Capítulo 33
Bianca.
Pasaron dos días desde que regresamos a la hacienda, dos días en los que no lo vi, ni quiera olí la loción que usaba y envolvía todo a su paso. Tan solo se encerró en su despacho, no salió para comer, ya sus empleadas le entregaban la comida. En cuanto a los demás, me veían de la misma manera despectiva y me ignoraban, menos la pequeña Stella.
Esa niña se había ganado mi corazón en poco tiempo.
—¡Mira, tía Bianca! —me decía así, no era capaz de dejar que me llamara tía, la niña se había empecinado en que yo era la esposa de Giovanni —. El caballito blanco me está olisqueando.
La pequeña Stella iba de una cuadra en otra, viendo y acariciando a los caballos con una sonrisa dulce. En la mañana amarré sus hebras de cabellos en dos colas pequeñas. Esa niña era una monada.
—Oye, Tía Bi —habló acariciando a otro caballo.
Los empleados de Don iban de aquí para allá, hacían su trabajo con los caballos y limpiaban las cuadras. También a los caballos, cepillaban su pelaje y le daban zanahorias para que se animaran a caminar por los terrenos.
—Dime, si me vas a preguntar cómo se hacen los bebés, ya te dije que no soy yo quien te lo tiene que decir —le avise.
La niña meneó la cabeza en negación.
—Pero si eso yo ya lo sé —dijo restándole importancia con la mano —. El papá tiene la semillita, y la mamá tiene el cuenco, así que el papá le da la semillita a la mamá para que tenga al bebé en su barriguita. Lo que no sé es como la mamá mete la semilla en su barriga. ¿Mi tío ya metió la semillita para que tengáis bebés?
Eleve una ceja sonriendo. Creo que hasta me sonroje un poco, yo nunca me sonrojaba. Me quite rápidamente la imagen que proyectaba mis pensamientos, no necesitaba pensar en él de esa manera. Necesitaba olvidarlo. Pero parece que el universo estaba en mi contra.
—Ojalá Bianca me deje meterle la semillita —una voz grave me puso los pelos de punta.
Mierda.
Santa mierda. ¿No que estaba encerrado, joder? Que volviera a su cueva y siguiera haciendo su trabajo.
Apoyó los brazos en el poste pequeño de madera que separaba los espacios de los caballos. No me atreví a mirarlo a los ojos, su porte dominante aceleraba mi corazón, verlo de esa manera, con esa camiseta blanca que dejaba al descubierto los músculos de sus brazos. Me prendía, me prendía muchísimo. Su camiseta tenía dos botones desabrochados, así que su duro pecho también estaba a la vista.
Tragué saliva.
Mire a otro lado para evitarlo. No me iba a calentar.
Era un asesino cruel. Primero me cortó los dedos, después casi me mata en esa explosión y ahora había matado a mi hermano a sangre fría. Prefería morir a tener que ver como mataban a alguien a quien quería. Prefería que mi hermano me hubiera matado al verlo morir junto con mi padre.
—¡Tía Bianca! —me regañó la niña sacándome de mis pensamientos.
—Dime, preciosa —forcé una sonrisa.
La niña dejó en un taburete el cepillo del caballo y dio la vuelta al caballo para que la viera. Puso sus brazos en jarras, sus expresiones infantiles estaban levemente fruncidas.
—¡¿Por qué no le dejas al tío que te meta su semillita?! —chilló.
Abrí los ojos, no pude evitar alzar la mirada y verlo a los ojos. Las comisuras de sus labios se elevaron con diversión, parecía que estaba muy divertido, pues se le iba a quitar la gracia.
Me agaché para acunarle las mejillas.
—Es porque tu tío ya metió la semillita en otro cuenco, así que no meterá nada en mi cuenco. ¿Entendiste?
Ella asintió levemente confundida.
—Tengo una pregunta —dijo de nuevo mientras miraba a su tío —. ¿Cómo mete la semillita adentro del cuenco?
Giovanni soltó un gruñido ocultando una carcajada.
—Verás, Stella, para que pudiera introducir mi semilla en Bianca, ella tendría que abrirme las piernas y dejar que saborease...
—¡Giovanni!
Le tape los oídos a Stella fulminándolo con la mirada.
Pero ella no se dejó, con un movimiento veloz se zafó de mí agarre y trepó hasta donde se encontraba Don. Empezó a lanzarle preguntas sobre qué era eso de saborear, que qué saboreaba, que si por qué tenía que abrir las piernas...Él la atrapó con sus fuertes brazos regañándola por casi partirse la cabeza, y llamó a uno de sus empleados para que se llevara a la niña adentro de la casa. El tiempo afuera estaba revuelto.
De un segundo a otro, las nubes opacaron toda la luz del medio día.
En unos minutos me quede sola con él, en el establo, porque cuando él aparecía en cualquier lugar todos desaparecían como por arte de magia.
Era como un modo de demostrarle respeto. Alejarse y no incomodar al jefe.
Empecé a recoger los artículos que usamos para peinar y acariciar a los caballos, estaba casi al borde del colapso cuando abrió la puerta de la cuadra y se metió en silencio. Me miraba, lo sabía. Sus ojos verdosos se hundían en las curvas de mi cuerpo, todo empezaba a quemarme. No de la rabia, sino del deseo. Deseaba terminar con lo que habíamos empezado.
Me sentía como si fuera una presa, solo que esta vez, estaba deseando que el monstruo me diera caza.
¡Quien me entendía! Ni hasta yo lo hacía. Quería matarlo y follarlo al mismo tiempo, necesitaba terapia de verdad. Sentía una conexión de deseo por el hombre, pero no iba a hacer nada más con él.
—No sabía que se te daban bien niños —se burló detrás, oía como acariciaba al caballo.
—Y no se me dan bien —me limite a contestar —. Es solo que Stella es una niña muy sociable.
Guardé el último cepillo en el estuche de limpieza para los caballos.
—¿Tienes hijos, Bianca? —formuló con voz ronca.
Se me paralizó el aliento. Tuve que dar una bocanada de aire para no quedarme sin oxígeno.
—No.
—¿No?
—No —negué sin girarme —. Lo que dijo Elijah fue mentira, nunca me casé con él. Tampoco tuvimos ningún bebé.
Hice como que estaba muy ocupada ordenando la cuadra, cuando en verdad solo la ensuciaba más. Las manos me temblaban, todo me temblaba como si fuera un flan y era culpa suya.
—Soy consciente de eso.
Con la respiración nerviosa me dispuse a darme la vuelta para encararlo, pero fue demasiado tarde, porque mi espalda ya sentía su pecho y su respiración forzosa. Me atrapó por las caderas juntándome, sentí el bulto entre mis nalgas y jadeé. Oh mierda. No, no, no. ¡Si! Digo no.
—¿Qué te parece si te meto la semillita? —preguntó divertido —. Tus nalgas me llevan tentando un buen rato. Pero también deseo lamerte, Bianca. Dame teta.
Apartó el tirante de mi vestido desnudando mi hombro, dejando castos besos haciendo un camino hasta mi cuello. Cerré los ojos y acaricié sus manos que vagaban por el interior de mis muslos, haciendo mi centro palpitar del deseo. Me pegue más a él echando la cabeza hacia atrás, descansándola sobre el hombro de Giovanni para darle mejor acceso.
—Te vi desde la ventana de mi despacho, Bianca, he tenido que contenerme de venir a cogerte —murmuró mordisqueando la piel sensible de mi cuello —. Mis hombres no podían apartar la mirada, ni yo tampoco. Quise matarlos por mirarte así, porque solo yo puedo hacerlo.
—No es mi culpa que me miren.
—Joder, estás tan irresistible con este vestido –gruñó, sosteniendo los bordes de mi prenda —. Quiero quitarlo para follarte aquí mismo.
Solté un jadeo.
—Aún estoy molesta —asegure zafándome de su agarre, bueno intentándolo —. Has matado a personas que me importan.
Bufó soltándome por fin. El calor de repente fue reemplazado por un frío glaciar, se alejó hacia el caballo que se había tumbado y nos miraba como si lo entendiese todo lo que estábamos hablando.
—De acuerdo, Bianca. Ódiame por salvarte la puta vida. Estoy hasta los putos cojones de que seas la única persona que me importa, pero no te preocupes, hasta aquí llega esta mierda. Se acabó de preocuparme, de estar detrás de ti como un perrito y de consentirte en todo. El único error que cometí contigo fue comportarme como un idiota cuando nos conocimos ¿Me quieres odiar? Excelente, no volveré a buscarte más. Cuídate.
Cerró la puerta de la cuadra con violencia, eso hizo que el caballo se agitara. Un angustioso filo de cuchillo presiono mi pecho, torturándome, pero no preste atención a mis emociones. Debía pensar con cabeza, no con el corazón.
Y no me gustaba lo que me estaba pasando en el corazón.
🖤
Aquella noche hubo una cena, toda la familia Lobo se reunía en el espacioso comedor de la mansión. No entendía porque estaba allí también, esperando a que la comida llegara y escuchando como todos hablaban haciendo bromas o hablando de negocios. Los Lobo estaban unidos esa noche, ninguno de la familia faltaba, incluso la hermana de Don, Melody, estaba allí.
Nunca la había escuchado hablar más de tres palabras seguidas, era callada y ¿tímida? Ni siquiera supe cuál era su personalidad. En cambio, el tío Alonso no ocultaba sus intenciones conmigo. Si creía que sería su putita estaba equivocado, primer le cortaba la polla.
—¿Y dónde está tu esposa, primo? —preguntó Alessandro, primo de Don.
No se parecía nada a su padre Alonzo, esté era unos años mayor que Don, pero el atractivo lo había heredado. Calculé que tenía unos cuarenta, y había acertado, porque Alessandro tenía cuarenta y cinco años. En otra ocasión, un sugar daddy como él no me hubiera venido mal.
—Está recuperándose —dijo Don, su mirada pesada se dirigió a mis ojos. Se lamió los labios llevando una copa de vino blanco a la boca.
Lo ignore.
También ignore lo que bien que le quedaba la camisa remangada hasta los codos y esos dos botones desabrochados de su camisa. Fiorella de vez en cuando se bajaba más su escote para atraer su atención.
Rodé los ojos y me concentré en mi plato vacío.
Siguieron hablando sobre negocios, cosa que no me importaba, pero igualmente grababa en mi cabeza por si más tarde podía hacer algo con la información.
Más tarde, cuando la cena ya estuvo hecha, unas empleadas ingresaron en la sala con un carrito. Traían una bandeja de plata tapada para que el alimento que estuviera dentro no se enfriara. Estaba hambrienta, así que no podía dejar de mirar esa bandeja. La chica la dejo en el centro de la mesa cuando Don hizo un gesto.
Nunca hubiera imaginado que esa noche sería la peor de mi vida.
—Oye, Bianca —me llamo Carlo Milani, el papá de Stella —. Es raro que no te hayas casado ya. Con lo bonita eres...
Su novia le dio un golpe en el brazo, el abuelo se le escapó una carcajada. Sergie tomó la atención de Don, el ceño de Giovanni estaba fruncido. Se veía atractivo así. ¡Pero qué mierdas pensaba! La calentura me estaba haciendo daño al cerebro.
—Amor, no te pongas celosa. Si sabes que yo te amo como nadie, pero ya sabes... —Alessia le dio otro golpe en el brazo —. ¡Okey, creo que esta noche me quede sin...!
—¡Basta, Carlo! —amenazó ella.
—¡Pero es que no puedo decir nada! —cuestionó él —. Esto es agresión, Alessia. Te voy a demandar.
Su broma hizo que por fin su novia sonriera. Esa tipa me caía mal, pero sabía que estaba enamorada. Por la mirada que le daba a él. Y porque después no pudo contenerse y lo besó.
El Abuelo silbó.
—Consíganse una habitación, jóvenes —bromeó el viejo —. Por lo que veo pronto tendré un bisnieto. Me están haciendo viejos, muchachos.
Alessia se separó de su pareja totalmente roja. Musitó una disculpa, todos reímos, menos Don y su hermano.
—Abuelo usted ya está viejo —Melody hablo por fin, estaba a mi lado, giró la cabeza para mirarme —. A lo mejor pronto tiene otro bisnieto, pero de verdad.
—¿A qué te refieres, Melody? —preguntó el viejo.
—Bueno abuelo, la hermana de Bianca está embarazada de Don —explicó rápido.
Raffaello esbozó una sonrisa, sus arrugas se tensaron por el gesto.
—Cierto, bella. Estoy seguro que tendrá la belleza de su madre y su tía —brindó con su copa de vino y le sonreí.
De todos en esa casa, él era el único que me caía bien.
La empleada procedió a levantar la tapa de la bandeja. En ese momento mi mirada conectó con la de Giovanni, sus ojos me quemaban la piel y bajo la mirada hacia mi prenda. Estaba tan atraído por mi aspecto, que yo por él. Si no hubiera tanta distancia entre nosotros, hubiera rozado mi pierna con la suya, tentándolo. Aunque más tarde me arrepintiera.
Un chillido me sacó de mi trance, no sabía que estaba pasando hasta que Alessia vomitó en su plato sacando todo lo que tenía en su estómago. Melody empezó a gritar llena de histeria, se alejó de la mesa rápido haciendo que su silla cayera al suelo con un estruendo. Carlo estaba consolando a su novia, se la llevó lejos de la mesa. Y todos los demás nos quedamos mirando al centro, donde estaba la bandeja. Se volvió un caos, los empleados gritaban de espanto.
—¡Me estoy muriendo! —chilló Alessia.
Melody fue directo a los brazos de su hermano Sergie. Él la atrapó con el rostro desencajado.
No me atreví a mirar, pero me cargué de valentía y lo hice. Después no pude haberme arrepentido más.
En ese lugar.
Llena de especias, lechuga y más vegetales, estaba una cabeza asada. La cabeza humana de un infante, su cabello largo estaba chamuscado y su piel con un tono negro. La expresión de esa cara era una de terror, combinado con unas facciones dulces. Mis ojos se llenaron de lágrimas, no tardaron en salir de mis ojos nublándome la vista. Una arcada me sobresaltó.
Alguien le había cortado la cabeza a la pequeña Stella.
Y eso era una advertencia.
La advertencia que debí haber visto hacía mucho tiempo para no seguir, pero nada pudo pararme después de aquello.
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