🎀 II. Scars 🎀
El arte pertenece a @Pinata09_ en X/Twitter.
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Eso es lo que hace la gente que te ama. Ellos te abrazan y te quieren cuando tú no eres tan amable.
—Deb Caletti.
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—Hasta aquí llegas.
—¡Gojo Satoru, no te atrevas!
—Podemos hacer esto por las buenas, o por las malas, tú eliges.
—¡VETE!
—Tsk, tsk. Que nadie diga que no te lo advertí, Utahime.
Ella sabía que era inútil tratar de huir. El cielo podría partirse en dos antes de que la debilucha Iori Utahime pudiera escapar del cazador nato más mortal de la era actual de los hechiceros, pero como el infierno que iba a dejárselo fácil cediendo a la primera a pesar de sus claras connotaciones en contra.
Fiel a sus pensamientos, ella dejó caer los papeles que estaba revisando antes de la llegada espontánea del hechicero de grado especial a su oficina, y empezó a correr, una mínima e ínfima esperanza anclándose en su corazón al transmitirle a Gojo su firme renuencia de aceptar su implícita petición.
La llegada puntual de Gojo con el único propósito de acorralarla solo podía tener un significado.
Mientras corría con todas sus fuerzas por su antigua alma mater, se llevó, de forma involuntaria, sus dedos a lo largo del contorno de su mejilla, sin tocar al verdadero elefante de la habitación que ya no supuraba sangre ni ardía en su rostro, pero que si se detenía a pensar en ello por un instante, todas las sensaciones de dolor volvían como si de nuevo tuviera la piel abierta en dos y el dolor apenas empezaba a engañar sus sentidos.
Habían pasado casi cuatro meses desde su desafortunada misión, aquella que había carcomido su rostro y casi la hizo pasar al mundo de los espíritus. Aquella que había dejado una marca inmortal en ella.
No era la gran cosa (bueno, en realidad sí lo era), era común que los hechiceros sufrieran heridas y se quedaran marcados con cicatrices por un encuentro desafortunado que excedía sus capacidades, un mero descuido podía provocar un sello permanente en el cuerpo, y ellos lo aceptarían incluso si para los no hechiceros aquello se veía como algo brutal. Incluso si eso podía restar puntos a una mujer en edad de casarse, independiente de si era hechicera o no, o el puesto que desempeñaba en la sociedad Jujutsu, disminuyendo pretendientes.
Utahime estaba dispuesta a aceptarlo, está cicatriz era una marca de guerra, una forma de enfrentar la vida en la que había aceptado luchar, una que demostrada que aunque la misión había estado por encima de sus capacidades a causa de la falta de información y que se había encontrado con cada circunstancia en su contra, ella había luchado y había sobrevivido (incluso si eso apenas contaba cómo sobrevivir). Estaba orgullosa del resultado pese a que se había tambaleado entre la vida y la muerte después, y no se molestaba en ocultarla, era su forma de decir que ella había triunfado al permanecer con vida.
Incluso si eso había significado dejar las misiones durante un tiempo y mantener a raya sus temblores cada vez que veía un cuchillo o una navaja que le recordara a los largos y afilados dedos de la maldición que se había regocijado en su dolor. Utahime podía vivir con eso. Debía vivir con eso. Iba a vivir con eso.
Pero no iba a poder vivir con lo que Gojo le pedía.
Y como si hubiera sentido que sus pensamientos volvían a él, Gojo Satoru se presentó ante ella en un pestañeo y la tomó de la cintura, colocándola en su hombro relleno y musculoso como si fuera un saco de patatas antes de que ella pudiera reaccionar y redirigir su carrera.
—¡GOJO! —Utahime rugió, moviendo sus piernas y brazos con frenesí a pesar de que sabía que era inútil, él era inamovible—. ¡BÁJAME!
—¡Nope! —respondió el idiota con tranquilidad y su característico tono cantarín, inmovilizando sus piernas con un brazo, ni siquiera perdiendo el ritmo con lo mucho que se agitaba Utahime—. Volverás a huir y ellos ya han esperado demasiado. Juro que si escucho otro suspiro nostálgico de Megumi voy a arrancarme las orejas.
—¡Suéltame! ¡Yo...! ¡Gojo, detente! —Utahime empezó a sentir pánico cuando el aire cambió, sintiéndose más denso de repente, sabiendo lo que significaba. Debía detenerlo ahora.
—Ellos están preocupados por ti —Expresó Gojo con mayor suavidad, como si ese fuera el problema—. Solo tienes que dejar que te vean y-
—¡GOJO, NO-...! —Aspiro profundamente antes de dejar colgando su cabeza, los cabellos cayendo en el hombro de él, combinándose con algunos mechones rebeldes de Gojo, ya no había más coletas, solo un listón blanco desde su ataque de hace meses—. Yo no puedo... No puedo mostrarme así, ¿sabes? No puedo...
Utahime podía soportar las miradas de desagrado y lástima de sus colegas o el horror de los no hechiceros, la forma en que alguien arrugaba su nariz al pensar en lo repugnante, incómodo y desmedidamente doloroso que era su cicatriz.
Para los hechiceros era su estilo de vida, algo eventual, en especial en época de crecimiento y ascensos, cuando el nivel de poder estaba involucrado debían hacerse sacrificios. Para los no hechiceros se trataba de una tragedia, una herida así estropeando de por vida el rostro gentil de una mujer.
Sin embargo, los hermanos Fushiguro eran un caso especial que no estaban en ninguno de los bandos, sino en un intermedio.
Megumi y Tsumiki no eran estrictamente no hechiceros o simples civiles, pero incluso si Megumi se convirtiera en un hechicero en el futuro, en la actualidad todavía no era el caso.
Su cicatriz, normal para los hechiceros, y aterradora y dolorosa para los no hechiceros, iba a significar una sacudida prematura y brutal para los hermanos que ya habían soportado demasiado desde muy jóvenes.
Gojo se detuvo a medio camino, todavía apretándola contra su hombro, pero escuchando, al menos. El viento a su alrededor volvió a su temperatura ambiente en lugar de la frialdad y falta de oxígeno que se sentía cada vez que él se deformaba. Algo en la voz de Utahime había captado su atención.
Ella aspiró profundo e hizo puño sus manos.
—No sé si debería verlos todavía —Confesó, un intermedio entre vulnerabilidad y firmeza que ella no sabía que podía equilibrar.
Gojo resopló, lo sintió vibrar en todo su cuerpo.
—Tonterías —espetó, pero no hizo ademán de intentar deformarse o continuar con su objetivo.
—Si, lo sabes —Ella lo confrontó, aunque sin mucho calor como cuando solían discutir cuando él la sacaba de quicio—. Verme ahora no sería bueno para ellos.
No tenía el valor de mostrarse ante los hermanos Fushiguro. Tsumiki podría mostrarse bastante cortés y madura para su edad, debido a que sin adultos funcionales (o mínimo, presentes) con los cuales contar, y siendo la mayor, había asumido el papel de guardián. A pesar de que Gojo se estaba haciendo cargo de ellos, Tsumiki había continuado actuando como si ella fuera la madre de Megumi. Dentro de toda esa pequeña máscara de excesiva madurez había una niña muy dulce, asustada y solitaria, y Megumi era todo su mundo, toda su familia. Ella todavía no comprendía ni se imaginaba el verdadero impacto en el futuro como hechicero que tendría Megumi, pues todo el contacto con la hechicería era Gojo y él era básicamente, por más que le irritara admitirlo, una estrella dorada entre la sociedad Jujutsu, pero incluso él, excepcional incluso entre los hechiceros de Grado Especial, había pasado por momentos crudos y crueles desde muy joven, asesinatos y situaciones al borde la muerte solo eran la punta del iceberg cuando luchabas en primera línea contra los horrores de las maldiciones y la consecuencias con los humanos.
Megumi ya había empezado a cazar maldiciones, todo un proceso para cuando entrara finalmente como un alumno oficial de la escuela de hechicería, él ya estaría a algunos pasos adelantados de sus compañeros y podría evitar una prematura tragedia, además de asegurar su propia vida cuando los Zen'nin intentarán reclamarlo una vez más; pero todavía era demasiado joven, heredero de las Diez Sombras, un centenar de personas dispuestas a tomarlo, pisotearlo y domesticarlo a su beneficio en el momento en que fallara.
A Utahime le dolía el corazón pensar en todo lo que esos chicos tendrían que continuar aguantando mientras continuarán vivos. Ellos habían sido cautelosos con su presencia al principio, recelosos de que otro adulto demasiado joven para ellos, entrara a sus vidas descarriladas y maltratadas, pero habían podido entablar una amistad con ella al poco tiempo de conocerla.
Tsumiki volvía a comportarse como una niña de nuevo a su alrededor, y parecía encantada de tener una figura casi maternal que fuera relativamente constante y confiable; Megumi igual se había suavizado con ella, silenciosamente complacido de no tener que contar solo con la presencia tensa e irreverente de Gojo, además de comidas más balanceadas y un relativo adulto dispuesto a prestar atención a sus necesidades más básicas de afecto, seguridad y confianza. Y en Utahime había nacido ese sentimiento por corresponder la credibilidad, por protegerlos en cuanto pudiera.
Verla de nuevo tal como era ahora, sería un gran cambio en menos de medio año. Una larga cicatriz rojiza y carrasposa estropeando su suave piel; la gravedad y el dolor que había conllevado su existencia era esencialmente de mucho sufrimiento y muy aterrador.
No quería abrir la caja de Pandora tan pronto para ellos. El latigazo de la realidad, la forma en que apenas sobrevivía un hechicero en la vida cotidiana. Aunque tampoco tenía intención de volverse un fantasma en este punto de la historia. No deseaba que volvieran a sentirse abandonados así que los había llamado y les había escrito tan pronto había podido tras su enfrentamiento con la muerte.
Solo era cuestión de tiempo para que aquello no fuera suficiente.
Satoru finalmente la bajó, sintió el suelo volver a sus pies y se incorporó. Él dejó caer sus grandes manos en sus delgados hombros, sin intención de dejarla ir.
—No te ofendas, Utahime —Su tono no sonaba especialmente culpable, aunque sí un poco severo—. Pero esto —casi sintió su dedo frío rozar su mejilla por la cercanía, pero él mantuvo la distancia—, ya es parte de ti. No va a desaparecer. Y tampoco eres una persona diferente ahora que la tienes.
Ella presionó los dientes, sus cejas se juntaron: —Eso ya lo sé, no estoy esperando a que desaparezca. Solo pienso que sigue siendo algo reciente, si espero un poco más-
—¿Hasta cuándo piensas esconderte, Utahime?
Ella hizo una mueca, no tanto por la acusación (incluso si todavía le disgustó) sino porque no le gustaba tener que darle la razón a Gojo. Sus interacciones desde la secundaria habían radicado en ella llevándole la contraria en todo mientras él se reía y continuaba pinchando los botones de su paciencia.
No estaba acostumbrada a tratar con él hablando de forma suave y cruda, tampoco lo estaba a ese lado agradable que había demostrado mientras cuidaba a los hermanos Fushiguro. Había un verdadero sentido del deber y responsabilidad moviendo los hilos de su cuerpo, pero también, afecto. Él se preocupaba por ellos. Y ella estaba consciente que si él le había dado espacio sin empujar en esta dirección era porque entendía que Utahime necesitaba tiempo para recuperarse (física, emocionalmente, su mente y cuerpo hecho un caos tras su victoria que casi le costó la vida), pero que tampoco iba a dejarla sola o permitirle huir. Como si estuviera consciente de que su mecanismo de defensa ante su trauma era esconderse y esperar que la tormenta pasara mientras acumulaba fuerzas, en lugar de arrancar la curita y empezar a trabajar en su curación emocional.
Y él tampoco la presionaría a ir con los hermanos Fushiguro si supiera que era un inconveniente para ellos y su mentalidad infantil, o si fuera un impedimento real para ella. Su manera de pensar era absorbente, pero estaba caminando a pasos constantes hacia una nueva versión de sí mismo. Un mundo que él soñaba.
Sintió su mano pesada presionar su hombro para recuperar su atención, ella le miró a través de las pestañas.
Gojo había empezado a usar vendas en lugar de sus lentes de sol redondos, una muestra más de que él estaba cambiando, su poder estaba aumentando y con ello también se alejaba de los demás. Pero ahora estaba aquí, anclado a su hombro, velando por la compañía que unos niños, que había conocido hace poco, esperaban.
—Ellos estarán bien —Empezó, una sonrisa más tenue de la que ella estaba acostumbrada, pero cargada de algo suave y cálido que le hizo encogerse—. Ellos son más fuertes de lo que parecen. Podrán con ello.
—No dudo que lo sean —Tsumiki y Megumi tenían diferentes formas de lidiar con su pérdida y abandono, pero se habían levantado y continuado con su vida con lo poco que habían tenido, y ahora luchaban con todo lo que Gojo les daba para abrirse adelante—. Pero estoy preocupada. Yo... —ella tragó saliva, bajando la cabeza y mirando sus botas—, no quiero que ellos empiecen a preocuparse tan pronto por el futuro. Me gustaría que vivieran cuanto pudieran con su presente sin pensar que probablemente puedan llegar a separarse de forma prematura de nuevo. Ambos no tienen un panorama total de la situación. Ya fue suficiente con que Tsumiki tuviera un ataque.
Los peligros no se remontaban solamente a los brujos hambrientos de poder, hechiceros cargados de rencor o maldiciones de diferente índole. Megumi tenía que adiestrar sus shikigami, el oscuro poder que anhelaban los Zen'nin, y eso muchas veces había expuesto a su hermana. La forma en que los conoció fue debido a que Tsumiki se había enfermado después del ataque de un sabueso divino falto de adiestramiento que la había mordido, e incluso si Shoko había curado sus heridas, la energía maldita la había azotado y dejado en un débil estado. Gojo la había llamado cuando lo convocaron a diferentes misiones fuera del país, todas de índole urgente y ella había asumido la tutela como auxiliar por petición suya.
Podía recordar la vívida imagen de horror y pánico en Megumi, disculpándose cada cinco segundos y quedándose frente a la pared para contener las lágrimas. La forma ansiosa de Tsumiki por levantarse y asegurarse que estaba bien antes de tambalearse y vomitar en un cubo que Utahime se aseguraba de limpiar regularmente.
Aquella dolencia se había desvanecido en cuestión de pocas semanas con diversos cuidados, y ambos hermanos se abrazaron mientras lloraban mientras se deleitaban en el cálido cariño del otro. No había quedado marca más que el recuerdo amargo y angustioso. Utahime nunca se perdonaría sembrar la posibilidad de que la próxima vez que un descuido o falta de metodología se hicieran presentes, no fuera una cosa que se desapareciera en unos pocos días, sino que quedaría marcado para siempre junto al trauma y la desesperación palpable y visible que cargaba con ello.
Era una lata de gusanos que podía carcomerlos, como la vida que a la que estaba destinado el pequeño Megumi donde se exponía constante a tal riesgo o la forma en que Tsumiki podía darse cuenta que probablemente podía perder a su hermano en un abrir y cerrar de ojos ante una maldición cruel.
Utahime no quería eso para ellos, siempre había sido demasiado débil con los niños y realmente estaba empezando a encariñarse mucho con ellos, pero tampoco quería seguir escondiéndose, pensar que ellos preguntaban por ella y empezaban a preocuparse la impulsaba a ir hacia ahí, y asegurarles que ella estaba bien.
Gojo se alejó un par de pasos como si le diera tiempo de pensarlo bien. Ella inhaló profundamente y sintió el peso de la derrota.
—Muy bien, vamos.
...
Utahime suspiró agradecida cuando Gojo se deformó a un par de cuadras de donde residen actualmente los Fushiguro, caminar por un rato le permitió calmar su corazón y mentalizarse, mientras Gojo la actualizaba de las últimas semanas de entrenamiento de Megumi y los intereses de Tsumiki.
—Por cierto, Tsumiki continuó practicando Ikebana. Estoy seguro que estaría encantada de mostrarte sus arreglos. Ha tomado muchas fotografías.
Utahime se permitió sonreír, no pensó que la técnica que le habían instruido en su templo para la relajación y meditación por medio de los arreglos florales realmente fuera de interés para una niña pequeña y hogareña como Tsumiki, pero no podía evitar la punzada de orgullo. Una mujer de cultura.
Su concentración se interrumpió cuando un aullido hizo que se sobresaltara, ignorando la risa de Satoru, ella buscó el origen y se encontró con el enorme perro divino blanco de Megumi esperando en la entrada, ella se detuvo en seco.
El perro entró a la casa y empezó a ladrar, a lo lejos escucho la respuesta del segundo perro divino, y luego, un par de pasos acercándose.
—Oh, lo había olvidado —interrumpió Gojo a momentos de toparse con la energía maldita de los hermanos, que venían acercándose a la puerta—. Shoko ya les había comentado sobre tu cicatriz y yo les enseñé fotos.
Ahogó un chillido de indignación, ¡¿Así que todo el tiempo ellos habían sabido cómo lucía ella, y Gojo solo la había dejado torturarse mentalmente?! ¡Este idiota!
—¡Tía Hime! —Tsumiki fue la primera en salir, la coleta alta desordenada cuando abría la puerta. La niña se detuvo en la puerta con los ojos abiertos de par en par, antes de correr hacia sus piernas—. ¡Si viniste! —Ella sonrió, un par de lágrimas asomándose en las orillas de sus ojos.
Utahime abrió los brazos con culpa por haberse privado de verlos, su cicatriz picando un poco por su sonrojo.
Megumi asomó la cabeza, a su lado, los dos perros divinos imitaron su gesto. Él la observó de forma más reflexiva antes de acercarse a ella, entrando en su espacio, pero sin interrumpir el abrazo de su hermana. Él levantó una bolsa de plástico blanca.
—Con Miki hicimos una búsqueda de productos para la cara —Empezó, vibrante, con un poco de nerviosismo—. Pensamos en que te ayudaría a tratar un poco tu cicatriz.
Utahime tembló, estirando su brazo y jalando al hermano pequeño al abrazo, olvidando que Megumi no apreciaba las muestras efusivas de afecto, pero él solo se inclinó a su toque, agarrando su uniforme con una mano, ella intentó sorber la ansiedad.
—Ustedes... ¿No me tienen miedo? —Se aventuró a preguntar, deshaciendo toda la bola de estambre que había estado acumulando desde que se vio en el espejo por primera vez después del ataque—. ¿No creen que soy... repugnante?
Tsumiki separó la cabeza de su estómago con un movimiento acelerado de indignación: —¡Claro que no! ¡Sigues siendo la bonita tía Hime! ¡Te extrañamos mucho!
—Creo que te hace ver un poco mala —opinó Megumi con sinceridad, alejando su cabeza del agarre, su hermana le miró con la boca abierta de enfado por su falta de tacto—, pero se ve genial, como ruda. Todavía eres muy bonita.
La expresión tranquila de Megumi se turbó cuando se dio cuenta lo que dijo, sintiendo que las orejas se le calentaban, Tsumiki se relajó y empezó a secundar a su hermano pequeño, cosa que hizo que él se avergonzase más.
Utahime estaba a punto de aplastarlos con fuerza en un nuevo abrazo de oso para ocultar sus propias lágrimas cuando Gojo aplaudió captando la atención de los tres.
—¡Estoy seguro que podremos ponernos al día en breve! —Comentó animado, sonriendo de forma amplia. —Pero me muero de hambre, ¿quién se une?
Utahime bufó, estiró su brazo hacia Gojo, atrayendolo al abrazo.
—¿Solo piensas en comida?
—Por supuesto —él pasó el brazo alrededor de la cintura de Utahime y los pequeños cuerpos de los hermanos. Tan fácilmente envolviéndolos a todos en sus brazos—. No puedo pensar racionalmente con el estómago vacío.
Ahora fue el turno de Megumi de bufar, tembló con la cabeza metida en el abrigo de Utahime.
—¿Cuándo lo has hecho para empezar? —Gojo perdió el aliento exageradamente ante la acusación.
—¡Megumi, eres tan malo!
Tsumiki tembló cuando la risa estalló en su cuerpo, apretando más a Utahime y su hermano en sus delgados brazos, y Utahime no estaba tan sorprendida cuando terminó riendo también.
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Por un momento estuve a punto de escribir el origen de la cicatriz de Utahime, pero eso habría sido bastante largo, así que elegí la vieja confiable de la familia Fushiguro-Iori- Gojo que me encanta tanto 💖.
Algo curioso de este capítulo es que fue el tercero en ser escrito, porque me confundí y pensé que "cicatrices" estaba para el día tres ajajaja.
✨¡Muchas gracias por leer!🌼
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