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Secuencia 0, Recuerdo 0

Allí estaba él, parado sobre el páramo desolado cubierto de arena anaranjada por el sol apenas visible por las densas nubes cimarrones que la tierra generaba ahora que el manto protector de la tierra había sido levantado pues los volcanes arden con más pasión que lo que antes no hizo, el viento caliente que recorré el planeta levanta la arena que creando tormentas que han suplantado las tormentas convencionales, no queda agua en el mundo para alimentar a los pocos seres vivos que aun quedan, si es que aun quedan.

La capa de ozono que odin creo para proteger al mundo de los rayos del sol ha dejado de existir y la tierra a sido victima de los directas llamaradas solares y la superficie ahora esta sumida en el fin del mundo. Lo que tantos han temido sea que tengas una fe o no, el apocalipsis estaba reinando con gran esplendor.

En la cima de esa colina de arena y fragmentos metálicos enterrados, apenas visibles yacía él mirando los restos casi enterrados de lo que una vez fue una pasiva ciudad. Con una máscara con prismáticos electrónicos integrados para ver a través de las tormentas de arena y unos muy desgastados harapos por encima de su persona se cubría de pies a cabeza.

Un rechinido captó su atención, detrás suyo estaban cuatro jinetes. Al igual que él, ellos ocultaban sus rostros con densos harapos de distintos colores cada uno, sus rostro no cubrían con ninguna mascara pues sus caras pasaban más desapercibidas que aquel a que custodiaban. Uno era blanco, otro negro, otro rojizo y otro amarillento. No quería hacerlos rabiar, así que bajo con ellos y montó detrás del caballo del jinete negro para ponerse en marcha hacia las ruinas de aquella vieja ciudad que pereció seguramente hace ya tres siglos.

Sus caballos iban a paso tranquilo sin preocupaciones pero mirando con más apreció las ruinas ¿Que expresión tendrá bajo su máscara al mirar semejantes ruinas? Que sentirán aquellos que lo escoltan que solo miran al frente como sus caballos ahora, que van acabando con todo aquel que se atraviesa en su camino, limpiando este mundo que alguna vez albergo al jardín del edén. Mas sin embargo ahora tenían la tarea de protegerlo y acompañarlo hasta encontrar a quien él tanto necesitaba.

Sentado sobre una enorme roca sobre la arena, con sus ropas azules llamativas de saco mirando el suelo estaba, ignorando el relinchar de los caballos para no mirar sus profundos y aterradores ojos rojos de sus bestias. Ellos se pararon a una distancia y el viajero bajo del jinete negro y camino hasta él que seguía mirando la arena a sus pies.

―Me preguntaba cuanto tiempo más tendría que estar esperándote ―dijo el azul encapuchado que seguía negándose a levantar la vista.

―No eres alguien fácil de encontrar ―le contesto el viajero.

―Tampoco es que me estuviera escondiendo, no hay lugar donde esconderse o lugar donde pasar la noche, aunque las noches ya no son algo de lo que esté mundo volverá a ver, ni de una acogedora noche de ventisca refrescante para dormir cómodos. Dormir solo, es habitual para mi, pero agradecería poder abrazar a alguien para pasarla más a gusto.

―Lo sé, pero... no pensé que volvieras al lugar donde todo sucedió.

―Sucedió lo que tenía que pasar ―levanto su cabeza despacio y sin necesitar proteger su rostro como él, le dejo ver su cara para que viera el vació en sus ojos―. ¿Que a caso no dirás que fue así? ¿A todo esto? ¿Como es que debo dirigirme a ti? Todos los que te servimos te llamábamos simplemente como: jefe. O te llamo por tu nombre: Fujimaru Ritsuka.

―Vaya, hace tiempo que no escuchaba ese nombre ―dijo y revelo su rostro como toda su identidad sin importarle la interminable ventisca de arena. Él era joven. Apenas si un chico cumpliendo los diesiocho aparentaba―. Pero responder al nombre de ambas identidades. Porque cuando mi trabajo en chaldea termino, la raíz decidió recompensarme volviéndome uno con la contra fuerza. Sabes bien porque la necesidad de darle un cuerpo al único que vigila el curso de la humanidad.

―Solo quise ser amable, no que me castigarás de aburrimiento.

―Como sea, oculto ―camino hasta él para quedar cara a cara―. Quiero que me cuentes como termino todo esta vez.

―Es una historia larga ¿Quieres escucharla?

―Tiempo tenemos de sobra ―allí sobre la arena tomo asiento, cruzando las piernas con una sonrisa de tonto que puso para mirarle―. Cuéntame la historia de la guerra corrupta del santo grial.

Fujimaru, avatar de la contra fuerza del mundo estaba por escuchar una aventurada historia, de traiciones. Pasiones, muerte y sufrimiento. Aunque es mejor que yo cuente lo que él contó a nuestro viajero amigo.


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