Mi Primer Beso
I
Sentía que me iba a dar algo. Mi madre decía que nunca había estudiado, pero que la abuela decía que a las Patologías del corazón se les llamaba Enamoramiento, por otro lado mi padre decía que eso no existía, que más bien era un un Patatús Crónico o Soponcio de larga data gestacional. Yo aquí aprendí en las innumerables clases de historia, geografía, ciencias Naturales, Matemáticas y Literatura que, los médicos son los encargados de recetar medicamentos a los pacientes cardíacos, para calmar su taquicardia.
Y si, tengo taquicardia. Estoy nerviosa.
Termino de leer el largo testamento escrito en una legible letra manuscrito, me siento acomplejada, porque mi letra es horrible comparada con la de Juan David, Pero el no tiene porque saberlo, ¿No lo creen?
—¿Dónde está? — le pregunto a Jonás, algo impaciente.
—Más cerca de lo que tú te imaginas.
¡Dios mío!, ¿Dónde está el loco éste?
De los arbustos salió Juan David, con un ramo de flores rojas, ¡Quién sabe de dónde las había sacado! Pero se veían muy sensuales. Su cara era una mezcla de nerviosismo y emoción, mientras avanzaba hacia mí, que lo observaba con los ojos abiertos de par en par. La figura de mi Caballero Andante emergió como un destello en medio de la vegetación. Mi corazón dió un salto; nunca había imaginado que él se atrevería a hacer algo así.
Las flores rojas, vibrantes y llenas de vida, parecían simbolizar el ardor de un sentimiento que había estado latente. Sin poder contenerse, mis labios se entreabrieron, buscando las palabras adecuadas, pero solo logré sonreír, incapaz de articular un saludo.
Juan David se detuvo, su mirada estaba fija en mí, y con un gesto delicado, extendió el ramo, ¡Era muy romántico! Muy parecido a las escenas de un montaje teatral.
—Para ti — dijo con voz suave, como si cada palabra estuviera cargada de significado.
Tomé el ramo con manos temblorosas, era la primera vez que algo que no fuera de color morado me parecía hermoso, eran muy hermosas las flores, pero más hermoso fue el gesto. Nunca me imaginé que el hijo del sueco supiese escalar muros como el cuarteto de monaguillos, tampoco me lo imaginaba escapando de la justicia por un error... Pero... ¿Y si esto era un error? No, no dejaré que la intromisión de la negatividad me arruine esta felicidad que no sentía desde hace siglos.
—Nunca pensé que diría esto, pero... aquí estoy, infiltrándome en un convento por primera vez. — su voz sonaba cansada, estaba un poco fatigado — mi corazón late a mil por minuto.
—¿Es en serio? — y empecé a alisar mi cabello, algo apenada. — Déjame ver.
Y coloqué mi mano en su pecho, no sé de dónde saqué el valor para hacerlo, tenía un pecho prominente, músculoso, algo hundido, Pero se sentía que ambos estamos sincronizados por las emociones fuertes y la taquicardia.
—Mira, mi corazón está igual. — le dije mientras tomaba su mano y la colocaba en mi pecho.
¡Jesucristo! Perdóname, Pero me enamoré del hijo del sueco, ¡Me enamoré de Juan David! Espero que logres perdonarme este pecado cuando me confiese.
—Creo que yo me iré a vigilar la entrada — Jonás caminó con sigilo y se retiró, mientras se tapaba los ojos en señal de complicidad.
—¡Gracias Jonás! — le grité.
Era un momento perfecto, había esperado una eternidad para que se hicieran las 6 de la tarde, y ahora no quería que la hora siguiese avanzando.
—Juan David, — le dije, algo preocupada — ¿estás seguro de que esto es una buena idea? La madre superiora no es precisamente conocida por su sentido del humor.
—Lo sé, lo sé. Pero no puedo evitarlo. Desde que te vi en el hospital, supe que tenía que hacer algo. Y si eso significa escalar muros, pues... ¡aquí estoy!
—Eres un loco, pero un loco encantador. Aunque debo admitir que tengo un poco de miedo. ¿Y si la madre superiora me ve hablando contigo? No quiero que te prohíba la entrada al convento.
Era la primera vez que Juan David me miraba sin el hábito puesto, mi cabello era muy largo, tan largo que me cubría toda la espalda, semanalmente me lo lavaba con cremas especiales y lo alisaba para que mantuviera su brillantez y frescura. María Gertrudis siempre me lo había envidiado, ya que su pelo parecía una bola de pelos con nudos.
—Tu pelo es hermoso.
Yo no hallaba que responder, solo miraba las flores, me costaba verlos a los ojos, lo que pude pronunciar en ese momento fue una advertencia, tenía miedo de que la madre superiora llegara en cualquier momento.
—Juan, creo que debes irte... La bruja puede llegar en cualquier momento. ¡Lo más seguro es que me alargue el castigo!
—¿Castigarte? ¿Te pondrá a limpiar los pasillos hasta que sean un espejo? ¡Eso sería un desastre! Pero, Astrid, eres más astuta de lo que crees. Si alguien viene, solo tienes que actuar como si estuvieras cuidando las flores.
—¿Y tú qué harás? ¿Te esconderás detrás de un arbusto como un espía torpe?
—Tal vez. O quizás me haga pasar por un jardinero. — se rió — Siempre quise aprender a podar rosales.
—Juan David, no te imagino en un delantal de jardinero. — le susurré con tono de burla — Pero, en serio, me encanta que hayas hecho esto por mí. A veces siento que este lugar es una prisión.
—Y yo no quiero que te sientas así. Tienes que saber que hay un mundo allá afuera que te espera. Un mundo lleno de aventuras... y de amor.
—¿Amor? Eso suena... bonito. — creo que estaba roja como un tomate — Pero, ¿y si la madre superiora descubre nuestros secretos? No creo que le guste la idea de que un joven esté aquí, cortejando a una de sus novicias.
—Te quiero hacer una pregunta.
—Dime.
—¿En realidad quieres ser Monja?
Titubeaba al articular las palabras, no encontraba oraciones convincentes.
—Tu silencio me lo dice todo. — y trato de besarme, pero a lo lejos se escuchaba que alguien venía.
II
Caín, con su habitual mala cizaña, salió corriendo como un torbellino hacia la sala donde la Madre Superiora recibía a su hermana. La atmósfera era solemne, cargada de un aire de reverencia y tranquilidad que Caín, en su ignorancia, no alcanzaba a comprender. La Madre Superiora, con su porte imponente y su mirada penetrante, estaba en medio de una conversación íntima y significativa, cuando de repente, la puerta se abrió de golpe.
—¡Madre Superiora! —exclamó, entre jadeos—. ¡Hay un problema! Alguien ha escalado el muro y se ha infiltrado en el convento... ¡Viene a ver a Astrid!
La Madre Superiora frunció el ceño, claramente irritada por la interrupción. Sus labios se apretaron en una línea delgada, y el brillo de su mirada se tornó más agudo, como si estuviera midiendo cada palabra que iba a pronunciar.
El malvado hermano de Abel, ajeno al desagrado que había causado, continuó hablando sin pensar.
—No sé quién es, pero parece que tiene malas intenciones.
Sin embargo, el tono alarmante de Caín no hizo más que avivar la molestia de la Madre Superiora. Con un movimiento decidido, se levantó de su asiento, dejando atrás la conversación con su hermana.
—¿A dónde vas? — le preguntó la hermana Lucía.
—Espérame aquí, — le ordenó con un tono de superioridad.
—Albita, Recuerda que podré seguir siendo tu hermana menor, pero ya no tienes que darme órdenes.
—¡Ya lo sé! — le gritó, algo enfadada.
—Entiendo, estás enfadada porque no sabes tomar el control de unos jóvenes malcriados — ahora quién estaba sembrando cizaña era la hermana Lucía — Recuerda que ese comportamiento no es digno de Dios, el cardenal podría ponerte en disciplina.
—¡Ya, por favor! No necesito sermones.
—Está bien, está bien. Me callaré, — pronunció con resignación — solo Recuerda que dentro de dos días, yo tomaré las riendas de este convento.
—Lucía, no eres capaz de llevar las riendas de tu vida... ¿Crees que podrás manejar los asuntos de este convento?, ¡Aquí nadie me hace caso! Son como tú cuando eras joven. ¿Recuerdas las veces que te confesaste y las veces que mis padres me ponían como ejemplo?
—Pero ellos ya no están aquí. ¡Están 3 metros bajo tierra! — exclamó riéndose, ya las cosas no tienen que ser tan estrictas como en el pasado.
—¡Blasfemias! — y la madre superiora se persignó — espérame aquí, dentro de poco seguiremos charlando. — y alzó la mirada al cielo como implorando misericordia — ¡Dios mío!, ¡Dios mío? No puedo creer que deje todo en manos de esta loca.
—Esta loca es tu hermana, que no se te olvide.
La gravedad de la situación la obligó a dejar de lado su enfado. Sabía que debía investigar lo que estaba sucediendo.
—Vamos —dijo, su voz firme y autoritaria, dirigiéndose a Caín —. No podemos permitir que el convento sea vulnerado por intrusos.
Caín la siguió, el eco de sus pasos resonaba en las paredes antiguas del convento. La Madre Superiora, con cada paso, parecía más decidida; su mente ya estaba en alerta máxima, trazando un plan y los próximos castigos que le depararía el futuro a La novicia rebelde.
...
Mateo y Pablo corrían con el corazón a mil por hora, detrás de ellos venía Jonás. La preocupación se reflejaba en sus rostros, mientras entrelazaban palabras apresuradas sobre lo que habían escuchado. Al llegar al jardín, encontraron a Astrid y Juan David sentados en una banca, disfrutando de un momento de tranquilidad.
—¡Astrid! ¡Juan David! —gritaron al unísono, deteniéndose de repente frente a ellos, con la respiración entrecortada—. ¡La Madre Superiora viene muy molesta!
Astrid levantó la vista, intrigada, mientras Juan David fruncía el ceño, sintiendo que algo no estaba bien.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Astrid, alarmada.
—Se ha enterado de que Juan David entró al convento sin permiso —explicó Mateo, aún recuperando el aliento—. Y está furiosa, ¡no sabemos qué va a hacer!
—¿Pero quién fue el soplón? — preguntó Juan David.
—¿Quién más va a ser?, ¡Fue Caín!, ¡Maldito idiota! Nunca pensé que pudiera arruinar nuestros planes.
—¿Y qué vamos a hacer? —preguntó Juan David, tratando de mantener la calma, aunque su voz temblaba ligeramente.
—¡Tenemos que ocultarte! —exclamó Pablo, mirando a su alrededor como si la Madre Superiora pudiera aparecer en cualquier instante—. Si ella te ve, seguramente nunca más volverás a entrar aquí.
—No, lo mejor es que me vaya. — dijo resueltamente.
—¿Estás seguro de que podrás llegar a la cima? — Astrid estaba preocupada — ¿Si caes y te rompes el cuello?
—No te preocupes. No me pasará nada.
Y seguidamente le dio un beso furtivo y rápido en los labios. Astrid, sorprendida, sintió que su corazón aceleraba mientras él se alejaba, preparándose para escalar el alto muro del jardín con una agilidad sorprendente, como si lo hubiera hecho todos los días.
Juan David se impulsó hacia arriba, sus manos firmes en la piedra rugosa, y en un parpadeo ya había alcanzado la cima, donde se detuvo un momento para mirar hacia atrás, sonriendo a Astrid con un aire de complicidad antes de desvanecerse en el horizonte.
«¡Dios mío! ¿Qué he hecho para merecerlo?, ¡Es tan especial conmigo!, Creo que lo amo, No, no lo creo. ¡Lo sé!»
Sin embargo, la tranquilidad del momento no duró mucho. La madre Superiora, con su porte austero regresó justo en ese instante. Al escuchar el alboroto y los murmullos de los jóvenes estudiantes, se dirigió rápidamente hacia el lugar de los hechos. Al no ver a nadie, su ceño se frunció y se acercó a Astrid, quien aún estaba con el corazón agitado por lo que había sucedido.
—Astrid, ¿qué ha ocurrido aquí? —preguntó la madre Superiora, su voz resonando con autoridad mientras sus ojos se posaban en la joven.
—Nada, reverenda madre.
Y enseguida los ojos de la madre superiora se fijaron en un papel que sobresalía de la Biblia de la Joven.
—¿Qué es eso?
—Nada, reverenda madre.
—¿Es que no tienes otras cosas que decir? — exclamó, mientras le arrancaba el papel pergamino.
«¡Señor Jesucristo! Ya valimos, es la carta de Juan David, seguramente» pensaba Jonás.
Astrid, sintiendo la presión de la mirada inquisitiva, intentó componer su expresión. La sinceridad brillaba en sus ojos, pero sabía que debía ser cuidadosa con sus palabras.
—No ha pasado nada, Madre Superiora —respondió, tratando de sonar convincente—. Solo estaba recogiendo lilas para mi habitación.
La madre superiora cambió rápido de semblante, ¡El pergamino contenía textos bíblicos que Astrid había anotado del estudio bíblico de hoy!
La bruja la miró detenidamente, como si pudiera leer cada pensamiento que cruzaba la mente de Astrid. Sabía que había algo más, que ese alboroto no podía ser solo un simple juego. Pero, en el trasfondo, también percibía la chispa de la juventud y la innegable conexión que había entre los dos.
—Espero que entiendas que en este lugar hay normas que debemos seguir —dijo la madre Superiora, suavizando un poco su tono, aunque sin perder su autoridad—. La próxima vez, asegúrate de mantener el orden. — Caín, ven conmigo, ¡Necesitamos hablar!
—Si, reverenda madre — respondió algo avergonzado.
Todos empezaron a murmurar sobre el inminente castigo qué tendría El joven sopló.
—Astrid, ya es tarde. Por favor, ve a tu habitación — le ordenó la Madre Superiora, — Pero antes, ve a la cocina, hoy podrás cenar.
Astrid asintió, sintiendo una mezcla de alivio.
—Gracias, reverenda madre.
Pero... ¿Dónde estaba la carta?
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