Rezando el "Credo"
I
Mi madre todas las noches antes de dormir rezaba tres Ave María y un credo, ella se había ofrecido a enseñarme, y en mi infancia me negué; mi mente parlanchina se imaginaba que eran parloteos sin sentido o alguna superchería que no valía la pena memorizar. Ya con 10 años de vida, y luego de reiteradas invitaciones, acepté rezar con mi mamá. Primero fue una noche y de esa noche empezamos a orar todos los días antes de dormir. Convertimos la oración en un hábito. Mi padre, en uno de esos tantos viajes, me compró una tarjetita con la imagen religiosa del Divino Niño, y en el reverso de la presentación estaba escrito un fragmento del credo, Me atrevo a declarar que es el único obsequio que recuerdo haber recibido de ese señor.
«Desde allí vendrá a juzgar a vivos y a muertos. Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida perdurable.»
Amén.
A veces, en la quietud de la noche, cuando el mundo parece detenerse por un momento, me encuentro atrapada en recuerdos que me persiguen como sombras. Mi padre. Su imagen siempre clara en mi mente, pero su voz es un eco distante. Siempre quise ser la hija que él soñó, pero cada paso que daba, sentía que decepcionaba sus expectativas.
Recuerdo las veces en que su mirada se tornaba seria, casi dolorosa, cada vez que mis decisiones no coincidían con lo que él deseaba. Esa mirada que decía más que mil palabras, un silencio que pesaba como un yunque sobre mis hombros. Las noches en que me despertaba con la sensación de haberlo defraudado, de haberlo alejado más de lo que podía imaginar. Cada pequeño error, cada elección equivocada, era una puñalada a su orgullo. Y yo, atrapada en un mar de confusión y deseo de ser aceptada, me sentía cada vez más perdida.
Era un ciclo interminable de promesas rotas y esperanzas marchitas. La tristeza se convirtió en un compañero constante, una sombra que me seguía a donde fuera. ¿Cómo podía ser tan egoísta? ¿Cómo podía hacerle esto a alguien que solo quería lo mejor para mí?
Bueno, era lo que yo pensaba en ese entonces.
Fue entonces cuando la decisión de internarme en el convento se presentó ante mí, como una salida, como un refugio. En el fondo, sabía que no era lo que realmente deseaba, pero era lo que él quería. Un sacrificio, una forma de redención. Pensé que, tal vez, al hacerlo, podría, al menos, hacer que su corazón se llenara de orgullo. La idea de verlo sonreír, de ver esa luz en sus ojos, me dio el valor que necesitaba para dar ese paso. Quizás, al renunciar a mis propios deseos, podría encontrar un camino que nos uniera de nuevo. Quizás, al hacerlo, podría al fin ser la hija que él siempre soñó.
Papá, aunque no lo creas, te extraño mucho.
II
La Madre Superiora había anunciado que se ausentaría por unos días para resolver asuntos importantes en la ciudad. Su partida dejaba un vacío palpable en la comunidad (menos en nosotras las novicias y monaguillos) y todas las miradas se volvían hacia la Hermana Lucía, quien asumiría la responsabilidad de guiar a las novicias en su ausencia.
La Hermana Lucía, quería asegurarse de que, aunque la Madre Superiora no estuviera presente, la unión y la devoción del convento no se vieran afectadas. Con tono decidido, convocó a todas las novicias en el jardín, un espacio sagrado donde los aromas de las flores y el canto de los pájaros se entrelazaban con la luz tenue del día.
Anteriormente, había tenido una graciosa reunión con Astrid, dónde le contaba sus dobles intenciones:
La inminente madre superiora no paraba de reír mientras esperaba que su novicia Favorita llegara para contarle su plan, Alba se lo tenía bien merecido, por hacer tanto daño su semejantes, en especial a Astrid, al imaginarse la escena pequeñas carcajadas se escuchaban en la estancia, hasta que la tan esperada implicada entró a la habitación.
—Hermana Lucía, ¿qué es lo que tanto te hace reír? —preguntó Astrid, algo extrañada.
—Oh, Astrid —respondió, con una sonrisa traviesa—, tengo algo que contarte. ¡Mañana será un día emocionante!
¿Qué cosas emocionantes pasaban En un convento!, ¡Ninguna en especial!
—¿Qué ha sucedido?
—Mañana Despedirán a la madre superiora. ¡Y lo haremos con una misa especial! —dijo Lucía, haciendo un gesto dramático que hizo que su hábito se moviera con gracia.
—¿Despedir a la madre superiora? Oh, si no lo recordaba... Por lo menos aquí todos podremos respirar en su ausencia. ¿Cómo piensas hacerlo? —preguntó nuevamente, un poco alarmada.
—Con el Credo de Aquiles Nazoa —respondió Lucía, sacando un papel arrugado de su bolsillo y extendiéndolo con un aire de conspiración.
Astrid frunció el ceño al leer las palabras del credo. Era un texto cargado de ironía y sarcasmo hacia la religión, que comenzaba con una afirmación que desafiaba la solemnidad de la fe.
—Hermana Lucía, esto se burla de todo lo que hemos aprendido. ¿Estás segura de que quiere hacer esto? —preguntó, su voz llena de preocupación.
Lucía se inclinó hacia adelante, con una mirada desafiante en sus ojos.
—¡Por supuesto! ¿No ves lo divertido de todo esto? La madre superiora es tan rígida, tan… dogmática. Creo que se lo merece. — y lo tenía bien merecido — No hay mejor forma de mostrarle que la fe no debe ser un asunto de miedo, sino de alegría y, a veces, de burla.
Astrid se mordió el labio. La madre superiora había sido una figura de autoridad en sus vidas, y despedirla de esa manera parecía un acto de rebeldía.
—Pero, hermana, ¿no crees que esto la enfurecerá? —insistió Astrid, sintiendo la tensión en el aire.
—¡Esa es la idea! —exclamó Lucía, riendo a carcajadas—. Imagínate su cara cuando escuche esas palabras. Será un espectáculo digno de ver.
Astrid se acercó al banco, cruzando los brazos, indecisa.
—No sé. Podríamos meternos en problemas serios.
—¿Y qué? ¿Prefieres seguir en un lugar donde no se puede reír? La vida es demasiado corta para vivir con miedo. Además, esto es solo una forma de hacerle ver que su interpretación de la fe no es la única.
—¿Y si no funciona? ¿Y si termina exiliándonos a un convento en el desierto? —preguntó, tratando de encontrar razones para desistir.
—Estarías muy feliz de ser exiliada, ¿Verdad?
—¿Cómo? ¿A qué se refiere hermana?
—Mi niña, tú no quieres ser monja. Lo he notado desde que te conocí. — Astrid había quedado livida ante esas declaraciones — Si nos exilian, al menos lo haremos con estilo. Y piensa en la libertad que tendríamos. Podríamos hacer lo que quisiéramos… ¡Sin reglas ni restricciones!
—¿Sin reglas? — se preguntó nuevamente.
—¡Sin reglas!
Astrid miró el Credo de Aquiles Nazoa una vez más. Las palabras estaban impregnadas de un humor ácido que, aunque a ella le parecía inapropiado, la intrigaba. La idea de hacer algo inesperado, algo que rompiera la monotonía del convento, le daba un poco de emoción.
—Está bien, hermana Lucía. Lo haré. Pero si esto termina mal, ¡serás tú quien tenga que dar las explicaciones! —dijo Astrid, sintiendo que la adrenalina comenzaba a correr por sus venas.
—¡Eso es! —gritó Lucía, levantándose de su asiento—. ¡Vamos a hacer historia!, y si, recuerda que ahora yo soy La Madre Superiora.
—¡Lo había olvidado!
...
—Queridas hermanas — comenzó la Hermana Lucía, con una voz que resonaba con la autoridad de su nuevo rol. — Hoy es un día especial, y quiero que lo celebremos con un acto de fe. La Madre Superiora está a punto de emprender un viaje muy importante, y hoy se realizará una misa en honor a su partida, al final, como ya lo hemos practicado — aquí guiñó el ojo a Astrid — recitaremos el credo, respetando cada punto y cada coma del escrito original, y no se preocupen, que no será pronunciado en latín.
La misa transcurrió en un ambiente de calma reverente, como era habitual en la capilla del convento. Los fieles estaban reunidos, algunos con las manos entrelazadas en oración, otros con la mirada fija en el altar.
Todo parecía seguir su curso habitual, hasta que, de repente, se escuchó un murmullo entre los asistentes. El padre Pérez anunció que la Madre Superiora había sido convocada. Algunos se miraron con curiosidad, preguntándose qué podría haber motivado tal llamado en medio de la celebración.
Poco después, la puerta de la capilla se abrió con un crujido sutil, y la Madre Superiora entró con su porte majestuoso. Su hábito oscuro contrastaba con la luz que entraba por las vidrieras, y su presencia irradiaba una mezcla de autoridad y serenidad.
Todos los ojos se volvieron hacia ella, y el silencio se apoderó del lugar.
La Madre Superiora se dirigió al altar y tomó asiento en un pequeño estrado dispuesto para ella. Su mirada, profunda y contemplativa, se posó en los fieles, quienes aguardaban expectantes el inicio del recital del credo.
La Hermana Lucía levantó sus manos, y en ese instante, el murmullo del viento se detuvo, como si la naturaleza misma se detuviera para escuchar.
—Comencemos — dijo, y su voz se elevó con una claridad que resonó en el aire. — Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.
Sin embargo, en un giro inesperado, Astrid, propuso un cambio en el ritual.
—Creo en Pablo Picasso todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. — el sudor caía poco a poco de la frente de la novicia — Creo en Charlie Chaplin, hijo de las violetas y los ratones...
La Hermana Lucía se reía en su interior, mientras Alba no salía de su asombro al escuchar tales faltas de respeto a lo que ella consideraba la devoción de la misa.
—¿Qué es esto? — se preguntó Alba — ¡¿Qué es esto?! — le gritó al padre Pérez —¿Quieren burlarse de mí? ¡Mira lo que está haciendo Astrid!
—Si, reverenda madre. Lo estoy viendo... Es muy chistoso.
—¡Qué chistoso ni que ocho cuartos! — exclamó — ¡Por favor, paren todo!
En lugar de las palabras solemnes que todos esperaban, las voces de las demás novicias resonaron con la cadencia lúdica de Nazoa.
—Creo en la cualidad aérea del hombre configurado en el recuerdo de Ysadora Duncan, abatiéndose como una purísima paloma herida, bajo el cielo del mediterráneo. — Lucía no lo podía creer, por unos instantes se sentía muy libre, Todas las novicias estaban acompañando a Astrid en el recital, incluida María Gertrudis — Creo en la fábula de Orfeo. Creo en las monedas de chocolate que atesoro bajo la almohada de mi niñez.
Alba, al ver que nadie le hacía caso, corrió hacia donde estaba Lucía, y le reclamó la injuria que estaba pasando. Sin embargo, a palabras necias, oídos sordos.
—Creo en el sortilegio de la música... — continuaban las muchachas.
—¡Lucía! — gritaba Alba, algo ronca — ¡Aún soy la madre superiora! Esto es una falta de respeto mi persona.
Las risas comenzaron a brotar entre el público: algunas monjas, sorprendidas, no pudieron evitar soltar una sonrisa ante la audacia de las novicias.
La madre superiora, con los ojos muy abiertos y el rostro enrojecido, se esforzaba por mantener la compostura. Su expresión era una mezcla de incredulidad y furia, como si cada palabra de Astrid fuera una ofensa personal al decoro del convento.
—Lucía, por favor, ¡Deja de reírte!
—Callate, Alba; que ya viene la mejor parte. — y le puso la mano en la boca a la Antigua madre superiora. — Solo escucha esa belleza y trata de reír un poco.
—Creo en el perro de Ulises y en el gato risueño de Alicia en el País de las Maravillas, en el loro de Robinson Crusoe, en los ratoncitos que tiran del carro de la Cenicienta; en Beralfiro el caballo de Rolando y en las abejas que labraron su colmena en el corazón de Martín Tinajero. —¡Dios mío!, era un espectáculo digno de admirar.
—No puedo creer la herejía que has dejado entrar al convento.
—Alba, por lo menos escucha el final del recital.
Y luego de unos segundos de pausa para tomar aire, las demás novicias se quedaron en silencio, mientras Astrid pronunciaba las últimas palabras para culminar con la oración:
—Creo en la amistad como el invento más bello del hombre. Creo en los poderes creadores del pueblo. Y creo en mi misma, puesto que sé que alguien me ama.
Una lágrima cayó con nostalgia de los ojos de Alba, Lucía tenía razón, había Sido muy dura con Astrid.
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