Capítulo 6
Bianca.
Pestañeé varias veces girando mi rostro, para ver cómo sus ojos no quitaban la mirada de mi boca. No era un buen momento para besarlo, y tampoco lo haría por nada del mundo.
En un segundo estaba riéndome como una desquiciada, sí, me estaba burlando de un mafioso que podría hacerme papilla y qué, de hecho, ya había abusado de su poder conmigo cortándome los dedos de los pies. Pero, es que parecía tan idiota proponiéndole eso a la hermana de su esposa.
El punto débil de Giovanni Lobo eran las mujeres.
Y lo usaría en su contra.
—Mira, voy a tutearte —me tranquilicé la risa posicionando una mano en mi pecho —. Quédate grabado bien en tu mente que nunca me vas a poder tocar de la manera que quieres, porque yo no soy una de tus putitas que te menean la cola. Nunca seré de nadie, porque nadie tiene el suficiente dinero para comprarme.
Sonreí con suficiencia bajándome el vestido que se había subido. Estaba harta de esta mierda. Las ganas de saltar del auto en marcha estaban sobrepasando en mi mente. Respiré hondo y ni siquiera lo observé, solo pude oír la respiración de Don.
—Poseo el dinero para comprarte —soltó con los dientes apretados erizándome la piel —. ¿Quieres una joya? La tendrás. ¿Quieres una mansión en Hawái? Solo tienes que decírmelo. Puedo dártelo todo. Dime, Bianca. ¿Qué quieres a cambio de que seas mía?
No quité la mirada del cuenco de chocolate que había en de las estanterías bajas de ese coche lujoso, había una nevera con agua fría que necesitaba pasarla por mi garganta. Todo mi cuerpo quemaba.
Ardía como si me consumiera las llamas de infierno.
Y era por su maldita cercanía.
—Puedes darme algo que quiero —pronuncié desenvolviendo el papel metálico del bombón y llevándomelo a la boca.
No podía girar a mirarlo.
Su cuerpo se inclinó al mío, sentí el contacto de sus dedos fríos chocar contra el borde de mi vestido.
Tragué duro y el aperitivo de chocolate se quedó atorado.
—Dime, preciosa.
Su mirada, esos ojos en mi piel. Quería arrancárselos por hacerme sentir esas extrañas sensaciones. Unas que no quería tener.
—Dame mi libertad —ahora sí lo miré.
Su ceño se arrugó al oír mi respuesta, esbozó una sonrisa ladina y quitó su mano de mi muslo para acomodarse el cabello.
—¿De qué hablas? Tienes tu libertad. Puedes salir dónde quieras, no puedo darte lo que ya tienes.
Negué con la cabeza.
Una opción viable estaba en mis narices, no iba a desperdiciarla. Huiría como siempre lo había hecho, de una manera buena o mala, pero lo haría.
—Quiero salir de la mafia. Borrar todo mi historial aquí y crear una nueva vida —desvié la mirada porque mis ojos se llenarían de rabia —. Mi madre se mantiene encadenándome en sus cadenas de oro. Necesito salir de esta mierda, y eso es lo que puedes darme: La libertad. Huir a otro país. Hacer una vida nueva y olvidar mi pasado.
El rostro de él se volvió neutral.
—No te quiero lejos de mí —gruñó ansioso.
—¿Soy un capricho para ti? Eso es —me reí —. Obtener mi libertad es lo único que hará que sea tuya por unos días. Sin importar cuando te odie. Porque es inevitable sentir algo bonito por un monstruo como tú.
La mano de él impactó en mi cara de nuevo, me abofeteó con tanta fuerza que mi cabeza se golpeó contra la ventanilla. Estoy segura que después de eso me saldría un gran chichón en mi frente. Mi lengua filosa hizo de las suyas de nuevo, me sentía tonta, era obvio que ese mafioso con poca paciencia me pegarías las veces que fuera necesarias, porque mandaba. Me sobé mi mejilla mirándolo con odio entrecerrando los ojos. Sus facciones eran un jeroglífico indescifrable.
—Respeto, Bianca —recordó —. Mantén tu respeto hacia mí siempre. No quieres volver a estar en mi sótano, ¿verdad?
—Eres un... —me silencié cuando una lágrima rodó por mi cachete.
—Si te pareció un infierno mi habitación de Nueva York, no te puedes hacer una idea de cuán puedo hacerte sufrir en la de Italia. No te la juegues. Esta vez no será dos dedos del pie.
Me odie a mí misma por llorar ante su mirada expectante y malvada.
—No quiero verte nunca más —murmuré.
Su rostro enfurecido se pegó a mi frente, los dedos de ese ser malévolo de curvaron en mi nuca haciéndome daño. No podía respirar por su cercanía.
—Está vez será la pierna entera, bonita —sonrió enseñando los dientes blanquecinos —. Rajaré con mi cuchillo tu bello rostro y te usaré como una muñeca de trapo. Follándote cuando se me antoje. Y cuando me canse de ti, te mataré, puta.
—Violador —sentencié. De nuevo mi lengua y mi impulsividad al decir las cosas.
Proyecté mis manos contra su pecho duro y lo alejé de mí con la fuerza que pude reunir. No sé cómo sucedió, porque mis impulsos fueron rápidos y fugaces. Un segundo después estaba sentada en su regazo, con el vestido roto, golpeando su cuerpo con violencia. Chillaba y parecía una loca arañando su cuello porque nunca antes me habían tratado así.
Nadie se merece ser violado o violada por engendros. Seguramente eso haría el conmigo.
Nadie merece una vida llena de sangre y crueldad.
Yo no merezco esto.
—No merezco que un mafioso egocéntrico y caprichoso quiera que sea su muñeca sexual —abofeteé su mejilla, ni siquiera se inmutó —. ¿Te enteras? No quiero nada de ti, solo quiero vivir en paz. ¡Qué me dejes vivir en paz! ¡Qué todos me dejen vivir en paz!
Se mantenía mirándome, no sé defendía, no le dolía mis golpes. ¿Por qué? Le estaba pegando fuerte, demasiado para que ni siquiera se moviera e intentará pararme. Retrocedí para sentarme en mi lugar, había cometido un error al saltar sobre él y centrar mi rabia en golpes violentos, todos esos golpes me los devolvería de la peor manera. Pero sus firmes dedos se hundieron en mi cadera.
Entonces sentí algo duro rozar con la tela fina que cubría mi intimidad. Santa puta mierda. La erección de su pantalón chocó de nuevo contra mi centro, cuando amarró mis manos con sus dedos y las dirigió a mi espalda para inmovilizarme.
El coche se detuvo y los botones de mi vestido explotaron. Sonrió mirando mis pechos relamiéndose los labios.
—¡No! —intenté zafarme, pero solo provoqué que su miembro erecto se chocase más en mi centro y casi gimiera —. ¡Ni siquiera lo pienses! ¡No volverás a hacer lo mismo que ayer!
—Cálmate y disfruta.
Se zambulló al hueco de mis senos y lamió esa parte, intenté controlar su boca que descendía al pezón derecho, pero no podía. La humedad de su boca calentó mi pezón y lo saboreó descaradamente, después lo mordió y se alejó de mi pecho.
—¿Quieres que siga? —acarició mis nalgas aflojando el agarre en mis manos.
¿Por qué mierdas quería que sí? ¿Por qué estaba mojada por él? Dios mío, ¿qué me estaba pasando? Ya no podía controlar ni mis propios deseos.
—No —mentí. Era obvio que quería. Lo ansiaba.
—Tu mirada me dice otra cosa —aseguró moviendo los labios lentamente.
Se acercó a mi cuello y estampó suaves besos cálidos en mi piel. El hormigueo en todo mi cuerpo era incesante.
—Dije que no —. En realidad, era un sí.
Lamió y chupó. Provocándome. Excitándome. Torturándome.
—Estoy estresado, bonita—comentó sin dejar de marcar mi cuello con sus besos —. Te castigaré azotándote las nalgas por ser una niña mala e irrespetuosa.
Ahogué un grito desesperado.
¡Maldita sea! ¡Maldito él! Ojalá la mala fortuna se posará sobre su vida. Lo odiaba, pero esa atracción sexual no sé iba. Seguía matándome.
—Vaya, Giovanni —una voz masculina que no conocía penetró mis oídos —. No pierdes el tiempo, hombre. Deja un poco para los demás.
Un hombre casi igual a Don, pero más joven abrió la puerta del auto viéndonos con diversión. Estaba vestido con una camisa blanca y pantalones negros. El chofer atrás de él bajo la cabeza y jugó con sus dedos. Mi acosador me estrechó a él tapando por completo mi desnudez, pude apreciar cómo mis pezones duros frotaban su frío y duro pecho. Un sonidito emergió de su garganta. ¿Porque siempre acababa estando desnuda delante de él?
Tenía ganas de vomitar.
—Lo siento, señor. Insistió en abrir la puerta, yo le dije que estaba en un momento privado con la joven...
Don hizo callar al hombre con un gesto de mano.
—No empieces a joderme, Sergie —rugió él hacia el chico desconocido —. ¿Dónde mierdas está Luka? Cierra la puta puerta y ocúpate del maldito jet privado. ¡Ahora!
El chico levantó las manos y rio cerrando la puerta.
—Como digas, jefe.
Antes de que pudiera hacer algún movimiento me zafé torpemente del agarre de Don, salté sobre su regazo y salí del vehículo tapando mis senos. El lugar parecía ser la parte trasera de un aeropuerto, solo que había un avión blanco. Bajé mi vestido porque me sentía como una puta.
Las miradas de los hombres de ese mafioso no me ayudaban a sentirme mejor. Todo estaba rodeando.
—Señorita —musitó Sergie. ¿Quién era él? —. Le ofrezco mi saco para protegerla de las miradas lujuriosas.
Me guiñó un ojo.
Acepté que me pusiera su saco de color negro, no objeté nada, ni dije nada. No podía. Era una tonta por comportarme así con Don. Temía por mi vida al llegar a Italia. ¿Sería verdad sus amenazadas? ¿O solo lo decía para que me comportara bien con él?
No podía ser más rebelde con Don.
Tenía que pensar bien las cosas antes de hacerlas.
Debía elaborar un plan. Uno que funcionará bien.
—Gracias —le agradecí.
La presencia de Don me perturbó cuando estuvo a unos metros de mi espalda.
—¿Qué coño haces aquí? –cuestionó él, cerrando la puerta del auto y dirigiéndose a nosotros.
Hizo varias señales para que sus hombres empezaran a moverse. Cuatro de ellos subieron al avión. Y otros cinco se quedaron supervisando el lugar.
Sergie puso en blanco sus ojos y suspiró.
—Hermano, vaya bienvenida de mierda —se quejó.
—Cállate —masculló —. No te quiero aquí, Sergie. No después de que sembraras el caos en mi mafia.
—Agua pasada —sonrió.
—¿Me pagarás? No tendré piedad de ti, quiero mi puto dinero ahora —se abalanzó a él, pero gracias a Luka no le metió con el puño en la cara.
Don estaba furioso.
Y su hermano solo se reía.
—Tuve que matarte a los once —sentenció Don —. Más que me das disgustos.
—¿Y librarte de este grano en el culo? —cuestionó —. Creo que no. Vamos, hermano. Tendrás el dinero en Italia. Vine a verte, me enteré de que papá murió. Golpe duro para la familia Lobo.
—¿Quién te informó? —preguntó, empujando a Luka —. Maldita sea, puedo controlarme, ¡suéltame!
—Los rusos.
Los agujeros de la nariz de Giovanni se expandieron.
—¿Qué mierdas haces hablando con los rusos? Hijo de puta, como me enteré que haces tratos te mato, te cortare en pedacitos....
—Están tramando algo, y tu esposa está metida.
Me quedé helada, porque la mirada de todos se posó en mí. ¿Mi hermana? Joder. Ella no estaba en ningún lío de la mafia rusa.
—Priscilla no puede hacer nada contra Don, solo se preocupa de cómo están sus uñas o lo bonito que quedó su cabello. No mataría ni a una mosca. Por no hablar de lo torpe que es —expliqué intentado salvar el pellejo de mi hermana —. Así que, creo que te has confundido. Mi hermana no se metería en la cueva del lobo.
Sergie estaba parado examinándome. En cambio, Don y Luka no lo hacían, observaban al recién llegado con confusión.
—Puede que no sea Priscilla —respondió.
Don apretó la mandíbula.
—¿De qué hablas?
Me tensé.
—Estoy hablando de qué la chica que está haciendo pactos con los rusos es su hermana —aclaró Sergie.
—¿Bianca? —cuestionó Luka.
Mi boca calló al piso. No podía creer que me estuviera culpando de algo que no había hecho. Ni siquiera había tenido la oportunidad de hablar con esos rusos y tampoco lo haría. Quería salir de la mafia, no meterme más en ella.
—¿Yo? —chille —. ¿Crees que me la jugaría así? Por favor, estás acusando mucho a mi familia. Tal vez él que esté haciendo tratos con esos rusos eres tú.
Me abracé a mí misma porque hacía un frío que helaba los huesos. Las manos de Giovanni se curvaron en mis caderas, así que me moví evitando que me tocara. Me lanzó una mirada de enojo.
¿Dócil o salvaje?
Prefería lo segundo. Pero elegí lo primero.
—Mira, sí sabe hablar —sonrió el hermano de Don.
—Si es verdad que Bianca está traicionando... —no le deje terminar.
Me acerqué a él y lo reté, ahí, delante de esos hombres.
—¿Crees que lo haría? Puedo ser tu puta peor pesadilla y una rebelde que no ataca tus órdenes, pero no me metería en otra mafia para destronarte de tu trono de la droga o lo que sea que quieran hacer.
Claro que lo haría, si tuviera la oportunidad. Lo odiaba, pero en ese momento debía ser lista. Más que todos ellos juntos, pero no haría tratos con rusos porque eso significaba entrar en otro infierno. Y yo lo que quería era huir.
Estaban culpándome por una razón y necesitaba descubrirla.
Don se rascó la barbilla con indiferencia.
—¿Por qué tendría que creerte? —interrogó su hermano —. Acabas de llegar a su vida. ¿Qué intenciones tiene tu familia?
—¿Que qué intenciones tengo? ¡Yo ni siquiera quiero estar aquí! —grite sin control, llena de furia —. Esto es absurdo. Podéis creer lo que queráis, matarme si así os sentís más a gusto. Pero yo no estoy haciendo tratos con nadie.
Me dispuse a alejarme de ellos porque no aguantaba más la situación. A mi espalda todavía seguían hablando.
—Señor, deberías domarla ya —comentó Luka.
Sergie se carcajeó.
—Hermano, está chica te traerá muchos problemas.
Un segundo después, el avión privado que estaba a metros de mi explotó por los aires, envolviéndolo de una bola de fuego y humo. El caos fue lo único de lo que fui consciente. Los gritos desesperados y ese olor a quemado que empezaba a asfixiarme.
La explosión me empujó al suelo, perdí la consciencia por el impacto en mi cabeza.
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