Carta Grotesca y embarrada en sudor
¡Hola!
Sé que no conoces mi letra, y de seguro Ya te habrás olvidado de mi cara; el padre Pérez me contó que en tus constantes visitas al armario del confesionario le confiaste un secreto: Te agradan las rosas moradas y odias a los farsantes. Yo te entiendo, para ser sincero me parezco a ti en muchas facetas: Soy un joven incomprendido por su padre... Bueno, seguramente eso no lo sabes, Pero lo que sí debes saber Es que soy noticia debido a la polémica que se ha causado en torno a mí. He pospuesto mi compromiso con la duquesita de Winter hace ya unos dos meses, ¿Las razones? Aún no las tengo claras. Aunque el periódico decía que el casamiento se había pospuesto, en realidad yo lo he cancelado definitivamente.
¿Por qué lo he hecho?
Es una excelente pregunta, Pero ahorita no te la quiero contestar.
No puedo evitar sentir que, incluso vestida con la modestia del hábito, tu esencia brilla con una belleza única y serena. Hay algo en tu porte, en la manera en que caminas y en la calidez de tu voz, que transforma lo cotidiano en algo extraordinario. Para que no pienses que solo me dejo llevar por lo físico, quiero que te des por enterada que en la mesa de mi cuarto Está en un vasito con agua la lila que me regalaste.
He estado pensando durante muchas noches enteras, y por más que logre comprenderlo no lo logro, ¿Podrías explicar porque te encantan las flores moradas?, ¿Tiene algo que ver con tu pasado o tu futuro?, ¿Sería posible que pudieses cambiar ese color por uno más vivaz? ¡Hay muchas opciones que te puedo compartir: Amarillo, Rosado, Blanco, fucsia, Rojo... ¡Rojo! A mí me encanta el color rojo, ¿Nunca has escuchado el mito de Las Rosas rojas? Es una historia muy bonita, se cuenta que hace mucho tiempo una jovencita estuvo en coma por un accidente automovilístico, (debo de aclarar entre paréntesis que no era muy linda como tú), los doctores no daban muchas esperanzas, y acabo de algunos meses estuvieron a punto de diagnosticar una muerte cerebral.
¡Pero no te pongas a llorar!, porque aún falta mucho por cortar... Lo que los médicos escépticos no sabían, era que la jovencita estaba consciente, podía escuchar, podía sentir, podía entristecerse así como podía alegrarse; pero como comprenderás no tenía razones para estar feliz... Es como estar en estado vegetal, o congelado, o tras Las rejas sin derecho a visita conyugal.
Con el tiempo la jovencita empezó a tener alucinaciones, eran muy variadas, y unas no eran tan bonitas; a veces miraba figuras andróginas que se deslizaban por su camilla, otras veces veía animales salvajes, Y por último empezó a mirar a un caballero muy elegante, de su misma edad, que se hacía llamar Federico.
Es un nombre muy feo para un caballero, ¿No lo crees?
Su piel, pálida como la luna en una noche serena, reflejaba la suavidad del rocío matutino. Cabellos sedosos, que danzaban en tonos de plata y ámbar, caían en cascada sobre sus hombros, como si las estrellas mismas hubieran descendido a tocar su ser.
Con el paso de los días, la esencia de esta persona, que desafiaba las normas del género, comenzó a transformarse de manera sutil y poética.
Así, como un artista que da forma a su obra, se fue gestando en el corazón de esta extraña criatura de porcelana una metamorfosis. Poco a poco, su presencia se tornó en la de un caballero de finos modales, un ser que abrazaba la cortesía con la misma ligereza con la que un poeta abraza sus versos. Sus gestos, antes fluidos y etéreos, adquirieron una elegancia decidida; cada movimiento se convirtió en un baile de caballerosidad, donde las palabras se destilaban en un néctar de respeto y bondad.
—¡Hola! — saludo cordialmente el recién llegado.
Para sorpresa de la joven, podía hablar, podía moverse, ¡Podía ser ella misma!
Con una legendaria rapidez empezó a quitarse los vendajes y vías periféricas; estaba inmersa en un aura de insensibilidad, ¡Extraño! No sentía dolor alguno, se sentía en un sueño. ¿Había despertado de verdad?, ¿No era algún espejismo?
—¡Ven conmigo!
—¿A dónde iremos? — preguntó la joven, confundida.
—Iremos a un juicio.
—¿Un juicio?, ¿De quién?
—Tu juicio. — respondió secamente.
A continuación la joven empezó a hacer muchísimas preguntas, algunas algo incomprensibles, sus balbuceos no lograban convertirse en interrogantes por responder, y el elegante joven parecía ignorar todas ellas. Caminaron por un largo e infinito pasillo, a pesar de los intentos de la jovencita por querer interactuar con alguna enfermera o doctor de a su alrededor, ¡Ninguno le respondía!, era como Si estuvieran pintados en la pared. El elegante caballero le rogaba que dejase de huir de su destino, y al replicarle, no respondía nada.
—¿Me oyes, acaso? — le preguntaba la jovencita.
—¿¡...!?
—¡Hola!, ¿Me oyes?
—¿¡...!?
—Esto debe ser un sueño, necesito despertar.
El pasillo se extendía ante ellos como un túnel interminable, sus paredes reflejaban la tenue luz que apenas iluminaba el camino. Cada paso resonaba en el aire. A medida que avanzaban, la sensación de que aquel pasillo nunca tendría fin se hacía más palpable, como un laberinto del que no era posible escapar.
—¡Dios mío! ¿A dónde me lleva este señor?
Finalmente, al llegar al extremo del pasillo, se encontraron con una puerta monumental que parecía estar custodiada por el tiempo mismo. Sus dimensiones eran imponentes, y el intrincado diseño de su superficie contaba historias de antiguos juicios y decisiones que habían cambiado el curso de la historia. Con un leve empujón, la puerta se abrió, chirriando suavemente, como si se tratara de un umbral entre dos mundos.
Al cruzar el límite, se hallaron en una sala de tribunal que evocaba un sentido de solemnidad y gravedad. Las paredes estaban adornadas con banderas y retratos de figuras históricas, sus ojos los observaban con una mezcla de juicio y expectación. En el centro, una gran mesa de madera pulida dominaba el espacio, rodeada de sillas vacías que esperaban a los jurados y a los abogados.
Las luces brillaban sobre el estrado, donde un juez imaginario aguardaba el comienzo del juicio. El aire estaba cargado de una tensión palpable, como si todos los presentes, aunque invisibles, estuvieran listos para escuchar y deliberar.
—Sientate — Le invitó el extraño caballero.
—Prefiero irme, sí es tan amable, ¿Podrías llevarme a la salida?
—¿A la salida? — el caballero estaba algo confundido — ¿Cómo se te ocurre estar ausente en tu propio juicio?
Los vellos de la jovencita se erizaron, un escalofrío recorrió toda su espina dorsal.
—¿Mi juicio?
—Si, desde luego... ¿O acaso no te llamas Florencia Fernández?
La jóven asintió.
Y justo cuando estaba caminando al estrado para declarar un testimonio que ni ella misma conocía, se desmayó. Los relatos populares concluyen en que empezó a mirar extrañas figuras geométricas que danzaban en un abismo inconcluso, posteriormente empezó a caminar por pasillos abstractos que desafiaban las leyes de la gravedad, y al final, despertó.
¿Dónde despertó? En su cama del hospital.
La jovencita, de una edad muy temprana, parpadeó varias veces, intentando despejar la neblina de su mente. El ruido del monitor a su lado marcaba el ritmo de su corazón, un sonido que le resultaba extraño y familiar al mismo tiempo. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado?
Con un esfuerzo titánico, levantó la vista y, al hacerlo, se encontró con una imagen que la llenó de calidez y sorpresa: su novio, Federico, estaba allí, de pie junto a su cama. En sus manos sostenía un ramo enorme de rosas rojas, brillantes y vibrantes, que contrastaban con la frialdad del entorno hospitalario.
—¡Florencia! — exclamó el joven, su voz temblorosa y llena de emoción — ¡Despertaste! No puedo creerlo — Se acercó a ella, las flores casi tocando su rostro, y su mirada se llenó de lágrimas, pero no eran de tristeza, sino de una alegría arrolladora.
Florencia intentó hablar, pero sus labios se sentían resecos y sus palabras no salían. En su corazón, una mezcla de dudas y preguntas la asaltó. ¿Cómo era posible que estuviera allí después de todo? Recordaba fragmentos oscuros, momentos de dolor y la sensación de caer en un abismo. Pero todo eso parecía lejano ahora, como un mal sueño del que finalmente había despertado.
—Tuve un sueño muy extraño...
A su lado, Federico lloraba.
—Los médicos dijeron que no había esperanza, que habías tenido muerte cerebral. Pero nunca dejé de creer en ti, nunca dejé de luchar — susurró, su voz temblando de emoción. — Te he estado hablando todos los días, te he contado sobre lo que pasaba afuera... y ahora estás aquí.
Y si, estaba viva, estaba a salvo.
Seguramente ya estás aburrida por el relato fuera de lugar, Pero por lo menos entiendes que me encanta escribir, pienso que en algún momento de mi vida publicar un libro de memorias o novela erótica. Si mi padre se enterara de estos sueños míos tan extraños, seguramente pegaría El grito al cielo y le daría un infarto nuevamente. Te confío mi secreto, te confió mi corazón, te confío mi alma.
¿Me aceptarías unas rosas rojas en lugar de unas moradas?
Atte:
Juan David.
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