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Capítulo 27




Giovanni.

Maldita diosa inalcanzable.

Manoseé su exquisito seno con mi mano, estuve a punto de explotar en ese momento en mis pantalones. No exagero. Sus gemidos ahogados solo me daban más libertad para estrujar mis dedos en su pecho. Busqué su boca para devorarla, necesitaba sentir sus labios contra los míos, cosa que me hacía odiarla más si eso se pudiera. Bianca cerró sus ojos cuando pasé mi lengua por su cuello, besé su piel haciendo un camino hasta la comisura de sus labios.

Sin perder más el tiempo, le agarré de las caderas subiéndola a mi regazo. Ella abrió los párpados y vi su brillo peculiar, era jodidamente hermosa, pero no era mía. Nunca podría ser de nadie. Y menos de un monstruo como yo.

Era una pena que acabase pagando por todo, y por otras cosas que no tenía la culpa.

—Esto está mal —susurró sosteniendo mis hombros.

Dejé mis brazos a ambos lados de su cuerpo, aferrando sus curvas, masajeando con mis pulgares su abdomen.

—No estará mal si nadie se entera —rocé sus labios, recorrí de nuevo sus curvas hasta darle una leve nalgada —. ¿A ti te gusta esto?

Asintió callada, pasando las manos por mi cuello y apreté más sus nalgas blanditas. Joder, estar con ella era como ir al paraíso de un plumazo.

Y después ir al infierno, porque ella era así, un demonio más entre tantos.

—Tanto que me parece odioso —respondió robándome un beso.

Esbocé una sonrisa genuina y me la devolvió cuando me incliné para besarla, pero ella daleó la cabeza y terminé besando su cabello. Fruncí mi ceño sosteniéndola de las mejillas.

—¿Te parece bonito hacerme comer tu cabello? —reuní entre mis dedos sus hebras rubias e improvisé una coleta.

Su belleza se apreciaba mejor, en realidad, yo solo me fijaba en los límites de sus labios carnosos.

—¿Crees que me dejare llevar y olvidare todo lo malo que ha sucedido? —cuestionó elevando una ceja.

Besé su hombro y la oí jadear.

—¿Quieres probar?

—No me respondas con otra pregunta, Giovanni —se emputó.

Hizo el amago de irse, pero no la deje, apreté mis dedos en sus nalgas y la moví para que se meciera sobre mi erección. Un suave gemidito se escapó de sus labios y lo atrapé fundiendo mi boca con la suya, la besé de un modo salvaje, violento y húmedo. Bianca sin quererlo se movía en círculos, cosa que me hizo gruñir porque mi pene estaba empezando a protestar.

—¿Cómo quieres que te responda? —pregunté entre besos.

Sonrió echándose para atrás.

—No lo sé, tal vez podrías... —se bajó la tira de su vestido. Oh mierda —. Disculparte por ser un idiota, por quitarme mis deditos, por internar a mi hermana en un psiquiátrico y por hacerme la vida imposible.

—Tu hermana necesita atención psicológica, ese no es mi problema, no tengo porqué disculparme —le respondí mordiendo la piel de su hombro ascendiendo por su cuello.

Le hice varias marcas mientras ella se reía susurrando mi nombre y diciendo que le iba a absorber hasta el alma. Sonreí por lo último y empecé a descender por el hueco de sus pechos. Me permití bajar la única tira que faltaba y en menos de un parpadeo, ya tenía a la vista su precioso busto. Lamí uno de sus pezones endureciéndolos con mi lengua, que lo rodeaba succionándolo. Sus risitas y gemidos eran como si echara gasolina al fuego de mi interior, uno que se iba extendiendo sin control.

—¡Giovanni! —chilló cuando mordí su pezón —. Maldito salvaje.

Aproveché para pasar al otro y chuparlo como si fuera un chupete de bebé.

—Shh... Soy tu salvaje ahora —le susurré con la voz ronca —. Deja que te regale un orgasmo por lo de hoy.

Con mis dedos pellizqué su otro pezón y sentí como la humedad en su ropa interior se desbordaba, mojó mis pantalones de sus fluidos. Una sonrisa divertida apareció en mis labios.

—¿Tan rápido? —su bello se erizó —. Joder, le quitas lo divertido al asunto.

Eché la cabeza para atrás, sus mejillas estaban sonrojadas y su boca estaba decorada en una «O».

—Mhm —se escondió en mi cuello —. Ya cállate...

Se quedó quieta y mi entrepierna palpitaba por estar dentro de ella. La moví para acabar con la tortura, pero su cuerpo tomó forma pesada.

—¿Bianca? —la zarandeé —. Bianca, no juegues. ¡Bianca!

Un leve ronquido salió de sus labios. La observé incrédulo, no quedando otro remedio más que abrazarla y dejar que la puñetera erección bajara. Sabía que no bajaría porque ella estaba encima de mí.

Me dolía.

La odiaba.

La detestaba.

—No me jodas, Bianca —mascullé —. Tendré que guardar mis lametazos en tu coño para más tarde.

🖤

Bianca.

Desperté en un asiento de avión con el cinturón puesto, no había nadie a mi alrededor así que supuse que estaban en otro lugar. Lo último que recordé fueron los besos de Don en mi piel ardiendo de deseo, y el puto orgasmo. Si hacia eso con sólo su boca y sus dedos, qué haría con su miembro.

¡Basta! Me reprendí por estar pensando en eso. Cerré los ojos de nuevo para dormir, seguro Don me había llevado hasta allí y ahora estábamos a punto de llegar a Sicilia, a esa mansión de alta seguridad.

—Necesito que al llegar tengas la localización exacta —escuché su voz ronca muy lejos —. No voy a permitir que esos mierdas se lleven a mi amigo, si quieren guerra la van a tener. Estoy hasta los huevos de que todo el mundo me tome por tonto.

—Mi Don, estaré a sus órdenes —era una voz femenina.

—¿A todas, preciosa?

—Así es —respondió —. A todas las que quiera, cuándo y cómo. Tengo unas nuevas cosas que quiero enseñarle, estoy segura que les va a encantar.

Abrí los ojos de golpe.

La rabia invadió mis venas haciendo que mi sangre ardiera entre mi cuerpo, me quité el cinturón de mala gana y me levanté para ir hasta donde provenían las voces. Estaba un poco mareada, así que tuve que apoyarme en el pasillo del avión que llegaba a otra cabina.

Encontré a Giovanni Lobo recostado sobre el asiento, bebiendo un trago de su whisky con hielo y esbozando una pícara sonrisa a otra mujer. Mis fosas nasales se dilataron de la ira. ¿Qué hacia ella aquí? Su cabello rubio era difícil de olvidar, incluso sus tetas de un tamaño bastante considerable. Coqueteaban tan acaramelados que me dieron ganas de destruir su fortuito encuentro. Esa tal Fiorella había venido con nosotros, llevaba un traje escotado bonito y su maquillaje era perfecto. La odie, y ni siquiera sé por qué. Rastrera, tonta...

Giovanni se acercaba embelesado para acariciarle la mejilla.

Carraspeé y preparé mi mejor sonrisa frustrada. Ambos rostros me miraron intentado comprender, yo avancé un poco más con una expresión inescrutable.

—La Bella durmiente ya está aquí —se burló ella.

Tuve que controlarme para no sacarle los ojos y hacérselos tragar. También a Don, porque le siguió la broma riéndose. Riéndose. Él nunca se reía. Puta mierda quería matar, deseaba matar.

—¿Quieres algo de tomar, Bianca? —preguntó Don elevando las cejas —. Tus ronquidos debieron de dejarte la boca seca.

Abrí mis ojos de la sorpresa, la irritante risa de Fiorella se retumbó en mis oídos.

—Yo no ronco, idiota.

—Claro que lo haces, cariño —soltó divertido —. Pero no le dimos mucha importancia, ¿verdad, Fiorella? Estábamos en otros asuntos más importantes.

Giovanni sonrió de nuevo, su rostro estaba relajado. Cálido. Sin ese rastro de criminal que siempre mostraba, la presencia de esa mujer lo cambiaba. Y saber que era su ex me ponía de peor humor. ¿Por qué me importaba? Era su vida, yo solo estaba allí para quitárselo todo y arruinarle.

No estaba celosa. Solo irritada.

—No me importa que hagas —le escupí —. ¿Cuánto falta para llegar?

—Treinta minutos o así, ragazza —respondió Fiorella.

Respiré hondo sintiendo mi odio aumentar.

Les sonreí y me di media vuelta, sus risitas me llegaron después, cuando me senté de nuevo en el asiento en el que desperté, en la otra cabina, sola. En cuestión de minutos, los gemidos sonoros de esa mujer se me clavaron como agujas envenenadas en los oídos. Había algo extraño en mi pecho, tal vez fuera decepción. Después de todo Don estaría tocando a esa chica como me tocaba a mí, la estaría follando como no me había follado a mí. Ellos seguramente tenían su historia.

Pero no iba a dejar que esa chica bonita se metiera en mis planes, Giovanni Lobo solo tendría sus ojos puestos en mí, porque de lo contrario estaría perdida. Necesitaba que me amase, que me desease, que me quisiera. Era la una manera de mantenerme segura hasta que mi venganza cayera sobre su cabeza.

El sueño nuevamente venció conmigo, sumiéndome en la oscuridad. Tuve un sueño, tal vez dos o tres. Y en todos estaba él, perturbándome con sus labios y la manera cruel de sus ojos al mirarme. Pero no era a mí a quien follaba.

Y eso me mataba.

También me odie ese día por sentir eso.

🖤

Horas más tarde

Bajé del auto ladeando la cabeza para no hacerme daño con la puerta. En cuanto pisé un pie en la Hacienda de los Lobos quise huir, claro que quería, pero el edificio principal era tan imponente y asquerosamente lujoso, que me quedé estancada en los adoquines que hacían un camino hasta la entrada.

En la puerta principal, una hilera de hombres y mujeres vestidos con un uniforme negro esperaban a que el mayor traficante de Italia se bajara de su coche con su nueva amiguita, porque sí, habíamos venido en vehículos separados. No quería verlo. Ahora lo detestaba más. Por mi pudiera hacer lo que siquiera, pero no iba a estar con ella, porque la iba a matar.

No necesitaba una mujer que Don pudiera enloquecerle, debía tener su atención en mí.

Siempre, hasta que todo terminara.

—¿Sucede algo? —preguntó una voz ronca a mis espaldas.

Era él. Con Fiorella al lado.

—Nada —respondí sin ánimo —. Solo que echo de menos a Luka.

Giré para mirar su rostro, las comisuras de mis labios se ensancharon al ver su ceño fruncido, con un amago de estar enfadado. A él no le gustaba que Luka y yo nos hubiéramos entendido, lo usaría en su contra para amararlo más a mí.

Hazle saber a un hombre que no te puede tener, y eso hará que esté tan enganchado a ti que no se pueda alejar.

—Luka estará pronto aquí. Quiero matarlo con mis propias manos por dejarse atrapar por esos imbéciles de la DEA —lo dijo con la voz teñida de odio —. Camina, Bianca.

Se acercó a mí para ponerme la mano en mi espalda baja, pero me alejé de su cuerpo y lo fulminé con una mirada llena de asco.

—Tú no me mandas, Giovanni —escupí.

Sentí la mirada de todos en mi nuca. No solo estaban los empleados a varios pasos, sino que también los múltiples hombres de seguridad con armas cargadas velando por la seguridad de la hacienda. El jardín era simplemente hermoso, de una extensión impresionante y además tan verde que me dieron ganas de dormir sobre el césped.

—Bianca... —eso era una advertencia. Me volteé hacia la entrada para no mirarlo, justo en ese momento salió un hombre de una edad avanzada —. Camina si no quieres que te ate a mi puta cama y no te deje salir jamás.

Lo susurró en mi oído y me estremecí.

Reprimí las escenas cochinas que se formaron en mi mente, empecé a caminar hasta ese hombre con el Don a mi lado. A medida que estábamos más cerca, el señor canoso se iba acercando más.

—Bienvenido de nuevo a tu casa, Don —vociferó el viejo cuando por fin llegamos —. Giovanni Lobo, mi sobrino preferido.

Los empleados empezaron a saludarlo como si él fuera un puto rey, tal vez no conquistaba tierras, pero sí dominaba las rutas de droga y las creabas en sus propios laboratorios. Pero también saludan a Fiorella, como si la conocieran de toda la vida y casi estallé de la rabia.

—Otra vez tú aquí. ¿Qué es lo que haces aquí, Alonzo? —cuestionó Don con una cara de pocos amigos.

Ignoró a todos sus empleados y levantó la mano para que volvieran a su trabajo. Me tomó la delantera introduciéndose en la mansión, yo lo seguí como Fiorella, no tenía ni idea de dónde meterme.

—Problemas —respondió él ofreciéndole un cigarrillo, su sobrino lo tomó y lo encendió para darle una gran calada.

Observé impresionada el inmueble que poseía la estancia, todo estaba limpio, pulcro y lleno de detalles costosos esparcidos. Pasaron por el hall y los dos cuerpos masculinos se pararon en el salón espacioso. Lo primero que me llamó la atención es la televisión de plasma tan grande que parecía un cine, después el sillón en L blanco y otros sillones más que permitían que todos pudiéramos sentarnos sin problema. En los sillones había una pareja feliz jugando con una niña pequeña de unos seis años de edad, cuando levantó la cabeza para mirar a Giovanni, soltó un chillido y corrió hasta su encuentro. Antes de que la niña fuera atrapada por los brazos del mafioso, él desechó el cigarro en uno de los ceniceros de la mesa baja.

—Chiquita hermosa —susurró y besó y acarició su cabello con ternura. La niña chillaba de felicidad en sus brazos.

Tragué saliva porque la pareja me analizó, y también porque nunca lo había visto así. Lleno de ternura dándole amor a una niña, mi corazón dio un vuelco cuando se sentó en uno de los sillones sin soltarla y ella se quedó con él como si lo quisiera más que a nada.

¿Quién era? No me jodas que era su hija.

—Stella, ven cielo, deja descansar a tu padrino —dijo la chica del sillón, su cabello era negro como la obsidiana, pero tenía rasgos de Alonzo y de Giovanni, tal vez era su prima y él chico totalmente opuesto, debía ser su esposo o novio —. Siento mucho venir aquí, Don. Pero es que no teníamos otro sitio.

Giovanni le restó importancia, centró su atención en la niña.

—Déjala aquí, Alessia. Ella está a gusto, ¿a que sí?

Stella sonrió cuando le hizo cosquillas debajo de los brazos. Casi tiemblo por la escena, quién diría que el hombre más peligroso que pudiera existir, estaba jugando con una niña y adorándola. Me morí del amor. ¡Y no podía sentir eso!

Chi, padrino. Pero mami quiere que no te moleste —su voz chillona resonó en las paredes, su mirada inocente fue hasta Fiorella y la señaló.

La señalada sonrió y fue a darle un casto beso en la frente.

—Hola, cosita. ¿Qué te parece si vienes conmigo a jugar y dejamos que los mayores hablen? —preguntó con una radiante sonrisa, Giovanni soltó a la niña para que ella se la llevara con una radiante sonrisa, mirándome con superioridad.

Quise arrancarle los ojos.

Stella sé quedó espiándome con una sonrisa y antes de que pudiera irse dijo:

—Tú esposa es muy bonita, padrino.

Eso fue una daga directa a mi corazón.

Quise desmoronarme por el cansancio físico, pero seguí en pie, con las miradas de los familiares en mi cuerpo. Resulta que Alonzo era el padre de Alessia, y Carlo, su esposo. Don no dijo nada, no lo negó, así que me quedé callada. Hablaron sobre sus rutas, sobre lo que había salido mal en los tratos de Alonzo con unos griegos, y que ahora esos, trataban de secuestrar a una de las integrantes de su familia para saldar la deuda. No tenían a donde más ir, así que el abuelo de Giovanni les ayudó y ahora estaban allí, protegidos por la mano del mayor de los Lobo.

No me senté en ningún momento, mis piernas empezaban a adormilarse.

—¿Quién es ella, sobrino? —cuestionó Alonzo de una vez.

Don bufó cansado.

—Es la hermana de mi esposa, su nombre es Bianca.

Alonzo me inspeccionó con algo extraño en sus ojos.

—¿Rusa?

—Italiana —corrigió Don, al instante.

Su tío no me quitó los ojos de encima, como si quisiera ver algo detrás de mi fachada y eso me puso de los nervios.

—Se me hace haberla visto por las tierras frías —añadió no muy convencido.

Di un paso saliendo hasta la familia, le sonreí al tío de mi cuñado y le di una de mis miradas más inexpresables que pude crear.

—Es imposible, señor —negué sonando dura —. Nunca estuve en Rusia, y no habitaré allí en mi vida.

Y eso fue una mentira.

Porque yo mentía.

Si tan solo hubiera visto lo que se venía después de ese día, sí tan solo hubiera huido la vez que Don me lo propuso, nada hubiera pasado.

Pero, las cosas tenían que ser así.

La muerte y destrucción avanzaban a un paso tan sigiloso, que nadie de esa familia pudo predecir lo que pasaría después de la cena familiar.

🖤



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