimos descendientes del linaje de la familia bajo el mismo techo, una representación de cada generación —continuó Pevsner—. Por supuesto conté con la excepcional ayuda de mi mejor aprendiz, el Mitómano, aunque en ocasiones dudo de su lealtad. Desea tanto como yo la ansiada vida eterna.
—¡Sabía que se trataba del Maestre! —vociferó Adenia. Grand no se inmutó ante las acusaciones.
Pevsner liberó una larga carcajada.
—Está usted errada, mi Belladona, el Maestre Grand es solo un peón bajo mis influencias, un hombre admirable, pero lamentablemente no es el Mitómano, sino un simple Ermitaño. Solo se encargaba del trabajo sucio. Ni siquiera tiene voluntad propia en estos momentos.
—¿Qué es lo que quiere de nosotros? —dijo Richard movido por una rabia repentina.
—No quiero nada de ustedes —espetó el anciano—. No necesito de nadie. La Línea Ley pronto cumplirá mis deseos, el árbol ya ha comenzado a alimentarse de las almas pecaminosas de los presentes. Gracias a ustedes ha despertado de su famélico descanso. El Libro de las Premoniciones Abstractas ha sido quemado, la rosa negra de Freda desapareció en cenizas, solo me falta un artilugio más y todo saldrá justo como planeé. La descendencia de la familia primigenia se perderá en el olvido.
—¡Tus hermanas nunca confiaron en ti! ¡Ellas te aborrecían! ¡Desaprobaban tus ideales sobre la vida eterna!
—¡Lo sé! —una mueca de desdén marcó el rostro del anciano— ¡Scarlett era una hipócrita, al final terminó apropiándose de mis planes, todo para proteger a sus hijos no merecedores! ¡Debí destruir ese maldito diario desde hace muchos años!
—Para nuestra suerte usted no podía —Adenia hizo gala de los dotes de su intelecto—, ¿o me equivoco? No podía acceder a ninguna de las reliquias dentro de la casa por la misma razón por la que no le estaba permitido visitar el Escandilario. Necesitó de ayuda extra para completar sus planes.
—¡No seré detenido por un par de mocosos! ¡No me importa a cuantos sueños tenga que arraigarme para lograr la vida eterna! ¡Pondré a dormir a toda la ciudad! —alzó la voz— ¡Grand, destruye el amuleto!
—El Quebranto del tiempo… —Buttons sonó alarmado. Retrocedió unos pasos cortos.
—¡No se lo entregues! ¡Es la llave para sus planes! —gritó la niña— Pretende sumirnos a todos en una ensoñación interminable, un estado cercano a la muerte, crear una realidad en donde él sea el único ente libre y gobierne las mentes del resto su antojo.

Richard sintió un fuerte viento golpearle la espalda. Con un fluir incesante la ráfaga detuvo su retroceso, le empujaba hacia adelante, impidiéndole huir. Sin otra alternativa caminó con cierto temor en dirección al Maestre.
—¿Qué haces? —clamó Adenia.
Una vez Buttons estuvo frente al hombre alzó la mano y el amuleto resplandeció bajo la luz. Grand intentó agarrarlo, daba por ganada la batalla, pero el niño, con un ímpetu guerrero le empujó y echó a correr, ocultándose entre las estatuas penumbrosas. Adenia le siguió.
Abatido por la inesperada reacción del pequeño, Grand, dio unos pasos atrás. Intentó retomar el equilibrio. Sin notarlo sus pies se enredaron con uno de los farolillos y se desplomó contra el suelo. También cayó el candil. Avivadas por el viento brotaron las llamas, se esparcieron con rapidez. Una cortina de fuego se alzó.
—Has corrido con suerte en este juego. Tal vez sea el momento de improvisar un poco —Pevsner sonó desafiante.
Jean no movió un músculo. Se limitó a observar como un mar de agua carmesí penetró en la sala. El líquido parecía fluir a su voluntad. Perseguía a los niños sin compasión. Pronto arribarían las mariposas.
Grand fue el primer petrificado, resultó en una estatua más dentro de las tantas que habitaban el sitio. Sin compasión, fueron a por él las negras alas. Los quejidos y súplicas provocaron un eco ensordecedor.

Los niños, agotados por la imparable huída corrían entre las sombras. Evitaban los embistes de los rizomas, aunque sus energías comenzaban a disminuir.
Embravecidas, las llamas se agitaron al viento. El palpar abrasador del fuego provocó el retroceso de la planta, ahora se agitaba con fuerza, volviendo inestable la estructura de la casa.
—¡NO! —gritó Pevsner afligido. Su preciado árbol sucumbía ante el dolor.
Con tirones bruscos las raíces amagaron en el aire, dejando a la vista un cúmulo de delgadas pero punzantes espinas.
—Todos formamos parte de su plan desde el principio —la respiración de Adenia sonó entrecortada. La niña dejó escapar un grito de temor, impactada por la sorpresa. El agua negruzca explosionó contra una de las estatuas cercanas.
—¿Pero, por qué te ha elegido también a ti? —gritó Richard por encima del ruido. Se refugió detrás de una conocida figura de piedra.
—Porque soy la única que podía descubrir cómo abrir la caja secreta —dijo la niña con una sonrisa triste.
—¡Lo has descifrado!
—¡Así es! —indicó— Al principio no podía entenderlo, pero la palabra siempre ha estado presente. Creo que en este preciso momento estamos atrapados en esos juegos, estamos atrapados en una pesadilla creada por Pevsner.
Adenia giró, volteó y desplazó con delicadeza las piezas que componían la tapa de la Himitsu-bako. No le resultó sencillo, le tomó alrededor de veinte movimientos alinear las letras que marcaban el patrón. Al poco tiempo, surgió una palabra. Adenia la deletreó de forma clara: SUEÑO. Acompañó la apertura un crujido metálico.
La última página del diario asomó del interior del artefacto. Ella le dio una lectura rápida.
—¿Qué dice? —cuestionó el niño.
—¡Es más complejo de lo que creemos! —comentó ella— ¡Debes destruir el Quebranto, es la única forma de detenerle!
—¡No! —negó Richard con una mirada cargada de dudas— ¡Eso es lo que Pevsner quiere! ¡Si destruimos el amuleto entonces él gana!
—No lo entiendes, Scarlett previó este momento —continuó ella—. La primigenia era una mujer lista, intercambió la reliquia por otra similar sin que Pevsner conociera de sus planes. Freda conservaba el verdadero Quebranto, el dibujo en la página indica que es el mismo que posee la condesa —Adenia sonrió complacida—. El artilugio que sostienes en la mano es lo único que mantiene anclada a Scarlett a este plano. Si ella desaparece…
—Entonces la casa perderá su mayor fuente de alimento —completó Richard.
La niña del invernadero asintió. Intentó avanzar hacia el pequeño, sin embargo, sus pies no se separaron del suelo. Sin notarlo había quedado aprisionada por las aguas negruzcas, tiraban de ella con ímpetu hacia un plano desconocido. Pronto quedó sumergida.
—¡Lanza el amuleto al fuego! —gritó la pequeña en un último aliento.
Buttons corrió en una marcha atormentada. No tuvo tiempo de procesar la partida de la señorita Ethel ni de contemplar el peligro a su alrededor. Las raíces arremetían sin parar mientras de los techos llovían los escombros. Tampoco detuvieron su baile las llamas, aunque alguna que otra vez terminaba siendo interrumpido por el vuelo de las mariposas y el ponzoñoso líquido.
El niño exhaló un grito al aire y aventó con fuerzas el Quebranto hacia el fuego. Pevsner al ver la escena también corrió, pero su cuerpo oxidado reaccionó con lentitud. El amuleto besó las llamas y pronto quedó fundido en un destello brillante.
—¡Gracias! —escuchó el delirante Richard.
Buttons vio a la estatua de la primigenia deshacerse en partículas polvorientas. Comenzó a colapsar la casa.
Pevsner no pudo contener su rabia. El Árbol del Hombre Muerto reaccionó a sus impulsos y con un tirón aprisionó al niño entre sus raíces, alzándole por los aires.
—¡No! ¡Déjame ir! —El bramido tronó entre los muros.
Richard forcejeó, sentía como el aire escapaba de sus pulmones acompañado por una sensación ardiente.
—¡Despierta! —Buttons escuchó una conocida voz infantil— ¡Despierta!
«¿Adenia?» Pensó. El niño buscó con desespero, pero la chica no se encontraba en los alrededores.
El Prefecto intentó dar un paso al frente, pero sus pies no se movieron. En esta ocasión las mariposas negras fueron a por él, enjuagando con cada frenético roce sus pecados. Como resultado quedó una imagen asustada y hosca.
A los pocos minutos el agarre de las prolongaciones cedió.
Richard permaneció expectante, sin embargo, por primera vez, desde que puso un pie en aquella casa, no le acechaba el peligro. Sus piernas tocaron el suelo una vez más. No hubo tiempo suficiente para contemplar todo el desastre. Desde los techos, un enorme pedrusco cayó.
—¡Gracias! —Maman tomó la palabra como un susurro hipnótico y todo quedó sumido en la negrura— Es el momento de despertar.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro