Secuencia 2, recuerdo 1
El palacio de Versalles, tan solo está ciudad por su nombre es un icono en nuestra historia. Lugar de grandes acontecimientos y sucesos de memoria, pero en el año de 1779 un suceso menos recordado sería el aleteo de la mariposa que desataría un huracán al otro lado del mundo. Un hecho que ni siquiera Rias Gremory tenía idea de lo que sería, mucho menos recordaba como llego a esta época del pasado.
—¿Que es este lugar? ¿Cómo llegué aquí? —pregunto al contemplar el pabellón principal del palacio—. Todos llevan moda antigua.
Escuchaba una orquesta sinfónica tocando para todo aquel que estuviera aquí mientras estos atendían sus asuntos políticos. Pero estos políticos llevaban ropa de una moda muy antigua, justa para la época con pelucas blancas que usaban los hombres y las mujeres con densos vestidos de faldas infladas.
—¡¿Por qué yo también estoy vestida así?! —se impacto al apreciarse ella misma. Un vestido rojo abrigado, con contrastantes tonos del mismo color, tacones altos y sombrero que como otras damas allí, también tenía puesto. Pero su propio cabello no se perdía, miro su reflejo en la ventana en ese día soleado pero con una brisa agradable, eso veía en los árboles de afuera.
—Arno, ven aquí —Rias volteo y vio a aquel infante de unos nueve años que la miraba fijamente hasta que le llamo su padre. Una mirada llena de admiración o solo un chiquillo sintiendo por primera vez el amor a primera vista.
Tomado de la mano de su padre, Rias vio que el hombre llevó a su hijo al otro extremo del pabellón y lo sentó en una silla. Tenía que atender asuntos privados.
—Esperame aquí, volveré cuando la manecilla grande del reloj llegue a este número —le enseñaba entregándole su reloj de bolsillo a su hijo poniéndose de rodillas para estar a la altura de su hijo. Era un hombre amable y cariñoso con su hijo.
—Es mucho tiempo ¿No puedo ir contigo, padre?
—Cuando crezcas lo harás, pero por ahora espérame aquí ¿Si? —no perdía paciencia—. Verás que el tiempo pasa rápido.
—Esta bien.
Siguió su camino y se dirigió hacia el final del corredor. Tan solo diez pasos dió para detenerse, mirar una última vez al niño y decirle:
—Y Arno, nada de explorar.
Rias sintió felicidad por ellos, no sabe quién es pero es un buen padre. Uno como el que no tuvo ella, ni en una madre o un hermano afectuoso tan siquiera, la repudiaban tanto pero nunca deseo infortunio a nadie más por envidia ni rencor. Pensar en su propio destino fue interrumpido cuando Rias escucho en el otro lado del pabellón a espaldas suya una risa, una infantil que no pertenecía a Arno. Una niña de cabello rojizo más oscuro que el suyo y con vestido de tono verde captaba la atención del pequeño Arno, no cumplió con lo que su padre le dijo y dejo su asiento con tal de seguir a esa pequeña alborotadora.
—¡Oye, tu padre dijo que esperarás! —dijo al verlo venir hacia ella pero su corazón se detuvo cuando el niño la atravesó como un fantasma pasando por sus piernas siguiendo a la otra—. Me atravesó... ¿Será acaso que este es un sueño?
No sabía cómo aclarar esa duda, aunque se miro en el reflejo del espejo una vez más lo dejo ir con tal de saber que harían esos dos niños. Levanto su falda con ambas manos para poder correr, escuchaba la risa de los dos sin saber por dónde llevaba a Arno, lo vio chocar con un mayordomo que llevaba un cerdo en una bandeja, una comida de un burgués se había echado a perder. El niño se disculpo mientras seguía persiguiendo a su nueva amiga y Rias solo contuvo la risa pasando por encima del hombre, aunque esto fuera un sueño o lo que sea, no iba a ser irrespetuosa. Los siguió hasta un jardín interno del palacio y bajo un kiosco un platón de manzanas, la niña fue y robó la primera fruta del plato. Reto al pequeño si se atrevía a hacer lo mismo, lo hizo. Rias se estaba divirtiendo con sus acciones de esos dos, no lo vieron estando tan cerca pero un guardia militar vio sus acciones y les dijo que tendrían consecuencias, ellos no le temieron al soldado y escaparon siendo Arno quien lo haría perseguirlo por el jardín hasta perderlo, eso fue impresionante y divertido para la carmesí, ahora entendía la advertencia del padre. Encontraría a esa niña incitadora dentro del palacio de nuevo cuando entro por donde llegaron al jardín.
—Viste sus caras al robar las manzanas —pregunto sin preocupaciones la escarlata niña, un rojo distinto al de cabello de la invisible Rias allí siguiéndolos.
—Soy Arno —le sonreía.
—Y yo Élise.
Eran dos niños haciendo un amigo nuevo. Los escucho hablar de sus respectivos padres, cada uno decía que su papá tenía asuntos privados que atender con el rey de Francia, alli está Versalles. Sin embargo ninguno de los dos sabía que discutían con el monarca de su reino. Una infancia aristócrata que Rías no tuvo, esa infancia le fue arrebatada al ser apartada de su familia y la sociedad sin razón, pues los síntomas de su enfermedad aparecieron más sin embargo ella no sabía que era lo que tenía. Los amigos que pudo hacer, su vida hubiera sido como la de ellos dos.
—Que lindos se ven, si no estuviese enferma seguramente yo hubiera vivido igual de traviesa que ellos —su mano en su pecho sintiendo la soledad que la acompañado todos estos años, Rias daría lo que fuese por una segunda oportunidad de vivir.
Una muchedumbre gritó de un gran susto desde más adentro del palacio, seguramente vino del pabellón principal de dónde vinieron. Inocentes, Élise dijo que fueran a ver y Arno la siguió, Rias detrás le seguía pero al llegar, el ver a todos los monárquicos reunidos en círculo mirando algo de horror en el centro le hizo sentir una mala espina a Rias, más no solo era ella.
—¿Padre, donde estas? —pregunto Arno al acercarse a todos ellos como hizo Élise y la perdió allí.
Los guardias estaban furiosos, un comandante daba la indicación a todo su regimiento de buscar a alguien y lo hacía un coraje que dejaba pasmado a quien lo escuchaba tan cerca. Pero Rias continuo yendo tras Arno, viendo que entraba entre todas las personas las atravesó sin problema. Más cuando lo encontró allí delante de lo que todos los monárquicos miraban, él se paralizó.
—No puede ser, Arno... —dijo, llevando la mano a su rostro.
El padre de Arno estaba muerto, con sus pupilas abiertas y desangrándose sobre la alfombra que decora el piso.
Una imagen que no olvidaría tan facil. Había tenido en su mano el reloj que su padre le entrego antes todo este tiempo pero ahora que lo veía en el piso sin vida. Su mano se abrió sola ante el impacto de la escena y fue entonces que todo cambio. El tiempo se volvió lento con cada segundo para Rias, o los síntomas de su enfermedad se presentaron en el momento preciso, pues escucho como el reloj que soltó Arno sonaba fuerte pero a un gran ritmo lento en su caída al piso, cumpliendo con las leyes de la gravedad. Lo que vino después sería desconcertante para la carmesí. Todo desde el centro del tumulto, una luz azul apareció; tan segadora como deslumbrante. Una enana blanca o una luna pequeña pero más grande que cualquier otra persona allí con un aura azul celeste apareció por encima de todos en el centro, una manifestación inexplicable del universo que Rias no comprendía.
—...Que es eso —Rias sintió latir aceleradamente su corazón al no comprender que era esa esfera.
Parecía ser la única que podía ver esa aparición, así como era la única persona en ese círculo que podía moverse. Todos los que rodeaban al padre del niño estaban atrapados en una aparente bucle donde el tiempo estaba detenido.
—No temas, Arno Dorian. Está no es tu tumba pero eres bienvenido en ella —una voz de ultra tumba escucho Rias sonar desde esa luna. Hilos blancos con ese borde azul cuáles tentáculos se desprendieron de su cuerpo luminoso y fueron tocando al niño que le miraba hipnotizado.
—¡Arno! —quiso salvarlo de los tentáculos de esa cosa pero alguien la detuvo, bastando que pusiera su mano en el hombro de Rias.
—Detente, pues a él lo escogí para ser el campeón de la humanidad como a mis demás campeones, un héroe que la humanidad no sabía que quería pero que tanto necesitaba —dijo esa persona.
Rias no comprendió y miro de inmediato a quien la detenía, un encapuchado con una túnica que parecía ser la única ropa que tenía era quien se presentaba. Su rostro no podía ver, solo oscuridad bajo esa capucha y su brazo pues un guante negro grueso le cubría la mano. ¿Acaso es la muerte la que había venido a recogerla?
—¿Quién eres? —pregunto con miedo, Rias.
Le quitó la mano y descubrió su rostro. Un joven de su edad, un año más joven. Una amable sonrisa en su rostro, su cabello negro y alborotado. Ojos de iris oscuro y de rasgos japoneses quien se presentó:
—Alguien que fue una vez "el último máster de la humanidad" o así me llamaron, Rias Gremory pero tu puedes llamarme por mi nombre con el que nací: Fujimaru Ritsuka.
—¿Fujimaru? Eres el autor del libro que Akeno me dió sobre los servants y de la guerra del santo grial —se sorprendió y se emocionó.
—Yo no lo escribí, un conocido mío lo hizo aunque toda la información la saco de mi experiencia que le conté —dijo con modestia pero sobre todo vergüenza, rascándose la parte trasera de su cabeza—. Lamento que tengamos que conocernos así, pero no sabía de que otra forma contactarte.
—¿Entonces es un sueño? ¿Espera como que te llamaban el último máster de la humanidad? ¿Luchaste en una guerra del santo grial? —la curiosidad puede matar al gato, Rias no sabía que lo era.
—En realidad se trataron de muchas guerras que fueron muy similares a las que tú vas a enfrentar. Escucha, se que tienes muchas preguntas ¿Quien soy? ¿Que es lo que quiero de ti? —Fujimaru contaría todo lo que Rias necesita escuchar en dicho momento.
—Si, eso es lo que quiero saber ¿Que es esto de la guerra del santo grial? Nunca había escuchado de ella y soy una demonio o bueno, se supone que lo soy —nunca iba a dejar de sentirse marginada.
Un chasquido de su mano derecha y todo cambio en fracción de segundos todo se reestructuró en un nuevo escenario. Un mundo fuera de tiempo, un escenario negro donde lo único que había entre Fujimaru y Rias era un reloj de arena y dos paredes sin profundidad en ese piso invisible donde se paraba ni techo que delimitará su final. Paredes de un mosaico cuyos colores cambian cada segundo. Y aunque Rias pregunto dónde estaban no le contestaron.
—Como dije, hubo un tiempo en que yo fui "El último máster de la humanidad" y la última esperanza. Pues ahora soy el guardian del tiempo, un ser superior a un Dios —contaba—, tranquila no necesitas arrodillarte ante mi, eso sería vergonzoso para mí.
—No esperes que lo haga.
—Que alivio —suspiro de alegría, pero aclaro su garganta pues lo que diría a Rías era muy importante se acercó a ella y la tomó de sus hombros—. Bien, ahora escucha y solo escucha. Pues necesito que tomes mis palabras y las pases de tu cabeza a tus manos. Te necesito para que me ayudes a salvar más allá de la realidad que conoces Rias Gremory. Necesito que hagas que Arno Dorian vuelva a ser el héroe que salvó a la humanidad una vez.
—¿Porqué yo?
—Porque de entre todas las constantes tu eres la variable que necesito para derrotar a Juno otra vez. Necesito que seas mi héroe Rías.
Ese fue el final de aquel sueño.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro