Te has ganado la Lotería
I
¡Oh, Santísimo Sacramento del Señor Jesucristo!, ¡Padre amado de la gloria!, ¡Ave María Purísima Santa!, ¡Por San Pancracio, San Timoteo, San Judas Tadeo y los millares de Santos que hacen falta por enumerar...!
Si, le regalé una lila fea y marchita al Hijo del Desahuciado Sueco; y que conste que le digo ahora "Desahuciado" porque "Maldito" ya no le queda, ahora que según le queda poco tiempo de vida hay que aprovechar el cambio de sobrenombre.
La Madre Superiora, como siempre, se indignó porque me había separado de la comitiva de Novicias, y empezó a gritarme como si yo fuera su hija, nieta o lo que sea.
—¡Astrid Carolina Osorio!, ¿Qué haces hablando con aquel caballero?
—Creo que debes de irte, — me dijo el hijo del sueco, con esa voz tan grave y galante, ¡Dios mío! Era perfecto, perfecto para mí.
—Si, disculpe por las molestias.
—No son molestias, mi niña...
—¡Astrid, ven rápido! — interrumpió la anciana fastidiosa.
—Bueno, veo que te llamas Astrid, así que me presentaré. Sería una descortesía de mi parte... — y guardó la lila en el bolsillo de su levita — Soy Juan David.
—Y yo Astrid — le dije con torpeza al gesticular las palabras.
—Ya lo sé — y sonrió.
—¡Oh, lo siento! — y bajé la mirada.
—Deja de disculparte, la torpeza es humana.
—¡Astrid! ¿No oyes que te estoy llamando?
—Perdone, tengo que irme.
—Espero que nos podamos ver en una ocasión más adecuada.
—Lo mismo digo.
Y arranqué a correr, mientras ya me imaginaba las horas extras que pasaría en el confesionario cuando llegáramos al convento.
—¿Ese no es el Hijo del Maldito Sueco? — cuchicheada María Gertrudis al resto de las muchachas.
—Si, y estaba hablando nada más y nada menos que con Astrid.
—¿Con la loca desobediente?
—Esa misma, la que viste y calza.
Durante todo el día estuvieron hablando de ese acontecimiento, todas me tacharon de picaflor, y de buscar un novio en el lugar menos indicado. Yo por mi parte, me sentía algo feliz, emocionada, cuando caminaba lo hacía tan livianamente que A mi parecer mis pies No tocaban el piso. La Madre Superiora se dió cuenta de que estaba sonriendo más de la cuenta, y empezó a interrogante como lo hace un policía con el ladrón:
—¿Y por qué tan feliz la muchachita?
—No es nada, Reverenda Madre.
—Te conozco, pequeña. — Y arqueó sus grises cejas de un modo algo grotesco — cada vez que sonríes es porque estás tramando alguna travesura, o porque, quizá, te has enamorado.
—¡No!, como cree, Reverenda Madre.
—Recuerda que estás estudiando para consagrarte a Dios — ya se veía a leguas que volvería a recitar su larga oratoria de preceptos y estatutos anticuados — ¿Te has estudiado los 10 mandamientos que Yahweh le confirió a Moisés en el Monte Sinaí? Son muy importantes, y entre ellos hay uno que A mi parecer debes de prestar mucha atención.
—¿Cuál es, Reverenda Madre?
—¡No codiciarás la mujer de tu prójimo!
Sus palabras me llenaron de incertidumbre, ¿Era tan notorio mi enamoramiento con Juan David? Sin embargo, aunque no sabía disimular muy bien, decidí negarlo todo y hacerme la desentendida:
—Reverenda Madre, no sé a qué se refiere.
—¿Quieres que te lo explique? Está bien, lo haré: he visto como observas a este joven cada vez que asiste a las misas, nunca le quitas el ojo de encima; y quiero que recuerdes que pronto será un hombre casado. — no me estaba gustando por donde iba la conversación — Tómalo como un consejo, las mujeres consagradas a Dios no pueden tener esposo, su esposo es Jesucristo, y con tener de esposo al ser que dió su vida por nuestros pecados, ¡Deberíamos de estar súper orgullosas! ¿No quieres asistir a las Bodas del cordero?, ¿No quieres ser partícipe del arrebatamiento? Pues, todo tiene un sacrificio, y toda acción tiene una reacción...
Tenía que interrumpir el aburrido monólogo, ya que sentía que mi corazón se estaba volviendo exánime ante esos sacrificios que nunca iba a realizar.
—Madre, ¿A dónde quiere llegar?
—A que te hagas la idea de que nunca podrás salir del convento.
Yo me quedé helada.
¿La amargada Reverenda Madre tenía razón?
No tenía el valor para replicar su respuesta, así que me quedé callada, mientras seguíamos caminando por el pasillo.
II
Ese día nuestro protocolo se había roto debido a una visita inesperada a la sala de pacientes oncológicos, yo nunca antes había estado en un hospital tan fino e impecable, los uniformes de los trabajadores eran blancos, las enfermeras usaban un gorrito triangular muy gracioso, los doctores tenían muchachos algo esponjados (que no los hacía parecer médicos, sino chefs), el ambiente olía a un rancio olor a alcohol etílico y a mí parecer era muy raro que Juan David estuviese allí solo. No tuve tiempo para dialogar Más allá de un saludo, Pero entre todas empezamos a sacar nuestras conclusiones.
—Lo más seguro es que su padre esté enfermo.
—¡Patrañas! — interrumpió María Gertrudis — Lo más seguro es que esté acompañando a su novia, la Duquesita de Winter.
—¡Pero chica! ¿No te has enterado? — exclamó una nueva novicia al fondo.
—¿Enterarme de qué?
—Juan David y la Duquesita han roto su compromiso.
Yo tenía una biblia en mis manos, y cuando escuché esa primicia, la misma se me resbaló de las manos.
—¡Astrid! ¿Estás nerviosa?
—No, cómo crees... Mis manos están pegajosas por el gel antibacterial que nos untaron ante de entrar. — y enseguida, mientras la recogía, pregunté nuevamente — ¿Es verdad lo que están diciendo?
—Estoy segurísima — Exclamó la Nueva Compañera — mi padre cuando me dejó en el convento lo estaba comentando con el chofer, además, se está diciendo que el Sueco al enterarse le dió un paro cardíaco, y que por eso está débil del corazón.
«¿Estaría acompañando a su padre?» pensé por unos instantes, no podía quedarme con la duda, Así que volví a intervenir en la discusión.
—Oye, ¿Cómo te llamas?
—Melissa.
—Bueno, Melissa; ¿Tú crees que Juan David estuviese aquí por las consultas de su padre?
—¿Juan David?, ¿Quién es Juan David?
—¡El hijo del Sueco, Tarada!
—¡Umju! — silbó con cinismo María Gertrudis — Hasta se conoce el nombre y todo.
Aunque no tenía un espejo en mano, sentía que estaba roja como un tomate.
—Me lo acaba de decir... Hoy.
—Si, no te preocupes, Ya vimos todo el espectáculo...
—¿¡Puedes callarte, María Querida!?
—Está bien, está bien... Solo era un comentario.
—¡Idiota!
—¿Sabes qué? El tal Juan David nunca se fijaría en alguien como tú. Una chica pobre, de una familia disfuncional… ¡por favor! Su padre lo mataría si supiera que está saliendo con alguien como tú, ¡Le daría un doble infarto!
—No tienes derecho a hablarme así, María. No todo en la vida se mide por la apariencia o el dinero — dije, tratando de mantener la compostura. — Tu siempre tuviste todo, yo no tuve nada.
—¿Y qué más hay? ¿Tu corazón de oro? Eso no le importa a nadie. A hijo del Sueco le gustan las chicas que brillan, no las que se esconden detrás de Biblias, ¿Te imaginas el titular de la semana? Joven de familia acaudalada se casa con pobre Novicia... ¡Por pena! — y se echó a reír.
Pero en esta oportunidad, nadie la acompañó en sus carcajadas.
—Eres una persona cruel, María. No entiendo cómo puedes disfrutar humillando a los demás.
—¿Cruel? Solo estoy siendo realista, querida. Es hora de que despiertes de tu sueño. El mundo no es como tú lo imaginas.
—Chicas — intervino Melissa, tratando de que las aguas se calmaran — Creo que no es bueno que discutan, la Madre Superiora puede darse cuenta y nos reprenderá nuevamente.
—Si, la nueva tiene razón... Dejemos la burla, porque Astrid seguramente irá con el chisme a la vieja, de que le estamos haciendo Bullying.
—¡Basta! No tienes derecho a hablarme de esa manera. No soy menos que tú — y la empujé, ¡Dios mío! Me sentí tan bien, ya María Gertrudis me tenía hasta la coronilla.
Ella, algo sorprendida, me devolvió el empujon.
—¿Te atreves a tocarme, insignificante? ¡Maldita Infeliz!
Y empezamos a pelear. Nunca antes había peleado en mi vida, Pero confieso queme sentí muy bien aunque al final del día quedará adolorida, con moretones y una sonrisa de satisfacción. Juro que le arranqué mechones de cabello a la idiota de María Gertrudis, Pero no me arrepiento. ¡Se lo merecía! Lo que yo no me merezco es tener que confesar como pecado los golpes que le propiné, porque siendo sincera no me arrepiento de esto.
El escándalo había atraído la atención de otras alumnas que miraban con ojos sorprendidos la escena. Las risas y murmullos comenzaron a llenar el aire, y pronto el pasillo del hospital se convirtió en un espectáculo.
—¡Chicas, deténganse! — gritó una de las alumnas, pero su voz fue ahogada por el bullicio. Ambas ahora envueltas en una pelea a puñetazos, habían olvidado el mundo que las rodeaba.
Fue entonces cuando la madre Superiora apareció en la escena.
—¿Qué está pasando aquí? — preguntó con voz firme, haciendo que ambas nos detuvieramos en seco. — Esto es inaceptable. Dos alumnas de Santa Clara peleando en un hospital ¿Qué les pasó a sus modales y su educación? — La anciana miró a cada una con severidad. — María Gertrudis, deberías saber que este no es el comportamiento de una dama. Y tú, Astrid, no deberías dejar que te provoquen. Ambas serán castigadas por este escándalo.
María, aún con el rostro encendido de rabia y vergüenza, no pudo evitar responder:
—Solo le estaba diciendo la verdad, hermana. Astrid nunca será suficiente para conseguirse un novio.
—¡Cállate! — grité, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. — ¡No eres más que una bully!
—¡Ajá Astrid Carolina, pensando en novios! — La madre Superiora nos tomó a ambas de las manos — No voy a permitir que esto continúe. Ambas deberán reflexionar sobre sus acciones y enfrentar las consecuencias.
Los doctores miraban a las jóvenes Novicias con algo de decepción. La imagen impecable del Convento se había empañado.
—Por ahora, seguiremos con la visita, pero no quiero más pleitos ¿Entendido?
Cada vez que Recuerdo este episodio de mi vida, me río con mucha vehemencia; les digo que me sentí muy liberada al demostrar que no solo era una cara bonita, y que también podían ser buena en un ring de boxeo; Reconozco que si no fuera por mi padre que era muy clasista, hubiese probado suerte con la peleas.
¡Oye!
¿Juan David solo me ve como una cara bonita?
Es una excelente pregunta.
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