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Capítulo 9




Bianca.

Acabé durmiendo en los brazos de él, después de un largo tiempo. No dejaba de asfixiarme con su agarre tan fuerte, tal vez intentaba tenerme desprevenida para matarme. Como fuera, cuando desperté él ya no estaba allí, se había ido. Por fin descanse sola, en esas paredes, que no tenían sombras que pudieran custodiar mi persona.

Era idiota por no echarlo de la habitación y dejarlo dormir conmigo, aunque solo fuera por unas horas.

Aquel hombre me volvería loca.

Si es que ya no lo estaba.

No le perdonaría nunca. Pero hacerle creer que sí, me daría puntos para producir mi venganza. Nunca debió ponerme una mano encima, porque yo ahora seré su verdugo.

Lo letal aun dormía en mi interior, solo hacía falta una llama para despertarlo.

Esa llama era la venganza.

Salí del baño con una toalla envuelta en mi cuerpo. La habitación era grandísima, creo que no iba a poder acostumbrarme a aquello. No teniendo a Don a metros de distancia de mí. ¿Dónde mierdas estaría mi madre? ¿Por qué me dejó con él? Un pensamiento algo chocante se desplazó peligrosamente por mi cabeza. Entonces todo cuadró.

¿Podía que se ella fuera la que estaba haciendo trato con los rusos? Eso explicaría el motivo de las acusaciones del hermano de Giovanni.

No podía ser. Debía comunicarme con ella, la matarían y a mí también. O podía unirme a ella para quitarle el trono a Don.

Giré instantáneamente cuando la puerta se entornó, reforcé el agarre en mi toalla, no era momento para que me vean desnuda. Analicé el espacio con mis ojos, mi cuerpo siguió en alerta, preparado para patear el culo de la persona que osara a entrar sin permiso a mi habitación.

Espere, pero nunca nadie llegó, en cambio, una carta blanca se deslizó por el interior de mi dormitorio con un fugaz movimiento. Dudosa caminé hasta el trozo de papel y lo sostuve contra mis dedos, no tenía remitente, tampoco un lugar destinado. Sólo había escrito con una caligrafía peculiar un simple "Ábrelo". Parecía una orden.

—¿Hola? —hable con confusión.

No entendí nada.

Cuando me asomé al pasillo no había nadie, solo un pasillo largo con inmobiliario lujosa. Uno de los guardias que custodiaba mi puerta se hallaba dormido en una esquina de la pared. Roncó suavemente inmerso en el mundo de sus sueños.

Sin más me encogí de hombros cerrando de nuevo la salida y entrada de mi prisión, mis dedos fueron más rápidos que mi consciencia y terminé abriendo la carta. Un pequeño texto apareció inscrito, tampoco ponía a quien se dirigía:

Ven a las nueve de la noche al casino que te llevará Don, al club de las prostitutas. Lo reconocerás fácilmente. No le comentes nada de esto porque estarás en peligro, pequeña. Es muy importante que confíes en mi si quieres salir de la mierda en la que estás metida.

He descubierto muchas cosas de ti. Sé quién eres.

Eres mucho más poderosa que ese bastardo.

Tú debes tener el poder, niña.

Te tiene engañada, Bianca, solo te quieren para sus propios beneficios. Tu padre era él peor de todos, él sabía lo que querían hacer contigo y no le importó. Yo te puedo ayudar a ser la reina de tu vida. Comprenderé que no quieras ponerte en peligro.

Ahora solo falta que te descubras. Por eso resolveré todas tus dudas está noche, si quieres luchar por lo que te pertenece.

Te estaré esperando, pequeña.


Ahogué un chillido en mi garganta.

No era capaz de creer lo que mis ojos leían, así que lo releí unas cinco veces más. La confusión azotó todo mi organismo en ese preciso instante. No sabía a qué venía eso. No por qué ahora. Su destinatario me llamaba pequeña, como si realmente me conociera de algo. Eso era imposible.

¿Y si fue Don él que me lo envió? ¿Y si quería ponerme a prueba? ¿Sería verdad todo lo que decía ahí?

Tenía tantas preguntas que necesitaban una respuesta. Descubrir la verdad me carcomía por dentro. No sabía qué hacer. Ni cómo actuar. Nada. Solo era un peón movido por las manos de ese rey cruel. Si verdaderamente todo lo que exponía esa carta era cierto, no habría oposición para que destruyera al esposo de mi hermana.

El deseo que sentía por él era grande, pero más grande era la sed de su sangre derramada. La famiglia acabaría con los míos si llegaba a matarlo, por eso necesitaba aliados. Por mal que me cayera Priscilla no era capaz dejar que ese miserable la mataste. Porque lo haría tarde o temprano.

—Bianca, te estaba buscando —una voz femenina ingresó en mis oídos —. Pensé que estabas en el jardín, hoy hace un excelente día.

Por supuesto que era un excelente día.

Hoy se firmaba el contrato de muerte de su jefe.

Me ladeé sonriéndole tímida, Sydney seguía igual de bella que cuando la vi ayer. Preferiría borrar de mi mente el motivo por lo que me conoció. Ese recuerdo se quedó aplastado en mi mente. No sé quitaría por nada. Se quedaría allí para atormentarme.

—Hola, Sydney —le salude amable —. ¿Por qué me buscas? La verdad es que no me apetece estar en ningún lado.

El rostro de ella se volvió compasivo, sintió pena.

—Resulta que el señor Lobo va a aprovechar esta noche para hablar con sus socios. Así que me ha pedido que te ayude a alistarte —se encogió de hombros —. Le he explicado que yo no sé sobre moda, peinados y maquillajes, pero no quiere que nadie entre aquí a menos que sea de confianza. Por cierto, ¿tu guardia está dormido?

Mi estómago se revolvió como si hubiera una mano invisible dispuesta a arrancarlo. Fingí otra sonrisa más, aunque dentro de mi todo fuera un caos en llamas.

—Eso explicaría de dónde vienen esos ronquidos —me permití bromear, su risita me confirmó que lo había hecho bien —. ¿Es cómo una clase de fiesta, a lo que quiere llevarme? Creo que no debería ir, hace menos de un día que salió de su secuestro.

—Es un milagro que no lo mataran —afirmó con un suspiro —. Todos quieren su cabeza.

Me desplacé por la cama intentado ocultar la maldita carta. Recé para que no diese cuenta. Una agente especial como ella observaba todos mis momentos.

—No me extraña. No quiero que te lo tomes a mal, pero Don es un neurótico despiadado. No siente compasión por nadie.

Las cejas de Sydney se elevaron.

—¿En serio piensas eso de él? —cuestionó no dando crédito —. Giovanni Lobo es un nombre increíble, ha ayudado a muchas familias de Europa y les ha dado trabajo. Cada mes destina un porcentaje de su dinero a orfanatos. Y por eso mismo lo quieren matar, porque es bondadoso. A la famiglia no le interesa tener un capo así. Mataron a su padre, y ahora le toca a él. Si hace cosas crueles es porque necesita que sus socios confíen en él.

La escuché atentamente y la rabia hirvió dentro de mis venas.

—Eso no justifica nada.

—Tienes razón —asintió con la cabeza —. Pero él ayuda. No es tan malo como lo pintan.

—Sinceramente no tengo ganas de hablar sobre Don.

Bajé la cabeza intentado esconder la carta debajo del colchón de la cama. Sentía la atenta mirada de ella y entonces supe que la había cagado.

—¿Qué es lo que intentas esconder, Bianca?

Oh, no. Mierda. Era una estúpida.

—Es una carta de amor —pensé rápido —. Para Don.

Observé como sus facciones lentamente se suavizaron.

—¿Una carta?

—Es que quiero declararle mis sentimientos —mentí —. Dejaría que la leyeras, pero pone cosas muy privadas y no me sentiría cómoda.

Me regaló una sonrisa, no del todo convencida. Respiré hondo intentado calmarme.

—¿Amas a Don? —se rio —. No me diste a entender eso antes.

Puse mis hombros rectos y la miré fijamente, sin atisbo de duda.

—Puede que me parezca el ser más detestable que existe, pero el corazón no elige de quién se enamora.

—Vaya —silbó —, estoy realmente sorprendida.

Me quedé callada alejando mi vista a otro lugar.

Sonreí sin ánimos y guardé la carta debajo de mi almohada. Sydney era una buena chica, se notaba su alma pura, a pesar de asesinar a gente para proteger a Don, nadie se esperaba el final que tendría. No podía ser mi amiga. Ella lo protegía a él, era su seguridad. Y por lo que había dicho, me había dado la impresión que le tenía un cariño especial.

Ojalá yo pudiera sentir eso. Creerla, pero no. A ella no le cortaron dos dedos, a mí sí. No podía hacerse una idea del sufrimiento que sentía.

Fue la peor sensación del mundo.

—¿Qué te parece si nos ponemos a mejorar mi aspecto? No creo que Don me deje ir a ese casino con está toalla.

Ella sonrió.

—Me parece qué será mejor que nos pongamos en marcha —. Pero algo en su rostro cambió y su sonrisa se borró —. Yo nunca he dicho que te llevaría a un casino.

¡Era una estúpida con el pico suelto! Todo iba genial, pero no, tuve que joderlo todo por hablar de más.

—Sí lo has dicho —aseguré seria.

Negó con la cabeza decepcionada. Sus piernas se movieron hacia mí, mejor dicho, hacia la carta. Tenía que detenerla.

—¿Qué hay escrito en esa carta? —cuestionó furiosa.

Estaba al borde del colapso. Mi respiración se volvió más errática, me costó tomar aire, el oxígeno tardaba en llenar mis pulmones. Mi pulso estaba más que descontrolado, no podía controlarlo, mi corazón iba a explotar.

—Nada —antes de que pudiera detenerla, la carta ya yacía en sus manos.

La leyó con una mueca en su semblante.

—No puedo creerlo. ¿Qué es esto? ¿Intentas hacer algo contra Don? Eres una hija de puta. No mereces la atención de él. Ahora mismo se lo voy a decir y te matará... —deje de oírla.

Solo escuchaba la sangre hervir en mis oídos. No podía controlar nada. Tenía que pensar rápido y salir de ese problema. Yo sabía que esa carta me traería cosas malas, pero desconocía lo que sucedería después de aquello. Una tormenta peligrosa se acercaba, ni quiera la vi venir desde lejos.

Mi vista instantáneamente se dirigió a la mesilla de noche. Todavía reposaba la bandeja que me había traído una empleada, el pan y los cubiertos seguían intactos. Retrocedí cuando Sydney caminó hasta mí, decidida a arrastrarme hasta Don y probar desde cerca otra buena tortura. Pero fui más rápida que ella, a pesar, de ser una joven que no tenía la menor idea de cómo agredir a alguien, o al menos, eso creían.

Mis dedos agarraron el cuchillo de untar la mantequilla en el pan, era lo bastante puntiagudo. Antes de que pudiera decir algo más, el objeto punzante se proyectó en su pecho derecho con dirección al corazón. Ella se quedó muda, me observaba con los ojos llenos de lágrimas. Solté el cuchillo, pero se quedó clavado en su piel. La sangre no tardo en brotar de la herida y derramarse en mis manos, en el suelo, por su camisa. Después su cuerpo cayó al piso.

La había matado.

Ni siquiera sentí lástima.

Entonces esos recuerdos volvieron a mi cabeza. Mi infancia. Los cuchillos. El fuego ardiendo. La satisfacción de ver sangre. El cuerpo inerte de mis mascotas. Todo lo que necesitaba olvidar flotó de nuevo en la superficie.

El monstruo que residía en mi interior había despertado, está vez más fuerte que nunca.

Pero ahora era peor.

Porque ansiaba la sangre de mis enemigos.

🖤

Me deshice de la carta. Los forenses se llevaron a esa chica, a mí me cambiaron de habitación. Limpié mis huellas antes de chillar como una loca y salir despavorida de mi habitación asignada. Para todos, un hombre encapuchado había osado a entrar en la hacienda del mafioso más cruel que existe y mató a una agente de seguridad. Una que dio la vida por mí. Fingí estar destrozada cuando abracé a Don. Él debía pensar que quería ser una de sus mujeres.

Por eso estaba conmigo.

Consolándome, mientras él mismo se encargaba de borrar toda la sangre de mi cuerpo.

—Es un jodido milagro que ese cabrón no te hiciera nada —espeta él, en el balcón del baño. No me miraba, estaba furioso —. Mandé a reforzar todas las putas esquinas, ¡joder! Me cago en la puta. Aquí no estamos a salvo. Debemos irnos lo antes posible a Italia.

—Ella dio la vida por mí —lloriqueé.

Pase la esponja por mis pechos pareciendo un pobre animalito. Don giró para observarme, mi cuerpo estaba oculto bajo litros de agua tibia enrojecida. Las lágrimas de cocodrilo cayeron de mis ojos cuando se acercó más.

—Juro que encontraré a ese malnacido y lo mataré con mis propias manos. Aunque tenga que buscar a esa rata por debajo de las piedras —escupió con rabia.

Cariño, era yo la que buscabas.

—Lo sé —musite —. Fue... Fue horroroso ver como la acuchillaban.

Su presencia me repugnaba, pero de alguna manera me sentía atraída hacía los músculos que se trasparentaban en su camisa remangada por sus codos. Era imponente. Un ser demasiado sexy para perderlo de vista y no reparar en él. Mi zona íntima palpito por su cercanía, se inclinó acariciando mi espalda dibujando figuras circulares con el agua.

—No volverá a pasar, te lo prometo —gruñó.

Claro que volvería a pasar.

El próximo sería él, cuando destronará su imperio de droga.

Bajé la cabeza sutilmente afectada por la situación. Llegábamos tarde a esa supuesta fiesta, pero no parecía importarle. Su vista se deleitaba analizando mi cuerpo desnudo, bueno, gran parte de él.

—Giovanni...

—Dime, bella —usó el italiano para halagarme.

Curvé mis dedos mojados en su brazo y lo atraje hacía mí. Pareció que sabía lo que estaba pensando porque se quitó los zapatos, se desnudó desechando la ropa a ambos costados de él y entró a la bañera dándome unas vistas inmejorables. Me negaba a mirar más abajo de su abdomen.

Aunque podía hacerme una idea del tamaño que era su miembro.

—¿Esto es lo que quieres? —sonrío con picardía, su mirada era de autosuficiencia.

Creía que me tenía ganada, que estaba colada por él. Pero todos sabemos que él me deseaba más que a nada.

Pensaba darle un mordisco para que probará la exquisita esencia de Bianca Lamberdy.

—Mhm, sí —lo dije claro, conciso.

Aún estaba bastante lejos de su cuerpo, pero sus piernas lo cubrían todo, podía rozarlas y percibir lo duro que estaba a base de ejercicios físicos. La bañera era lo bastante grande para que pudiéramos relajarnos. Yo quería dar un paso más. Su mirada seguía en mis ojos, en mis senos descubiertos, en mi sonrisa ladina. Se lamió los labios cuando pase la esponja por el hueco de mis pechos bajando lentamente hasta mi zona intima, que la cubría el agua.

—¿Qué pretendes con esto, Bianca? —cuestionó con la voz ronca, era tan excitante cuando su voz sonaba así —. ¿Volverme loco? Tienes dos minutos para salir de aquí, de lo contrario tomaré tu cuerpo y te follaré hasta que amanezca.

—Tal vez sea eso lo que quiero —gemí.

Sus ojos se volvieron oscuros por el deseo, alcé mi pierna con dirección a su miembro. Me lo encontré de duro como la barra de acero. Esbocé una sonrisa.

—Quieta —ordenó serio —. Estas jugando con quién no debes. Puedo hacerte daño, Bianca. Recuérdalo.

Me incorporé, arrodillada me hice paso en el agua hasta sentarme en su regazo. Sentir su miembro duro en mi entrada solo me daban más ganas de restregarme, fue inconscientemente cuando lo hice. Me observó con tu atenta mirada, sin pestañear. Estaba embelesado conmigo.

—Yo solo recuerdo que decidí ser una de tus mujeres —tracé con mi dedo su labio inferior —. ¿O ya no puedo?

Gemí sonoro cuando me atrajo más a su centro, apretándome las nalgas con sus dedos en el proceso. Los roces ahí abajo eran demasiado para mí, mis piernas empezaban a temblar a causa del placer. El peligro de aquello solo lo hacía más tentador. Ambos queríamos que sucediera lo que nuestros cuerpos gritaban cuando estábamos juntos.

Sexo sin compromiso.

—Eso implica follarte aquí mismo —dijo muy seguro.

Algo estaba mal ahí.

Estaba conteniéndose. Ya no me acariciaba, solo notaba su respiración cargada y sus ojos llenos de lascivia. No había nada más. Estaba quieto. Puede que estuviera disfrutando de ello.

—Fóllame —. Me acerque a su boca para besarlo, entonces no aguantó más. Me dio una fuerte nalgada que resonó en las paredes del baño, jadeé entre sus labios.

Entonces me besó.

Sus grandes manos sostuvieron mis mejillas e impactó sus labios con los míos, los saboreó con ferocidad mientras movía mi coño en círculos sobre su glande. Gemí bajito cuando Giovanni desplazó sus manos hacía abajo de mi cuerpo, atrapó una teta y la apretó haciéndome gozar otra vez. Aquello era un infierno, uno muy placentero. Busqué su lengua para jugar con la mía y exploré su cavidad bucal sin reparo.

Rompió el beso, sentí mis labios hinchados, sus labios se movían en mi cuello, besaba y succionaba la piel. La sensación era tan cálida. Clavé mis uñas en su espalda sintiendo la punta de su pene entrando lentamente por mi entrada, deseé hundirme en él de repente. Mi pezón sintió la humedad de su boca, lo lamió y jadeé de nuevo.

Sinceramente no sé cómo no lo hice.

Cerré los ojos disfrutando de sus besos, de sus caricias, de todo mi cuerpo sobre el suyo. Nuestras pieles rozaban. Se erizaban juntas al unísono. Todo era maravilloso. La mejor sensación de mi vida. Pero la mala suerte planeaba truncarlo todo.

—¡Don...! —un chillido —. ¡Bianca!

La voz de mi hermana.

Ella estaba allí. Mirándonos.

🖤

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