TRACK#6: PURPLE RAIN
Si pudiera ponerle un nombre a lo que sentía por él estoy segura que la palabra perfecta sería locura. Nada podía separarme de ese instante en el que te das cuenta de que todo sobra si no estás aquí, si él no es la otra parte de la mesa o la mano cálida que espera por la tuya, si no es él quien duerme despreocupadamente sobre el piso frío con rastros a desinfectante de una cocina que nunca habría pensado conocer, cuando hace solo tres horas atrás me esfumaba entre sus brazos prometiéndole que no me iría jamás de su lado.
Sí, era digno de escribir en las páginas de mi diario personal o de aquel libro que yo creía un sueño imposible y que jamás me atrevería a leerlo por miedo que se diera cuenta cómo podían afectarme todas esas promesas susurradas antes de perder el control otra vez.
Él tenía una colección de lunares secretos y yo había comenzado a descifrar el mapa que podían ser una vez que les encontraba explicaciones, incluso a la pequeña cicatriz de su hombro izquierdo.
Hay algo especial cuando alguien está así de cerca y es que no solo tienes acceso a su piel. Juro que yo podía ver el pulso de sus sueños solo abrazada a su cintura mientras mis labios se rehusaban a dejar de besar el punto en que su hombro se unía al cuello.
Ya había reparado en la forma de su nariz o en el hecho de que tuviera los ojos muy almendrados, por no hablar de los labios carnosos que tanto solía tironear entre sus dedos cuando conversábamos.
Era más un hábito que un simple gesto, pero nada le ganaba a la imagen vulnerable que exhibía ahora, como si no fuera posible que tanto fuego se escondiera en su alma, todavía joven, todavía pendiente de ser descubierta y lo más irreal es que era yo quien se atrevía a entrar en ese nuevo terreno al que temía. Yo, la menos indicada para tenerlo tan cerca de mi corazón y al mismo tiempo para saber que el suyo ya me pertenecía.
—¿Te enojarías si ya hubiera llamado a casa de mis padres y nos esperaran para cenar?
Él no abrió los ojos. Pero ya había una sonrisa perezosa tironeando de las comisuras de sus labios. Yo lo solté para incorporarme sobre un codo. Nam no tardó nada en darse la vuelta.
—No, ya me lo imaginaba ¿Llamada sospechosa en el centro comercial?
Ambos compartimos una risa que se fue apagando para seguir a una mirada más comprometedora. Esa era otra cosa que me gustaba. El silencio, un momento delicioso en que solo podía ser consciente de la forma en que él me miraba, como si yo fuera lo único importante, parte de su mundo, su propio mundo en realidad.
—Yo…
—Shh… No digas nada y déjame disfrutar más este instante a solas contigo…
Él iba a decir algo parecido a un vale, pero se acordó de mi petición a tiempo y en lugar de iniciar una pelea como hubiera sucedido con otra persona más, nos dejamos llevar por un nuevo beso. Poco a poco, una caricia y la risa nerviosa de una chica que ya no tenía miedo de entregarse por completo, que poco le importaba la desnudez y el lugar, porque estaba segura que no podía estar equivocada.
El silencio quedó dibujado en otro cielo decorado en naranja mientras volvíamos a ser uno y él se preocupaba de más por apartarme los mechones de cabello mientras yo solo me sostenía por su mirada y el torrente de estrellas que había en ella.
***
El día se había reducido a ir de un lugar a otro, detrás de Mathew, detrás de Amelia, no importaba el destinario. Una agotadora semana se había convertido en encuentros casuales y momentos recortados en papel para solo coincidir en la habitación de hotel que él se había empeñado en conservar, para solamente meternos en el pijama y dormir.
No había tiempo de nada más y cuando yo comenzaba hastiarme de la especie de rutina que habíamos adquirido, él dijo pues hagámoslo mejor y entonces recordé cuál era la razón por la que me había enamorado de él y esa sonrisa.
—¿Qué? ¿Qué es tan gracioso?
Él fingió no darse cuenta que la crema del helado le embadurnaba hasta la nariz. Yo tomé la servilleta y me entretuve de más en sus labios.
—Eres muy adorable. Es difícil mirarte y no desear un abrazo.
—Sabes que haría más que eso si no estuviéramos rodeados de tanta gente. Y yo podía solucionar el desastre solito.
Jimin terminó de limpiarse los labios con la lengua. Yo traté de disimular la oleada de calor que había invadido mi rostro. Él aprovecho para arrebatarme la servilleta y alzar mi mentón lo justo para que nuestros ojos se encontraran.
—Mírame, me gusta cuando te ruborizas, me gusta todo de ti.
Jimin no dudó en besarme los nudillos de la mano que posesivamente había acaparado toda la tarde. Ahora llevaba una alianza plateada donde otra pequeña mariposa de alas color ámbar hacía de piedra donde yo siempre esperé un diamante.
—Vas acabar con el poco control que me queda ¿Qué no íbamos a hablar sobre nosotros? Lo único que hemos hecho es correr contra el reloj desde que estamos juntos. Yo con todos mis problemas y tú solo siguiéndome el ritmo. Mi amor, estoy pidiendo a gritos que me detengas.
Él sonrió de aquella manera despreocupada que a mi tanto me gustaba antes de abandonar el banco. Estábamos en St. James's Park a finales de un húmedo mes de agosto y a mí ni siquiera me importaban los tonos dorados o carmesí de las hojas de los árboles cuando podía verlo todo en la mirada de él.
Era una lástima no llevar una cámara al cuello. Jimin era la mejor vista que podría tener en esos vaqueros azules y una camisa blanca con el cuello suelto al punto de ver el inicio de sus lunares.
El cabello le había crecido un poco más, al punto de casi cubrirle los ojos y la forma deliciosamente desaliñaba en que lo retiraba continuamente de su rostro, solo me hacía pensar en el hecho que había pasado mucho tiempo desde que no teníamos intimidad, mucho tiempo en que mi cuerpo no ardía contra el suyo y ya casi no podía esperar más.
—Ape, solo sugerí que tuviéramos un momento de romanticismo y tú elegiste el parque. Ahora me estás mirando como si yo fuera algo comestible y yo me estoy olvidando de los demás. Hablemos de trivialidades. Creo que tengo un poco de calor.
—Genial y el clima es lo más trivial en estos momentos. Hemos hablado demasiado en estas semanas, te he contado mi historia familiar más de diez veces y me has dicho que no puedes esperar para volver a Seúl y contarle a todos. Ha sido bueno tener con quien hablar pero seamos honestos, hace un siglo que solo nos damos un beso antes de ir a dormir. Sé que sueno desesperada, pero no tengo la culpa de que sea así. Te deseo mucho, si es lo que quieres saber, esa es mi mayor trivialidad.
Caminé sola sintiendo la mirada de él caer sobre mí. Había elegido un vestido de verano color dorado, siendo perfectamente consciente que favorecía mi figura. Uno de los lagos artificiales del jardín quedó en mi campo visual cuando sentí sus manos en mi cintura.
—Esta noche, lo haremos esta noche. Solo me preocupaba por…
—Por mi embarazo… lo sé. Lo tenías escrito en tu cara cuando le pregunté a la doctora si aún podíamos hacerlo. Disculpa, por presionarte de esa manera. Creo que solo estaremos bien cuando regresemos a Seúl.
—April, nena, pensé que querías quedarte un poco más en Londres, a fin de cuentas es tu hogar.
Giré entre sus brazos solo para enmarcarle el rostro en mis manos. Jimin enarcó las cejas.
—No, ya no, mi hogar eres tú y por eso debo estar en Seúl, a tu lado, siempre a tu lado.
No me importó que fuera incorrecto. Lo besé en medio de aquel parque y otra vez esa sensación de ingravidez alcanzó cada partícula de mi cuerpo. Nos separamos compartiendo una sonrisa mientras ambos recargábamos nuestra frente en la del otro.
—Tú también eres mi hogar, mi princesa dorada.
***
Ella estaba nerviosa, no hacía falta que lo preguntara para estar seguro de ello. Yo no lo había visto tan real hasta que tuve que mencionar que iría a casa y mi madre no pudo contenerse.
Ahora creo que comprendía a Suga cuando decidió presentarles a Lena a sus padres. Aun así me olvidaba de todo eso con solo mirarla a ella, haciéndole muecas aquel vestido azul cielo que ya se estaba convirtiendo en mi preferido.
—Deja que te ayude—terminé de cerrar el cierre que terminaba en su cuello.
Nuestras miradas se encontraron en el pequeño espejo que había sobre el escritorio de la habitación. Ojos color café, cabello moreno, brillante y largo, labios carnosos sumamente sonrosados aun cuando no se había aplicado ningún carmín.
—No quiero pensar en ello pero… ¿Crees que les guste? ¿Crees que me acepten?
Dos preguntas, que hoy estaba seguro no tendrían respuestas. Yo no hubiera sobrevivido si Issabelle tuviera padres y ya me era suficiente con el pequeño Miguel. Aun así me salió una sonrisa mientras le apartaba el cabello a un lado.
—No lo creo, estoy seguro. Solo basta mirarte y es cuestión de segundos para enamorarse.
Una sonrisa fue apareciendo lentamente en su rostro hasta que sus manos terminaron rodeando mi cintura.
—No sabes mentirme Nam, recuérdalo siempre.
Issabelle me abrazó. Yo cerré los ojos y aspiré su aroma a violetas, a primavera por descubrir y acordé no quitarle razón. Yo jamás podría esconder la verdad de su corazón. Yo jamás tendría el valor de dejarla ir.
No cuando me sentía tan increíblemente dependiente y en serio rezaba porque ella o cualquier otra persona no se dieran cuenta. Las horas se deslizaron en el reloj y la idea de tomar un taxi fue reemplazada por otra vuelta en la oxidada bicicleta que habíamos llevado al super en la tarde. A ella no le importó.
Rio conmigo cuando una de las gomas se pinchó y ambos fuimos caminando hasta la casa que había llamado hogar hasta casi lo dieciséis años.
—Hey, tranquilo, la que debe estar nerviosa soy yo.
Esa era otra parte que me encantaba de ella. Le apreté los dedos de la mano que sostenía como mi mejor amuleto. Ambos sonreímos cuando la puerta de aquella casa abuhardillada se abrió finalmente.
—Oh, vaya, mamá no estaba mintiendo. El hijo prodigo regresa a casa.
Mi hermana no había perdido la costumbre de burlarse de mí. Aun así ya no me importaba. Esa pequeña mocosa, como yo solía llamarla ya casi terminaba la universidad, haciendo exactamente lo que yo hubiera elegido de no ser por Big Hit y mi amor obsesivo por el hip hop.
—Hola, también para ti Heeji, veo que la universidad no ha podido borrar tu sarcasmo.
—No y tampoco el hecho de que ha pasado tiempo. Ya deja de hablar y pasa, mamá esta insoportable desde que dijiste que vendrías… Ah…y ella debe ser la elegida. Hola son Kim Hee Jin, la hermana menor de este tonto.
Issabelle murmuró un mucho gusto mientras le tendía mano a mi hermana.
—Ya deja de espantarla, Heeji —me quejé en vano. Mi hermana solo insistió más con su extraño sentido del humor. Issabelle sonrió mientras ambos entrábamos a la casa.
Seguía oliendo igual, a suave limón y todo se resumió a ver a mi madre usando aquel delantal de figuritas que entre Heeji y yo habíamos hecho para el día de la madre hace siglos atrás. Miré a mi novia como si necesitara su permiso. Ella asintió y yo me dejé envolver en los brazos de la mujer que siempre llevaría dentro de mi corazón.
—Oh… mi niño precioso, mi Nami. Mira cómo has cambiado, estás más alto o es mi impresión.
—Es tu cariño mamá. Solo eso.
—Ah… el alborotador regresa ¿Qué tal todo en la gran ciudad?
Ese era mi padre y su acostumbrado suéter de cuadros para estar en casa. Nos abrazamos también y antes de que la pregunta fuera obvia tomé a Issabelle de la mano y la presenté oficialmente a mi familia.
La palabra novia nunca me supo tan dulce en los labios cuando todo el mundo comenzó a decir que era muy guapa. Vi el rubor colorear sus mejillas y tuve tantas ganas de besarla que quizás por eso no escuché lo que dijo mi padre sobre ayudar en la cocina.
Las chicas merecían un descanso, dijo el señor Kim y bajo las protestas de mi madre el personal femenino de la estancia se retiró a la sala de estar mientras yo hacía lo imposible por no romper nada mientras preparábamos la mesa.
***
—¿Y cómo se conocieron? ¿Trabajas en Big Hit? ¿Qué edad tienes? ¿Cómo soportas sus cambios de humor? ¿Ya se le olvidó algo, generalmente nunca está en este mundo, solo en el del hip hop?
—¡Heeji!
—¿Qué, mamá? Es natural que la interrogue. Namni no viene a casa hace siglos y ahora se trae una chica, la primera que le conocemos en realidad.
Yo preferí enmascarar mi sonrojo en la copa de vino tino que me habían ofrecido. Tenía tantas respuestas para esas preguntas que al final no iba a decir nada. Sí, nos conocimos por asar, gracias a los problemas amorosos de una de mis mejores amigas.
Qué sentí la primera vez que lo vi, una maldita atracción que hasta hoy me hace babear por él de una forma casi insoportable. Tengo casi veinticinco, soy un año menor que él, pero creo que eso no importa, antes de él y sus hoyuelos yo no creí en nada que no fuera la realidad, ahora tengo tantos sueños que me es imposible dormir. Sus cambios de humor… sinceramente me encanta el silencio, porque ya he aprendido a ver lo que él ve.
Me ha cambiado la vida, por cursi que suene. Respiro el mismo aire enrarecido de la ciudad, veo las mismas gotas de lluvia y aun cuando me asusten las tormentas me gusta ver los relámpagos en sus ojos, porque estaría dispuesta hacer cualquier cosa con tal de estar cerca de su corazón, todo lo cerca posible.
Él es mi lágrima y mi alegría, él es todas las partes que no les encontraba explicación, incluso cuando pensaba que no importaba ahora sé que no es así. No podía estar más equivocada y solo hasta que él llegó.
Y sí, se olvida de todo regularmente, anota cosas en libretas que luego debo recordarle dónde las dejó, pero se acuerda de lo más importante y eso es de compartir cada segundo. Siempre piensa en nosotros, me llama a las tres de la mañana y no le importa esperarme cuando me atraso por cualquier trivialidad.
Sí, ama el hip hop y a mí me encanta verlo sonreír de esa forma única cuando logra lo que se propone, cuando las melodías nacen y de paso me anima a mí a perseguir mis utopías diciendo que todo es posible.
—Señora Kim, si me disculpa, necesito ir al baño.
—Oh, querida niña, nada de señora. Solo dime mamá. El sanitario está al final del pasillo.
Mamá, era una palabra que yo no pronunciaba en mucho tiempo y que apenas recordaba a través del velo del pasado. Solo asentí lo más cortésmente mientras me levantaba del sofá.
No tenía idea de la impresión que estaba causando en su familia, solo me estaba limitando a resistir las preguntas y concentrarme en lo único que sabía de veras. Que lo amaba más que a mí misma.
***
—Estuvo deliciosa, creo que a Ritsu le hubiera encantado.
—Y a Jinie, no te olvides de eso.
—Por supuesto, a Jinie también.
La cena había ido bien y después de encargarme de mantener a mi hermana a raya, todo comenzó a girar alrededor de mi trabajo en Big Hit y los chicos. Comentamos que Issabelle trabajaba en un restaurante de comida japonesa. Y el nombre de Ritsuki no se hizo esperar.
—Por lo visto todos tienen una historia de amor recientemente, me alegra mucho oír eso. Este chico ya necesitaba un novia, me preocupabas, solo era eso.
Mi madre reaccionaba a las miradas de mi papá de esa forma y en cierto modo me recordó a mi propia forma de actuar cuando Issabelle me miraba también.
Lo justo para que yo me diera cuenta que tenía algo que cambiar o simplemente que necesitaba un abrazo. Ese tipo de conexión, tan profunda, tan certera al corazón, quizás eso era lo que más me había enganchado a su amor. Intercambiamos más comentarios hasta que el reloj marcó las once.
Hubo quejas de haber llevado la vieja bicicleta con nosotros pero aun así declinamos la invitación a quedarnos a pasar la noche. Creí escuchar a mi padre decirle a mamá que yo ya era un hombre y tuve que sonreír.
Prometimos almorzar todos juntos antes de volver a Seúl. Issabelle comenzaba la universidad la semana próxima y yo quería estar ahí para ayudarle en lo que fuera necesario.
—¿Estás muy cansada? Ven aquí.
La abracé por la cintura. Ambos tiramos de la vieja bicicleta que tanto nos habían insistido en dejar.
—Solo un poco, pero no quiero que me cargues de vuelta al departamento. Aun puedo hacer un par de cosas por mí misma.
—Vale, solo te cargué una vez y creo que te dormiste en mi espalda. Fue muy tierno, sentí que era el protagonista de un dorama.
Ella rio de aquella forma que me abrumaba el alma. Llegamos a otro cruce y la fachada deslavada del edificio donde nos quedábamos se dejó ver. El olor a humedad inundaba las calles, ingrávidas a esa hora de la noche.
Quizás estaba a punto de llover o quizás yo estaba teniendo demasiadas expectativas con besarla en medio de la lluvia. Issabelle se detuvo al ver que yo no decía nada más.
—Todo salió bien, si es lo que quieres que te diga. Me sentí cómoda con tu familia y sobre todo porque tú lo estabas también y por cierto, creo que si no nos apresuramos, la lluvia nos va a sorprender…
Fue como si ella invocara a la susodicha. Las primeras gotas cayeron sobre nosotros sin piedad y me descubrí tirando de su mano mientras alcanzábamos el porche del edificio.
—Creo que no fue una coincidencia, tú me has traído la lluvia.
Sucumbí al deseo de besarla en los labios. Llevaba horas queriendo hacerlo mientras la veía charlar con mi madre y mi hermana como si fuera el hecho más natural del mundo. Tuve varias fantasías desde el otro lado de la cocina.
Una de ellas era en esa casa que aún estaba por terminar. Una taza de café en sus manos, usando solo una de mis camisas. Tenía un anillo de compromiso en su dedo anular y el moreno cabello haciendo malabares sobre sus hombros.
Yo caminaba en su dirección solo para sentarla en mi regazo y reír de esa broma personal que nos acompañaba a ambos. Creo que seguía soñando despierto cuando nos soltamos. Issabelle sonrió antes de abandonar el porche y salir a la tormenta que ya comenzaba a dibujarse en el cielo.
No dijo nada, creo que no hacía falta cuando daba vueltas sobre su propio eje, como la tierra y yo el satélite celoso que quería perseguirla. Bailamos bajo una lluvia púrpura que dibujaba centellas en el horizonte. Reímos como los perfectos locos que no les importa más que el momento y una vez más encontré mi liberación en sus labios.
Esa era mi mejor forma de morir y despertar. Estaba totalmente conectado a su alma, a su cuerpo y a su corazón y quizás ya mi alma no existiría sin la de ella, como un faro guiándome en la oscuridad.
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