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Un plan arriesgado

I

—¿Estás seguro de que verás a Astrid?

Jonás estaba algo extrañado, nadie en el convento veía atractiva a Astrid, salvo el cuarteto de locos incompetentes que asistían a las clases de catecismo por imposición de sus padres. Jonás tenía su novia bien escondida, por lo que podía entender al hijo del sueco, lo que aún era una incógnita para él, Era en qué momento había ocurrido ese enamoramiento. Nunca fue adicto a leer novelas románticas o tragicomedias, Pero sabía que un amor entre una casi monja y un caballero de la nobleza podría terminar como el desenlace de Romeo y Julieta de William Shakespeare.

—Sí, Señor, la conozco. — se limitó a responder con algo de timidez.

—Oye, Muchacho: te estoy preguntando si la verás hoy, no si la conoces.

—Bueno, y yo le estoy respondiendo.

—¡Juan David! — intervino el padre Pérez — Cuidado con el tono que usas, no estás en tu casa y no tienes por qué subordinar a tus semejantes así.

Enseguida los humos del iluso enamorado empezaron a desvanecerse. ¿Qué estaba haciendo?, ¿Cuando uno se enamora empieza a tener esos repentinos cambios de humor?

—¡Mil perdones! A veces me dejo llevar por mis emociones. Espero logre comprenderme.

—No se preocupe, Señor. Yo lo entiendo. Cuando uno siente mariposas en el estómago, es difícil mantener la compostura — y sonrió rápidamente, volviendo a la seriedad en cuestión de segundos.

—¿Quién te ha dicho que estoy enamorado? — interrogó Juan David.

—Señor, es muy notorio, si me permite decírselo.

—¿Enserio, Tío? — preguntó mientras sus ojos se volvían como platos.

—Para ser sincero, Sí. — y volvió a su escritorio a transcribir el examen.

—¿Crees que debo disimularlo? — le preguntó el joven al monaguillo.

—No lo sé, Pero si la Bruja se entera que usted tiene un interés en Astrid — empezó a dictaminar cosas que no debían ser dichas — lo echará de aquí, y tal vez se empecina en hacerle la vida imposible.

—¿A mí o a Astrid?

—¡A Astrid, por supuesto! — respondió El monaguillo — Pero lo ayudaré en lo que pueda. Ella es muy querida en nuestro grupo, y creo que está enamorada de usted.

La última frase Juan David no la escuchó, estaba ensimismada en sus pensamientos buscando las palabras correctas para escribirle una extensa carta. La cual ya ha leído en el capítulo anterior, para mí como narrador omnisciente, la carta parecía más un monólogo aburrido de cabaret que una declaración de amor, Pero quién sabe; quizás aquella palabrería absurda logre encantar a la joven novicia.

—Señor — volvió a repetir Jonás — ¿Qué quiere que haga? Esta tarde Astrid estará en el jardín, recolectando sus flores moradas...

—¿Flores moradas?, — exclamó — ¿No sabes si a ella le gustan las flores rojas?, ¿Rosas rojas?

—En realidad no lo sé, Señor.

—No me digas señor, dime Juan David, por favor.

—Bueno, Señor Juan David.

Una de las cualidades de Jonás era su enorme pleitesía y respeto hacia personas que a ojos de la sociedad eran consideradas superiores a ellos. Los plebeyos siempre se han sentido Los dueños del campo, mientras que los blancos peninsulares eran dueños de las leyes y los preceptos anglicanos; era de esperarse que en la historia universal aún existiera el temor a decir algo fuera de lugar que te llevara a la horca o a la prisión de la capital.

Juan David se reía para sus adentros, no entendía Por qué Jonás le tenía tanto miedo, solo era un joven igual a él, Y seguramente contemporáneos en edad y estatura.

—¿Cómo te llamas? — le preguntó, sonriente, sin dejar de escribir.

—Jonás, Señor.

—¿Así como el profeta que fue tragado por la ballena?

—Si, así es.

—Nombre bíblico — se limitó a completar en la oración — los nombres bíblicos son muy lindos, ¡Dan cierta personalidad! Aún recuerdo que mi familia desfiló por aquel pasillo de los nombres bíblicos y dobles, mis primos lejanos se llamaban como discípulos, profetas o santos; tengo tres primos trillizos llamados igual Pero con el segundo nombre diferente: José Gregorio, José Daniel y José David. Curioso, ¿No lo crees?

—Si lo creo, Señor.

—Bueno, lo que quiero que entiendas, es que no estás obligado a decirme señor, soy joven como tú, Me atrevo a decir que somos casi de la misma edad.

—Mas o menos. — dijo con cierta incomodidad.

—Jonás, Hijo — intervino el padre Pérez — Cálmate, Juan David es una buena persona, además, es mi sobrino, la lealtad es de familia.

—¿Cuál es tu edad? — le pregunto a Juan David a Jonás.

—Diecisiete, pronto cumpliré dieciocho.

—Y yo tengo veintiuno — dijo extendiéndole la mano — Un placer.

Y ambos se dieron un fuerte apretón.

—¡Basta de formalidades! — exclamó con algo de Arrogancia — Tenemos trabajo que hacer.

II

Jonás incluyó en su plan a Mateo, Caín y Pablo; cinco cabezas pensaban mejor que una. En el cantar de un gallo Ya estaban todos En la oficina de padre Pérez, mientras el mismo padre vigilaba la puerta para no ser descubiertos por la bruja, digo, por la madre superiora.

El plan era simple, pero no Se los voy a contar ahora; lo que sí quiero compartir es algo muy extraño, teniendo en cuenta que no estoy acostumbrado a juzgar a las personas por su nombre o actitud, sino por los actos que cometen y afectan a su alrededor. Desde tiempos remotos la rivalidad entre hermanos ha prevalecido, tanto para ganar atención de sus progenitores como para resaltar en el grupo de amigos.

Si, me refiero a Caín.

Caín desde el principio había actuado con indiferencia, había algo en él que inquietaba a sus compañeros, una sombra que lo seguía y que, aunque a menudo se manifestaba en fiestas y rebeldía, también dejaba entrever una maldad que nadie podía ignorar.

Caín era astuto y carismático, capaz de atraer la atención de los demás con su labia y su risa contagiosa. Su mirada, sin embargo, a veces destellaba una frialdad que desconcertaba. Mientras los demás chicos se preocupaban por hacerle llegar la carta a Astrid Carolina, Caín parecía tener un interés más oscuro: el poder que podía ejercer sobre ellos. Siempre encontraba la manera de manipular las situaciones a su favor, convirtiendo lo que debería ser diversión en algo más siniestro.

Si, había cultivado en su corazón un amor secreto por Astrid. Nadie en el convento sospechaba de los sentimientos de Caín; él había escondido su amor bajo una capa de indiferencia, observando a Astrid desde la distancia, mientras ella se dedicaba a sus tareas diarias, confesarse con el padre Pérez todos los días o recoger sus flores lila cada tarde como de costumbre.

Cuando Caín se enteró de que Juan David había comenzado a cortejar a Astrid, una chispa de desesperación encendió su alma. No podía permitir que otro se interpusiera en su camino. Así, se propuso interferir en ese romance incipiente de cualquier manera posible.

Durante breves momentos, intentó mostrar una falsa interacción entre la conversación, Pero Cada palabra que salía de su boca era un veneno dulce... Imagínense por un momento la cobra más bella, así como el disfraz que utilizó Satanás en el inicio de los tiempos para persuadir a Eva de comer del fruto prohibido, era algo que a simple vista no rompía las reglas del ser supremo, pero tuvo sus consecuencias a largo plazo.

—Oigan, chicos, — compartió Jonás —  he estado pensando… ¿qué tal si le entregamos la carta a Astrid esta tarde?

—¡Eso sería genial! Pero, ¿cómo lo haremos? ¿No se supone que Astrid hoy tiene ayuno?

—¿Pero tiene que ser hoy? — preguntó Juan David, algo alarmado — necesito por lo menos un día para meditar, para preparar las palabras que le diré. Declararse a una chica bonita no es tan fácil.

—Juan, es hoy o nunca. — declaró Mateo. — hay que idear una estrategia para que la madre superiora No sospeche nada.

—¡Pero espera! Ella puede escaparse. Siempre se escapa. Siempre recoge sus flores moradas en el jardín de su casa. — Pablo era muy asertivo en sus pronósticos — Si va a hacerlo hoy, sería la oportunidad perfecta.

—Exacto. — exclamó Jonás — Si la vemos salir, solo tenemos que asegurarnos de que la bruja no esté por ahí. Esa es la parte más complicada. Juan, ¿Puedes escalar el muro?

—¿El muro?

—Si, todo enamorado tiene que hacer su sacrificios.

El cuarteto asintió, con picardía.

—¡Pero si yo nunca he escalado un muro!

—Bueno, Hoy es un excelente día para aprender. — respondió Mateo, con ligereza. — no es tan complicado, solo se necesita práctica.

—¡Pero yo nunca he practicado!

La atmosfera se llenó de risas.

—Escalar el muro no debería ser un problema. — opinó Pablo — ¡Es solo un pequeño salto! Una vez que estés en el convento, ¡Podrás sorprenderla!

—Caín, ¿Tienes algo que opinar?

Con su habitual tono sarcástico, rompió el silencio. Se notaba que no quería estar presente, no quería ser partícipe de lo que él consideraba una intromisión a su territorio.

—Bueno, ¿qué me parece el plan de Juan David para conquistar a Astrid? Yo diría que es casi tan efectivo como escapar de la Justicia en pleno invierno.

—Vamos, Caín, — dijo Jonás mientras le daba palmadas en la espalda — no seas tan negativo. Juan David tiene su encanto, y Astrid podría caer rendida ante su sonrisa.

—Encantador, sí, pero no olvides que no todos los encantos funcionan. Mi nombre lo dice todo: Caín. ¿Recuerdas lo que pasó con Abel? A veces, la competencia no se lleva bien.

—¿No me digas que a ti también te gustas Astrid?

Caín perdió la compostura por un momento, intercambió fugazmente una mirada vehemente con Juan David, y enseguida contestó la interrogante con desgano.

—No, cómo creen. Ahorita no estoy para enamorarme.

—Eso es otro tipo de competencia. — habló Jonás para calmar un poco el ambiente tenso — Lo que Juan David necesita es un plan mejor. Tal vez deberíamos ayudarlo un poco.

—Ayudarlo, claro. — el hermano de Abel se Estaba volviendo insoportable — ¿Y si le decimos que lleve flores? O mejor aún, que le recite un poema. Eso siempre funciona en las películas, ¿no?

—Bueno, — opino Mateo — tal vez no sea tan mala idea. Un gesto romántico podría hacer que Astrid lo vea de otra manera.

—Escucha, amigo. — dijo Caín dirigiéndose al enamorado — No quiero ser el aguafiestas, pero Astrid es una chica fuerte. No se dejará llevar por flores o poemas cursis. A veces, lo mejor es ser auténtico.

—¿Sabes algo? Si vas a seguir enchavando la fiesta, lo mejor es que te vayas, y no participes con nosotros. — dijo Jonás, — No necesitamos negatividad en este círculo.

—Está bien, yo me iré, pero si esto termina en desastre, yo no me hago responsable. Que conste que yo se los advertí.

Y salió de la oficina, empujando suavemente al Padre Pérez.

—¿Qué le pasó a Caín? — preguntó el padre, algo extrañado.

—No lo sé, Tío, se puso la defensiva.

—¡Seguramente está enamorado de Astrid y lo niega para no sentirse menos hombre!

—Pablo, no digas estupideces — le regañó Jonás, — Si así fuese, mínimo nos lo hubiera contado.

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