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El Hijo del Maldito Sueco

I

¿Quién es el maldito Sueco?

El tan nombrado y causante de tantos predicamentos era hijo de un Señor de nacionalidad desconocida, Pero muchos chismes murmuraban que provenía de Suecia, y de ahí el sustantivo Propio. Solía salir en las tardes a la plaza y se sentaba dejado de un enorme Cedro, por lo general las doncellas más malucas compraban una colonia cara (con lo que apenas ahorraban en semanas) se impregnaban de ese aroma a prostituta de barrio chino y empezaban a corretearlo o sacarle conversación, el pobre, cabizbajo, leyendo un libro o con actitud algo indiferente, no les prestaba atención, porque estaba a punto de casarse...

¿Casarse? ¿Tan pronto?

Pues sí

Su padre, buscando que nunca se perdiera el dinero en la cuenta bancaria familiar, habíase pensando en concurrir con una ceremonia algo inusual e irreverente: El Casamiento de dos chicos que no se conocían en lo absoluto.

La hija de la Duquesa de Winter, una codiciosa Pero hermosa señorita, no estaba tan entusiasmada por la inminente celebración: prefería estar al espejo durante horas cepillando su largo cabello y esperando que su "Futuro Marido" le llevara diamantes, joyas o ropa nueva para darle un beso furtivo.

Ese día la servidumbre No asistió, por lo que el cuarto de la joven estaba hecho un desastre.

—¿Sabes? Me he estado preguntando por qué me siento tan… invisible a veces.

—¿Invisible? ¿De qué hablas?

—Sabes a qué me refiero. No puedo evitarlo. — se gira hacia él — No me trajiste el diamante azul del Mar Rojo, ¿verdad?

—¿En serio? ¿Todavía con eso? Te he traído flores, deberías de apreciar los pequeños detalles.

—¿Pequeños detalles? — exclamó con ironía — los pequeños detalles son solo eso: ¡Pequeños detalles! Además, mis primos del extranjero me han traído muchos diamantes hermosos, y bien sabes a lógica que los diamantes son más valiosos y caros que las flores. ¡Seguramente me las compraste! Las arrancaste de algún jardín cuando el señor de la casa se descuidó.

—¡Por favor! Para ya con eso... Me haces sentir mal.

La duquesita cruzó los brazos.

—Sí, porque para mí, no es solo un diamante. Es un símbolo de que te importo.

—Vamos, eso es una tontería. No necesito comprar cosas caras para demostrar que me importas.

—No se trata solo de eso. Es sobre la atención, el detalle, la dedicación. A veces siento que no te importa lo que siento.

—¿Y qué quieres que haga? ¿Gaste todo mi dinero en algo que al final no tiene sentido? Hay cosas más importantes.

—¡No es solo el diamante! — gritó enfadada — Es todo. Es como si estuvieras en tu propio mundo y yo solo fuera un accesorio.

—No es mi culpa que pienses así. Estoy aquí, ¿no? ¿Qué más quieres que haga? Yo no tengo la culpa de que parezcas maniquí de centro comercial.

—¡Me lastimas! — gimió la duquesita, llorando.

—¡Lo mismo haces conmigo todos los días!, no sé cómo voy a soportarte.

—Quiero que me veas, que me escuches. Quiero sentir que realmente te importa.

—Y yo quiero que dejes de dramatizar todo. No puedo complacer tus expectativas, ¿sabes?

—¡No se trata de complacerme! Se trata de que te importe lo que siento.

—Tal vez estás esperando demasiado de mí.

—Tal vez tienes razón. Quizá debí darme cuenta de que no eres el chico que pensé que eras.

—Y tal vez deberías dejar de aferrarte a cosas que no tienen importancia.

Y así se cerró el telón, con la obra inconclusa.

II

Juan David, así se llamaba el Hijo del Maldito Sueco, era un adjetivo algo extraño para referirse a su progenitor, Pero se lo había ganado a base de imponer su autoridad.

...

Mi dulce chica enamorada: Hoy caminamos por senderos de extrañeza, sin embargo, en algún rincón del tiempo, nuestras manos se entrelazarán como si nunca hubieran estado separadas.

Eres un misterio que despierta mi curiosidad, A veces, en el silencio de nuestras miradas, siento que el futuro nos aguarda con promesas de complicidad. ¿Que es la indiferencia para mi? Un signo de que quieres que me vaya, cuando sabes muy bien que no lo haré. Así que si quieres seguir intentándolo, perderás tus fuerzas.

Entiéndelo de una vez: Te elegiré una y otra vez. Capta los versos que escribo entre lágrimas.

...

—Es muy lindo lo que escribes.

—Gracias.

—¿Solo eso tienes para decir?

—¿Que más quieres escuchar? ¿Que traigo tu maldito diamante?

—¿¡...!?

—Y antes de que empieces otra vez con tus indirectas: ¡No lo escribí pensando en tí!

—¿Aun sigues molesto por lo de ayer?

—¿Crees que estoy molesto? Estoy feliz, muy feliz... ¡Inmensamente feliz!

—¿Sabes algo? Creo que es mejor hablar después.

—Si no hablamos nunca más, sería mejor.

—¿Que quieres insinuar?

Juan David se levantó de la mesa, la pluma estilográfica rodó por el escritorio y cayó en el suelo, tintineando con estilo, esperando la noticia garrafal.

—No me casaré contigo. — se lo dijo mirándola a los ojos — en esta oportunidad, me estás mirando a mi, la profundidad de mi mirada, si quieres, para que no te parezca soso, asimilalo al espejo de tu habitación. Esta será la última vez que te mire de frente, y recuerda que soy un hombre de palabra... —bajo la mirada — La próxima vez que te vuelva a ver, estarás en el declive de tu vida. Espero consigas a la persona que buscas. Te deseo lo mejor del mundo.

Acto seguido se agachó para recoger su estilográfica, la guardó en el bolsillo de su saco y salió del cuarto caminando tranquilamente. La duquesita estalló en sollozo, nadie se había atrevido a ignorarla de esa manera, su autoestima estaba por los cielos antes de todo eso.

...

El alba se desperezaba entre susurros de luz, pero en el corazón del día, una sombra de melancolía se cernía como un maléfico espíritu.

Las horas se deslizaban en su rutina, y el sol, en su esplendor, no lograba ahuyentar la tristeza que anidaba en el pecho de la jornada. Era como si el tiempo, en su inflexible curso, hubiera decidido abrazar la nostalgia.

Lloraba el día, un llanto suave pero profundo, como el murmullo de un arroyo que se lamenta por lo que dejó atrás. Años habían pasado desde que Juan David se marchó, y la arrogancia que una vez fue su aliada se transformó en el peso de un arrepentimiento que la aplastaba. La luz dorada que solía acompañar sus pasos ahora se tornaba en bruma, y cada rayo que se filtraba entre las nubes era un eco de lo que pudo ser.

Las lágrimas caían del cielo, cada una un recuerdo, cada una una palabra no dicha, un abrazo no dado. Ella sabía que había dejado escapar a Juan David, que su orgullo había erigido muros donde antes florecían los sueños compartidos.

Desesperadamente, el día lloró, como si quisiera arrastrar consigo el peso del arrepentimiento. Las gotas resbalaban por las hojas de los árboles, susurrando historias de amores perdidos y caminos no recorridos. El mundo se cubría de un velo nostálgico, mientras el viento parecía llevar consigo las súplicas de un corazón que necesitaba liberarse.

...

¿Podría dejar de llorar algún día?

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